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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1983. Ciclo C

23º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo: Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar" ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo»

Sermón

Traducir el evangelio desde su idioma original, el griego, tratando de adivinar, a la vez, -cuando se trata de palabras de Cristo- cuáles son los términos arameos o hebreos que él utilizaba y, al miso tiempo, qué resonancias significativas tenía cada uno de estos términos en los auditorios diversos a los cuales fueron dirigidos, es un trabajo sumamente difícil.

No podemos, simplemente, tomar un diccionario griego-español –o hebreo o arameo- verter término por término a nuestro lenguaje. Aún hoy sabemos que palabras que, dichas en España significan una cosa, aquí, en la Argentina, por ejemplo, son impronunciables en sociedad.

Traducir significa meterse en el ambiente de la lengua original –del cual a veces nos separan no solo años, sino cultura y mentalidad- para reproducir, mediante los resortes del lenguaje bien conocido al cual se traduce, los mismos significados y asociaciones. Esto nunca puede hacerse con total fidelidad pero hay veces en que, cuando el ambiente del original es totalmente diverso al de la traducción, hacen falta además notas y explicaciones. Nadie puede leer una comedia de Aristófanes sabiendo solamente griego o leyendo una traducción, si no conoce las circunstancias, los personajes de Atenas y el ambiente social y político en que se escribieron. ¡Cuántas alusiones, matices, ironías, resonancias del año en que se escribe la respectiva comedia se nos pierden en cualquier traducción!


Comedia griega

Basta ver cualquier película doblada o con subtítulos o el show de Benny Hill para darse cuenta de toda la gracia que se pierde en el camino fuera del idioma original.

Nosotros hemos escuchado “ quien venga a mi sin estar desprendido de su padre, de su madre, de su mujer …” Se trata de una traducción, sin duda y, a decir verdad, una traducción sumamente aproximada, porque el original griego dice literalmente “ si alguien viene hacia mi y no odia –‘ où misèi '- a su padre, a su madre …”. El verbo es ‘ miseo ' significa, sin atenuantes, ‘odiar', ‘aborrecer' -de allí ‘ mis -ántropo o misó -gino; respectivamente, ‘el que odia a los hombres', ‘el que odia a las mujeres'. No encontrarán Vds. en un diccionario griego otro significado.

¿Por qué entonces nuestra versión argentina traduce ‘ miseo' con la expresión ‘estar desprendido'? ¿Solamente para no herir nuestra sensibilidad y atenuar esta aparente exigencia brutal del evangelio?

No. Hay otras razones. Una de ellas es, precisamente, el trasfondo semita –hebreo o arameo- de la expresión. En el Antiguo Testamento aparece muchas veces que para referirse a una ‘preferencia' entre dos personas no se diga “prefiero a Juan en lugar de a Alberto”, sino “quiero a Juan y ‘odio' a Alberto”. O, cuando el que se casa elige a una mujer se dice que ama a ésta y ‘odia' a los demás. Es simplemente un mecanismo del pensar semita, a quien place trabajar con paralelismos y contraposiciones que se expresan hiperbólica, exageradamente, pero que significan muchísimo menos. Baste pensar análogamente, entre nuestros jóvenes, los epítetos literalmente terribles con que se designan los unos a los otros y no son sino, a veces, expresiones de cariño.

Sin embargo, aquí, lo que es más decisivo es la versión que, de la frase, hace el otro evangelista que la usa, Mateo. Éste escribe, en el pasaje paralelo al de Lucas que hemos leído hoy: “ El que ama a su padre o a su madre -‘ho filón patéra he metéra upér hemé'-, más que a mi ”. Ven, ya Mateo está interpretando, lo que haya dicho Jesús, de distinto modo que Lucas.

Y ¿por qué? Porque los dos están escribiendo para oyentes algo diversos. Mateo más bien se dirige a cristianos de origen y raza judíos. Lucas a cristianos probablemente procedentes del judaísmo helenista o paganos conversos.

Ambos grupos en realidad hablan griego, pero ambos han leído la Escritura y las palabras de Jesús no les aparecen totalmente nuevas, porque recuerdan de inmediato a todos los oyentes un pasaje del Deuteronomio en el cual Moisés hace el elogio de la tribu de Leví, recordando justamente que, cuando el episodio del becerro de oro, los únicos que apoyaron a Moisés fueron ellos (Ex 32, 26-29).” Pasad por el campamento de puerta en puerta y matad cada uno a su hermano, a su hermana, a su amigo, a su pariente ” les ordena y, ellos sin tener en cuenta sus sentimientos familiares, por obediencia a Moisés y temor de Dios, ejecutan la tremenda sentencia. Más adelante dice Moisés (Deut. 33, 9): “ Bendito sea Leví, no vio a su padre ni a su madre, no reconoció a sus hermanos, ignoró a sus hijos, para hacer la voluntad de Dios .”


Becerro de oro. Lucas van Leyden (1494 - 1533)

¿Ven? Este episodio brutal había quedado como paradigma, ejemplo de cómo había que vencer los propios afectos si se trataba de la justicia de Dios y la observancia de sus mandatos.

Por eso Jesús recuerda este pasaje. Está como diciendo “no soy simplemente un predicador, un jefe más, un fundador de una secta, un caudillo político, un maestro de moral, un presidente de un nuevo club, alguien a quien me puedo arrimar cuando se me da la gana, alguien a quien tengo que obedecer si me es cómodo, si no va en contra de mis intereses, si me resulta; estoy hablando en nombre del mismo Dios, mis exigencias son absolutas, Yahvé está presente en mi”.

