Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dice que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y vosotros -les preguntó- ¿quién decís que soy?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Sermón
Entre los diversos grupos sociales que nos son familiares en el Nuevo Testamento –saduceos, sacerdotes, ancianos, fariseos, samaritanos- algunos ya conocidos del Antiguo, pero todos –excepto los fariseos- destinados a desaparecer después de la ruina de Jerusalén en el 70, encontramos uno que sobrevivirá entre los judíos hasta nuestros días. Es el grupo llamado de los ‘ grammateis' o ‘escribas' como traduce el español y corresponde al hebreo ‘ sopher' o ‘ hakham' sabio.
Los escribas eran, pues, los sabios entre los judíos. Aquellos que se dedicaban al estudio. Pero, a diferencia de los sabios actuales no se preocupaban de estudiar cómo son el átomo o los anillos de Saturno, ni se creían instruidos porque supieran matemáticas, geografía, economía o zoología, sino que lo que les interesaba, ante todo, era estudiar la Ley de Dios, el camino a la felicidad y a la vida. Hoy es al revés, se sabe un poco de todo y algunos saben mucho de algo, pero lo importante -cómo hacerse hombres, como fundar una familia y una sociedad relativamente feliz, cómo llegar a Dios- eso no se enseña en las escuelas ni en la universidad.
El asunto es que los escribas eran muy importantes y necesarios en la vida judía. Porque si había algo que los mantenía en su identidad nacional a pesar de haber perdido la independencia y, luego, de andar dispersos por todo el mundo, eso era precisamente la Ley .
Ellos llamaban Ley – Tora - a la contenida en los cinco primeros libros de la Biblia –el Pentateuco-. Según esta Ley debía regular su vida aquel que quisiera ser sabio.
Pero es claro, la Tora escrita, el Pentateuco, era una recopilación de leyes que, desde las épocas patriarcales, dos mil y pico antes de Cristo, se habían ido juntando hasta el quinto siglo AC, cuando se termina de redactar el Pentateuco. Allí hay de todo: desde leyes que solo pueden aplicarse a los antiguos nómades, hasta otras que solo tuvieron aplicación en la cautividad babilónica.
Por otra parte, hacia el siglo primero AC, cuando los escribas comienzan a ser verdaderamente importantes, han pasado cinco siglos y las circunstancias han cambiado mucho, las viejas leyes deben ser adaptadas y reinterpretadas.
El Pentateuco ya no puede tocarse, es sagrado y se atribuye en su totalidad a Moisés, pero entonces nace una nutridísima jurisprudencia y comentarios a la Ley que, poco a poco, va alcanzando tal autoridad que casi se equipara a la Tora.
Para ello habían surgido los escribas, tanto fariseos como saduceos, con sus interpretaciones muchas veces contrapuestas. Los escribas saduceos, empero, eran muchos menos que los primeros.
Más adelante los comentarios añadidos al Pentateuco por los fariseos –los únicos que sobrevivirán, encargándose, a partir de la asamblea de Jamnia , de borrar el resto de las tradiciones judías- se transformarán en el famoso Talmud .
De conocer estas interpretaciones -que no podía saber el pueblo común- se ocupaban los escribas.
Pues bien, como la Tora regulaba no solo los asuntos religiosos sino los civiles, comerciales y criminales, los escribas se transforman en elemento absolutamente necesario para resolver cualquier conflicto o duda religiosa o judicial. Eran una especie de mezcla de teólogos y abogados –la peor pareja que pueda darse en este mundo-, corvachos odiosos pero desdichadamente indispensables.
Allí estaban en los tribunales, en las disputas de escuela, en la política, metidos en todas partes.
Eran un poco mejores que los teólogos y los abogados actuales, porque, aunque parezca mentira, no cobraban nada. Vivían o de sus bien personales -los que eran de familia pudiente- o, simplemente, como pobres. Su ‘status quo' no se los daba el automóvil con el que llegaban a tribunales sino su sabiduría y el honor del oficio.
Preparación de rabinos en nuestros tiempos
Y no se crea que era fácil llegar a escriba. Había que estudiar; y mucho.
El joven que deseaba consagrar su vida a la erudita actividad del escriba comenzaba el ciclo de su formación desde antes de los diez años. Se ponía bajo la autoridad de un escriba ‘maestro', un ‘doctor de la Ley' y, durante años, escuchaba su enseñanza. Cuando sabía de memoria la Tora y dominaba toda la jurisprudencia y la tradición de los comentaristas, se le consideraba ya capacitado para el oficio y hasta podía enseñar como adjunto de algún maestro.
Algo parecido a la ‘licenciatura' de las universidades medioevales. El teólogo o el filósofo o el abogado, habiendo superado su grado de ‘bachilleres', terminados en la universidad sus estudios generales, recibían la ‘ licentia docendi' , es decir, la licencia para enseñar –de allí viene nuestro ‘Licenciado'-.
Pero éste todavía no era el grado superior para el escriba. Recién a los cuarenta años y después de haber mostrado en el foro o en la cátedra sus aptitudes, podía ser recibido formalmente en la corporación como miembro de pleno derecho. Esto se hacía mediante una ceremonia en la que los demás ‘doctores' le imponían las manos sobre la cabeza. Lejano antecedente del rito de nuestras ordenaciones sacerdotales católicas.
