Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo: Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar" ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo»
Sermón
"Ser discípulo" traduce una expresión griega que significa "meter el alma" o "introducir la mente en alguien". Ser discípulo, pues, para el lenguaje bíblico, significa mucho más que ser alumno o ser aprendiz o estudiante. Yo puedo ser estudiante de geografía o de abogacía o de Biblia o de doctrina cristiana, pero aún así ¡todavía me falta mucho para ser 'discípulo'!
Y lo mismo: puedo hablar muy bien de geografía, de medicina, de teología y quizás, así sea un buen docente, pero ¡todavía me faltará mucho para ser 'maestro'!
En el discípulo no hay solamente un asimilar datos, un entender doctrina o teorías. En el discípulo hay un 'meterse adentro', hacerse uno con el maestro. No basta oír, no basta ni siquiera admirar al que enseña. Como decía Kierkegaard: "un verdadero discípulo se hace o al menos se esfuerza por hacerse lo que el admira; un puro admirador, en cambio, se mantiene personalmente fuera, no descubre o no quiere descubrir que lo admirado contiene en sí una exigencia: la exigencia de ser lo que se admira o de esforzarse por llegar a serlo".
Precisamente por esto es curiosos ver cómo en el Antiguo Testamento pareciera se evita cuidadosamente la palabra 'discípulo' para designar el seguidor de alguien. Se le dice más bien servidor: Josué no es discípulo de Moisés, es su servidor; Eliseo de Elías; Baruc de Jeremías. El judío tiene mucha conciencia de que el único capaz de ser verdadero 'maestro' y del cual vale la pena ser discípulo es Dios. Un hebreo solo puede ser discípulo de Yahvé, discípulo de la Ley, de la Torá, de la Sabiduría -como dice nuestra primera lectura de hoy- pero no, al menos en su sentido mas profundo, de ningún hombre. El ser humano, 'hecho a imagen y semejanza de Dios' solo puede y debe 'meter el alma' o 'introducir la mente' en el corazón de Dios.
Vean que, incluso en el ámbito profano, Sócrates se negaba a recibir el titulo de maestro y afirmaba que él no tenia discípulos y que, si alguien se llamaba 'su discípulo', mentía, ya que el solo había querido enseñar a sus oyentes a ser 'discípulos' de la verdad.
¿Acaso no decía el mismo Jesucristo: "en cuanto a ustedes no se hagan llamar maestros, porque no tienen mas que un Maestro y todos ustedes son hermanos; no se dejen llamar tampoco doctores -en el sentido de docentes- porque solo tienen un Doctor, que es el Mesías"?
Pero ciertamente él reivindica para si este titulo: "ustedes me llaman maestro, y dicen bien porque lo soy".
¡Que pretensión escandalosa a los oídos de los judíos!, ¡reivindicar un titulo que solo pertenencia por antonomasia a Yahvé, a la sabiduría divina, a la verdad!
Y verdaderamente esta pretensión seria enorme si Jesús no fuera sino un profeta más: un Moisés, un Elías, o un Jeremías.o un Marx, o un Hegel, o un Perón, o un Alfonsín. A todos ellos, por mas admiración que cualquiera quiera tenerles, se les aplica el dicho "Amicus Plato, sed magis amica veritas", "Platón es mi amigo, pero más mi amiga la verdad".
Pero se da el caso que Jesús "es" la Verdad. Y si hubiera sido solo un gran hombre "por quien tengo una profundísima admiración" -como dice hoy magnánimamente el inefable Aguinis en "La Prensa", enumerándolo junto a Einstein, Freud, Kafka, Spinoza, Sabin, y Colón-, [porque éstos siguen insistiendo, contra toda evidencia que Colón era judío ¡los muy caraduras! Y, de tanto repetirlo, algunos ya se lo están creyendo, como otras tantas cosas].
Si Jesús hubiera sido -digo- uno más entre éstos, ciertamente nadie podría ni debería ser verdaderamente 'su discípulo'. Porque, en su sentido profundo, como decíamos, solo podemos " meternos dentro " de la Verdad. Los maestros humanos solo sirven, no en cuanto adherimos a 'sus' verdades, sino en cuanto nos ayudan a encontrarnos con la Verdad -que es la Realidad, lo que las cosas son.
Pero las cosas 'son' desde el pensamiento con que Dios las piensa y las crea y las sustenta en su orden e inteligibilidad. La realidad no tiene un solo gramo de verdad más que el que Dios pone en ella al planearla y estructurarla en sus ser.
