Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-59
Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo» Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente» Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Sermón
Leí el otro día un artículo periodístico en el cual se hablaba de la "defenestración" de Mera Figueroa. El término, que no figura en el Diccionario de la Real Academia, pero si en otros diccionarios, como por ejemplo la Enciclopedia Salvat, quiere decir literal, etimológicamente, "arrojar a alguien por una ventana". En sentido figurado -que es el que suele utilizarse- quiere decir destituir o expulsar a alguien de un puesto, cargo o situación. Tal significado está ligado a la famosa "defenestración de Praga" que, según el Diccionario Enciclopédico Herder, se produjo durante la Guerra de los Treinta años, cuando en 1618 miembros de la nobleza protestante checa arrojaron por la ventana del palacio Schwarzenberg a los representantes católicos del emperador Fernando II de Habsburgo. En realidad la enciclopedia no nos da bien la información, porque, si bien es cierto que de defenestración se trataba, y en Praga, la que hizo célebre a este neologismo fué la defenestración de Praga del 30 de Julio de 1419, doscientos años antes, durante un tumulto producido durante una procesión de utraquistas. Los cuales invadieron el Ayuntamiento de Praga y arrojaron por la ventana a siete honorables concejales que, por supuesto, no sobrevivieron a este raudo vuelo.
Con todo lo simpático que nos pueda resultar el arrojar por la ventana a concejales, consejeros vecinales y otras yerbas inútiles y costosas del sistema, en realidad, en el caso apuntado, los concejales prahenses, amén de que en aquella época cumplían -y 'ad honorem' y siendo muchos menos- verdaderos servicios a la ciudad, eran buenos católicos y, en cambio, la enardecida turba defenestrante, partidarios del hereje Juan Hus . Quiénes, además de husitas, se llamaban, como recién los denominé, "utraquistas". Lo cual les viene de que hacían toda una historia porque en aquella época, en el rito latino, solo comulgaban bajo las dos especies los sacerdotes, en cambio los laicos solo podían comulgar bajo la especie de pan. En base precisamente al texto evangélico que hemos leído, en donde, por cuatro veces se dice que para adquirir la vida eterna hay que "comer la carne y beber la sangre", sostenían que era ir contra la Escritura y discriminar contra los laicos el privarlos de tomar del cáliz. Por ello exigían la comunión "sub utraque specie", en latín, es decir: "bajo una y otra especie". Y de utraque , pues, les viene el apodo de utraquistas; o también "calixtinos", porque del cáliz que cada uno portaba, en sus manifestaciones que no procesiones, hacían símbolo de su protesta antirromana y antijerárquica.
Para la Iglesia, el no generalizar la comunión bajo las dos especies era solo una cuestión práctica, no teológica, por la difícil manipulación del líquido y su distribución a grandes multitudes; pero para los utraquistas, con su interpretación fundamentalista de la Escritura, era una cuestión de vida o muerte y, sobre todo, de honor laical, de igualdad con los sacerdotes. Como Vds. saben para los protestantes no hay sacerdotes o, mejor dicho, todos son igualmente sacerdotes.
Es verdad que, en su evangelio, Juan hoy insiste fuertemente en la necesidad de comer literalmente de la carne de Cristo y beber su sangre. Pero ésto es precisamente porque en la época del evangelista había aparecido una herejía, llamada docetismo, de sentido contrario al de la exigencia husita, utraquista, calixtina. Estos docetas, -el nombre les viene del griego dokeo = parecer; dókesis = apariencia- sostenían -como gnósticos que eran- que, dado que la materia era mala y perversa, de ninguna manera Dios se había podido encarnar verdaderamente en Jesús de Nazareth; de tal manera que solo había tomado un cuerpo aparente, que parecía humano, pero realmente no lo era. Como consecuencia, en la cruz no había sido crucificado Cristo sino solo su apariencia. Así es que el Señor no había asumido verdaderamente la carne humana y había permanecido ajeno a la materia, al mundo. Con ello los docetas destruían ni más ni menos el significado de la redención, puesto que lo material, el mundo y lo humano no quedaban redimidos, sanados, santificados. Y, por supuesto, 'a fortiori', comprometían el significado de la Eucaristía. Ésta solo era, como afirmarían lugo los protestantes, también una apariencia, un mero símbolo, una ocasión para que el espíritu humano hiciera un acto de fé. La materia era totalmente incapaz de ser instrumento de salvación.