A partir de entonces el promovido estaba autorizado a zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, a ser juez en los procesos criminales y a tomar decisiones en los civiles.
Es lo que en el Medioevo hacían los ‘doctores'. Los licenciados podían enseñar, pero casi repitiendo lo que habían aprendido Solo si el gremio de doctores de teología, filosofía o derecho –y, mucho más tarde, la de médicos- los recibían como miembros plenos, se transformaban, también ellos, en ‘doctores', ed. estaban autorizados a determinar la doctrina y a poner una cátedra autónoma con sus propios licenciados. Cuando hoy se dice ‘doctor' se piensa en un matasanos, pero ese no es el sentido original de la palabra.
Así que nuestros escribas se transformaban, de este modo, en ‘Doctores de la Ley' –término que también aparece en el Evangelio- y tenían derecho al título de ‘maestros' o de ‘rabí' -o ‘rabino', en lenguaje moderno-.
‘Maestro' era un título honorífico. Proviene de ‘ magister' , en latín; a su vez de ‘ magis', un aumentativo. Quiere decir algo así como ‘el que es más', ‘el principal', ‘superior'.
De hecho, entre los romanos, era título común y no se usaba siempre para los cargos docentes. Los ‘magistrados' romanos eran simplemente los que ocupaban cargos de autoridad. Un ‘ magister equitus ' no era otra cosa que un comandante de caballería. Un ‘ magister navis ', el capitán de un barco. El segundo era el ‘ contra magister '; de allí nuestro ‘contramaestre'.
Hoy el término, prácticamente, se reserva a la docencia. Aunque también se dice ‘Maestro' a los músicos, los pintores y a otros personajes.
No era así, acuérdense, en la época de Jesús.
Rabí o Rabino, tiene una etimología parecida. Era el título honorífico reservado a los ‘doctores de la Ley' y a los escribas. Estaba compuesto del sustantivo ‘ rab' , igual a ‘amo', ‘señor', ‘dueño' y del sufijo “i”, ‘mío'. De modo que literalmente ‘ rab-i ' quería decir ‘mi señor, idéntico al ‘monseñor' con el cual hoy nos dirigimos a los prelados.
De tal modo que ‘rabí' o ‘raboni' o ‘rabino' simplemente significa monseñor y era título reservado a los doctores de la ley.
Pero lo que nos importa hoy destacar es que estos escribas, doctores de la ley, maestros, ‘ grammateis' , ‘rabís', ‘rabonis' o ‘rabinos' –todos sinónimos- eran los únicos autorizados para crear y transmitir la tradición derivada de la Torá. Sus decisiones –como se decía en el lenguaje judicial de la época- tenían el poder de ‘ atar y desatar '. Es decir tenían poder de decisión y de sentar doctrina en cuestiones de orden teológico o judicial.
Ese es el sentido que hace de trasfondo a la frase de Jesús dirigida a Pedro: “ todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo” . ¿Ven? El doctor de la ley, el rabino, podía determinar y actualizar la doctrina con vigencia para todos los judíos, pero, de hecho, muchos doctores disentían entre sí y solo los más famosos sentaban realmente jurisprudencia;y en cuestiones terrenales.
Jesús está hablando ahora de un poder de decisión sin límites e incondicionado: ningún escriba podía pensar que sus decisiones eran capaces de alcanzar el ámbito sobrenatural de lo divino ni se hubiera atrevido a pronunciar la palabra Cielo –que tantas veces era usada para reemplazar a la palabra Dios-. Es en este contraste donde se hace llamativa y solemne la frase de Jesús.
Me he querido detener solo en esta frase del evangelio de hoy, pero podríamos haber hablado también, en el contexto judío, del significado de ‘las llaves', de ‘la piedra', de la ‘inspiración del Padre', de la especial fe de Pedro.
En fin, todos sabemos que estamos hablando del Papa y, en referencia especial a ese servicio que presta a la Iglesia de sostener y aclarar con su palabra la doctrina y la ley cristiana, el Evangelio. Ese evangelio que debe predicarse a todos los hombres y hasta el fin de los tiempos y que, por eso, necesita, sin cambiar un ápice su doctrina, adaptarla y aclararla para todas las épocas.
Georges de La Tour , San Pedro , c. 1615-1620
Allí en Pedro, está el magisterio que vigilará que esa adaptación no se haga en desmedro de la verdad. Esa verdad que habrá de conducirnos a la salvación y que proviene no de la inteligencia de los hombres sino de la inteligencia de Dios.
Porque ya estamos hartos de la inteligencia de los hombres, de la inteligencia de los políticos, de los ecónomos, de los psicólogos, de los curas y de los obispos e, incluso, de los razonamientos puramente humanos de los Papas refiriéndose a asuntos temporales sin relación con los divinos.
Queremos escuchar de una buena vez lo que nos dice Dios, Su inteligencia, Su ley, Su Tora. Queremos ver a Jesús, queremos llegar al Cielo y, para eso, necesitamos curas curas, obispos obispos y Papas Papas, que nos llenen, no de sus chácharas sociales o políticas, de sus palabras de hombres, sino de la palabra de Dios, la que leemos en la Escritura y en los dogmas y las que podemos escuchar en labios de los Papas cuando quieren realmente cumplir su oficio de ‘atar y desatar', no para este mundo, sino para la eterna salvación.