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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1980. Ciclo C

21º Domingo durante el año
24-VIII-80

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo: Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» El respondió: «Tratad de entrar por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, vosotros, desde afuera, os pondréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos" Y él les responderá: "No sé de dónde sois" Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas" Pero él os dirá: "No sé de dónde sois; ¡apartaos de mí todos los que hacéis el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros seáis arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos»


Sermón

La palabra ‘agonía' suscita hoy, en el pensamiento, la imagen del tiempo inmediatamente previo a la muerte. La agonía del Mariscal Tito, la agonía de Franco, la agonía de Occidente, así se dice. Cuando alguien entró en agonía es que ya su destino de muerte está sellado. Aunque no sufra y, aún, inconsciente, anestesiado, pero ya de todos modos señalado para próxima muerte, rendido frente al inevitable fin.

Es distinto estar ‘gravemente enfermo'. El enfermo grave puede aún recuperarse. Aquel del cual se dice que está en agonía se supone que no.

Pero es interesante notar que este significado de la palabra es relativamente nuevo. Si Vds. se fijan en el Diccionario de la Real Academia, ‘agonía' se define como “angustia y congoja del moribundo”. No es el estado ‘objetivo' del que va a morir entre anestesias, casi en la inconsciencia, sino el estado ‘subjetivo', la angustia del que ve que se le acerca la muerte.

A su vez, éste de la Real Academia, es un significado derivado. Será bueno, pues, conocer la historia de la palabra, aunque les resulte algo tediosa.

Empezando desde el griego, el origen del termino agonía, es el verbo ‘ago' , que significa ‘conducir', ‘llevar'. De allí ‘peda-gogo' o ‘dema-gogo', el que maneja o conduce al niño o a la plebe, respectivamente.

Pero también quiere decir ‘reunir', ‘atraer'. Convocar a muchos.

Claro, para reunir mucha gente se necesita un lugar amplio. Por eso los sitios de reunión, de atracción, se denominaron a partir de esa raíz. Una plaza, un lugar ancho de reuniones se llamaba, así, ‘ agorá ', de ‘ agueiro '.

Todos hemos oído hablar del ‘ágora' de Atenas o de Corinto donde habló San Pablo y donde se realizaban las asambleas públicas.

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El ágora de Atenas, con el Hefesteion

Un término sinónimo era ‘ agón' derivado de la misma raíz. Pero, mientras ‘agorá' se utilizaba más bien para designar los lugares de reunión política, ‘agón' se usó para denominar cualquier otro lugar de reuniones, especialmente de fiestas religiosas. Y sabemos que los griegos celebraban sus fiestas especialmente por medio de los juegos, de competencias, de certámenes de teatro, de poesía y también de deportes.

Famosos los juegos en honor a Zeus Olímpico, en Olimpia, resucitados toscamente en nuestros tiempos por el barón de Coubertin y tan sin pena ni gloria pasaron este año.

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Olimpia

De allí que la palabra ‘agon' , estrechando su significado, poco a poco, pasó a designar sencillamente ‘lugar de competición' y a los competidores ‘agonistés', ‘agonistas' y, al adversario ‘antagonistés ', ‘antagonista'. Y la competición como tal, el juego, la lucha, el enfrentamiento, ‘agonía'.

Es claro, imaginen Vds. a estos agonistas y antagonistas preparándose durante cuatro años, dispuestos a enfrentarse unos con los otros frente a toda Grecia reunida, llevando los colores de su ciudad. ¡Cómo se ejercitaban, con qué dedicación se entrenaban, preparando sus cuerdas vocales o sus piernas o sus brazos! ¡Qué esfuerzos, sacrificios y penas debían realizar antes y durante la competencia para obtener el premio, la corona de olivo. De allí que, poco a poco, el término ‘agonía' fue también cargándose de este sentimiento del esfuerzo de miembros y de espíritu, de alerta y cuidado frente a la expectativa de la lid.

Precisamente San Pablo, en su primera epístola a los Corintios, no tiene mejor término de comparación para describir el combate que significa la vida cristiana que la del ‘agonista'. ¿Recuerdan? “ No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, más un solo recibe el premio . ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas –‘ho agonizómenos'- se privan de todo, ¡y eso por una corona corruptible!