Es frente a este vaciamiento del misterio eucarístico que Juan reacciona, en nuestro evangelio de hoy, utilizando las palabras más crudas y realísticas de Jesús respecto de su carne y de su sangre.
Palabras que ciertamente, pronunciadas por el Señor, tienen que haber provocado y provocaron -como escucharemos en el evangelio del domingo que viene- una reacción de rechazo en sus oyentes.
Porque la expresión "comer la carne de uno" aparece en la Biblia como una imagen para significar una acción hostil: "se alzaron contra mi los malvados para devorar mi carne" se queja el salmista en el Salmo 27. Y, en la interpretación aramea de este salmo, el devorador de carne es el demonio, el calumniador y adversario por excelencia. Por otra parte "beber la sangre" se consideraba cosa horrenda y prohibida por la Ley de Dios. Aún hoy los judíos ortodoxos comen la carne desangrada y, para garantizarlo, aquí, las comunidades pagan un rabino permanente en Liniers que vigile la matanza y desangre de los animales destinados al consumo judío, 'kosher'.
También "beber la sangre" tenía el significado de matanza brutal: "el día de la venganza " -dice Jeremías- "la espada devorará y se saciará de enemigos, beberá su sangre". Y Ezequiel, describiendo aquél mismo día, afirma: " Venid buitres y aves de carroña al banquete que os he preparado ....porque comeréis carne y beberéis sangre hasta reventar"
Por otra parte Juan acentúa el aspecto realista de esta comida utilizando el verbo trogein , que se usaba también para designar el comer de los animales, en vez del fagein que era el usado para el comer humano.
De tal manera que tenemos una marcadísima insistencia en señalar la presencia realística de Cristo en la Eucaristía. Pero de ninguna manera canibalesca, porque ciertamente lo que se ha destacado en la parte anterior del discurso y que hemos leído los últimos domingos, es el significado espiritual, personal, dador de vida, todavía no eucarístico, de Cristo figurado como alimento, como pan.
Ahora si en cambio lo que leímos hoy trata directamente de la eucaristía. De hecho hay autores que afirman que en este pasaje se toman literalmente frases de la Misa tal cual se celebraba en la comunidad joánica. Recuerden Vds. que Juan es el único evangelio que no trae en el jueves santo, en la última cena, el relato de la institución. Precisamente porque prácticamente se encuentra en este lugar. La fórmula de la consagración que usaban era "El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo", ligeramente distinta aunque con idéntico significado a la que usamos hoy en la Iglesia latina, más cercana a los otros evangelios: "Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros ".
Y una de las diferencias en realidad no existe, porque tanto carne, ' sarx ' en griego, como cuerpo, ' soma ', traducen la misma y única palabra hebrea o aramea que utilizó Jesús: ' báshar '. Se trata pues apenas de una diferencia de traducción.
Pero, hablando de canibalismo, bashar en hebreo tiene resonancias diferentes a las que posee carne o cuerpo en griego y han heredado nuestras lenguas modernas. El hebreo no distingue cuerpo y alma: para él lo único que existe es el hombre como una totalidad. De tal manera que cuando se refiere a él como bashar , cuerpo o carne, lo único que hace es señalarlo como un ser finito, mortal, criatura, distinto de Dios, pero de ninguna manera designar una parte inferior de su ser distinguida de su alma o espíritu racional y, mucho menos, la carne muerta que quedaría sin el alma y que adquirimos en la carnicería. Esta distinción el judío no la tiene. La carne es para él el hombre entero, el hombre sin más, la vida humana en su totalidad. De tal modo que cuando Cristo dice "Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros " o "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" se está refiriendo a la muerte mediante la cual Jesús se entrega todo a nosotros como persona, en todo lo que es. "Este soy yo regalándome a vosotros", sería la verdadera traducción. Es el gesto que, repetido en la liturgia de la Misa, nos pone en comunicación infalible y real, en vivo y en directo, con el movimiento de amor, de entrega plena de Cristo, significado en su muerte de cruz y dador, por la encarnación, de la Vida del mismo Dios.
