Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete.» Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»
Sermón
Estamos hoy, todos, más o menos enterados de lo que es una computadora o un ordenador de cuarta generación, con sus circuitos integrados, sus memorias, sus chips, sus teclados y sus monitores. Para los más jóvenes, poco a poco, se van transformando en objetos comunes, tanto de juego como de estudio y de trabajo diario. A los mayores nos cuesta un poco más incorporarlo a nuestros hábitos obsolescentes.
Pero aún observados desde fuera, estos mecanismos, capaces de respuestas fulminantes a complicadísimos problemas y de automatismos robóticos cada vez más sofisticados, plantean -en una no lejanamente real fantasía científica- no solo complicados problemas sociológicos, sino cuestiones respecto a qué significa pensar, entender, saber; qué es el intelecto, qué es la inteligencia; qué la conciencia y si estas máquinas pueden llegar a tenerla y en qué sentido. Campo de acción apasionante para el filósofo y el teólogo.
No nos meteremos en ello. Más modestamente quisiera señalar una de las analogías que, para explicar al hombre, nos puede ofrecer la computadora. Analogía que, por otra parte, responde a las observaciones de la psicología infantil y su desarrollo evolutivo; y, también, de la psicología animal y la etología.
Se sabe que un ordenador, una computadora, sale de fábrica solo con sus piezas, sus circuitos, sus elementos materiales, una maravilla de la ingeniería electrónica. Pero, así como está, es incapaz de resolver ni siquiera una jugada de tatetí. Tiene solamente el soporte físico, el llamado ‘hardware' del diseño de origen.
Esto no basta para que comience a tener utilidad. Para que funcione necesita ahora un soporte lógico, el ‘software'. A saber, un conjunto de instrucciones, que pasan por la introducción de un lenguaje y, mediante éste, el flujo evanescente de impulsos eléctricos y datos binarios en su memoria.
Es decir, la computadora, en perfecto estado físico, si no se la programa desde afuera, si no se le introduce el ‘soft', no presta ningún provecho. Será según la calidad y densidad de su programación que una computadora prestará mayores o menores servicios, responderá o no a determinadas preguntas, resolverá problemas, oirá o no oirá, hablará o no hablará.
El ordenador con el más complejo de los hardwares y capacidad de memoria, si se lo programa mal o pobremente, será totalmente incapaz de enfrentar los objetivos para los cuales fue fabricado y diseñado. Y eso puede suceder: en realidad es posible utilizar un ordenador confeccionado con capacidad de dirigir el envío de un navío especial a Marte y programarlo para que se equivoque y envíe el artefacto a los espacios exteriores. O puedo también programarlo solo para que juegue al tatetí. ¿Quién no dirá del lamentable desperdicio, burla, frustración, insulto que eso significaría para el aparato o su diseñador?
Muchos creen que la inteligencia humana piensa espontáneamente, que basta llegar al llamado uso de razón, es decir de maduración orgánica del instrumento del pensar que sería el cerebro, para que el hombre, racionalísticamente, produjera pensamiento harmonioso y estuviera en contacto transparente con la realidad.
La cosa no es así. Los animales inferiores, según su nivel en la escala de los seres, nacen ya casi totalmente programados, con su biogramática de instintos automáticos. El hombre, en cambio, a nivel de su comportamiento –no del funcionamiento de su fisiología- tiene muy poca programación instintiva.
La masa encefálica del humano es la porción de materia más compleja del universo, un hardware formado de neuronas, dendritas y sinapsis, que hacen de él una maravilla única, la obra más grandiosa de la creación. Pero para que funcione no se basta, precisa el software. Tiene necesidad de ser programado desde fuera; y es de la calidad, nivel y riqueza de esa programación que dependerá fundamentalmente la calidad humana de vida y pensamiento de ese cerebro, de ese hombre.
Desde la lenta programación sensitiva, motriz, cinética, de los primeros meses, el cachorro humano va accediendo a la posibilidad del pensamiento y del comportamiento ético en la programación de sus sentimientos y manera de pensar y actuar que recibe de las palabras y ejemplos de sus padres. La psicología ha estudiado bien lo determinante de estas programaciones tempranas para la evolución posterior del psiquismo humano.
Será luego el lenguaje y el acceso a la cultura del entorno la que irá, poco a poco, introduciendo en el hardware del cerebro humano el software necesario para ir progresando en sus elaboraciones mentales. Un cachorro humano recogido o educado por lobos o por monos jamás alcanzará el pensamiento racional. Por más que tenga un cerebro, un hardware humano, sin el software, sin la cultura humana no logrará la hominización.
La historia de Tarzán no es puro cuento; ha habido muchos casos -incluso bien estudiados- de hombres educados por animales. Uno de los últimos casos conocidos murió hace dos años en Calcuta, recogido por la madre Teresa. Fue encontrado entre lobos a los quince años. Había sido protegido y amamantado por una loba y luego se había adaptado a la manada. Cuando fue hallado caminaba en cuatro patas, aullaba y comía carne cruda. Por más que se hizo, luego, apenas se lo pudo amansar. Nunca aprendió a hablar, siguió comiendo carne cruda y solo le sonreía a la madre Teresa.
