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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2005. Ciclo A

21º Domingo durante el año
(GEP, 21-08-05)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dice que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y vosotros -les preguntó- ¿quién decís que soy?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.


Sermón             

            Ya sabemos de las ideas o falta de ideas del hoy senil José de Sousa, premio Nobel de Literatura 1998, seguidor de cuanta idea políticamente 'correcta' e izquierdosa le ha podido hacer obtener el sospechoso premio. Pero él mismo ha tenido la honestidad de decir:

«Es mentira que el Nobel sirva para fomentar la literatura del país al que pertenece el galardonado. Para lo único que vale es para engrosar la cuenta corriente del autor» 

 

 

  En realidad son frases como éstas y otras que, hemos de reconocerlo, engarza bella y hábilmente en el papel con su fecunda pluma, lo que rescata de la mediocridad a José Saramago -el seudónimo de José de Sousa-. Confieso, sin embargo, que su famoso El evangelio según Jesucristo me resultó, más que obscenamente sacrílego, tedioso, a tal punto, que a pesar de lo galano de su prosa, sin ninguna decisión consciente al respecto, nunca lo terminé. (Como otros tantos libros que tengo en mi biblioteca).

Y, aunque Saramago también ha afirmado «Yo no soy filósofo ni científico. .. Lo único que sé es que todo está dentro de nuestro cerebro»; de su cerebro ya bastante anquilosado por sus 83 años no tan bien llevados, ha pergeñado un artículo supuestamente filosófico y científico, aparecido el 10 del corriente en La Nación , nada menos que sobre la existencia de Dios, "Dios como problema", le llamó. Sin desperdicio. Tipo entrevista al gran filósofo Maradona o a la gran política Moria Casán. En fin. Uno los escucha divertido, pero sería improcedente tomarlos en serio o ponerse a discutir con ellos fuera de otro terreno que no sea el del fútbol, o el de los teatros de revistas y las playas libres o, en el caso de Saramago, de la literatura negocio.

De todos modos hay que reconocer que alguna veta de ingenio todavía le queda, cuando por ejemplo, en el mencionado artículo, compara las ceremonias vaticanas a espectáculos Cecil B. de Mille.

No veo, de todos modos, qué pueda tener de malo el que a la grandeza de Dios, lleguemos a veces a través de la grandeza y belleza de las obras del hombre. A todos nos enfervoriza la austeridad de tantísimos seguidores de Jesús, la historia de los santos, la epopeya de las misiones, el heroísmo de los mártires, pero ¿quién no se sentirá también conmovido frente a los monumentos de arte y de estética y de talento que ha sabido despertar el cristianismo en su bimilenaria historia; lo mismo que frente a la genialidad de sus literatos, pensadores, políticos, escultores, pintores, guerreros, músicos? Solamente un necio puede no sentir la majestad de Cristo con solo ingresar en la Basílica de San Pedro y toparse con la armoniosa proporción de ese ámbito enorme concebido para exaltar la imagen del Señor y el servicio de su Vicario. En el aro que soporta la imponente cúpula se lee, en mosaico sobre fondo dorado: "Tu es Petrus et super han petram aedificabo eclesiam meam." "Tú eres roca y sobre esta roca edificaré mi iglesia".

   

  ¿Quién no transportará inmediatamente esta sensación de grandeza a la solidez sin fisuras de la doctrina católica sustentada en dichas palabras de Cristo, tan elocuentemente enmarcadas por Bramante, Rafael, Miguel Angel, Giacomo della Porta, Fontana, Maderno, sucesivos arquitectos del grandioso santuario?

¡Cuánto sustenta nuestra fe tanta maravilla! ¡Y cuánto dos mil años de santidad, de resplandor de la verdad, de testimonio en obras y en martirio; pero también en arte, música, teología, hermosura, ciencia!

Nada de eso había cuando Jesús hace al modesto empresario de pesca Simón el inaudito nombramiento de Roca de su Iglesia, y la inverosímil promesa de que los poderes de la muerte, en su sentido más oscuro y terrorífico, jamás podrían sobre ella. Y lo hace justamente frente al enorme monumento erigido, en ese tiempo, al que habría de ser durante muchos años poder de la muerte para la Iglesia : al César de Roma. Templo magnífico que Filipo, el hijo de Herodes, había levantado en honor del emperador, en ese antiguo lugar de culto al dios de las profundidades, Pan, que era Páneas, rebautizada Cesarea de Filipo, en el nacimiento del Jordán.  

  Hay que imaginarse la escena: doce cansados caminantes, con sus túnicas llenas de polvo y barro y sus largos bastones, detenidos transpirados en el llano, al pie de las rocas enormes adornadas de mármoles, águilas romanas y pendones, todo custodiado por guardias armados hasta los dientes, que era ese lugar glorificando al paganismo.

