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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1993. Ciclo A

22º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 21-27
En aquel tiempo: Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida a causa de mí la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y que podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras".

Sermón

            El Colón ha vuelto en estos días a poner en escena el Don Giovanni de Mozart, 'la ópera de las óperas', según el decir de Wagner, en una versión pasable, aunque no inolvidable. El regisseur, Sergio Renán ha dibujado su propio punto de vista respecto del protagonista. No es, para él, el personaje frívolo y erótico de la tradición. Según Renán, Don Juan no hace sino responder a la solicitación que de él hacen las mismas mujeres que, en ésto, de ninguna manera serían sus víctimas, sino sus victimarias; pero, sobre todo, Juan es, para Renan, un gran inconformista, un rebelde a la ley de Dios y de los hombres, y, al ceder a su pasión por las mujeres, lo que en el fondo busca es afirmar su rebeldía que, al modo de Prometeo encadenado, le lleva a abrazarse soberbio e impávido con la muerte y la condenación, antes que someterse a Dios y la moral. Más aún, según Renán, Don Juan es un buscador de absoluto, de totalidad, de perfección, y al no encontrar esa plenitud y satisfacción en ninguna mujer -aquí Renan puede que esté influído por su, digamos, idiosincrasia- en el continuo cambio lo que está buscando, en realidad, es el rostro de la muerte, a la cual Renán hace aparecer como una dama vestida de blanco, al comienzo y al final de la ópera.

            La interpretación, ya clásica, de Kierkegaard, coloca en cambio a Don Juan, más pedestremente, en el piso inferior de los arquetipos de lo humano, en el estadio estético -el anterior e inferior a los estadios ético y religioso, que es donde encuentra el hombre su verdadera realización-.

            Este estadio estético -que la figura de Don Juan, seductor espontáneo, comparte con la de Fausto, seductor reflexivo- es el del buscador de placeres, no necesariamente eróticos, a lo mejor muy refinados, muy artísticos, muy intelectuales, pero centrados en la búsqueda egoísta de complacencias y gozos finitos y temporales. Para Kierkegaard, esta búsqueda solo produce dispersión, porque el placer, el deleite, es incapaz de dar unidad a la existencia, es por naturaleza puntual, perdido en el tiempo, agotado en el momento, dejado inexorablemente atrás, y, por lo tanto, obliga al hombre a renovarlo incansable, agotadoramente. Cuando el hombre se da cuenta de la fugacidad de estos goces, que no logran dar una dirección firme a su vida y la vacía de sentido, finalmente es apoderado por la lasitud, la decepción y el disgusto. Es un desgraciado: buscando placer no encuentra sino aburrimiento, y tras el aburrimiento, la angustia, la desesperación, aunque no la tematice, aunque no se de cuenta de ella. Porque todo el que viva ese plano es, para Kierkegaard, un 'desesperado', en el sentido etimológico y profundo de la palabra. Y mejor que se de cuenta de su estado de desesperación y angustia, porque es allí donde entonces tiene la oportunidad de elevarse al estadio ético, adonde tampoco encontrará saciedad, pero a partir del cual podrá, finalmente, acceder al estadio religioso, al místico.

            Lo cierto es que -salvando la distancia entre ambos- tanto Renan como Kierkegaard, coinciden en la tesis de que buscándose a si mismo, tratando de afirmarse en su yo, en el gozo, teniendo como criterio de bien lo agradable para si y como malo lo que le es desagradable, el esteta, Don Juan, de una manera u otra se encamina a la pérdida de si mismo, a la nada.

            Ya algo de ello había entrevisto el mito griego en los conocidos personajes de Narciso y de Eco.

            Narciso es, como narra Ovidio, el paradigma del que no sabe o no quiere amar. Pero precisamente el adivino Tiresias había predicho a su nacimiento que "viviría para siempre si no se contemplaba a sí mismo." Buen mozo y atractivo, doncellas y ninfas lo buscan; pero él permanece insensible al amor. Especialmente la ninfa Eco se enamora perdidamente de él. Desdeñada, desesperada se retira en soledad, y allí se consume tanto que, de su persona, solo subsiste una voz lastimera, apagada, rebotando en lejanía.

