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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2004. Ciclo C

21º Domingo durante el año
(GEP 22/08/04)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo: Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» El respondió: «Tratad de entrar por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, vosotros, desde afuera, os pondréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos" Y él les responderá: "No sé de dónde sois" Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas" Pero él os dirá: "No sé de dónde sois; ¡apartaos de mí todos los que hacéis el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros seáis arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos»


Sermón

            Hace pocos años la Santa Sede obligó a un profesor de teología de la Universidad Gregoriana de Roma, un jesuita, un tal Jacques Dupuis, a desdecirse respecto a afirmaciones contenidas en su libro "Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso", en donde afirmaba que todas las religiones, prescindiendo de Cristo y de su Iglesia, podían conseguir la salvación y llevar a sus seguidores a la Vida Eterna. Error gravísimo, porque la enseñanza constante de la Iglesia es, en cambio, que ninguna religión, excepto la verdadera, de por sí, tiene eficacia sobrenatural y que, si sus seguidores pueden hallar salvación, es porque, de alguna manera, a través de las verdades y aún errores que contienen sus religiones, su buena fe los haría acceder, personalmente, bajo ciertas condiciones, de alguna manera implícita, mediante algún tipo de 'bautismo de deseo', a la fe en Jesucristo. Pero de todos modos se salvarían solo a través de la gracia del Señor y de Su Iglesia, aún no creyendo explícitamente en ellos. 'Cristo es el único Salvador' y 'Fuera de la Iglesia no hay salvación' -'Extra Ecclesia nulla salus'- son dos afirmaciones que, se entiendan como se entiendan, han de ser mantenidas firmemente.

            De todos modos ya, antes de Dupuis, se hacían afirmaciones que, de hecho, aún reconociendo el papel único de Cristo y de su Iglesia, en realidad hacían que la salvación, casi 'necesariamente', alcanzara a todos los hombres independientemente de sus creencias y aún comportamientos. A nivel teológico, había sentencias que sostenían que, en el fondo, todo hombre, por el hecho de ser hombre, mediante un 'influjo sobrenatural' que a todos se daba 'naturalment'e -el llamado 'existencial sobrenatural'- era, como se decía, un 'cristiano anónimo'. Todos los seres humanos eran, según esta postura, 'cristianos anónimos'. El inventor de este dislate solemne, por supuesto enjaezado en terminología sofisticada -la gente tiende a juzgar que las palabras difíciles ocultan pensamientos profundos-, para peor en alemán (que suena más serio), terminología que nadie entendía demasiado como para rechazarla, fue el renombrado teólogo de la segunda mitad del siglo pasado Karl Rahner, también jesuita. Muchos marxistas que tuvieron oportunidad de enterarse de su enseñanza se ofendieron gravemente: "¡caradura este Rahner -decían- hacernos cristianos anónimos cuando nosotros explícitamente y firmando con nuestro nombre, no queremos serlo!"

            Pero a nivel no ilustrado -y pregúntenle a cualquier católico mistongo- cuando se habla de salvación y ésta se piensa, sobre todo, como un no caer en el terrible fuego y torturas de un infierno concebido mítica e ignorantemente, todos dicen: "¡cómo Dios va a ser tan malo de meter al espiedo por años sin término a gente a la cual no le ha llegado el mensaje evangélico!" "¡No hay ni siquiera pecado -excepto por supuesto los de las derechas-, por más grande que sea que merezca un tal castigo!" No: "Dios salvará a todo el mundo". Así se piensa.

            Todas estas afirmaciones superficiales, condimentadas con doctrinas dualistas orientales y New Age de la inmortalidad del alma, de túneles oscuros al final de los cuales se ve 'una luz azul' -según relatos bobos de supuestamente muertos que vuelven a la vida-, salpicadas con concepciones sentimentales y ridículas de Dios, tornan el problema de la salvación baladí, insignificante.

            Si todo el mundo se salva, crea o no crea, se porte como se porte, pertenezca a la secta o la ideología enemiga de Cristo que fuere, la fe, la vida en esta tierra, el cumplir los mandamientos, el acercarse al Señor en sacramentos, en oración, en obediencia filial a lo que la Iglesia enseña, a veces en contra de nuestros intereses y gustos de este mundo, resultaría inútil. Al fin y al cabo Dios, en su mentada infinita bondad, llevará junto a Sí aún a aquellos que nunca le han conocido, aún aquellos que expresamente lo han negado, o desobedecido, atacado, blasfemado, aún a aquellos que no han tenido el menor interés en acceder a la verdadera Vida y todas sus miras pusieron en las cosas de este mundo.

            Si es así, ¿para qué la Iglesia? ¿Para qué el Bautismo? ¿Para qué el vivir como caballeros y damas cristianas? ¿Para qué el matrimonio indisoluble? ¿Para qué el sacerdocio o el monacato? ¿Para qué ser católico y no budista o hinduista o musulmán o Testigo de Jehová, o nada?

