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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2000. Ciclo B

23º Domingo durante el año
(GEP 10-09-00)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     7, 31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete.» Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Sermón

            No hay nada más fastidioso, para una persona que no sabe nada de computación y ordenadores, que reunirse con amigos expertos en dichos artilugios. Se ponen a conversar sobre las ventajas de la Mac sobre la IBM, de 'pentiums' y de 'mothers', de 'hards' y de 'softs', de las ventajas o desventajas del 'Windows 2000' sobre el anterior, del último programa que bajaron de Internet, de la 'laptop' y de la 'Palm V', del 'scanner' y de la 'zipera'... y uno se queda en Babia, sin poder intervenir en la conversación ni entender casi nada de lo que dicen.

            Se discute el origen de la expresión 'estar en Babia'. Algunos la remiten al nombre de un alejado pueblito de las montañas de León, en España, Babia, donde se suponía que jamás llegaban noticias de afuera y se era inocentemente ignorante de lo que sucedía en el mundo; otros, de la onomatopeya 'baba' que emiten los infantes cuando comienzan a intentar hablar y de donde viene babero, babieca, baboso, 'babeo' -tonto, en italiano- ...

            Sea lo que fuere de la expresión, viene al caso porque, de lo que se trata, tanto en el caso del infante como del oriundo de Babia, es de la imposibilidad de comunicarse por falta de noticias o por falta de vocabulario, de alfabeto. Y dicen los sociólogos que la ignorancia de la computación y del arte de navegar por la 'web' será el gran analfabetismo del comienzo del tercer milenio.

            En realidad es evidente que, entre los legos, todo vocabulario técnico - el de los físicos, o de los médicos, o de los matemáticos- escapa a nuestra clara captación, a nuestra audición. Y eso significa sencillamente que apenas sabemos física, medicina o matemáticas... En el hombre se da el caso de que las ideas, los conceptos, el pensamiento se sustentan en las palabras. No hay conocimientos en el cerebro humano que no estén envueltos en palabras o que no puedan expresarse con ellas. Un vocabulario pobre, una sintaxis indigente no pueden sostener sino pobres ideas, indigentes reflexiones, intuiciones informes. "Lo se, pero no se como decirlo", me contestan a veces mis alumnos en los exámenes. "Entonces no lo sabe", les contesto. "Tres. Nos vemos en marzo". Con el 'essential english' no podemos leer ni entender a Shakespeare ni a Lewis ni a Bernard Shaw, ni expresar corrientemente nuestras opiniones profundas; apenas hacer negocios en Nueva York o Londres y elegir en el restaurant los platos del menú. Una persona que no lee, que no conversa sino sobre fútbol, negocios, películas y mujeres y cuya máxima aventura intelectual es escucharlo de vez en cuando a Mariano Grondona, no solo tendrá un acotado vocabulario, sino acotadísimas ideas. No conocerá más zonas de la realidad que la limitada superficie de Babia. Se le escapará -a no ser por noticias lejanas- el resto del mundo: el mundo de la poesía, de la historia, del arte, de la filosofía, del verdadero amor, y de tantos otros campos de la realidad que hacen a la plenitud y riqueza de la vida humana.

            Es la tragedia de las generaciones que no leen, que no conversan de nada serio, que no saben escribir. Empobrecen su mirada sobre la realidad, sobre los otros, sobre su propia vida... Se hacen sordos y mudos frente a las cosas verdaderamente grandes y bellas.

            Tampoco las cosas de Dios y de la religión pueden comprenderse si no hay lenguaje para nombrarlas. Cristo solo pudo venir al mundo cuando milenios de humanidad y siglos de historia del pueblo de Israel y de profetas y de sabios judíos prepararon el lenguaje y con él las ideas necesarias para comprender el hecho de Jesús y de la Pascua. Sin ese lenguaje no se hubiera podido ni entender a Si mismo la propia conciencia humana de Cristo. 'Mesías', 'cordero de Dios', 'hijo del hombre', 'salvación', '¡Dios!' y tantas palabras más que utilizó la generación apostólica para captar la realidad de Jesús, existían solo en el vocabulario de Israel y, sin ese vocabulario, la Encarnación y la Resurrección hubieran resultado acontecimientos incomprensibles e instransmitibles. Y, cuando habiendo entendido en ese lenguaje lo que había sucedido en Pascua, la Iglesia salió a predicar al mundo, se encontró providencialmente con otro riquísimo vocabulario reflexivo, el de la filosofía griega, que, corregida, sirvió al cristianismo para precisar los límites de esas verdades y comenzar a ampliar sus consecuencias. Sin Platón, sin Aristóteles, sin la lengua de Atenas y su rigor extremo la Iglesia no hubiera podido ser católica, es decir 'universal', y lanzarse a predicar al mundo el mensaje de salvación de Jesús. Sin ese caudal de lenguaje y de palabras no hubiera podido emprender luego correctamente su traducción a otros lenguajes más o menos inadecuados, y enriquecerlos con términos cristianos.

