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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2002. Ciclo A

20º Domingo durante el año
(GEP 18-08-02)

Lectura del santo Evangelio según san Mt 15,21-28
En aquel tiempo: Jesús se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero él no respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!" Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!" Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada.


Sermón

            El leído es un texto difícil en el cual Jesús, al menos al comienzo, parece adoptar una actitud insensible y, a decir verdad, bastante despectiva respecto a los pobres paganos, representados, en esta emergencia, por la cananea. Aparentemente han de ser los discípulos quienes interceden por la pobre mujer -si bien solo para que no los siguiera molestando con sus gritos-.

            Empero, ya hay aquí una primera tergiversación de nuestra traducción. El término griego (apólyson) que está detrás de "atiéndela" en realidad quiere decir "échala", "despídela, pues nos fastidia con sus gritos". Lejos, pues, de interceder por la cananea, son los discípulos -rígidos judíos- los que piden se las saque de encima. Algo de eso quisieron, días antes, con la multitud hambrienta cuando le dijeron a Jesús que mandara a la gente a comprarse alimentos a las ciudades. Es Jesús, pues, no los discípulos, quien, en ambos casos, toma la iniciativa misericordiosa.

            Pero, en fin, eso es un detalle. Ya que, por otro lado, nuestro leccionario intenta mitigar la dureza del término usado por Jesús al ubicar a la pobre cananea en la categoría de los perros. Allí vierte nuestra traducción criolla: "cachorros", que parece una palabra más simpática. En realidad, gramaticalmente, es verdad que el original griego utiliza el diminutivo: "perritos" (kynária). Pero esos -los perritos- en el uso de la época, no eran los cachorros, sino simplemente los perros domésticos, contrapuestos a los perros salvajes o vagabundos. Y los perros domésticos de aquella época no eran aún los perros malcriados de ciertos sectores de nuestras grandes ciudades, sacados a pasear todos los días a la mañana por el mucamo o la mucama, con derecho a ensuciar cualquier vereda, con alimentos de primera, con servicios de catering y delivery, clínicas especiales, quintas de descanso, psicólogos e, incluso, con entierros suntuosos y primorosos cementerios caninos, mejor tratados que muchos hijos y muchos humanos... sino que todavía, en aquel tiempo, eran, buena y noblemente, 'perros': perros de servicio, perros de vigilancia, perros de trabajo... Era claro para todos que entre los perros de la casa y los hijos había que tratar mejor a los segundos. Sentido común.

            Pero quizá sea importante, para entender nuestra perícopa, aclarar quiénes eran estos cananeos. 'Cananeo' es el nombre semita de aquellos a quienes los griegos llamaron 'fenicios'. Y este apodo, 'fenicio', deriva del griego 'foinos', que no es más que el adjetivo "colorado", "rojo". Porque los griegos conocieron originalmente a este pueblo justamente porque era el principal productor y distribuidor de la 'púrpura', la famosa tintura roja de la antigüedad, tan apreciada por las familias aristocráticas griegas y romanas. De allí que los apodaron "los que hacen el rojo", "foinix", es decir, fenicios.

            Con eso no inferían ninguna injuria a los cananeos, ya que el mismo nombre cananeo, venía de "kanachu" (o kinachchu) que quiere decir "púrpura" en semita. Por lo cual se ve que estaban muy orgullosos de esta industria con la cual se identificaban.

            Después de sus colonizaciones del norte de África, la Libia, donde habían fundado Cartago, se distinguía entre los 'sirio fenicios' -los fenicios o cananeos originales que ocupaban la costa siria, con sus famosas ciudades de Tiro, Sidón y Biblos- y los 'libio fenicios', que eran, pues, los cartagineses.