            Y las consecuencias son obvias. Si todo el mundo, por el solo hecho de algún día morir, alcanzará la Vida Eterna, la inmortalidad, la felicidad que Dios le regalará, el cristianismo, para justificar su existencia, tendrá que servir para cualquier otra cosa menos para acceder a la Vida Eterna, objetivo en el que resulta prescindible. Esa Vida Eterna que ya estaría asegurada de entrada a todos. En realidad ni siquiera se ve muy bien por qué entonces Dios no nos crea directamente en el cielo, en vez de hacernos transitar, esta ridícula antesala de la vida terrena.

            Y si la Vida Divina y Eterna está ya garantizada a todos, habrá que dar a la Iglesia, para justificar su existencia, algún otro papel que no consista en tratar de procurarla. Y, entonces, ya que al cielo va todo el mundo, tratemos los seguidores de Jesús de hacer de esta antesala, de esta vida un lugar lo más agradable posible, salvo para los temperamentos masoquistas que se placen en el dolor. Y tomemos las cosas en serio, ayudados por todo el aparato eclesiástico y el apoyo de los ritos y algunas de las palabras alentadoras y sabias de Cristo, hagamos como los que, sin preocuparse de Dios, luchan por mejorar las cosas en esta tierra. En el fondo: volvamos al Antiguo Testamento, pero con más universalismo.

            De todos modos, sea que exista Dios pero la vida eterna esté asegurada para todos de cualquier manera; sea que no exista ni, por lo tanto, el cielo, da lo mismo: la vida futura, exista o no exista, no depende de lo que hagamos en este mundo. De lo único que hay que ocuparse sería, pues, de asegurar el buen pasar del hombre en este tiempo.

            Lo podemos hacer grandilocuentemente, apelando a grandes principios, a ideologías, a religiones, a organizaciones internacionales, siendo más o menos solidarios, más o menos altruistas, más o menos filántropos, más o menos morales ... Lo podemos hacer ayudando a nuestras familias y amigos a estar bien, acordándonos con las convenciones de honorabilidad de la sociedad, comportándonos como correctos ciudadanos... O lo podemos hacer buscando burda y egoístamente lo que se nos antoje... En el fondo da lo mismo.

            Así pues, las familias buenas, a impulsar a sus hijos a estudiar inglés, adquirir conocimientos, profesión, cuentas corrientes, progresar económicamente, si pueden, también, culturalmente. Tratar de ser distinguido, preocuparme del problema de la economía, de la justicia social, de los principios cívicos... Mandar, quizá, a mis chicos al catecismo y que hagan la primera comunión. Así todavía se acostumbra -aunque cada vez menos-. No se hable de las búsquedas ilícitas y de la ley de la selva que usan muchos para tratar de pasarla lo mejor posible mientras les dure la vida. Lo mismo da.

            Y en eso no se distinguirá el ateo del católico. Aún al obispo, al sacerdote, solo le interesará, no la vida eterna que ya está segura, sino erradicar la villa miseria, profetizar en contra de la injusta distribución de la riqueza e, ignaramente, con su prédica encendida y sus soluciones generalmente de izquierda, contribuir cada vez más al empobrecimiento de los pueblos, salvando solo su pequeña acción caritativa, que -en colaboración con otras religiones y otras organizaciones no cristianas- no solamente no se hace signo de la caridad de Cristo ni sirve para acceder a la Vida eterna, sino que, con la cantidad de pobreza en aumento que sus misma prédicas contribuyen a fomentar, apenas sirve para remediar temporalmente los males de poquísimos individuos.

            Se acabaron las misiones, ahora cuanto mucho se implementa el diálogo, la colaboración en obras temporales, -como decía un misionero: 'no me importa convertir a nadie al cristianismo, yo trabajo para que el budista sea un buen budista, el musulmán un buen musulmán, el hindú un buen hindú'- (por supuesto que, así, hay cada vez menos misioneros). Se termina con la liturgia sagrada; solo existen alegres reuniones comunitarias para fomentar la solidaridad y amistad entre los asistentes. No importa la catequesis seria y doctrinal, solo hacer que la gente sea más buena -y, sobre todo, ¡sobre todo!, que aprendan a respetar las ideas, posiciones y 'religiones' de los demás, sean lo disparatadas o nefastas que fueren-. No interesan mas oraciones que las de pedir supersticiosa e ineficazmente a Dios ayuda para las cosas de aquí abajo , 'para que se acabe la desocupación', 'para que se supere el problema de la falta de vivienda', etc., no para alcanzar la Vida Eterna, la virtud. Los curas han de ser promotores y animadores de eventos, cuanto mucho consejeros sentimentales, psicólogos familiares, organizadores de cooperativas, de centros de asistencia, de corsos con aspecto religioso, o manifestaciones y murgas, y sobre todo propagadores de grandes principios voluntaristas en los cuales el cristianismo se pone al servicio de metas cuanto mucho políticas: democracia, derechos humanos, falsas libertades... Sumada alguna tímida exhortación a la moral, a la ética...