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'agonistas' griegos

Pero ¿por qué pasa el término a designar no cualquier angustia o sufrimiento expectante, sino el de la muerte?

Esto viene del cristianismo.

Ya entre los griegos comenzaba a significar una inquietud profunda o incertidumbre extrema frente al futuro. Y así lo usa al término la Biblia traducida al griego de los LXX, en el siglo III AC, cuando, por ejemplo, en el libro de los Macabeos, se dice que los sitiados por un ejército se hallan en ‘agonía' sobre el resultado del combate.

Y el vocablo se halla en extremo parentesco y se utiliza casi siempre con el de ‘angustia'. Angustia viene de ‘ angustus ', angosto, estrecho. Cuando estamos en un atolladero o apretados, ahogados, oprimidos, sumergidos, estamos ‘angustiados' y, si conservamos alguna esperanza de salir de esa angustia y conservamos aún voluntad de lucha, estamos en ‘agonía'.

Es así que, cuando en los evangelios, Cristo se está por enfrentar decididamente con la lucha final y ya la ha comenzado en el huerto de los Olivos (el olivo era la planta de dónde los griegos sacaban sus coronas de triunfo, única recompensa en los juegos olímpicos) y cuando se agolparán sobre su alma y su cuerpo la estrechez, la angostura sofocante, la angustia de todos los pecados, maldades y rebeldías de los hombres y su representante más conspicuo, la muerte, Lucas dice que Cristo ‘entra en agonía' –‘guenómenos en agonía', ‘factus in agonia'-. Entra al combate, en lo angosto de la pista, de la liza, del campo de batalla, buscando por supuesto no la muerte, sino precisamente el premio, la corona de la gloria, enfrentando a los grandes antagonistas del hombre, el enemigo pecado, la enemiga muerte.

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Coronado de olivo , Francisco Bayeu (1750-1795) escuela madrileña

La tradición cristiana traspuso esta lucha final de Cristo contra el pecado y la muerte, a la vida cristiana. Y era natural que, aún cuando en este sentido toda la vida del discípulo de Cristo es agonía, especialmente, la refirieran a los momentos previos del encontrarse del hombre frente a su destino final.

Pensaban que esos momento finales, en donde tantas veces se decide el destino eterno de un ser humano, eran especialmente agónicos, de lucha.

De allí la ayuda especial que les prestaba Cristo mediante el sacramento de la Unción, llamado ‘Extremaunción' –hoy algo degradado a tímida ‘unción de los enfermos', para ‘recuperar la salud'-. Signo que venía del ungirse, el aceitarse, de los atletas antes de entrar en combate, para fortalecer los músculos y evitar que el antagonista pudiera agarrarlos fácilmente.

Paulatinamente, así, empobreciendo su significado, el término ‘agonía' pasa en nuestros días a designar sencillamente el estado del que ya ha entrado en coma. Del griego ‘ koma' , que quiere decir ‘sueño', ‘letargo'.

Pero, cuando San Pablo dice que la vida cristiana es una agonía, no está hablando de ninguna manera de sueño, ni de letargo, ni de estar en coma. No se habla de claudicación ni de rendición sin esperanza. Al contrario. Es lo mismo que nos dice Cristo en el evangelio de hoy, curiosamente asociando los términos ‘angustia –angostura-' y ‘agonía': “ Lucha por entrar por la puerta estrecha ”, ‘ Agoníscese ' –dice el griego-; “ agonizad por entrar por la puerta angosta, ‘angustiosa'”

Aquí cabría perfectamente traer a colación a Kierkegaard (1813-1855) y a Heidegger (1889-1976) con sus conceptos de la ‘angustia'. El estado de animo de aquel que, más allá de la vida ‘inauténtica', ‘banal', se da cuenta de su existir frente, sobre y desde la nada y desde esa angustia comienza a intentar tomar su vida en serio. Es la angustia profunda pero fértil del que se da cuenta de su precariedad. ‘Darse cuenta' que es condición de ‘autenticidad' y de ‘actitud viril' frente a la vida, en busca de la salida trascendente.