Y es precisamente el Pensamiento, la Sabiduría con que el Padre se piensa a Si mismo -y al pensarse piensa toda la creación y toda la historia y todos los seres y el fondo del ser de cada uno-... es ese Pensamiento, esa Sabiduría, esa Palabra creadora, ese Verbo, el que se ha hecho hombre, sabiduría encarnada, en Jesús de Nazareth.
Es el único que puede decir "Yo soy la Verdad".
Por eso Él es la inteligibilidad misma del universo, la explicación de la existencia, el sentido último de la vida, el paradigma mismo de lo que ha de ser nuestro existir.
Meternos en Él, introducir nuestra mente en la suya, es iluminar nuestros ojos con la misma luz de la Sabiduría que piensa y crea al universo, forja las leyes de la materia y de la biología, y compone su obra maestra, que es el ser humano destinado a convertirse, mediante Cristo, en plena "imagen y semejanza de Dios".
Pero meternos en la mente de Cristo no es solo un ejercicio intelectual, un ser oyentes, alumnos, admiradores. Ser cristianos no significa solo entender una doctrina, reconocer una enseñanza, estudiar una moral. 'Meter el alma', ser 'discípulo', significa unirse a Jesús con la mente y con el corazón. En esa identificación plena que solo puede darse en el coraje de la entrega, cuando, de lo teórico se pasa a la existencia, a la vida. Cuando del noviazgo paso al matrimonio, al compromiso pleno, al regalo de mi mismo, a aquel o aquella a quien amo, para siempre e incondicionado.
Y vean ustedes que las exigencias de Cristo parecen ser, a primera vista, excesivas, inhumanas. ¡Amarlo más que al padre y a la madre, a los hijos, a la propia vida! Pero ésta ¿no es acaso la condición de éxito de cualquier verdadera empresa humana? ¿Quién se arriesgaría a cualquier misión, a cualquier empresa, a cualquier sociedad comercial, política o militar con socios o compañeros o camaradas que estuvieran dispuestos a dar lo menos posible, a arriesgar solo lo que les sobra, arredrándose frente a cualquier peligro, a cualquier sacrificio, a cualquier renuncia? Con alguien así mejor no aliarse, mejor no casarse, mejor no emprender ningún combate, nada.
Y ¿acaso cuando se quiere fundar una verdadera nación, no es necesario que, de alguna manera, todos -o la mayor parte- estén dispuestos a dar incluso la vida por ella? ¡Cuánto más los bienes! Y aún los hijos, como los han dado, en todos los tiempos, en aquellas patrias que fueron realmente patrias tantas madres y padre de soldados.
¿No pedimos nosotros -cada vez más retóricamente, por desgracia- cuando declaramos a nuestros ciudadanos mayores de edad, que juren a la bandera y se manifiesten dispuestos a defenderla `hasta morir`? Y, a pesar del silencio traidor y de la propaganda pérfida, ¿no ha retemplado nuestro ánimo argentino, tanto en la guerra antisubversiva como en la de las Malvinas, el saber que todavía hay argentinos capaces de dar su vida por el país, haciendo carne y sangre -sacramentos de patria- lo que todo argentino bien nacido ha de ser capaz de dar? Así como nos ha abatido e interrogado a cada uno la actitud de los felones que prefirieron vivir y mercar.
¿Vivir cómo? Porque ya lo sabemos: no vale la pena vivir por lo que no se está dispuesto a morir.
¡Cuánto más esta actitud a tener con Cristo! Esta 'disposición del ánimo' que está preparada a entregar bienes y vida por Él, si fuera necesario. La ocasión quizá nunca llegue (o, mejor, al final de la vida siempre llega) pero, en su corazón, todo verdadero cristiano ha de saber que solo si esta dispuesto a la entrega total cuando la ocasión lo demande, será verdaderamente discípulo. Solo así participará de la Sabiduría y de la Vida de Dios.
Porque muchos alumnos, admiradores, oyentes acompañaban a Jesús. "Junto con Jesús -dice nuestro Evangelio de hoy- iba un gran gentío". Pero con esos Jesús no cuenta. Con el gentío, con la multitud, no se hace ni familia, ni patria, ni cristiandad. Por eso Jesús se da vuelta y nos mira y nos interroga: "Tú ¿quieres ser verdaderamente mi discípulo?"
No te apresures, no contestes ahora. No es cuestión de entusiasmo. Siéntate a pensarlo -dice nuestro Evangelio- medítalo bien, solo, y, si estas dispuesto, sígueme. Y, si no, vete ya, porque admirador, oyente condicional, medroso, no necesito. Ni me necesitás: te estorbo y me estorbás.