Interesante, por ejemplo, comparar lo que se considera el padrenuestro islámico con el nuestro, o con nuestro evangelio de hoy: "En el nombre de Alá ... ¡Soberano del día del Juicio! ¡Es a ti a quien adoramos, a ti a quien solicitamos ayuda! ¡Condúcenos por el camino recto, el de aquellos a quienes has concedido tus beneficios, el de los que no son objeto de tu cólera, el de los extraviados!"
Lindo saber que ese camino recto se suele identificar con el llamado "camino de Alá" y que el camino de Alá no es ni más ni menos que la jihad, la guerra santa (sura 57). Lindo también saber que con el término "extraviados", somos designados nosotros, los que no pensamos como ellos. Lindo saber que, cuando el niño musulmán alcanza el uso de razón, lo primero que se le enseña es esta oración, llamada al-Fatíha, es decir "la liminar" o preliminar a toda la enseñanza coránica, su padrenuestro. Junto con ella, e inmediatamente, el joven aprendiz que, aunque no siga aprendiendo demasiado, por lo menos sabrá toda su vida y de memoria estos dos pequeño compendios, memoriza los seis versículos que constituyen el sura o capítulo 112 llamado "el Culto": "Di: El es Alá, el único; Alá el solo. El no ha engendrado ni sido engendrado. No tiene persona distinta a El
[1]
[1]." Simpáticas afirmaciones que, como centro de su dogma, niegan explícitamente la divinidad de Jesucristo, su filiación divina y la santísima Trinidad.
Pero claro, nosotros somos amplios, estamos dispuestos a dialogar con ellos. Lástima que, para hacerlo, deberíamos hablar, por ejemplo, de fútbol, o, si queremos rezar junto a ellos a Alá, podríamos hacerlo sin problemas, quizá, por la defensa de la ecología. Allí tenemos en común un lenguaje unívoco, entendemos lo mismo: River, Boca, o el petróleo con el cual hacen su Agosto, o las ballenas y los delfines...
Más confuso rezar con ellos por la paz. Nosotros sabemos de la paz de Cristo, la que es Él y viene a traer al mundo con Su Espíritu. Otros pensarán que la paz es la falta de conflicto armado, aún cuando mientras tanto se continúen destruyendo las conciencias y las personas con la droga, las falsas ideologías, los abogados de los falaces derechos humanos, la pornografía, el divorcio, la superstición, la mafia, la trata de blancas, la niñez abandonada... Otros, por fin, como los musulmanes, entenderán que la paz es el dominio del Islam en todo el mundo. De hecho allí es cuando, según ellos, estallará la paz, ya que, mientras tanto, la guerra es culpa de aquellos que no aceptan el Islam.
Más allá de los cinco deberes fundamentales del musulmán: 1) la pureza, al modo judío, que no es mucho más que lavarse con agua -en caso de necesidad, con arena- y abstenerse de ciertos animales y, en público, de bebidas alcohólicas; 2) la azalá, u oración cinco veces por día -obligatoriamente las oraciones anticristianas que hemos mencionado- anunciadas por el muezín desde el alminar de sus mezquitas; 3) el azaque o la limosna, parte de la cual debe ser utilizada para preparar "el camino de Alá" es decir la guerra santa; 4) el ayuno, en Ramadán, de comida y de mujeres -salvo a la noche donde les está permitido comer y fornicar con doble apetito "hasta -dice el sura segundo- que pueda distinguirse una hebra blanca de una negra" (sura 2); y, 5) finalmente, la peregrinación a La Meca, -como sustituto tardío de Jerusalén, cual la pregonaba Mahoma al comienzo, cuando prosélito judío-; más allá -digo- y sobre estas cinco obligaciones se encuentra la de, cuando son convocados, la guerra santa, la jihad (sura 8).
De hecho, el Islam divide al mundo en tierra musulmana -dar el Islam- y no musulmana -dar al-harb- que significa lisa y llanamente "casa de la guerra". Hasta que no se conquiste este dar al-harb, es decir, la "casa de la guerra", nuestras tierras no islámicas, no habrá paz posible. Yo, pues, de no ser musulmán, o de no definir claramente que significa la paz para todos los orantes, me cuidaría muy bien de rezar por la paz con un califa, un sheik o un imán.
Es verdad que, en caso de someternos, los cristianos no la pasaríamos tan mal, ya que a los paganos les iría bastante peor: para ellos no hay más opción que entre el Islam y la muerte. Nosotros seríamos tolerados, si bien a cambio de tributos especiales, -el harag y la gzya, impuesto territorial y capitación-; a cambio, también, de la obligación de vestirnos de modo diferente a los musulmanes; de prohibírsenos montar a caballo -hoy supongo que será de ir en auto o viajar en avión (cosa que ya empiezan a lograr)-; de incapacidad para ser testigos en ningún juicio; de tener vedado construir iglesias o predicar el evangelio y, si esto fuera poco, con la condición de pedirles permiso para nombrar párrocos y obispos. (No está tan mal: a lo mejor nos tocan algunos mejores que los actuales).
