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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2000. Ciclo B

22º Domingo durante el año
(GEP O3-09-00)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7,1-8.14-15.21-23
Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?» El les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres» Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre»

Sermón

            "Si uno toca el cilindro superior o inferior de un telar, o los hilos, o el peine, o el hilo que se hace pasar sobre la púrpura, o la punta de un hilo que no va a ser ya entramado, permanece puro. Pero, si uno toca al hilo ya entramado, o la trama vertical, o el doble hilo que se pasa sobre la púrpura, o la punta de un hilo que va a ser entramado, contrae impureza. Si uno toca lana sobre la rueca o sobre el carrete, permanece puro. Si uno toca el ovillo antes de ser suelto, contrae impureza (......) Si uno toca la empuñadura de una sierra, en cualquiera de sus partes, contrae impureza. Si uno toca el cordel, o la cuerda, o el palo medio, o los tensadores, o la prensadora del carpintero, o el arco de un taladrador, permanece puro. Si uno toca la cuerda o el arco, ....etc., etc." Les he leído un pequeñísimo fragmento, tomado al azar, de un párrafo de un capítulo de uno de los doce tratados sobre la impureza que ocupan toda la última parte de la Mishná, ('doctrina', 'repetición'), la codificación más antigua de la ley oral rabínica, que comentada luego por la Guemara ('complemento', 'tradición aprendida'), tanto palestina como babilónica, constituyó finalmente el actual Talmud, ('estudio', 'doctrina'), libro sagrado del judaísmo. Aunque la Misná se completó recién en el 200 después de Cristo, recopila tradiciones antiquísimas y refleja bien las normas fariseas de la época de Jesús. Les canto el título de algunos otros de los 63 tratados que formaban parte de este código: "Sobre los azotes", "Sobre los baños rituales de inmersión", "Sobre el día del perdón", "Sobre los padres", "Sobre la cuñada", "Sobre los diezmos", "Sobre los juramentos", "Sobre el documento de divorcio", "Sobre los que sufren flujo", "Sobre las manos", "Sobre la menstruante", "Sobre la pascua", "Sobre los sacrificios de aves", "Sobre la sospechosa adúltera", "Sobre los utensilios"... No sigo... pero, como Vds. pueden intuir por estos títulos, la legislación rabínica se metía en los asuntos más nimios de la vida cotidiana del pobre israelita, obligándolo a un conocimiento de la ley y a un esfuerzo tal por practicarla que, salvo a los expertos -en concreto los rabinos y fariseos-, resultaba imposible cumplirla.

            Peor aún, su cumplimiento de por si no producía ningún efecto profundo, porque no tocaba sino a comportamientos exteriores, la mayoría sin importancia práctica alguna en orden al bien real de las personas y que, por el contrario, podían convertirse en trabas para realizar acciones exigidas por el sentido común o las necesidades del prójimo, en aras a un cumplimiento literal y casi ritual de normas tantísimas veces carentes de sentido.

            Y no hay que olvidar que, con esta multitud de cánones, lo que se intentaba era ayudar a cumplir los 613 mandamientos, 365 prohibiciones y 248 prescripciones que uno puede leer solo en el Pentateuco, de nuestra Biblia actual, en la llamada Ley o Torah.

            Ya allí, en la Biblia, es difícil ver como podría uno obedecer todas estas normas, tanto más que era sentencia rabínica el que, desde la más pequeña a la más grande, todas tenían la misma importancia, de modo que el quebrantamiento de una sola significaba lisa y llanamente desobedecer a todas los demás: "Quien quebranta todos los mandamientos, rechaza el yugo, rompe la alianza y destapa su cara contra de la ley, pero, de la misma forma, quien traspasa un solo mandamientos, rechaza el yugo, destapa su cara contra le ley y rompe la alianza", afirmaba un comentario rabínico al libro Exodo del siglo 1º AC.

