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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1997. Ciclo B

23º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     7, 31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete.» Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Sermón

            La problemática que nos presenta nuestro evangelio de hoy nos llega con un cierto olor a añeja, desactualizada... Más aún: estos discípulos de Jesús que no se lavan las manos antes de comer, de ninguna manera pueden parecer dignos de elogio a nuestra higiénica sensibilidad moderna... Y nos parece muy bien que haya que lavar vasos y vajilla... ¡faltaba más...!

            Ciertamente, de vivir en nuestros días, Marcos hubiera elegido otros ejemplos para proponerlos como deformaciones fariseas... Pero, en fin, todos sabemos que éstas no eran en aquel entonces las normas higiénicas que, ahora, que sabemos de microbios, bacilos, virus y Sida todos nos apresuramos a respetar. Por supuesto que hay que lavarse bien las manos antes de comer, y enjuagar la verdura que viene del mercado -como señalan las instrucciones para evitar el cólera-...

            Pero en aquel tiempo no se trataba de normas higiénicas: se trataba de esa infinidad de reglamentaciones discriminatorias mediante las cuales la secta farisea pretendía salvaguardar la pureza de las costumbres judías, la asepsia incontaminada, no de infecciones microbianas o virósicas, sino de costumbres griegas y romanas, es decir paganas, que, desde la época de Alejandro Magno, ejercían tanto influjo en el pueblo judío.

            Con esa intención había nacido la secta: no contagiarse de costumbres extranjeras: por eso se llamaron a si mismos los perushim -de esta palabra deriva fariseos- que significa los 'separados', los 'segregados' del resto del pueblo pecador, impuro, contaminado. Pero a partir de esas buenas intenciones originales habían llegado en la época de Cristo a extremos ridículos.

            Porque por ejemplo, lo de lavarse las manos, no era cuestión de jabón y desinfectante. Es que por principio para no contagiarse de malas costumbres tenían prohibido hacerse amigos de los paganos. Pero, poco a poco, no solo hacerse amigo sino simplemente encontrarse con un pagano, un griego, un romano, se había transformado para ellos en algo terriblemente contagioso. Recuerden como se escandalizan también de que Jesús alterne con extranjeros o como las autoridades judías cuando quieren hacer condenar a Jesús el viernes santo se niegan a entrar tan siquiera en el patio de Pilato para no quedar impuros. Y los rabinos fariseos terminaron por afirmar que tan siquiera rozar aún sin querer un pagano, un griego, un romano, llenaba al judío de impureza, de pecado. Y vaya a saber si andando por la calle uno no había tocado sin querer a un pagano. Más aún: uno podía ser engañado, porque también quedaba contaminado si hablaba con un judío que a su vez hubiera estado en contacto con un no judío. Y como uno no podía estar nunca seguro, había que lavarse constantemente, no le fuera a quedar adherida la impureza, el pecado, la mancha.

            Lo mismo lo que venía del mercado: era segurísimo que había sido tocado por algún chacarero poco piadoso, pecador, y, peor, por algún comerciante poco escrupuloso. Porque era sabido que para los comerciantes toda la plata era buena -griega, romana, de judíos piadosos o de judíos pecadores- así que todo lo contaminaban y era esencial que lo que viniera de sus mostradores fuera cuidadosamente purificado... Porque, estos contactos, automática, mágicamente, contagiaban de impureza ritual a los objetos, de allí las manos de las personas y, finalmente, a las personas mismas...

            Ven: algo que había empezado más o menos bien: tratar de no dejarse influir por la inmoralidad pagana o no tener amistades con hombres que pensaban distinto, o de otra fe y otras costumbres, a fuerza de reglamentaciones y sutilezas terminaba en algo ridículo: ni siquiera se podía tocar lo que hubiera rozado a un pagano.... Ya la cosas allí no tenía ningún sentido y transformaba a los judíos fariseos en escrupulosos de las formas y en totalmente separados de la vida común, incapaces de adaptarse y asimilarse a otras culturas y nacionalidades... Sobre todo que a estas normas a las cuales podía encontrarse alguna explicación había otras que no tenían el menor sentido: la clasificación de animales puros que podían comerse e impuros que ni siquiera podían tocarse .¡unas ricas costillitas de cerdo con puré de manzana o un lechoncito asado!; o la obligación de comer la carne totalmente desangrada, comida kasher o kosher, preparada bajo la vigilancia de rabinos que se dedican a eso. Reglamentaciones arcaicas que los fariseos encontraban no solo en la Biblia sino en la tradición y en las determinaciones de los rabinos y que se tomaban al pie de la letra. Para peor en esas impurezas y pecados se incurría automáticamente aún cuando uno desconociera la ley, de modo que solo ellos los fariseos que se la conocían al dedillo podían permanecer puros. Todos los demás éramos pecadores empedernidos