¡Qué distinto le habría sonado a Simón la frase de Cristo, si hubiera podido estar en sotana blanca, en silla gestatoria, bajo el baldaquino de Bernini y sobre las piedras de hermosas esculturas custodiando los restos de gran parte de sus gloriosos antecesores, estimulado por el brillo de la luz del Santísimo, del Señor Resucitado, rodeado de sus cardenales, obispos y acólitos en magníficas vestiduras. No -como en el evangelio de hoy- delante de su fatigado maestro Jesús, fracasado, rechazado, ya sin gente, a punto de ser prendido y ajusticiado, diez compañeros casi muertos de miedo y uno preparándose a ser traidor.  

  Y sin embargo, acompañados de glorias mundanas, de arte, o de todo lo que en este mundo significa poder, con ello o sin ello, siempre los sucesores de Pedro han debido enfrentarse al poder de la muerte, al señorío de las tinieblas, a las potestades de este mundo, a las autocracias del mal. Y, en última instancia, lo único que inconmoviblemente les ha valido y vale contra ellas es la fuerza de la verdad que es capaz de surgir, inspirada por Dios, según la promesa de Cristo, de la boca de Pedro.

Al fin y al cabo, a favor o en contra, no hay que olvidar que nuestra grandiosa Basílica de San Pedro, se construyó mientras esos poderes del mal desgarraban al catolicismo y a la cristiandad en la aparición apocalíptica del protestantismo, generador de todos los desastres que vendrían luego en la filosofía y en las revoluciones políticas subsecuentes y su infiltración en la Iglesia.

No está mal, pues, acompañar al evangelio de hoy con la conmemoración en este día, 21 de Agosto, de ese gran Papa que fue San Pío X. A comienzos del siglo XX, Pío X debió continuar el vigoroso papado de los últimos años de León XIII insidiado por Bismarck en Alemania, la tercera república en Francia, y la masonería dominando a los Saboya en Italia. Apenas apoyado por Borbones claudicantes en España y los Habsburgos en decadencia en Austria.

Pío X, sucesor de León XIII, debió continuar lidiando con ese mundo de ideas anticatólico, por otra parte introducido ya en el seno de la Iglesia. En una de las proposiciones de su llamado 'Sílabo' de 1907 -porque similar al famoso 'Sílabo' de Pío IX de 1864- condenará la proposición: "El catolicismo actual no puede ser aceptado por el mundo de hoy, si no se transforma en un cristianismo no dogmático, es decir, en protestantismo amplio y liberal."

  Porque para el liberalismo protestante lo doctrinal, la verdad, lo dogmático estaba y está fuera de lugar. Se atacaba justamente lo que era la misión central del papado: custodiar la verdad de Cristo. La gente ha de pensar lo que quiera o, mejor aún, sentir como se le antoje. Todo está bien con tal que lo sienta. De allí que finalmente dará lo mismo sentir como cristiano, como protestante, como hindú, como ateo. Y Pío X se indignaba contra semejante ecuménica sandez:

"No se puede prescindir de la verdad -escribía-, porque la verdad es la luz que ha de presidir todo caminar en este mundo, y todo amor, y todo actuar moral o político (y todo sentir). Sin la iluminación de la verdad, de la ciencia tanto humana como especialmente divina, el destino del hombre y de las sociedades se hace confuso, y, tanto más, su actuar y proceder.

Cuando al hombre envuelven las espesas tinieblas de la ignorancia, no pueden darse ni la rectitud de la voluntad (y mucho menos de su sentir) ni las buenas costumbres. Porque si caminando con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de la ceguera y se goza en ella está en peligro cierto de perderse. y cuando a la ignorancia se junta la depravación, ya no queda espacio para el remedio, sino abierto el camino de la ruina."

Párrafos extraídos de su Encíclica Acerbo Nimis del año 1905 donde Pío X clamaba sobre la importancia fundamental de la enseñanza catequística, de la iluminación de la doctrina y de la verdad. Recordemos, que la conmemoración de San Pío X es, al mismo tiempo, el Día del Catequista.

En efecto, ya cuando asume el pontificado en 1903 se lamentaba San Pío X de la ignorancia de la mayoría de los católicos que, especialmente por ello, son incapaces de oponerse "al hombre que con inaudito atrevimiento -escribe- ha usurpado el lugar de Dios, elevándose a si mismo sobre todo lo que lleva el nombre de Dios; a tal punto que, aún cuando no le es posible borrar enteramente de su mente toda noticia de Dios (.) ha hecho de este mundo como un templo dedicado a si mismo ." Ya Pío X oteaba los horizontes de eclesiásticos que en nuestros días afirman que la Iglesia está al servicio del hombre y del mundo y no de Dios.

