Sermón
El relato escuchado, en toda su frescura semítica, puede chocar un tanto nuestra sensibilidad moderna y la idea que nos hacemos de Jesús, siempre manso y compasivo. Porque ¿quién no atendería a una madre llorosa por su hija enferma? Sin embargo, Jesús le presta sordos oídos y prosigue, sin hacerle caso, su camino.
Más aún, finalmente, cuando frente a la insistencia de los discípulos, le presta atención, la baldona con el epíteto de ‘perra'.
Tampoco los discípulos se muestra mucho mejores. Sí piden a Cristo que la atienda, es porque esta mujer pegajosa los tiene hartos con sus quejumbres y quieren sacársela de encima.
Técnica que usan muchos mendigos profesionales para sacar plata a los curas. Se nos acercan cuando estamos con gente o caminando por la calle y, a los gritos nos empiezan a llamar: “ ¡Padre¡ ¡Padrecito! ” Si uno, sabiendo que son pudientes y duchos falsos necesitados, no les presta atención, parece que todos lo miran a uno como diciendo: “ los curas siempre pidiendo, nunca dando ”. Y, entonces, para no hacer quedar mal a la iglesia, aún sintiéndose estúpido y víctima del timo, el cura da, con lo cual no solo tira su poca plata, sino que ni siquiera hace un acto de virtud. Como los discípulos de nuestro evangelio, molestos por esta mujer que les arruina el espectáculo de su prosopopeya y prestancia, de discípulos de tan importante maestro desfilando hacia la ciudad.
Pero a Cristo no le interesa como a los discípulos o a nosotros -tristes curas- mantener la figura. Su actitud tiene razones más profundas. Por eso, no estará de más seguir un poco paso a paso el relato de Mateo, para intentar ver qué es lo que significa toda esta escena.
Antes que nada, destaquemos que éste es uno de los pocos encuentros de Cristo con paganos que nos relatan los evangelios. Si tienen tiempo, en algún momento comparen este relato con el de la curación del siervo del centurión, en el capítulo ocho del mismo Mateo.
Cristo se dirige a la región de Tiro y de Sidón, es decir hacia el límite con Fenicia. Aunque sus actividades terrenas se limitaron a territorio israelita, lo vemos aquí asomarse hacia el extranjero. Precisamente de allí le viene al encuentro esta mujer cananea. Marcos, en su relato paralelo la llama ‘sirio-fenicia'. Mateo, que escribe más bien para los judíos, a propósito le cambia el gentilicio y utiliza el sinónimo, mucho más cargado de significado para los hebreos, de ‘cananea'.
Es que ‘cananeo', en los escritos deuteronómicos y postdeuteronómicos del AT, no designa a un extranjero cualquiera, sino a la raza pecadora por excelencia: aquella de los que dan culto a Baal, los idólatras que pretendieron siempre pervertir la religión yahvista con la magia, con Baal Zebul (“Señor-El Príncipe”), con los cultos de la fertilidad. Los cananeos son la raza detestable que representa todo lo que supone malicia o impiedad, la sangre maldita que debe ser exterminada. Así pues, el cambio de nombre en Mateo, quiere decir mucho. Porque, para escándalo de los judíos, es precisamente esta ‘cananea' -no solo representante de los ‘gentiles' sino de lo peor que hay entre ellos- quien atribuye a Jesús el título que ellos se niegan darle, el de ‘Hijo de David', es decir, el de ‘Mesías', según el oráculo del profeta Natán en el segundo libro de Samuel.
Astarté, divinidad cananea
Marcos, en su relato paralelo, no pone en labios de la mujer este título y, en realidad, parece sumamente improbable que surja de la boca de una mujer gentil no instruida. Es claro que Mateo quiere recalcar la buena disposición de los paganos para confesar esa mesianidad que negaban los judíos, contumaces, a diferencia de aquellos.
También añade Mateo al relato de Marcos la aclaración de que Jesús ha sido “enviado solamente a las ovejas perdidas del Pueblo de Israel”. Este dato viene a explicar el proverbio de que “no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselos a los perros' y que indudablemente sonaba tan duro tanto a los lectores helenísticos como a los modernos comentaristas, muchos de los cuales piensan, incluso, que no podría tratarse de un dicho auténtico de Jesús.
El proverbio suena menos duro en un ambiente cultural como el del Próximo Oriente, pero, de todas formas, no resulta amable, a pesar del diminutivo con el cual Jesús atempera la intensidad del común desprecio judío a los paganos.