            Ante el clamor indignado de las ninfas, Némesis decide la venganza: un día caluroso, después de una cacería, Narciso se inclina sobre una fuente para calmar la sed. Y de pronto ve allí la imagen de su rostro, tan bello, tan majo, tan precioso, que enamorado de si mismo se abraza a él y se deja morir, anegado en su reflejo. En el mundo de los muertos es condenado eternamente a mirarse a si mismo en los reflejos de la laguna Estigia, encerrado para siempre en la angustia de su propio yo.

            La ninfa Eco es la figura patética de las víctimas de Narciso, de tal modo cerrado a los demás, que no puede sino escuchar en ellos la resonancia de su propia voz. Su vida es un puro monólogo y por eso su mirada egoísta hace desaparecer a los que lo rodean y los transforma en eco. Porque no los trata como personas, sino como medio para amarse a si mismo, nunca verá al otro como otro y quedará encerrado en el reflejo volátil de su yo, empantanado en la soledad de sus palabras sin diálogo, sin respuesta, sin comunión ni convivencia.

            Vivimos en un ambiente que, desde la psicología hasta la economía, basa sus prototipos y sus reclamos en la exaltación del yo, de los valores individuales, de la autoestima, de la autorrealización. Se disuelven los lazos sociales, solidarios, se aplaude, más allá de sus justos límites, la competencia fratricida... Sin ley, y sin autoridad moral para hacerla cumplir, se abandona al honesto a la ley de la selva y se fomenta el sálvese quien pueda. Cada cual debe hacerse valer a toda costa, aún a codazos, aún pisoteando a los demás. Mundo de paradigmas egoístas en donde poco o nada cuenta la generosidad, el renunciamiento y en donde, aún las figuras máximas, son capaces de subvertir todo, con tal de perpetuarse en los halagos egotistas del poder.

            Aún las instituciones naturalmente altruistas como la familia, se disuelven en la búsqueda de la propia satisfacción y hasta comodidad de sus miembros: ningún psicólogo ni terapeuta aconseja a la mujer o al marido, a los padres, abnegación, desprendimiento: todo es buscar la propia realización, la propia felicidad.

            Y, ante este panorama bestial que les ofrece el mundo, la mayoría de la juventud no encuentra otros consejeros, que los que -profesores de barba y anteojos o de guitarra eléctrica y crack- los impulsan a arrojarse ansiosos por la caminos más sórdidos del esteticismo, del donjuanismo, un Juan que ya ni siquiera es Don, despojado hasta de los restos de nobleza y heroísmo que todavía le concedía Mozart.

            Ya Kierkegaard, en su época, había diagnosticado la angustia malsana de una sociedad que, sin dirección, después de haberse rebelado contra la Iglesia católica, había desparramado a sus miembros entre el escepticismo de Fausto y la vida atolondrada y solipsista de Don Juan. Pero le tocó a Freud, tras las huellas del psicólogo inglés Ellis, teorizar sobre el narcisismo profundo y neurótico de nuestra época, en el fondo, para él, la exacerbación más morbosa del masoquismo, la cara falsa, el disfraz, del instinto de muerte.

            En palabras más simples lo ha dicho Jesucristo hoy. El que se busca a si mismo se perderá. Porque, a imagen de las personas de la santísima Trinidad, que solo son en cuanto se dan a las demás, el hombre solamente se realiza en la medida en que, en el verdadero amor, no el de deseo sino el de don, no en el need love -que diría Lewis- sino en el gift love, es capaz de abrirse verdaderamente a su prójimo, a sus seres queridos, y romper la encerrona asfixiante de su ego y, por lo tanto, de su soledad.

            No Narciso él, no Eco su prójimo. No Don Juan él, no Doña Ana, Elvira, Zerlina su prójimo. Así se perderá, embretado para siempre en su reflejo de la Estigia, asido sin poder nunca soltarse a la mano helada del Comendador. Sino a semejanza de Jesús, 'el hombre para los demás', como decía Robinson, 'the man for others', y al mismo tiempo 'el hombre para Dios', en ese estadio religioso, místico, que es el único que cumplimenta la angustia del hombre hecho para Dios, nostálgico de permanencia, y de infinito, y de belleza inmarcesible.

            Sí: como auguró Tiresias de Narciso, podrás vivir para siempre si no vives contemplándote.

            Si te pierdes en Dios y en los demás, si transformas tu vida en combate y entrega, en misión y búsqueda, en ascenso y vuelo; aligerado de tu yo en la podadera de la cruz, purgado de tu ego; solo así la verdadera vida encontrarás.

            Porque, como también decía ese exquisito poeta español que fue Antonio Machado:  

"Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da
"

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