            Todo esto lo ha comprendido bien la revolución anticristiana que, desde la ruptura de la revolución protestante en el siglo XVI, y la revolución francesa del XVIII, intenta erradicar a Cristo del corazón de la sociedad y de los hombres. Después de una primera fase de enfrentamiento explícito, ataque directo al cristianismo, propalación de falsedades y mentiras respecto a éste y falsificación de la historia -fase por supuesto que siempre se mantiene en diversas dosis, convenciendo incluso a muchos eclesiásticos de esas imputaciones e induciéndolos a pedir por ellas perdón-... después de esto, la táctica más definitiva y deletérea del enemigo es crear ignorancia, sordera: "Borremos el vocabulario cristiano del habla de la gente; erradiquémoslo de los grandes medios de comunicación, de las escuelas, de la literatura, del cine, de la televisión... Sin entrar en honduras, demos de vez en cuando alguna noticia suelta de asuntos eclesiásticos confusamente mezclada con las de asuntos políticos por un lado y las de otras religiones y supersticiones por el otro, como para que no digan que los excluimos, pero nunca toquemos ningún tema explícitamente cristiano, excepto para denostarlo y denigrarlo. Que poco a poco las palabras 'gracia', 'sacramento', 'pecado', 'cielo', 'oración', 'eucaristía', 'sobrenatural', 'Dios', vayan vaciándose de significado o se vayan cargando de sentidos ridículos o falsos o, simplemente, desaparezcan del lenguaje común. Que cuando la gente escuche dichos términos o dicho lenguaje se quede en Babia, no le signifique nada -como para el profano oír hablar de computación-, o les presten sentidos ridículos... Que se rían a la palabra 'infierno', o les cause gracia oír hablar de 'gracia', que el término 'pecado' les resulte por un lado atractivo y por el otro tremendistamente anticuado, que nada les signifique la noción de 'castidad', de 'fortaleza', de 'esperanza', que no entiendan como corresponde la palabra 'amor, ni la trascendente 'caridad'..., que confundan 'iglesia' con la corporación de los clérigos, 'rito' con magia, 'sobrenatural' con apariciones y milagros...."

            Así se fabrica una raza de seres humanos incapaces de abrirse a Dios, a Jesús, a la maravillosa vocación de santidad con la cual nace todo hombre... Este, no 'no saber computación' es el verdadero gran analfabetismo de nuestro tiempo. La gran sordera. La gran mudez.

            Sin necesidad de atacar las realidades divinas, basta borrar o deformar el vocabulario que las designa para hacer a varones y mujeres ciegos y sordos a ellas. Por desgracia aún muchos catecismos, con los cuales se enseña la fe a nuestros chicos desde hace ya varios años después del Concilio, han perdido lenguaje y claridad, enseñando bobadas, como si hasta allí hubiera llegado la infiltración del enemigo. Vean la reacción que ha despertado el último documento de la sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la plenitud de la verdad en la única Iglesia, solo por hablar con un lenguaje explícitamente católico, ya trágicamente olvidado incluso por muchos sacerdotes y obispos.

            Los que enseñan catequesis aquí, en Buenos Aires, en ámbitos que ya han dejado de ser cristianos, a hijos de familias en donde no se practica el cristianismo ni se habla nunca de Dios ni de Jesús, en seguida se dan cuenta de que emprenden una tarea hercúlea, casi desesperante, para tratar de hacer asimilar en los pobres chicos catequizandos las ideas capaces de ponerlos en relación con sus destinos trascendentes y el sentido verdadero de sus vidas redimidas por Cristo. Ideas que, hasta no hace muchas generaciones, en occidente eran común patrimonio, el modo espontáneo que tenía, aún la gente más ignorante, de mirar la realidad, hoy ya no se entienden, o se entienden mal.

