1988. Ciclo B
24º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas» «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «¿Tú eres el Mesías.» Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará»
Sermón
Pronto se estrenará aquí, en la Argentina, esa bazofia surgida de las “cocinas judías de Hollywood” –como dijo Zeffirelli -. “ La última tentación de Jesucristo ”, de Scorsese . Película cuyo único atractivo –según se dice- es el morbo de la blasfemia, porque en todo lo demás, amén de ser morrocotudamente morosa y aburrida, no vale nada. Y el clamor levantado en su contra en los Estados Unidos solo sirvió para alargar las colas frente a las taquillas. Aquí, en otras épocas, teníamos métodos más expeditivos para evitar que se dieran esta clase de porquerías. De todos modos, esperemos que los obispos y organizaciones católica que hace poco han hecho tanto escándalo y levantado tanto polvo cuando se tocó a uno de ellos, de triste memoria tercermundista, hagan algo cuando se trate de estrenarla en nuestro medio.
Pero, como hemos visto por el evangelio de hoy, ya durante la vida de Jesús en esta tierra, había muchas interpretaciones sobre su persona. Y, además, ya sabía que lo perseguirían –a Él, y a su discípulos, a nosotros su Iglesia- y que sería crucificado y muerto.
Estamos acostumbrados a unir la escena de Cesarea de Filipo con la confesión de Pedro y con su proclamación como ‘piedra' de la Iglesia. Pero, en realidad, esa es la parte que cuenta Mateo.
Marcos , en cambio, no se interesa aquí de la fundación del papado. Este pasaje, en su evangelio, señala el punto en donde su narración se divide en dos partes. En la primera, desde el comienzo -capítulos 1 al 8-, Marcos describe, sobre todo, milagros de Jesús. Las pocas enseñanzas que se consignan van dirigidas a la multitud. El Señor se expresa en parábolas, enigmáticamente, y estas se refieren a la venida del Reino de Dios. Jesús se esfuerza pro no hablar de su mesianidad. Pero, justamente, sus milagros son signos elocuentes de que algo nuevo esta sucediendo, que aquí hay ‘alguien' sobre quien Dios quiere llamar la atención. Un montón de esperanzas del Viejo Testamento parecen tener comienzo de realización en esos milagros, anticipo pequeño, sin duda, pero elocuente, de lo enormemente más grandioso que Dios nos tiene reservado.
Todo eso hubiera debido ser suficiente para que el pueblo judío, alimentado en la pedagogía del Antiguo Testamento, comenzara a darse cuenta de ‘quién' era Jesús.
Pero de hecho, aún de los que le prestan atención y más o menos lo consideran bien –porque además están no solo los indiferentes sino sus enemigos- surgen respuestas disimiles, malas teologías, malas interpretaciones sobre su persona. Como siguen surgiendo hoy, aún entre autodenominados católicos. Unos que Juan el Bautista, otros que un gurú, otros que Elías, otros que un revolucionario, otros que alguno de los profetas, o agitador o primer comunista o gran maestro de la humanidad. Y esas son las respuestas humanas, las ‘de los hombres' –dice Marcos-, la de Scorsese.
El único que atina a dar una respuesta más o menos correcta es Pedro, junto con los verdaderos discípulos.
Ruinas de Cesárea de Filipo
Y, desde aquí, cuando Pedro afirma en nombre de los discípulos que Jesús es el Cristo, empieza la segunda parte del evangelio de Marcos. Jesús ahora abandona a la multitud, a los que lo seguían interesados en sus milagros, en lo que podía darles, no en su persona.
Ya no se dedicará a las colas enormes de los que lo buscan para pedirle beneficios temporales y no se dan cuenta de que allí hay algo más. Ahora hará crecer a los que se acercaron verdaderamente a Él.
En esta segunda sección marcana, a partir del capítulo nueve, escasearán las curaciones milagrosas y se carga el acento en la enseñanza de Jesús. Enseñanza que va dirigida ahora, sobre todo, a los discípulos que le han reconocido como Mesías, tratando de explicarles la naturaleza inusitada de su mesianidad. Ya no hablará en parábolas, en ‘enigma'. Justamente en el pasaje de hoy aparece por primera vez la frase “ y les hablaba con toda claridad ”.
Este es un momento histórico, es el primer vislumbre, por parte de unos seres humanos, del misterio magnífico que Dios ha introducido en la historia que marca un giro, también, en el evangelio de Marcos. La confesión de Pedro provoca un cambio de táctica en Jesús, que sigue ocultando su condición mesiánica a los extraños para que no la malinterpreten, centrando ahora su labor en instruir a sus discípulos acerca de la verdadera naturaleza de su ser Mesías.
Por cierto que el primero en malinterpretarlo es el buenazo de Pedro. Porque, claro, como buen judío, el tiene sus propias ideas respecto de lo que ha de ser el Mesías y no puede tolerar esos disparates de sufrir, de ser rechazado, de ser ejecutado. Y, confianzudamente, se lleva aparte a Jesús y empieza a darle consejos. ¡Flor de chubasco se recibe!
Jesús se lo dice claro: Pedro piensa como los demás hombres, los que no son los verdaderos discípulos, los scorseses. Está detrás de los sueños dorados del rey, del Ungido, del Mesías triunfante, del que liberará a Israel del imperialismo romano, del que restaurará el Reino, del que los llevará al principado del mundo.
Pero, en los planes de Dios está dar mucho más que esos logros temporales. Tanto mucho más que, por desbordar el límite de lo humano y de sus aspiraciones, el hombre tendrá que salir de lo humano, estar en actitud de renuncia a lo humano para poder alcanzarlo.
La muerte aceptada, tarde o temprano, será el signo por antonomasia de esa renuncia que, al discípulo de Jesús, más allá de esta vida, de todas sus posibilidades reales y de todas sus utopías e ilusiones, lo hará entrar en el verdadero Reino, la verdadera Vida, la verdadera Liberación.
Es lo sobrehumano, lo divino, los sobrenatural, lo ‘hipercósmico' de la oferta que, en Cristo, nos hace Dios, lo que ineludiblemente exige la muerte a lo humano, a lo natural, a lo cósmico. Ella permitirá el paso –la ‘pascua'- y, luego, la recuperación y sublimación de lo renunciado, al Reino de Dios.
Aquel, en cambio, que se aferra a lo humano, arañando todo lo que esta vida pueda darle, aún a costa de claudicaciones al evangelio y de pecados, ése quedará cerrado para siempre en la cárcel sin salida de la temporalidad. El que, por ser fiel a Jesús, está dispuesto, en cambio, a perder la vida o cualquier fragmento de la vida o, de hecho, lo haga y, finalmente, la entregue, aceptando su muerte en Cristo, ése se salvará.
Como hombres no somos capaces de entenderlo; con la fe vislumbramos y esperamos.
Simón Pedro y los discípulos lo fueron entendiendo muy poco a poco.
En el camino Pedro lo negó tres veces. Después se dio cuenta y fue creciendo, día a día, en la lucha y en la persecución.
Finalmente también él se abrazó a la cruz y, sintiéndose indigno de ser crucificado como su Maestro, pidió ser clavado cabeza abajo.
Crucifixión Pedro , Guido Reni (1575-1642)
A nosotros también, discípulos lamentables, el Señor nos tendrá paciencia y, si nos acercamos a Él, iremos aprendiendo y trocando -en la fe y la oración- nuestros ‘pensamientos de hombres' por los pensamientos de Dios.