            Pero ¿hablar de Cielo? ¿De Vida eterna? ¿De la posibilidad de perderla? ¿De necesidad de santidad, de compromiso con Cristo, de oración, de gracia? Total ¿para qué? Todo el mundo se va al cielo; todos se salvan...

            ¡Qué más quisiéramos! Y, en ello, estamos seguros de que también Dios, como afirma Pablo a Timoteo (I Tim 2, 4-5), querría que todos se salvaran, conocieran la Verdad, se hicieran sus hijos, sus amigos, accedieran al beneficio de su Perdón, de su Amor.

            Lamentablemente no basta que Dios lo quiera, porque, -a la manera del matrimonio donde no basta que solo uno quiera- como para acceder al amor de Dios, a su amistad, es necesario retribuirlo en el acto libre donde se asienta el verdadero amor, Dios no tiene más remedio que crear libres a los hombres y, por lo tanto, con la posibilidad de ignorarlo, de rechazarlo, de no interesarle su oferta de amistad.

            Por otra parte, es muy difícil conocer esa oferta fuera del ámbito de la Iglesia, de su catequesis, de la predicación evangélica y, una vez conocida, es muy difícil apreciarla, ¡tan infinitamente más allá de nuestras pobres y pedestres aspiraciones! Pero, además, ¿cómo la conocerán si no hay nadie que se las predique, si se extinguen las misiones, si los cristianos no cumplen con su compromiso de seguir predicando a Jesús, si no hay ejemplos de verdadera santidad y de hombres y mujeres que den todo por esa Vida prometida?

            No se tiene idea de la gratuidad e inmensidad de la Vida Eterna. La gente olvida que el hombre de por sí no puede alcanzar sino lo humano y que, por su biología, está sencillamente encaminado a la muerte. La oferta de la Vida Divina es algo que supera infinitamente su naturaleza: es sobrenatural, es gracia. No es natural al hombre; no viene simplemente por morir. Tanto es así que, aún ofrecida y predicada, pocos la entienden, muchos menos la ansían o les interesa -por eso la oración de la Misa de hoy pide "concédenos anhelar tus promesas"-, y, menos todavía, comprenden que, para recibirla, no hay que esperar sencillamente el que nos la den forzadamente después de muertos sino que es necesario estar abierto a ella en amor y entrega a Dios, efectivizados en obras y combate en este mundo, ayudados por la fe, la esperanza y la caridad, apuntalados en sacramentos y oración... insidiados, como estamos, constantemente por los propios egoísmos, por las atracciones frenantes de este mundo y por las culturas que, ajenas a Dios, nos obligan a mirar solamente las cosas de aquí abajo.

            Por segunda vez hoy se habla, en el evangelio de Lucas, que Jesús está en marcha a Jerusalén. Afirmación densa para los que saben que esa marcha a Jerusalén será penoso enfrentamiento con el mundo judío de su época, recibimiento de Calvario y de Cruz, y que solo a través del Gólgota se abre la estrecha brecha o puerta de la Resurrección y la Gloria.

            "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?" Cierto es que Jesús evita hablar de cualquier número y solo responde indirectamente. Pero de ninguna manera contesta "Muchachos, no se preocupen, traten de ser más o menos buenitos, no hagan demasiado mal a nadie, en todo caso luchen contra los opresores romanos y contra los ricachos del Templo y eso más o menos bastará". Habla -y para peor habla no a los que no conocen a Cristo sino a los que se supone que lo conocen- de una puerta que se abre por adentro, y que solo puede abrir Dios, y que es estrecha, y que no siempre está abierta y por la cual parece no tan fácil entrar, y que, en cualquier momento, se puede cerrar.

            Por supuesto que las parábolas son eso, parábolas, y no pueden traducirse fácilmente a un discurso preciso: sugieren, apuntan, nos hacen pensar... Pero lo menos que nos hace pensar esta parábola es que todo el mundo fácil y alegremente ingresará en el Reino de Dios, en el cielo, y que basta para hacerlo darse abrazos de paz, diálogos interreligiosos, justicia social, simplemente un día morir, ni mucho menos desconocer a Jesús, adherir a cualquier doctrina, comportarse de cualquier manera....

            Al menos, al menos: arrojarse a tiempo a los pies de Jesús y, derretidos de amor a El, acudir a su misericordia, arrepentirnos de tanta tontería, de tanto tiempo perdido, de a lo mejor tanto pecado, tanta indiferencia, tanto estar hociqueando las cosas pasajeras, y pedirle, suplicarle a tiempo, antes de que se cierre la puerta: 'déjame entrar, déjame entrar, no me cierres'... Y, mientras puedas hacerlo, gritar a los que están alrededor de ti, 'estaba equivocado, estaba equivocado, acérquense todos a Jesús'... Y que María, la Señora, nuestra Madre Admirable, sostenga la puerta bien abierta, muy fuerte, y me agarre de la mano y, dulce, firmemente, me ayude a arrastrarme adentro, antes de que me precipite al abismo vacío de la muerte.

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