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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1977. Ciclo C

23º Domingo durante el año
(4-9-77)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo: Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar" ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo»

Sermón

Dice el diario de hoy que existe un gran malestar en Alemania porque, parece, que, según infidencias, un plan secreto del Pentágono prevé, en caso de conflicto con las potencias del Este, el abandono inmediato, por razones estratégicas, en manos del enemigo de un tercio del territorio de Alemania Federal, para establecer más al oeste una línea de defensa más viable. Los más irritados de los tudescos son, por supuesto, aquellos a quienes toca estar en el tercio sacrificado. Porque, claro, todos comprendemos eso de las razones estratégicas, pero lo de estar ya señalados para el matadero porque a no sé cuántos miles de kilómetros un grupo de generales, en un salón con aire acondicionado, hayan hecho una raya con un lápiz -¡ñácate!- en un mapa de colores, evidentemente eso no puede gustarle a nadie.
Pero, en fin ¿quién no se da cuenta de que, si en última instancia, existen verdaderas razones de conveniencia para ceder esa porción de territorio, ninguna consideración de índole personal podrá primar sobre el bien del todo?
Y, mientras sea por el bien del todo, pase, pero atemoriza pensar cómo cada vez más, en este mundo superorganizado y tecnificado, es posible cambiar el destino de millones de personas apretando una sola perilla, dando una simple orden, firmando un solo decreto, trazando una simple línea sobre un mapa.
El poder de las antiguas monarquías para decidir sobre el destino de las personas es ridículo comparado con el que tienen hoy los que manejan oculta o visiblemente ‘la sala de los botones’, como dicen los italianos, decidiendo sobre la vida y sobre la muerte y sobre el bolsillo de millones de seres humanos.

El margen de libertad del individuo en nuestro mundo se hace cada vez más exiguo. Año tras año dependemos de más cosas que no podemos manejar: el estado omnipresente que gobierna nuestras vidas y haciendas y es capaz de fundirnos con un simple cambio de ministro de economía; la prensa internacional –más el cine el teatro la literatura, la educación, la ‘cultura’- que sutilmente maneja nuestra manera de pensar; los bienes de consumo y la propaganda –ayudada de la psicología y la sociología- que dirigen embozados nuestros apetitos.

La fuerza de las armas son impotentes para detener este proceso de esclavitud de las gentes si no se destruyen o se sacan de las manos del error estos instrumentos de poder y perversión.
Porque ya afirmaba Santo Tomás que la coacción externa, la fuerza, la prisión podrán impedir ciertas acciones exteriores del hombre, pero no lo cambian por dentro. Por el contrario, si yo le trastoco a alguien las ideas o le manejo a través de sus pasiones y sentidos –como pueden hacer la finanza, la prensa y la propaganda- entonces sí habré destruido radicalmente su libertad, aunque lo deje suelto por las calles.
Por eso las armas sirven, si, pero solo en cuanto son capaces de conquistar, apoyar o defender para la verdad y el bien, a estos sutiles y tremendos instrumentos de poder que tiene el mundo actual. Instrumentos que el laico cristiano tiene la misión de construir o capturar y que han sido hasta ahora, torpemente, dejados en manos del enemigo.
La empresa es sin duda difícil y de resultado incierto. El ‘mundo’ –entre comillas, aquel del cual habla el evangelio de Juan, ha avanzado demasiado. La Iglesia ha perdido terreno e incluso ha sido infiltrada.
La reconquista, en el caso de ser posible, será ardua y penosa y, ante el poder formidable del mundo, el cristianismo parece contar con pobre ejército. Porque ¿Dónde los hombres y mujeres capaces de reconquistar para Cristo el ámbito de la cultura? ¿Dónde rafaeles, miguelángeles, dantes y cervantes que canten, pinten, actúen, reciten, esculpan, escriban, dancen para Cristo? ¿Dónde los cristianos capaces de llevar adelante un diario católico, una radio, una televisión? Si dan ganas de llorar: lo único que tenemos es ‘Esquiú’. ¿Dónde los financistas, los sabios, los directores de cine, los profesores, los sindicalistas, los jueces, realmente católicos?