Niño lobo de la India, rescatado en 1867
El mismo Verbo de Dios debió esperar decenas de miles de años desde la aparición del ‘homo sapiens' con sus 46 cromosomas y, básicamente, con el mismo hardware que tenemos nosotros, para poder ser entendido. El lenguaje y la cultura del hombre paleolítico o neolítico no hubiera sido capaz de comprender lo que Cristo era, ni la conciencia humana de Cristo de entenderse a si mismo en ese contexto.
Dios debió programar especialmente un pueblo, lentamente, a través de caudillos, profetas y acontecimientos históricos para que, en su seno, surgieran los conceptos sobre Dios y sobre el hombre y las pautas éticas idóneas para que, recién allí, encarnado, el Verbo pudiera ser entendido. Para, después, fijado el acontecimiento y su mensaje en la cultura bíblica –mediante la redacción del Nuevo Testamento- traducido a la cultura grecorromana y llegar a nosotros.
Porque, ciertamente no basta oír el sonido de las palabras de la Biblia para oír el mensaje de Dios. Ni a un sacerdote, ni al mismísimo Papa, para escucharlo en serio, para comprenderlo. Está tan sordo aquel que carece de tímpanos como aquel que carece de la programación necesaria para entender determinado lenguaje, determinados conceptos.
A Dios se llega desde un cierto hábito reflexivo, desde una cierta concepción del mundo y de la vida, que no son innatos, que se adquieren en la programación, en el software de la educación y de la cultura del entorno y, después, de nuestras propias opciones.
Si yo he escuchado toda la vida rock y carnavalitos y mi programación musical es esa, difícilmente pueda comprender y gozar a Wagner o a Mahler o a Vivaldi. No es carencia de neuronas, de oído. Es carencia de software adecuado. Tengo que reprogramarme para poder acceder a esos niveles estéticos. Y como el cerebro tiene sus tiempos y sus etapas a veces puede ser tarde para la reprogramación.
¡Qué distinto un ser humano programado, instruido, alimentado en el seno de una familia estable, con la madre en la casa y, desde pequeño, aprendiendo a rezar, escuchando cuentos, luego leyéndolos, entusiasmándose con la Ilíada y la Odisea, y luego con el Quijote, y con historias de héroes y de santos y de sabios, y con poesía y con lindos juegos y con catecismo y con buena música y con buenos hermanos y, también, hoy en día, por supuesto, con un poco de computadoras y video juegos… qué distinto que un cachorro humano programado en una tribu del Amazonas o debajo de las latas promiscuas de una Villa Miseria o en el seno de una familia destruida, o fuera del hogar, la madre trabajando, o embobado y programándose inexorablemente en la estupidez y el error frente a la pantalla de una televisión chata y procaz, luego sumergido en la imbecilidad de la escuela laica, el secundario enciclopedista y falaz, y, si sigue estudiando, en la liberación de las buenas maneras y las costumbre y, peor, luego, en la universidad fabricante de especialistas obtusos, cuando no liberales y marxistas!
Hombres así programados, aunque hayan sido diseñados sus hardwares con capacidad para intentar vuelos a Marte y a las estrellas, con potencial de grandeza y de heroísmo, de verdadero amor y de sed de Dios, con el software miserable, erróneo o paupérrimo con el cual lo programa nuestro tiempo y, peor, nuestra democracia libertina, son como computadoras maravillosas jugando al tatetí o caminando en cuatro patas sobre basura. ¿Cómo, desde ese soft, desde esa minicultura y embustera educación, podrá oír, de hecho, a Dios? ¿Cómo hablarles nosotros de Dios a estos pobres cerebros mal programados?
Nosotros mismos, ¿cuánto de programación, de software tonto y equivocado del ambiente no habremos absorbido sin darnos cuenta, alternando con paganos, influidos por costumbres cada vez menos cristianas, leyendo diarios y libros engañosos, viendo televisión, cine, acrítica, mezclada, desordenadamente y, aun desprogramándonos con nuestros pecados… cuánta programación no cristiana o aún anticristiana y ni siquiera humana, -¡antihumana!- habrá en nosotros consciente o subconscientemente asimilada? Parte de nosotros incapacitada para oír la palabra de Jesús, el llamado de Dios.
Nuestro evangelio de hoy dice que Cristo aparta al sordo y mudo de la ‘multitud' -para ésta el original griego usa un término peyorativo: ‘ ojlos' , la turba, la masa- y, a solas con él, le pone los dedos en la orejas y en la lengua “¡ Éfeta !” “¡Ábrete!” Y se abrieron sus oídos y, también, por supuesto, comenzó a hablar.
La turba, la masa, los masmedia, el ambiente actual, inexorablemente, nos desprograman, en sordera a todo lo alto, lo bello, lo noble, lo grande, lo verdaderamente humano y lo divino.
Si no queremos perder del todo el oído, debemos frecuentar buenas compañías, buenos amigos y hacerlos frecuentar a nuestros hijos. Pero, sobre todo, tenemos que, todos los días, retirarnos, apartarnos de la turba, largamente, a solas, con Jesús, en buena lectura, en oración, en meditación, en evangelio. Para que Él nos reprograme constantemente, en la verdad y en el amor.
Para que toque nuestros oídos y nuestros labios de modo no solo de ser capaces de escuchar en serio su palabra transformante, sino salir de nuestra tartamudez, para poder transmitir el mensaje eficazmente a la pobre turba, a nuestra desprogramados y sordos hermanos.