            Es verdad que ya los grandes profetas habían hablado en contra del falso legalismo -sobre todo en cuestiones rituales-, con el cual Israel pretendía agradar a Dios prescindiendo de la verdadera justicia y de la misericordia. También algunos rabinos más lúcidos trataban de encontrar un cierto orden en estas leyes y clasificarlas por su importancia. A estas preocupaciones obedece la pregunta de aquel fariseo que interroga a Jesús sobre cuál es el mandamiento más importante de la ley, a quien responde con la luminosa respuesta del mandamiento del amor. Pero el judaísmo en general -baste pensar no solo en la Misná de los fariseos, sino en los prolijos textos legislativos de los esenios encontrados el siglo pasado en Qum Ram-, vivía preocupado por esas minucias del tipo "Padre tomé un remedio hace cincuenta y cinco minutos, ¿podré lo mismo comulgar?", "el viernes me olvidé y me tragué un pedacito de jamón"...

            Pero, hoy, Jesús profundiza su enseñanza: no se trata solo de mandamientos, ni tan siquiera del mandamiento del amor entendido como una ley a ser cumplida. No es cuestión solamente de actos y palabras exteriores. Es necesario comprender que, si bien los actos puedan juzgarse por si mismos como buenos o malos, son las intenciones profundas de los hombres los que le dan definitivamente su calidad moral y, sobre todo, su fuerza.

            Ya sabemos que no es multiplicando leyes y tribunales y cárceles como reformamos la sociedad o al hombre si éste no es modificado en su interioridad. Es inútil que pongamos en las rutas y calles velocidades máximas, semáforos y lomos de mula, si no logramos inducir en los que manejan respeto por los demás, por la vidas, por la convivencia... Y no se trata de multiplicar vigilancia y policías y cámaras fotográficas porque, si bien mediante ello algo podría lograrse, todo quedaría en nada si los encargados de hacer cumplir esas ordenanzas no fueran a su vez honestos, probos y constantes. La mera coacción no es suficiente para controlar todo. Si cada uno no es vigilante, policía, señor de si mismo, nada se consigue.

            Es verdad que las malas leyes -y especialmente las leyes perversamente permisivas y protectoras de delincuentes como les gusta legiferar a los amigos de los derechos humanos de las izquierdas y de las mafias-, contribuyen al desorden y al crimen, pero también es cierto que con solo promulgar buenas leyes no se cambia a la sociedad.

            Ya decía Santo Tomás de Aquino que las muchas leyes eran síntoma de sociedades inmorales. Si Vds. comienzan a ver por ejemplo que yo en la puerta de la Iglesia tengo que poner carteles "no ingresar indecentemente vestidos", o "no escupir en los bancos", o "no dejar prendido el movicom", o "no aplaudir o no reírse a carcajadas en el ámbito del templo" o "no cruzarse de piernas o ponerlas en el banco de adelante", o "no fumar"... ello no sería síntoma de mi espíritu dictatorial o mi afán por prohibir o impedir u ordenar sino de que cada vez es menor la educación y el respeto por Dios y por sus hermanos de los que vienen a la Iglesia. Es terrible que actitudes y acciones que tendrían que venir espontáneas, de suyo, en cualquier corazón bien nacido y bien criado, tengan que hacerse exteriormente explícitas y obligarse por decreto... Como el que haya que colgar en los colectivos 'no salivar' o 'no fumar' o 'bancos reservados para ancianos y discapacitados'... Eso no es un adelanto, sino síntoma de decadencia, porque cualquier hombre de bien, educado en el respeto y amor a su prójimo, cedería el asiento cuando corresponde y no actuaría fastidiando a los demás, como suele hacerse, junto con muchas cosas más, a pesar de los carteles... y empezando por el mismo colectivero. El que durante los días de semana hayamos tenido desde ayer que poner personal de guardia custodiando a Madre Admirable doce horas del día tampoco es un adelanto: es desgraciado síntoma de la situación de inmoralidad que estamos viviendo.