Los hay sin duda, pero ¿cuántos? y ¿cuántos llevando realmente a sus actividades sus convicciones cristianas? ¿Tendrá que venir acaso el Opus Dei a enseñarnos a conquistar nuevamente el mundo como lo fue, durante siglos, para Cristo?
Estoy seguro de quién será la victoria final, ella depende de Dios: no sé en cambio de quien será la victoria aquí en la tierra, que depende de nosotros. Porque ya lo dijo Cristo en tono de reproche: “parece ser que los hijos de las tinieblas son más hábiles que los hijos de la luz”.
No. No sé si podremos cambiar de tal manera los cristianos que recuperemos lo perdido e impidamos que la civilización se sumerja en las tinieblas de la más pavorosa esclavitud del cuerpo y sobre todo del alma. Como parecen presagiar infaustamente los movimientos filosóficos contemporáneos y la política mundial.
En su época un solo San Bernardo bastó para sacudir de su sopor a Europa y detener el peligro musulmán e incluso reconquistar Jerusalén. Dios lo quiera. De todas maneras lo que siempre podremos, aún encerrados en un campo de concentración, será salvar nuestra libertad interior, la única que en última instancia verdaderamente importa, y ayudar a salvar la de los que están cerca de nosotros.

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Pero así como el Pentágono estaría dispuesto a sacrificar un tercio de Alemania por el bien de Europa, también nosotros hemos de saber que, si no estamos preparados para sacrificar ciertas cosas, no podremos, en medio de esta niebla maligna, conservar la verdadera libertad.
Y para ello no basta ir a Misa, hay que tener claros los principios.
Luz y solidez a nivel de las ideas, ya que la peor manera de destruir nuestra libertad es convenciéndonos del error, sumiéndonos en la ignorancia, la falsedad y la mentira. Sin lucidez, sin inteligencia, sin verdad, no hay libertad. Hemos por eso de saber renunciar a multitud de esquemas fáciles que nos ha metido desde chico el ambiente no-cristiano en que vivimos, echar por la borda slogans y recetas pseudointelectuales sin consistencia y saber sacrificar nuestro tiempo y nuestras ganas de leer cosas fáciles, revistas, noveluchas o peor telepavadas, para estudiar en serio, formarnos doctrinalmente, tener claros principios de teología, sana filosofía, política, historia.
Es claro que eso exige esfuerzo, renuncia a lo fácil, a lo adocenado, a lo que nos viene por ósmosis del ambiente.
También a nivel de tus pasiones y de tus gustos. Si no te haces dueño de tus ganas y deseos, de tus envidias y de tus repulsiones bastará que venga el hábil psicólogo o el demagogo o el locutor o la propaganda para, agitando frente a tus narices la zanahoria objeto de tus pasiones, te maneje como al burro el baturro. El debilucho incapaz de dominar sus gustos y sus disgustos, el que no es apto para sacrificarlos por un bien de orden superior, el que siempre hace lo que le da la gana, en torpe remedo de libertad, la ha perdido de manera mucho más profunda y funesta que cualquier engayolado. No por nada los mismos que quieren implantar la tiranía y el marxismo saben, según les enseñó Gramsci, que tienen que atraparles la cabeza y las costumbres.
Y, lo mismo, el que no crece en valentía y fortaleza y es cobardemente débil como para enfrentarse con el mundo, con el qué dirán, con la moda, con la torpe mofa de las mayorías idiotizadas. Eso también exige renuncia, sacrifico; renunciar a la comodidad de dejarse llevar por la corriente, de vivir en falsa paz con los demás, de balar y mugir feliz con el resto del ganado. “No vine a traer la paz sino la espada.
Pero también mi renuncia y desapego a las riquezas, al nivel económico, a lo que tengo. No que no pueda vivir desahogadamente y aprovechar como corresponde mi dinero. Pero usarlo, no servirlo ¡Ojalá hubiera más cristianos pudientes que pusieran sus riquezas al servicio de Cristo! Sabiendo que también por medio de mis bienes puédeseme hacer renunciar a la libertad, obligarme al silencio, comprar mi honor, hacerme cómplice de la injusticia, aherrojarme en negocios turbios.
De allí que el desapego y la renuncia radical, la capacidad de sacrifico, sean siempre condición necesaria de auténtica libertad y, por eso, los exige Cristo porque solo los verdaderamente libres podrán seguirlo hasta el fin. Los que de tal manera sean libres que hasta de su propia vida están desprendidos por su amor y fidelidad.
Así entonces ni el error, ni la carne, ni el Estado, ni ningún general ni comandante guerrillero, mi el martirio, ni por más botones que aprieten y rayas que tracen, te quitarán la libertad, te transformarán en rebaño balante, te apartarán de Cristo.

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