Pero ¿quién se acuerda hoy de este pasaje del Deuteronomio? Nadie. Entonces no entiende lo que entendían los que escuchaban a Jesús. Hace bien nuestro leccionario traducir esfuminando el sentido literal del verbo ‘ miseo '.

La versión paralela de Mateo a la cual nos referimos dice: “ el que ama a su padre, a su madre, más que a mí ”. ‘ El que ama' traduce ‘ ho filón' del verbo ‘ fileo' que es el verbo que los sinópticos utilizan, también, para designar al verdadero amor cristiano, el ‘ agapao' juánico, ‘tener caridad'.

Pero es verdad que ‘ fileo', en griego estricto podría entenderse como amor puramente sentimental, afectivo, impulso por el cual sentimos atracción sensible, cariñosa, por alguien. Así nosotros mismos, en nuestro modo de hablar, utilizamos la palabra amor. Y esto es lo que puede crear alguna perplejidad al escuchar la frase ya que es evidente que nadie, habitualmente, puede dejar de ‘sentir' más cariño por su hijo o su mujer o sus padres que por un Dios que no se ve, no se toca, no se siente.

A nivel de epidermis Dios pierde siempre. ¡Ay de los que edifican su relación con Dios sobre sus sentimientos, sobre sus sensaciones! ‘Voy a Misa porque lo siento'; ‘rezo cuando lo siento'.

De allí es facilísimo pasar a ‘aunque digan que es pecado lo hago porque lo siento', ‘porque lo siento no está mal', ‘hay que hacer lo que se siente'.

El ‘ más que a mi ', tampoco está traducido al pie de la letra, en el sentido exacto del ‘ huper heme ' –‘por arriba de mi'-. “Tengo que ‘sentir' más afecto por Jesús que por mi madre”. Eso sería pedir un imposible.

Lo que está diciendo Cristo es: “ el que pone por arriba, el que da más importancia, al afecto natural que tiene por los suyos, que al seguirme, que al hacer lo que Dios quiere, no es digno de ser mi discípulo ”. 1

No porque Dios no quiera que tengamos afecto por los nuestros, sino porque quiere que el afecto esté subordinado a las exigencias de la inteligencia y del evangelio. Es solo así como el afecto –la ‘ filia '- se transforma en verdadero amor cristiano –en ‘ agape' , ‘ caridad' -.

¿No estamos acaso hartos en nuestro país de que constantemente se pospongan los principios y la justicia a falsas solidaridades de clase, al ‘afecto'? ¿No es un problema típicamente argentino el que, entre parientes o amigos o sindicalistas o militares o clérigos, nos apañemos, acomodemos, protejamos y tapemos mutuamente, a costa, tantas veces, de la verdadera equidad y del verdadero amor a Dios, a la Patria y a los demás? Falsa solidaridad, falso amor, afecto que no es, tantísimas veces, sino debilidad o, peor, complicidad.

Aún en la sociedad Cristo quiere que cambiemos todo eso por el verdadero amor que solo se da en la justicia y la verdad.

Y el ‘odiar' que aparece hoy en Lucas tiene más o menos el mismo sentido, pero ubicado en un contexto distinto. Lucas habla en un medio en que había muchos griegos que se habían convertido al judaísmo Y entre ellos era común que esa conversión provocara un ruptura social. Los griegos despreciaban y hasta echaban de su medio y de su familia a los conversos. Por eso, entre estos judíos a los cuales habla Lucas la idea de conversión iba unida a la de renuncia a los bienes y a la familia. Amén de que, siempre, en el trasfondo de toda conversión, estaba supuesta la figura de Abraham abandonando su tierra y su parentela para, obedeciendo a Dios, dirigirse hacia tierras ignotas. Digamos, pues, que la frase no la inventaron Lucas ni Jesús, sino que era la expresión que se utilizaba –como consta, además, por la literatura rabínica- para hablar de la conversión.

Siempre nos encontramos con lo mismo. Seguir a Jesús es seguir al mismo Dios que se expresa por la boca de su Enviado. 'Amarlo', pues, sobre todas las cosas, en escucha e imitación, más allá de nuestros sentimientos, nuestras ganas y nuestros deseos, más allá de nosotros mismos es una forma de expresar nuestra fe en su condición divina.

Es desde ese ‘amor' y ‘obediencia' que amaremos a los nuestros, con un amor guiado por la fe, la inteligencia, la justicia y el respeto –a veces en contra de nuestro mismo sentir-.

Este amor a Dios ya los demás, este ‘seguir a Jesús' más tiene que ver con la convicción, la inteligencia iluminada por la fe y con las obras que con el afecto.

Por eso Lucas incluye, después de estas frases, esas parábolas sobre los ‘cálculos' que hay que hacer antes de emprender una construcción o una guerra. Para seguir a Cristo –dice- hay que pensarlo muy bien y decidirse con ilustrada y convencida libertad.

Y, una vez en camino, no pueden importar las ganas, los deseos, las preferencias, los miedos y desánimos. Importan la fuerza de nuestra decisión, la lucidez de nuestra mente, la palabra empeñada, la verdad, la justicia, el compromiso y el honor.

1 En realidad la tradición cristiana siempre tuvo en cuenta estas distinciones. En el evangelio de Tomás, no canónico, del siglo I, se dice “ El que no odie a su padre y a su madre como yo, no podrá llegar a ser mi discípulo; y el que [no] ame a su [padre y] a su madre como yo, no podrá llegar a ser mi discípulo. Pues mi madre […], mas [mi madre] verdadera me dio la vida ” n. 101

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