Pero esto se entiende dentro de la teología general de los evangelistas, que aclaran frecuentemente que la misión personal de Jesús se restringió solo a los judíos. Ellos habían sido encargados, desde Abraham, de custodiar la verdadera fe y de hacerla conocer al resto del mundo. A ellos hubiera competido también reconocer a Jesús como la plenitud de la revelación del AT y llevarla a todas partes. Pero ya en la época de Jesús habían perdido conciencia de esta su misión universal. Creían que Dios los había elegido a ellos por sus bonitas y ganchudas caras y que éste era un privilegio que debían conservar exclusivamente para su abuso personal. ‘Ellos' eran los ‘hijos', el resto eran los ‘perros', los ‘cerdos', los ‘goim' -como todavía siguen llamando a los no judíos-. Pero cuando Jesús, ciñendo su acción al pueblo elegido y apóstata, quiere darles la última oportunidad histórica de que se pongan al servicio de la verdad y de los hombres, es por ellos rechazado. Así pierden definitivamente su puesto en el Reino y, pervertidos por la tradición farisea codificada en el Talmud, se transforman en enemigos permanentes de Cristo y de la Iglesia.
El judaísmo, transformado por la fe en su Mesías, hubiera sido el agente adecuado y natural de la proclamación de esa Buena Nueva a los gentiles. Pero, habiendo rechazado a Jesús, pierden su puesto peculiar en el Reino. Ahora es la Iglesia la nueva Israel encargada de llevar a todos la Salvación. Y, paradójicamente, la plenitud de Israel tiene que realizarse en el mundo gentil sin el pueblo de Israel e, incluso, insidiada por él.
En este contexto -Mateo está escribiendo en una época en donde ya es una realidad la misión de la Iglesia a los gentiles- la afirmación de Jesús en el evangelio de Mateo de que “he sido enviado solo a las ovejas perdidas de Israel” y lo de los “perritos”, realza la diferencia entre los paganos que han creído, entre los cuales Jesús no ejerció misión alguna, y los judíos incrédulos que tuvieron todo mucho más fácil y cerca para creer en Él.
El resto del diálogo es un ejemplo de ese ingenio que tanto se admiraba y se sigue admirando en el Oriente. La habilidad para responder a un enigma con otro enigma, atajar una agudeza con otra, oponer un insulto a otro insulto o hacer, como en este caso, que el insulto se convierta en un cumplido.
No hay nada de irreal o anacrónico en este intercambio que nos permita decir que las palabras no son de Cristo, al contario.
Jesús no hubiera sido un genuino palestino de no haberse enzarzado ocasionalmente en algún duelo de ingenio. La escena tiene mucho más de buen humor campesino que de solemne debate teológico.
En realidad Marcos, en su propio relato, aprecia mejor el tono, al presentar a Jesús diciendo a la mujer que se le concede el favor ‘por lo que ha dicho', ‘por su agudeza'. Pero a Mateo le interesa más la problemática de las relaciones entre judíos y gentiles y por eso pone en labios de Jesús un elogio más solemne, no de su agudeza, sino de su fe: “ ¡Mujer, tienes una gran fe! ” el mismo tema que se ilustraba en la curación del sirviente del centurión.
Y la conclusión de todo es obvia: mientras los judíos que se creían justos rechazan a Jesús, él es capaz de encontrar fe, engendrar hijos de Abraham, aún entre los paganos, entre los publicanos, entres los pecadores, entre lo peor de lo peor que eran los cananeos.
Con ellos fundará el nuevo pueblo destinado a la misión universal, la Iglesia.
Iglesia y Sinagoga , Notre Dame, Paris
Si también a mi ‘pecador' -peor que ‘perro'- y a ti ‘cananeo', Dios nos llama -sin que lo merezcamos para nada- a que formar parte de Su Pueblo, de Su Reino.
Pero, advierte que si los judíos cayeron y apostataron y fueron finalmente rechazados por Jesús, también lo nuestro puede perderse.
No la Iglesia –que tiene la promesa de Cristo de permanecer para siempre- pero si lo ‘tuyo' y ‘mío' y ‘lo de mi país', si nos agrandamos, si nos creemos ‘justos', si llamamos ‘perros', ‘cerdos', a los demás, sin pensar que también ellos pueden convertirse. Si pensamos que soy cristiano para mí y no para mi prójimo; si no me doy cuenta de que Jesús, a pesar de mi pecado y mi miseria -no por mis virtudes-, me ha convocado a combatir por la Iglesia, a llevarla adelante, a hacerme instrumento de la palabra y el amor de Jesús en medio de este mundo cananeo.