Pero, para que nos traten mejor, podríamos cederles alguna hija o hermana como mujeres. (En el caso de que no nos las tomen como esclavas, porque el Corán permite hacer esclavos a los hijos de esclavos y a los prisioneros de guerra infieles. Allí, aunque me convierta al Islam, no tengo derecho a la libertad.) Nuestras niñas, claro que si no se convierten al Islam no pueden ser mujeres legítimas, solo concubinas. Pero, gracias a Alá, esto está permitido por Mahoma. Ya que, de haberse casado nuestra hermana o hija con un buen musulmán, no podría compartir el matrimonio más que con cuatro mujeres legítimas. Hasta allí nomás llega la poligamia musulmana. Comprensivamente, en cambio, el profeta no limita el número de las posibles concubinas. Allí entran, como únicos límites, razones de fortaleza biológica y de solvencia económica.
No sería viable ir a visitar a nuestra hermana o hija, cierto, porque ellas tendrían que permanecer sin ser vistas en los harenes y salir cubiertas de velos. Hermosamente revela el arcángel a Mahoma en el sura 33 "¡Oh profeta, di a tus esposas , a tus hijas y a las demás mujeres de los creyentes cerrar sus velos!"
Pero si tu hija es tan esnob como para casarse con un musulmán y compartir el lecho con otras mujeres, sepa que sus hijos -que no son suyos- serán cuidadosamente educados en esos principios y, si no está de acuerdo, y si tuvo la suerte de no quedar encerrada en un país islámico, que podrá ir a reclamar sus derechos de madre a Magoya. Por otra parte, como toda mujer islámica, no recibirá sino mendrugos de la herencia, está excluida de cargos públicos, ante un tribunal su testimonio vale sólo la mitad de lo que el de un hombre, el precio por su sangre es solamente la mitad que la del varón, y otras lindezas más espantosas todavía.
Por supuesto que estas cosas rigen sin concesión alguna solo en los países de influjo musulmán donde se logra imponer totalmente la sari'a o ley islámica. Pero, en realidad, digan lo que digan los aparentemente más moderados, ese es el objetivo final de su doctrina, porque, como es sabido, el Islam -"sumisión" en castellano- no se entiende como una iglesia que podría subsistir dentro del estado, sino que aspira a confundirse e identificarse con éste.
En fin, "camino de Alá" es la guerra santa ya que conduce directamente al paraíso. Quien piadosamente perece en bélica y aún suicida acción es inmediatamente allí llevado: "Estos piadosos -dice el Corán- serán conducidos a jardines ubérrimos de felicidad, disfrutando lo que el Señor les ha acordado. Comed y bebed en paz, en recompensa de lo que habéis hecho, acodados sobre lechos alineados. Os daré como mujeres huríes de grandes ojos. ... En estos jardines os pasaréis copas rebosantes... Para serviros circularán entre vosotros efebos semejantes a perlas escondidas. Os miraréis los unos a los otros e interrogándoos os diréis: 'Estábamos llenos de angustia. Pero Alá nos ha favorecido. Nos ha preservado del tormento del soplo tórrido'" (sura 52). Que así sea. Pero que Dios tenga misericordia de todos los que, en la vesánica historia mahometana, han sido esclavizados, mutilados y muertos a causa de estas doctrinas funestas.
En todo caso, en nuestros países más o menos libres, la ley tendría que proteger de estas y otras semejantes enseñanzas a los que realmente quieren vivir en paz. Aún un estado liberal, que diga respetar la libertad de todos, bien ha de cuidar que no prosperen, dentro de la nación que regentea, organizaciones -por más que lo hagan en nombre de ideologías o de religiones- que, en unos casos, hagan apología del delito, promuevan el racismo, la intolerancia, la desigualdad de la mujer, la esclavitud... y, en otros, fomenten la superstición, la falta de respeto a los símbolos nacionales, los negocios fraudulentos de los falsos pastores, las mutilaciones, las falsas curaciones invocando irreverentemente el nombre de Dios, las succiones sectarias de la personalidad, las aberraciones sexuales, la destrucción de los poderes públicos o la anarquía. Sin ni siquiera ponerse a favor de la verdadera religión, cosa sobre la cual el liberalismo no puede opinar ni meterse a no ser en nombre de una mayoría cambiante, (razón que poco vale -aunque la invoquen algunos obispos-), solo por prudencia política y respeto a esa misma libertad que dice defender, el gobernante verdaderamente liberal -no el marxista, por supuesto, que hace de la disolución nacional su modo de política- no puede dejar de legislar en contra de los que de cualquier manera, en ideas o en hechos, delictivamente, atenten contra esa libertad.