            Por eso Jesús no cree demasiado en las leyes; por supuesto nada en las leyes fariseas. Las leyes, pocas y buenas, precisando positivamente los grandes andariveles de la ética del sentido común son necesarias, pero sirven de poco, por más que se multipliquen, si no se modifica el corazón, el interior de los hombres que han de obedecerlas y el de los encargados de aplicarlas. Menos aún si no hay una ética del ser humano, aprendida en la observación de su naturaleza, que las respalde y les de sentido... y no que se basen solamente en el arbitrio pasajero de políticos sin Dios y sin moral.

            El entramado social, para que sea tal, ha de sostenerse no en las leyes externas sino en la virtud, en la honestidad de los ciudadanos, en su formación, en su mirar interior.

            Eso que se consigue con el largo esfuerzo de la educación, sobre todo en el seno de la familia, lugar donde se aprende o deja de aprender todo lo que hace a la recta integración social del ser humano. Es allí, en el ejemplo y palabra de los padres, en la suave y a veces enérgica corrección, en la atención constante ('eso no está bien', 'no hagás sufrir a tu hermanita', 'hablá en voz baja', 'no corras por la iglesia', 'qué bien que supiste decir la verdad')... es en las buenas lecturas y amistades, en la convivencia entre los hermanos, en el juego -ajustado a las reglas-, en el respeto y tolerancia mutua, etc. etc. como el ser humano va interiorizando las pautas -el 'superego' dirían los freudianos-, la fuerza interior de los buenos hábitos, los sanos sentimientos, los juicios certeros, el aprecio por la belleza, las maneras nobles de mirar el varón a la mujer, el concepto del bien y del mal, la forma de amar...

            Lamentablemente han sido las mismas leyes, extrañas a los verdaderos valores y necesidades del hombre y promulgadas con inconfesables fines, las que han ido destruyendo estas posibilidades, justamente al herir desde el vamos la formación de las personas minando precisamente su lugar natural: el matrimonio, la familia... Una familia cada vez menos existente, una educación primaria insuficiente y descalabrada, una televisión nefasta ejerciendo el peor de los magisterios y metida en todas partes -en todos los cuartos, en todos los rincones-, padres ausentes, dirigentes sin la más mínima ejemplaridad, artistas cultores de los chabacano y de lo sórdido, ruidos disfrazados de música, solo ideales deportivos, ejemplos constantes de frivolidad o de enriquecimientos deshonestos, maestros y profesores cada vez peor formados y pagados, políticos desprestigiados, periodistas informadores de basura, violencia... y paremos de contar, es lo que ha deformado y sigue deformando a nuestra sociedad. Todo esto es lo que educa a nuestra gente, lo que se mete por ósmosis en sus procesos mentales, en sus valoraciones... Esta es la atmósfera en la cual estamos constantemente sumergidos, al menos gran parte de nuestro día, cuando no estamos en el refugio de una buena familia, de buenos amigos, buenos libros, buena música, ¡buena oración y meditación!

            No: el futuro no está en las buenas leyes, por mejores que sean. Habrá que empezar de nuevo. Y, -mientras rezamos por la aparición milagrosa de buenos políticos, de buenos periodistas, de buenos maestros, de buenos artistas, de obispos y sacerdotes dignos, que ayuden a hacer de la sociedad no un amontonamiento de individuos en competencia entre si, apenas dirigidos a golpes de semáforos, de lomos de burro, de porterías blindadas y de urgencias económicas, sino comunidad solidaria, humana, cristiana-, mientras tanto luchar para que lo malo o el malo no entre en nosotros ni en los nuestros. Formarnos, salvar ese mundo interior del que habla Cristo y de donde son capaces de nacer todos los males -pero también todos los bienes-, ajustar nuestra mente y nuestro corazón al discurso y el corazón de Cristo y, de allí, en palabra y ejemplo, en señorío y nobleza, formar a los nuestros, influir en nuestros ambientes, crear microclimas cristianos y humanos donde podamos subsistir y crecer y hacernos santos... 

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