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O habría, quizá, que traer a colación a Freud, quien en “Más allá del principio del placer”, distingue entre el temor – Fürcht - del pusilánime y el pavor – Schreck - del cobarde, de la angustia – Angst -, que es el estado propio del que espera, decidido, enfrentarse con el peligro.

La ‘angustia' de Freud, es una angustia agónica, prólogo del combate, de la lucha, no de la rendición.

Pero ¿de qué lucha, de qué agonía vamos hoy a hablar al cristiano? ¿de que angustia? Si desde cierto espíritu del Concilio ya podemos vivir tranquilos instalados en este mundo. ¿Qué debemos temer, si ya no tenemos enemigos sino solo amigos alejados o extraviados con los cuales solo debemos dialogar, no pelear jamás? No existe más el enemigo, los errores perversos, las herejías, los malvados. Todos son hombres de buena voluntad, sin pecado original, a quienes basta mostrar la verdad para que vengan rápidamente como mansos corderos a abrazarnos tiernamente. Ya no son necesarias las ‘agonías', las luchas, el combate, el caballero cristiano, el cruzado. Cristianos castrados que nos montan en los templos espectáculos sentimentaloides y guitarrescos, y sonrientes consejos de comprensión, blandura y diálogo mantecoso y claudicante.

Se ha enchastrado la doctrina de la Iglesia con el optimismo fácil del liberalismo en el cual, al modo de Platón, basta ‘instruir' la inteligencia de la gente para que esta comprenda y actúe bien y razonablemente. O el mito de Rousseau del hombre naturalmente bueno, del buen salvaje, de la inexistencia del pecado original.

Nada de eso encontramos ni en el antiguo ni en el Nuevo Testamento. Existe el Enemigo, existen los adversarios, pululan quienes combaten a Cristo y a sus discípulos. La Iglesia es una Sion asediada e infiltrada. Sobran los antagonistas de afuera y de adentro.

Y también en cada uno de nosotros la pugna entre la carne y el espíritu, el viejo Adán y el hombre nuevo, la serpiente y Cristo. El cristiano no se pasea sin armas y perfumado en un valle fresco y florido que mana leche y miel. Eso será la meta. Pero el camino está lleno de ‘valles oscuros y sombras de muerte', noches oscuras del alma, martirios de la mente y del cuerpo, corazas abolladas y melladas espadas.

No estamos en un mundo neutro, aséptico, normal -como pretende cierta enseñanza de clérigos ‘actualizados'- al cual la palabra del Señor convencería por arte de magia, si fuera expuesta como corresponde y como ‘ellos saben' echando al desván de los trastos viejos dos mil años de doctrina católica. Vivimos un ambiente profundamente emponzoñado por ideologías anticristianas nacidas en el serpentario de la Reforma Protestante, virulentas en la revolución francesa, letales en el mundo del marxismo, de los poderes ocultos, de las trilaterales, de los medios masivos, de la política corrupta y procaz hasta los tuétanos de advenedizos perversos.

Vivimos estrechado en la ‘angustia' sofocante de este mundo. Si no nos damos cuenta de ello, si no vivimos alerta y con el filo de nuestra espada desenvainado permanentemente, en actitud agónica, el mundo nos tragará, flanes cristianuchos, católicos de papel pintado.

¿Agonía de Occidente? Claro que sí, en el sentido actual, no de lucha en la liza, sino de ‘ kom' , de letargo. Drogados por el confort, por el desarme, por la falsa paz, por la falta de espíritu de lucha, por la comodidad y la pachorra.

Transformemos, al menos en cada uno, en su alma, si es posible en su familia, esa ‘agonía-letargo' en verdadera ‘agonía-angustia', que nos lleve al combate, a la lucha. Para conquistarnos para Cristo y, si fuera posible, reconquistar la Patria y, si Dios lo permite, alguna vez, para reconquistar el mundo.

Oyendo el llamado de Cristo: “¡Luchad, entrad por la puerta de la angustia, la de los guerreros elegidos!” Para poder, después, coronados de olivo, participar en el banquete eterno de la gloria de Nuestro Señor y Gran Caudillo, Cristo Jesús.

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