Pero mucho menos puede hacerlo un gobierno o gobernante que se diga católico y que esté inspirado en la doctrina de la Iglesia. En su "Declaración sobre la libertad religiosa" con su especial y central capítulo sobre la "Libertad de la Iglesia", declaración emanada del Concilio Vaticano II, en épocas en donde una gran parte de la humanidad carecía de los derechos más elementales a expresarse, antes de la caída del régimen soviético, se precisa muy bien que la libertad religiosa se sustenta en la necesidad de que el hombre acceda libremente a la verdad traída por Cristo. El acto de fe jamás ha de verse forzado por ninguna autoridad, ya que es de su esencia el que sea libre. Es en orden a esa libertad del acto de fe, que ha de permitirse al hombre también la libertad de equivocarse. Libertad del hombre, no de los errores, no piedra libre a la mentira y a la falsedad. Así lo declara el Concilio (2): "Los hombres están obligados a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de modo adecuada a su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa." De allí la necesidad subsidiaria de la libertad religiosa para todos.
Aún así, esta libertad toca fundamentalmente a los "actos internos voluntarios y libres, por los que el hombre se ordena directamente a Dios: actos de este género -dice el Concilio (3)- no pueden ser mandados ni prohibidos por una potestad meramente humana." Es verdad que, por su naturaleza, los actos internos del hombre exigen que se manifiesten externamente, tanto más los religiosos, sobre los cuales la autoridad civil no puede juzgar. Empero, dice el Concilio (3), "siempre que quede a salvo el justo orden público." Es decir, mientras no vulneren el orden ético, moral o político en cualquiera de sus formas. De allí que -insiste el Concilio en su número cuatro- la libertad en la manifestación externa de las múltiples religiones no verdaderas es legítima "con tal que no se violen las justas exigencias del orden público (4)." Es imperioso recordar que todo el documento ha de leerse bajo la luz de su prólogo: "Creemos que esta única verdadera religión subsiste en la Iglesia católica y apostólica...." y que "todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia. Y una vez conocida, a abrazarla y practicarla (1)."
Por eso el Concilio, condena tanto a los que obligan "a asistir a lecciones escolares que no correspondan a la convicción religiosa de los padres, como si se impone un sistema único de educación del cual se excluya del todo la formación religiosa (5)", como se hace en nuestras escuelas del estado, aún en violación de algunas constituciones provinciales.
De todos modos, insiste el Concilio, en esta famosa Declaración "Dignitatis humanae" que, sin conocerla, tanto se aduce para legitimar cualquier abuso: "el derecho a la libertad en materia religiosa se ejerce en la sociedad humana, y, por ello, su uso está sometido a normas (7)." "La sociedad civil tiene derecho a protegerse contra los abusos que puedan darse so pretexto de libertad religiosa ... según normas jurídicas conformes con el orden moral objetivo (7)." No con una omnímoda libertad y, mucho menos por el arbitrio de mayorías populares o legislativas. Sino en la "adecuada promoción de la honesta paz pública, que es la ordenada convivencia en la verdadera justicia y por la debida custodia de la moralidad pública (7)."
De esa libertad en el errar -"solo indicio, en el mejor de los casos, del libre albedrío, como la enfermedad lo es de la vida", "defecto de la libertad" al decir de San Agustín-, de esa penosa libertad, gracias a Dios, no adolecen los católicos en el seno de la Santa Iglesia, ya que allí han de seguir fielmente, en materia de fe y de moral, las enseñanzas de su magisterio. Lejos estamos, pues, de meter todas las autotituladas religiones en el mismo costal. Ténganlo en cuenta los católicos, seguramente hombres de bien y honestos hijos de la Iglesia, que intervienen en la redacción del proyecto de ley de libertad religiosa para la Argentina. Por otra parte, fuera de esta libertad civilmente necesaria para realizar el único acto de fe meritorio y justificante, recuerden que el Concilio declara dejar intacta "la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo (1)".
No confundamos la libertad religiosa y sobre todo la libertad de la Iglesia (13) con las falsas libertades condenadas por León XIII en su encíclica "Libertas" y que el Concilio Vaticano II cita como fundamento general de su doctrina (2, nota 2).
No vaya a ser que sigamos plantando en nuestra sociedad ideologías de odio, religiones de fundamentalismos e intolerancia, inmigraciones de inadaptados, que desgarren a nuestro pueblo en guerrillas sangrientas, en matanzas sistemáticas, en atentados cruentos y sádicos, como los que ya han lacerado nuestro país y el mundo y pueden volver a ensangrentarlo en tormentas de malquerencias e inquinas, en atentados dantescos, en represalias globales e indiscriminadas.
Defendamos la verdad y la justicia, sigamos las huellas de Aquel que vino a rescatar la oveja perdida y a compartir su alegría con nosotros por haberla encontrado.