            El asunto es que, ya en la época de Cristo, perdidos en la selva de las reglamentaciones que la casuística farisea producía, y ocupados en evitar esas impurezas mágicas rituales, era fácil que olvidaran lo fundamental, el legado propio de Israel, que era la sabiduría de la ley mosaica, del decálogo, los diez mandamientos, el código fundamental, para todos los tiempos, de cualquier sociedad que quiera conservarse realmente humana y justa. Eso debió ser el orgullo permanente de Israel, tal cual lo apuntaba la lectura del Deuteronomio que hemos hecho hoy en primer lugar, y eso debía transmitir al resto de la humanidad, y no la multitud de prescripciones y leyes imposibles de cumplir que se habían ido acumulando con el tiempo.

            Jesús no solo rechaza esa proliferación de reglamentaciones asfixiantes, para redescubrir la simpleza de las normas fundamentales, el amor a Dios y al prójimo, sino que, dando un paso más adelante, enseña que no basta el marco legal externo, si no hay un ser humano bien intencionado que, desde el interior de su corazón y de su libertad, esté más allá de esos impulsos desviados que hoy enumera -malas intenciones, avaricia, maldad, envidia, orgullo, desatino- y con los cuales ni la mejor de las legislaciones puede hacer funcionar una sociedad.

            Es inútil que los legisladores se reúnan en sus comisiones y sean asesorados por peritos y fabriquen impecables códigos. Pude o no haber consejo de la magistratura. Puede haber o no declaraciones patrimoniales públicas. Si no hay sentido de la justicia, de lo recto, de la verdad, al final la ley se convierte en un legalismo vacío que cualquier experto en leyes podrá fácilmente sortear o si no comprar. Sin valores, sin fines, sin concepto del bien y del mal la justicia se reduce a pura casuística, a normatividad jurídica sin respaldo moral, a derecho procesal, que en sus vericuetos legales termina incluso protegiendo al delincuente y desarmando a los buenos. Y a nivel del ciudadano común se traduce en trámites y más trámites que a veces ni siquiera los que los exigen saben para qué sirven y que lejos de garantizar la ley complican la existencia. Y a nivel religioso si me arrodillo o si me paro, si me dan la comunión en la mano o no me la dan, si pueden los varones o las mujeres ayudar o no en el altar, si hay o no saludo de paz, si uso o no mantilla, si cumplí o no cumplí con tal detalle, con tantas oraciones, si me vale Padre la Misa porque llegué al Evangelio...

            En fin, dejando de lado la Iglesia: es inútil que se saquen leyes, planes, ordenanzas, reglamentaciones, si al mismo tiempo, en la didáctica perversa de los mass-media y de las escuelas y universidades subversivas y de las familias desintegradas, se destruye sistemáticamente a la persona, a su auténtica libertad, a sus virtudes y a su sentido de grandeza, de trascendencia y de Dios...

            Y más inútil todavía si no solo los que deben cumplir la ley sino, peor, los que tienen que hacerla cumplir, dirigentes y policía, ellos mismos no poseen fibra moral para ello y, peor, usan de su poder de coacción para su propio beneficio.

            Pero cuando esas leyes ya no se mueven ni siquiera en el plano de la moral y de la ética sino, al contrario, son promulgadas para corromper lo poco que de bueno quedaba en la sociedad -divorcio, aborto, patria potestad, aconfesionalidad, derechos de los homosexuales, de los pornógrafos, de los delincuentes, etc.- la cosa ya de farisaica se transforma en perversa.

            Terrible cuando lo que es legal es inmoral y lo moral se transforma en ilegal.

            Pero hay que seguir adelante, y en cada familia, en cada hogar cristiano seguir formando al hombre interior que pide Jesucristo, educado no en la habilidad de usar, eludir o burlar las leyes, ni de adaptarse al régimen, sino crecido en el sentido común, en el aprecio por lo justo y por lo bello, por lo noble y por lo honesto, en el respeto a la ley divina y a los derechos del prójimo, en amor viril a Dios y a los demás, en adhesión e imitación a Cristo Jesús, nuestro Señor.

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