            Es sabido por cualquier lector del Pentateuco que hablar de cananeos no era hablar de cualquier etnia, sino de una figura plena de reminiscencias históricas. Antes de ser empujados hacia la costa y transformados en habitantes de ciudades casi puramente marítimas, los fenicios o cananeos había sido los dueños de las tierras del interior. Fueron los distintos pueblos y tribus que luego formarán la nación hebrea quienes, a partir del 1500 AC, poco a poco, van usurpando sus tierras, conquistando sus ciudades y arrinconándolos en sus fortificaciones y puertos junto al mar. Ya en la época de la monarquía hebrea -1000 AC-, cuando la ocupación y asimilación de esos territorios al poder judío era casi total, los cananeos habían dejado de ser enemigos bélicos, sin embargo, para los profetas, representarían un peligro mucho mayor aún y era el de la contaminación de las costumbres con las supersticiones y religión cananea. Baales y Astartés con sus nefandos y lujuriosos ritos. Canaán pasará, así, a ser la personificación misma de la corrupción de las costumbres y la religión. Recuerden las terribles luchas de Elías y Eliseo contra los profetas de Baal; y a las princesas cananeas, como Jezabel, casadas en alianza con reyes hebreos y que introdujeron sus propias corruptelas religiosas en Israel.

            Curar una cananea pues se transforma no solo en un gesto de misericordia hacia una persona en particular sino, en la interpretación de Mateo, un hacer llegar la redención a lo más lejano y opuesto de la antigua alianza, sus antípodas. Aún hasta esos límites quiere ahora abrirse la misericordia de Dios.

            Debemos volver a recordar que Mateo está escribiendo su evangelio a una comunidad cristiana de la segunda mitad del siglo primero, en la cual ya la mayoría de sus integrantes es de origen pagano. Pocos quedan en ella de los primeros integrantes de la Iglesia: los judíos convertidos. Ya era archisabido que, aunque la acción de Jesús, antes de la Pascua, se había dedicado especialmente a llamar al Reino a los legítimos herederos, los hebreos, para que ellos fueran los primeros -como correspondía a su larga historia-, en recibir el anuncio de la buena nueva, el Cristo Resucitado había extendido su misión a todo los pueblos, a todo el mundo, más: -como dice Marcos- "a toda la creación".

            Eso no se hizo sin resistencia de los judeo cristianos, muchos de los cuales pensaban que el anuncio estaba reservado exclusivamente a ellos. Aunque el problema, en tiempos de nuestro evangelista, ya se había casi superado, sobre todo después de la gran reunión de los apóstoles en Jerusalén del año 48, Mateo no desdeña, en su evangelio, recoger aquellos hechos en los cuales, aún en su vida mortal, Jesús se había acercado a los paganos. Uno de esos hechos es éste, el de la cananea. Otro, el de la famosa adoración de los magos persas, en la navidad. Otro el del oficial romano, a quien cura a su servidor -"Señor, no soy digno de que entres en mi casa"-. Los tres representaban lo más granado de lo distinto y lejano a las ideas y religión del pueblo de Israel y que, sin embargo, se habían acercado a Cristo con verdadera fe. Si eso fuera poco, sutilmente, Mateo, quizá con un dejo de humor, en su genealogía de Jesús, al comienzo del evangelio, -esa genealogía que no sabemos muy bien que hace allí, pues no nos dice nada- y a pesar de que las mujeres nunca aparecían en los árboles genealógicos judíos, menciona adrede a tres de ellas, dos precisamente porque eran cananeas: Tamar y Rahab y la tercera, Betsabé, porque no judía. Como diciendo: ya en su misma ascendencia Jesús estaba abierto a los paganos.

            De todas maneras es posible que el mayor problema de Mateo no fuera el de los judíos cristianos que aún quedaban y que despreciaban a los no judíos, sino, al revés, los cristianos provenientes del paganismo que empezaban a tener tirria a los judíos, a causa de la persecución que el fariseísmo, triunfante después de Jamnia, había desatado cruelísimamente sobre los cristianos.

            Es por eso que Mateo no censura ni mitiga, sino que destaca, la aparentemente dura comparación entre 'judíos y paganos' e 'hijos y perros' que recoge de la tradición como palabras pronunciadas por Jesús. No vayan ahora los paganos cristianos a gozarse del fracaso judío, de su ceguera frente a Cristo, de su cerrazón mayoritaria al llamado del Señor y, mucho menos, ensoberbecerse, como si ellos hubieran merecido el pertenecer a la Iglesia, el ser salvados por Jesús, el haber sido iluminados por la palabra de Dios. Al hacer lugar en el texto a la vieja comparación entre hijos y perros de la casa, lo que hace Mateo es destacar lo inmerecido de la condición de 'hijos' de todos los bautizados. Es decir, lo gratuito, lo puramente fruto de la elección y bondad de Dios de los dones de la gracia, de la vida sobrenatural.