Y "a Dios se volverá -afirmaba- por su auténtico conocimiento, no por sus deformaciones, no esa vaga idea de Dios en la cual tantas llamadas religiones dicen coincidir -vaga idea en la cual parece basarse en la práctica nuestro actual confuso y promotor de confusión, 'diálogo' interreligioso-, "sólo vale el conocimiento del Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza y trino en las personas, creador del mundo -dice Pío X-. el revelado por Cristo, sin el cual es imposible conocer verdaderamente a Dios". Y, continúa: no por cualquier Cristo interpretado por la carne y por la sangre sino por "el Cristo confesado por Pedro y conocido y señalado por la Iglesia ". "Instaurare omnia in Christo". "Volver a instaurar todas las cosas en Cristo", el Mesías, el Hijo de Dios vivo, fue el lema de este gran Papa.

Y el centro de esta instauración -lo afirmará varias veces- será el retorno a la Eucaristía . y a la Catequesis.

La enseñanza de la verdad de Cristo sostenida por Pedro es la que edifica a la Iglesia , según Pío X. Los luminosos dogmas; no la tenebrosa ausencia de ellos, ni el sentir, ni el diálogo sin verdad.

Por eso insistirá, en su Acerbo Nimis, en que la primera y mayor de las obligaciones de los pastores no es meterse en política, ni en cuestiones de justicia social, ni en puros problemas de moral, sino la de enseñar al pueblo cristiano la verdad de Cristo. La principal obra de misericordia, de caridad. (Sin descuidar las otras.) En eso gastó Pío X la mayor parte de sus energías: en enseñar, en catequizar. Y lo hizo como laico, como seminarista, como vicario, como párroco, como Obispo y, finalmente, como Papa.

Pío X prescribió, siguiendo las huellas del Concilio de Trento, la obligación estricta de una predicación dominical no de compromiso, no de exhortaciones meramente piadosas, sino plena de doctrina y explicación del evangelio. (A él deben pues echarle la culpa de que me tengan que aguantar este rato). Pero esta catequesis "sería vana" -afirma en la mencionada encíclica- si no fuera acompañada por la enseñanza, a los niños y a los ignorantes, de los 'elementos' de la ley divina y de la fe. "No negamos la aprobación debida a los oradores sagrados que, movidos del sincero deseo de la gloria divina, se empeñan en la defensa y reivindicación de la fe. Pero hemos de decir que harto frecuente es que floridos discursos, recibidos con gusto por nutridas asambleas, sólo sirvan para halagar el oído y no conmuevan las mentes. La labor catequética del predicador requiere otra preliminar, la de los catequistas, pues faltando ésta, no hay fundamento, y en vano se fatigan los que edifican la casa. Antes que nada es necesaria la catequesis de las nociones fundamentales, aunque parezca labor más humilde".

Para ello instaba a los sacerdotes y sus colaboradores a tomar la catequesis, la enseñanza de las verdades elementales, como el remedio más urgente para precaver a la Iglesia contra los poderes del error y del mal. Y afirmaba; "si la fe languidece en nuestros días a punto de que en muchos aparece casi muerta, es porque se ha cumplido descuidadamente, o se ha omitido del todo, la obligación de enseñar las verdades contenidas en el Catecismo." Afirmación hoy, a comienzos del siglo XXI, más valedera que nunca. Con el agravante que a veces se da catequesis con catecismos sin contenido alguno.

Por eso la comunidad de Madre Admirable en este Día del Catequista, conmemoración de San Pío X, no puede sino agradecer a nuestros catequistas parroquiales. Ellos han asumido sobre sí esta gravísima responsabilidad de la Iglesia en nuestro barrio. La mayor parte de Vds. no los conocen; pero sepan que lo hacen con enorme dedicación e idoneidad, entregando mucho tiempo no remunerado a esa labor apostólica que requiere, además de enseñar, prepararse para hacerlo: estudiar, rezar y tratar de imitar al Señor.  

 

 

 

  Y damos gracias también a Dios que -en medio de este mundo de voces donde 'unos dicen' que tal cosa, 'otros' que tal otra, y 'otros' lo de más allá, futbolistas, actores y actrices, periodistas mercenarios y políticos, curitas y obispetes- nos haya dejado una voz segura, capaz de señalarnos, rodeados de tanta confusión, el camino auténtico, el Cristo verdadero: la del obispo de Roma, la del Papa.

Con la gracia especial de contar ahora en ese puesto con un hombre singular, que ha ejercido siempre, en fidelidad a la Iglesia , la docencia. Maestro por vocación, doctrinero por convicción, catequista por oficio: Benedicto XVI, roca, sucesor de Pedro, sucesor de San Pío X.

 

 

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