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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1990. Ciclo A

23º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 15-20
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo. También os aseguro que si dos de vosotros os unís en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo os lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos»

Sermón

           Lo dice Santo Tomás en la Suma: "si es obligación de cualquiera subvenir a las necesidades físicas y materiales de aquellos a quienes ha de amar, ayudándolo positivamente y defendiéndolo de los peligros, ¡cuánto más en las necesidades y peligros morales!"

            Pero en todo este campo existe como una especie de falso pudor e infundado respeto que nos lleva muchísimas veces con nuestro silencio a ser cómplices de los yerros de los demás. Falso pudor que, a veces no es sino falta de convicción en las propias ideas, en la propia fe.

            Claro, nadie es dueño de la verdad o de la virtud. Es peligroso también mirar la paja en el ojo ajeno y olvidarse de la viga en el propio. Y el consejo de "no juzguéis y no seréis juzgados" de Jesús sigue valiendo en toda circunstancia. Pero, aquí no se trata de ser dueños de la verdad, sino de ser depositarios de ella. Saber que, no por nuestros méritos, sino por gracia de Dios, poseemos la verdad, verdad que es de Dios y no nuestra y que El quiere que sea para todos. Verdad cristiana que, en el campo de la moral no es una mera opinión de grupo, una manera de comportarse convencional y cambiable, un modo peculiar de actuar impuesto arbitrariamente, sino la manera saludable de comportarse que corresponde al hombre, a todo hombre, a todos los hombres y que garantiza su recto funcionar y, por eso mismo, sus posibilidades de realización y de felicidad.

            Los mandamientos son las única pautas de conducta capaces de hacer digna y feliz la vida de los hombres y las sociedades. El pecador, sea conciente o inconsciente de su pecado, se está ‑antes que nada- haciendo un terrible daño a si mismo. Daño de consecuencias incalculables para él y para los que lo han de sufrir ya en esta vida y que, además, nosotros sabemos compromete su eternidad.

            En este mundo confundido en el que estamos sumergidos, en el cual, justificando toda clase de debilidades y desviaciones, pululan las doctrinas erróneas, abundantemente servidas por los mas‑media, los malos públicos ejemplos, las cátedras envenenadas ¡cuánto más urgente se hace el deber de no callar! Aprovechar la oportunidad para deslizar la palabra de verdad, de crítica inteligente, de advertencia, de corrección fraterna.

            Por supuesto que tratando de no herir, de no infamar, de decir las cosas bien, inteligente, respetuosamente. Pero no callar. No enterrar nunca la luz de la verdad, el bálsamo de la verdad, la caridad de la verdad.

            Deber estricto no ya de amor sino de justicia que tienen todos los que de una manera u otra están constituidos en autoridad: padres, maestros, gobernantes. A ellos se aplican sobre todo las terribles palabras de Ezequiel: "Si tu no hablas al impío para que corrija su conducta, él morirá, pero a ti te pediré cuenta de su sangre".

            Pero también deber del amor que nos debemos los unos a los otros los iguales, sobre todo entre amigos. ¿No es acaso el objetivo más alto del amor cristiano el ayudarnos mutuamente a hacernos santos?

            En estas épocas en que por falta de tiempo y de silencio es tan difícil hacer exámenes de conciencia ¡qué buen servicio nos prestaríamos mutuamente si nos ayudáramos los unos a los otros a reconocer nuestras faltas y defectos! ¡cuántas personas de fundamental buena voluntad podrían haber sido salvadas del desastre por sus amigos con una oportuna palabra, un consejo, una advertencia!

            Y no: perspicaces como somos para los ajenos defectos, en vez de buena y delicadamente hacérselos saber, nos divertimos a lo mejor criticándolo, infamándolo a sus espaldas.

            En fin todo esto es de fácil teoría, pero difícil aplicación: cómo decir las cosas sin herir, sin despertar reacción, cuándo hablar, cuándo mejor callar, cuando meterme y cuando no... Santo Tomás trata de explicarlo en la cuestión 33 de la Secunda secundae de su Summa y allí los remito.

            Porque por cierto que no quiero instigar a cualquiera a que se ponga en vigilante de su hermano o a que nos hagamos, como dice Tomás,"exploratores vitae aliorum", "exploradores de vidas ajenas".

            Será el verdadero amor a los demás, junto a la humildad y a la prudencia, quien no hagan cumplir este precepto de la corrección fraterna como corresponde. También ellos nos harán aceptar y valorar sin rencor lo que nos digan cuando los corregidos seamos nosotros.

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