            Porque -frente a un cierto ecumenismo y diálogo interreligioso que tiende a llevarnos al engaño e igualar toda condición religiosa y humana- es necesario, una y otra vez, volver a señalar que una cosa es ser 'criaturas de Dios' y esa condición la compartimos con todos los seres: tan criaturas los hombres como los animales; tan criaturas los marxistas, los musulmanes, los seguidores del vudú como los cristianos. Y otra cosa es ser 'hijos'. No todo hombre es propiamente hijo de Dios. Hijo de Adán si; no hijo de Dios. Solo Jesucristo es verdaderamente el "Hijo de Dios". También los somos, aunque por adopción, los que, mediante la fe y el bautismo, adherimos a su filiación, con derecho, humildemente -"nos atrevemos a decir"-, a recitar el "Padre nuestro".

            El cristiano -advierte, por medio de este evangelio, Mateo a sus lectores- ha de saber siempre que el serlo, el haber sido bautizados, el haber sido adoptados por Dios, es una gracia inmerecida, que solo puede suscitar en nosotros agradecimiento; de ninguna manera soberbia o intolerancia frente a los demás. Ni con los judíos por ser judíos -porque ellos han sido los primeros llamados-, a pesar de la persecución al cristianismo llevada durante siglos por sus dirigentes; ni con cualquier tipo de cananeos antiguos o modernos -la actitud de los discípulos que piden a Jesús que eche a la mujer sirio fenicia, como la ubica Marcos-.

            Al mismo tiempo, Mateo exhorta a su comunidad, probada por la persecución y las angustias, tentada a lo mejor a abandonar la fe, a no dejar de comportarse como hermanos de Cristo, a ser perseverantes, a confiar en el poder de la oración, a darnos cuenta de que nuestra condición de hijos no se sostiene sola, que siendo gratuita, puede también esfuminarse, y que solo la oración insistente, como la de la cananea, aunque parezca a veces que Jesús no nos oye, puede llevar a la fe y conservarla. A la insistente y cargosa cananea, finalmente vencido, Jesús le dice: "¡Grande es tu fe, mujer. Que suceda lo que quieres". El relato es tanto más eficaz para ayudarnos a perseverar cuanto, escuchándolo, uno tiende a identificarse con la súplica de la cananea y ponerse de parte de ella. Por una vez, aunque fugazmente, estamos disgustados con la actitud de Jesús.

            Y la cananea es ejemplo de fe porque no viene a Jesús como a un mago o brujo o sanador de renombre en quien depositara sus últimas ilusiones de la cura de su hija, como aún hoy hacen tantos cuando ya los médicos no saben que hacer: "andá a tal" -oímos- "llevale una foto" "que lo bendiga", "que le pase la mano"... No: Mateo se cuida bien de confundir la fe con esa piadosa y comprensible credulidad. Por eso -además de la aceptación que la mujer hace de la primacía de la revelación a Israel y de lo gratuito e inmerecido que sería el don de Jesús- Mateo transcribe su profesión anticipada de lo que será la gran confesión de fe de Pedro cuando Jesús pregunta a los discípulos "Y vosotros ¿quién decís que soy?: "Tú eres el Señor, el hijo de David, el Mesías." Prácticamente eso mismo es lo que, antes que Simon, la cananea dice a Jesús.

            En estos difíciles momentos en que, más que nunca, hemos de perseverar en nuestra identidad cristiana, en nuestra condición de hijos de Dios, en medio de tantas dificultades, desalientos y tentaciones, y sin ceder tampoco a sentirnos demasiado orgullosos por este don inmerecido y que tantas veces nos lleva a la continua condenación y crítica de los otros, agradecidos de semejante privilegio en medio de tantas tinieblas, a pesar de los aparentes silencios de Dios, insistamos, junto a la cananea: "¡Señor, hijo de David, ten compasión de nosotros", "¡Señor! Ayúdanos!"

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