            Predicar el cristianismo de siempre implica en nuestros tiempos acercarse a un idioma, un 'essential language', que solo sirve para los chatos intereses del hombre de hoy y que ha perdido en gran parte su capacidad de vehiculizar las grandes verdades. Lenguaje en el cual uno ha de hacer malabarismos para encontrar conceptos que sean verdaderamente significativos para la gente y sobre todo para la juventud.

            ¿Qué hacer? ¿Volver al vocabulario de antes, ignorado o, peor, deformado y ridiculizado ? ¿Enseñarlo otra vez, corregiéndolo, como si fuera un léxico olvidado, una lengua muerta que hay que resucitar? ¿Crear un vocabulario nuevo? ¿Usar expresiones que sean usuales al común de la gente, sacadas de la pobreza de su lenguaje, pero intentando cargarlas de significado cristiano? ¡Difíciles opciones! ¡Pero, qué tentación, a veces, la de degradar el mensaje cristiano para abajarlo a los problemas puramente materiales y humanos, pobremente tratados, de su lengua franca, que son los únicos de los que se hace eco el periodismo y conoce la multitud! ¡Que tentación de rebajar lo sacro -en su música, en su liturgia, en sus gestos- al lenguaje chabacano impuesto a las masas y, por eso mismo, deformar el mensaje de Jesús!

            Incluso los que venimos atávicamente a Misa y provenimos de familias y ambientes cristianos, estamos sometidos cotidianamente a un 'lavado de lenguaje' -que es lo mismo que decir 'lavado de cerebro'- que pugna por expulsar de nuestro interés cotidiano -por hacernos sordos- al mundo de lo definitivo, de las realidad últimas, de lo verdaderamente importante, de nuestra identidad cristiana... Basta prender la televisión, leer una novela, hojear un diario, escuchar la radio, para que ese lavado comience a funcionar en nosotros imperceptible, pero porfiada, desgastantemente. Un nuevo castellano empobrecido y empobrecedor, con palabras inexistentes -o desgastadas o mofadas-, para lo grande, para lo bello, para lo cristiano, se va adueñando de nuestro cerebro, nos va haciendo poco a poco sordos para lo santo, para la palabra de Jesús. Y, por eso mismo, mudos para transmitirla. Orar, más que nunca, tiene que ser hoy en día un verdadero escuchar a Jesús, meditar, leer el evangelio y el catecismo una y otra vez, frecuentar autores cristianos, vidas de santos, pensadores católicos... asistir a retiros, a conferencias, volver a entender y pensar en el lenguaje de la Iglesia de siempre...

            Pero ya sabemos que no basta el lenguaje, no basta el conocer, podemos repetir el catecismo y hablar de filosofía cristiana e incluso predicar el evangelio, sin que ese lenguaje verdaderamente se haga carne en nosotros. Saber de Cristo no es como saber geografía, o aprender matemáticas. Su lenguaje debe configurar toda nuestra vida, nuestros modo de pensar y de vivir, nuestros estudios y negocios, nuestras alegrías y tristezas, impregnar nuestra manera de referirnos a las cosas, que es lo mismo que nuestra manera de verlas. Si aprendemos verdaderamente a oír el lenguaje de Dios, todo nos hablará de El. El, Jesús, nos dirigirá la palabra en todas las cosas. Dejaremos de ser sordos a El, de vivir en Babia. Y al mismo tiempo cesaremos de ser mudos. Alcanzaremos la mejor elocuencia, que es la de vivir en serio -no babosamente- como cristianos: pensando, hablando, amando y actuando como tales.

            De nosotros ha de ser el esfuerzo de acercarnos a Jesús y tratar de escucharlo, en lectura, en frecuentación de sus verdades, en atención a su palabra. De El será el tocar nuestros oídos y nuestra lengua y decirnos Effetá, para que su palabra se llene para nosotros de luz y de música... y nos de coraje para transmitirla -potente, sonora, llena de sentido- a nuestros hermanos.

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