La fé sigue siendo pues condición para asimilar esta entrega, como los jugos gástricos la condición de la asimilación de los alimentos que ingerimos con la boca: pero así como sin digestión, sin jugos gástricos, por más que comamos no nos alimentamos -pero lo que ingerimos lo mismo contiene proteínas, lípidos y glúcidos-, así también sin fé nuestras comuniones no nos aprovechan -pero la Eucaristía lo mismo contiene verdaderamente la realidad humana y divina de Jesús-. La concepción protestante sería una digestión sin alimento, una fé subjetiva sin la realidad objetiva del Cristo viviente. El estómago produciendo su propia comida. El sujeto humano creando prometeica, satánicamente, su propio alimento divino.
Respecto de la sangre hay que recordar que, antes de los descubrimientos de Servet y de Harvey, ella se consideraba como la portadora misma de la esencia de la vida. Todavía hoy, como en la época de Homero, derramar sangre se entiende como matar, como extinguir la vida. Y puesto que Orestes ha derramado la sangre de su madre, las Erinias o Furias lo persiguen para beber su sangre. Y, en el "pacto de sangre", la sangre de cada uno era recogida gota a gota en una copa y, mezclada con vino, era bebida por todos los que participaban en él.
Era precisamente el respeto a la vida el que hacía que los hebreos prohibieran que se tomara la sangre aún de los animales. Para ellos la fuerza vital está en ella y solo Dios es el dueño de la vida y por tanto de la sangre. Pero también las alianzas eran selladas entre los judíos con pactos de sangre. Aún con Dios la vieja Alianza, según el capítulo 24 del libro del Exodo, se había hecho y se rememoraba con un sacrificio en el cual la sangre era derramada parte sobre el altar y parte sobre el pueblo, mientras Moisés decía y así repetían los sacerdotes del templo: "Esta es la sangre de la alianza que el Señor hace con Vds, según lo establecido en estas cláusulas" Las cláusulas eran los mandamientos.
"El que bebe mi sangre tiene la vida eterna " de Juan es lo mismo que decimos según la fórmula de nuestra misa latina: "Tomad y bebed todos de él. Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna..."
Otra vez estamos pues en presencia de un simbolismo realista que se refiere no a una parte sino a la totalidad de la persona: no se trata de la sangre que sale de las arterias o de las venas: se trata de todo el ser de Jesús, de su vida entregada por nosotros y a nosotros. De un pacto de sangre en el cual nos ponemos en contacto con Jesús en cuanto también nosotros, en el ofertorio, mezclamos con el vino nuestra propia sangre, es decir nuestra propia vida. Es la gota de agua que el celebrante pone en el cáliz; nuestro compromiso a seguirlo y llevar a los días de nuestra semana sus palabras y sus mandatos; nuestra fé.
Cuando chico alguien una vez me había explicado que el sacrificio de la Misa se realizaba porque primero, con la consagración del pan, hacíamos aparecer a la víctima: el cuerpo real de Cristo, al cual, luego, con la consagración del cáliz, le derramábamos la sangre. Espero que nadie enseñe todavía semejante disparate.
Tanto la consagración del pan como la del vino realizan exactamente lo mismo, pero -como hemos visto- expresándolo de distintas maneras; con diferentes signos, pero la misma realidad. En realidad habría Misa, habría sacrificio, con solo la consagración del pan o con solo la consagración del vino, porque las dos figuraciones representan idénticamente lo misma cosa, pero diciéndolo de manera diferente: lo que no alcanzamos a entender con el signo del pan, del cuerpo, de la carne, del báshar , lo terminamos de entender con el signo del vino, de la sangre, y viceversa. Pero la realidad es equivalente. Por ello desde el punto de vista de aquello con lo cual se comulga es indiferente que sea con la especie de pan o con la especie de vino o de ambas, aunque, para la totalidad del signo, de la expresión, es más elocuente la comunión bajo las dos especies. Esto es lo que no entendían los utraquistas y mucho menos los docetas.
El domingo, el día del Señor, nos sea propicio para renovar la alianza, el pacto con Él y, en la mutua entrega de nuestras vidas: Dios, en Cristo, a nosotros; nosotros, cada uno, en Cristo, a Dios y a los demás; en la comunión de su carne y de su sangre, en la fé, en nuestra gota de sangre mezclada con la suya, reparemos las pérdidas de la semana y, revitalizados de vida eterna, mañana, lunes, con fuerza y alegría, retornemos a luchar.