INICIO

Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1982. Ciclo B

23º Domingo durante el año
(5-IX-82)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     7, 31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete.» Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Sermón

Si Vds. toman el evangelio de Marcos y leen un poco alrededor del pasaje que acabamos de escuchar, verán que este milagro del sordomudo -pegado casi, un poco más adelante, al de la curación de un ciego- es como la culminación de un ‘crescendo' de palabras y milagros de Jesús, por medio de los cuales pretende responder a la pregunta “¿Quién es éste?” que, atemorizados, se hicieron los discípulos a los comienzos, cuando Jesús calma la tempestad “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen? (4, 41)”

Pero, a pesar de todos estas acciones y prédicas de Jesús –más de siete capítulos de Marcos- los discípulos no comprenden todavía quién es él.

Los signos se atropellan a su vista. Las palabras se acumulan en sus oídos.

¿Entenderán? ¿Se darán cuenta de quién es el maestro?

¡No! Y Marcos va jalonando toda su redacción de notas que agudizan la impaciencia del lector: ¿Se deciden o no a creer? ¡Vamos! ¡Qué difícil y trabajoso el nacimiento a la fe! Y Marcos lo hace notar. “ Quedaron completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada (6, 51-52)”. Y, más adelante: “¿Con que Vds. también están sin inteligencia? (7, 18)” Y, luego, “¿ Por qué hablan de que no tienen panes? ¿aun no comprenden ni entienden? (8, 17)” Y, luego, “¿ tienen la mente embotada? ¿aún no entienden?” Y, finalmente “tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen (8, 18)”.

Recién en el capítulo octavo, poco después de curar a un ciego, empiezan paulatinamente a entender, cuando Jesús, solemnemente, pregunta a sus discípulos “Vd.¿quién dicen que soy?” y Pedro puede responder por fin: “Tu eres el mesías (8, 29)”

¿Qué ha sucedido?

Aquí es donde las dos curaciones del sordo y del ciego desempeñan su papel simbólico, capital, en la trama de Marcos. La cuestión planteada por Jesús ”¿Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen? ” no deja duda sobre la intención del evangelista. Los discípulos, a pesar de su simpatía por Jesús, al principio son como ciegos y sordomudos, incapaces de ver los signos y de oír la palabra del Señor y responder a ella mediante la fe.

Si Pedro lo logra, finalmente, en nombre de todos, es porque han sido curados por Jesús, por la gracia, de su ceguera y de su sordera. También, entonces, sus lenguas podrán ‘hablar' en verdad. Comenzarán, de ser discípulos, a ser apóstoles.

Ese es el sentido del milagro de hoy.

¡Tantos cristianos han vivido esta experiencia! No siempre la conversión va de la infidelidad, el paganismo, el pecado o la no creencia, a la fe. También entre los cristianos puede haber un momento en que las palabras del Señor comiencen a ser oídas de un modo distinto, con una incidencia y mordiente que hasta ese instante no había sido percibido.

El caso de Francisco Bernardone , buen muchacho de Asís, criado cristianamente por su padres, pero que, de pronto, oye la voz del evangelio con una tonalidad vibrante que no había nunca percibido. Igual que los discípulos, había estado con Jesús tanto tiempo, pero recién en ese momento ‘lo ve y lo escucha', reconociéndolo y entendiendo. Y es allí cuando, de su mudez estéril, se vuelve elocuente -a pesar de la sencillez de sus palabras- y se pone a predicar y hablar de Jesús. Se le suelta la lengua y es capaz de convertir a tantos.

De ser –Francisco- un pasable cristiano, deja todo y Cristo lo hace suyo y lo transforma en el Santo que todos conocemos. Es parecido al caso de Benito de Nursia. Tantos otros casos. ¡Dios haga sea el nuestro!


José Benlliure y Gil (1855 - 1937)
Ilustración de la Conversión –restauración de San Damián- en la obra sobre el Poverello de Asís del P.Torró

Ya lo sabemos: el sordomudo no puede hablar no porque tenga alguna dificultad en las cuerdas vocales, sino porque, no teniendo oído, no sabe lo que es la voz. Su mudez depende de su sordera.

En cualquier materia nuestra incapacidad de enseñar, de explicar, generalmente proviene de nuestro propio no entender. Nuestra esterilidad en el llevar el evangelio a los demás, de nuestra falta de convicción, de nuestra sordera a la voz de Jesús.

Porque no basta hablar para no ser mudo, ni escuchar para no ser sordo. El mundo está harto de palabras vacías más silentes que el silencio de los mudos.

Los argentinos estamos hartos de discursos vacuos y de pastorales grandilocuentes. Hoy, en el diario, como gran elogio al ministro Wehbe por su participación en la reunión del FMI en Toronto, un funcionario señaló: “Dijo un magnífico discurso”. ¡Ja! ¿Será posible que todavía hoy eso sea un elogio para un ministro de economía?

También oímos sobre magníficos discursos y éxitos de nuestra cancillería en la OEA y en la ONU. Y hemos soportado declaraciones y hasta bravatas durante la guerra en el sur. Y de todo eso, lo único salvable, lo único elocuente, fue y es todavía el silencio de los que murieron por la patria, de los que regalaron su vida al blanco y al azul y ¡ojalá que a Dios!

Pidamos, pues, al Señor, que nos haga oír. Que, en medio del fárrago de voces y de palabras y de discursos, nos haga atender y escuchar su voz, la única capaz de curar y transformar. Que haga, de una buena vez, resonar su palabra en nuestro corazón. Esa palabra que tantas veces hemos oído, pero no hemos escuchado. Que, a lo mejor, sabemos repetir de memoria, pero no hemos entendido. Que ha transitado por nuestros tímpanos. pero no ha estallado en nuestra alma. Que ha convencido nuestra inteligencia, pero no se ha encarnado en nuestro corazón.

Que ella venga a habitar potente en nuestras vidas, para que, entonces sí, restalle en nuestros actos, convenza en nuestros labios y arda en nuestras miradas.

Llámanos, Señor, apártanos de las multitudes, apriétanos con tus manos y dinos, grítanos, susúrranos:¡Éfeta¡

Menú