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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1994. Ciclo B

24º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     8, 27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas» «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «¿Tú eres el Mesías.» Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará»

Sermón

       El evangelio de Marcos tiene 16 capítulos. Lo que hemos leído recién pertenece a la parte final del octavo. Es decir que nos encontramos en el centro, el pivote, la bisagra de este escrito. Centro no solo cuantitativo, Marcos en esta escena ha querido realmente señalar un punto de inflexión, un giro decisivo en la vida de Jesús.

            Para atrás observamos que, hasta ahora, Marcos no ha hecho sino mostrar milagros y signos que han hecho de Jesús una especie de héroe popular, aplaudido por la gente, seguido por las masas, entusiastamente adorado por sus discípulos. Todo ha sido triunfo, fama, alabanzas... Los discípulos han participado de esa popularidad y prestigio de Jesús y a su vez han sido mirado con admiración por todos. Es posible que a más de uno de ellos se le haya subido el copete, hayan alardeado de pertenecer al círculo de íntimos de Cristo y piensen que el futuro al lado de su maestro se muestra rosado, promisorio

            Pero Jesús hoy los aparta de toda esa gente que los sigue y los aplaude. Se ha distanciado de Tierra Santa y dirigido bien al norte, a Cesarea de Filipo, antigua ciudad pagana, en donde apenas se encuentran ya judíos. Es el lugar más alejado de Israel que se sepa Cristo haya visitado.

            Allí interroga a los suyos sobre lo que piensan, sobre lo que ha pasado, sobre el futuro. Es una especie de retiro, de balance.

            Las opiniones varias de la gente no le interesan demasiado. Ellos, sus amigos, sus discípulos, después de todos estos meses juntos, ¿qué piensan de él?

            Y allí el cabezón, el impetuoso de Pedro da la respuesta que, a la vez, es la esperanza, la sospecha, de todos: "Tu eres el Mesías". Esa era, si, la ilusión, la esperanza, la suposición que todos tenían y que nadie se atrevía a expresar: que su jefe fuera el hombre destinado a llevar a Israel a la revuelta, expulsara a las fuerzas de ocupación romana, y llevara a su nación a la prosperidad y a la independencia. Todos esos milagros y signos de poder que acompañaban sus encuentros con el pueblo no podía significar otra cosa. Y ellos, los doce, estaban dispuestos a acompañarlo en todo, ya que su triunfo era seguro y ocuparían altos puestos en su gobierno.

            Pero allí recibe Simón el primer chubasco, por ahora tibio. Jesús no lo desmiente; empero le ordena severa, terminantemente, a él y los otros once, que ni se les ocurra propalar semejante cosa a nadie. Pedro queda desconcertado.

            Y de allí inmediatamente al balde de agua fría. Lejos de acomodarse a la figura tradicional del elegido, del libertador, del descendiente de David que volvería, del Mesías, Jesús anuncia que será rechazado por los senadores, por los sumos sacerdotes y los letrados, es decir por el poder político, económico y cultural de su país.

            Ya sabemos de la reacción de Pedro frente a este terrible anuncio. Ya sabemos de la fulminante respuesta de Cristo: ¡Aléjate de mi Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres..!

            Cuando -primera vez que lo hacía un Papa-, el santo Padre Pablo VI, el 4 de Octubre de 1965 visitó la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, pronunciando un largo discurso laudatorio a esa organización y, por prudencia quizá excesivamente humana, sin aludir ni una sola vez a la divinidad de Cristo, el recinto de la Asamblea registró una de las salvas de aplausos más largas e intensas de su historia. No en el mismo lugar, pero un auditorio parecido, la Conferencia de las Naciones Unidas reunida en el Cairo, el miércoles pasado, en una actitud inédita hacia cualquier nación, abucheó estruendosamente a la delegación del Vaticano. Y el ministro de población de Egipto -cuyo gentil representante tenemos instalado al lado- declaró: ¿Gobierna el Vaticano al mundo? Aquí representamos a 5000 millones de personas y no a 190 personas como el Estado Vaticano, con tasa de natalidad cero."

            Ven, se acaban los aplausos en cuanto uno está en contra de la opinión de los ancianos, los sumos sacerdotes y los periodistas...

            Por supuesto que jamás el cristianismo se opone a las razonables iniciativas y humanas expectativas de los hombres. Ya sabemos que la gracia de Cristo no niega sino que sana y eleva a la naturaleza, y la lleva a su perfección.

            Pero el cristianismo si estará siempre en contra de la absolutización de la naturaleza, del intento prometeico de lo humano de independizarse de Dios y afirmarse en su autonomía, de la falsa creencia en la posibilidad del hombre de realizarse plenamente sin la gracia. Esos son los pensamientos de los hombres que se oponen a los de Dios.

            No como si la razón se opusiera a la fé. Al contrario. Porque la razón verdaderamente razonable es la que se da cuenta de que el hombre es creatura: abierto a Dios, pero no divino en si mismo, y que, si se quiere realizar, solo puede hacerlo abriéndose al don, a la gracia, a lo que está más allá de sus posibilidades. Lo irracional en cambio es pensar que el hombre puede bastarse a si mismo, afirmarse en su independencia, encerrarse en su propio arbitrio, decretar lo que está bien o lo que está mal mediante su conciencia autónoma o mediante votaciones nacionales o internacionales, prescindiendo de los dictados de su naturaleza creada, de su depender de Dios.

            También, lo racional y verdaderamente humano es darse, entregarse en amor a una patria, a una misión, a una familia, a una vocación.... Lo irracional, en cambio, lo verdaderamente mortífero encerrarse en el egoísmo, en la pura búsqueda del placer, de la afirmación del yo, del tener...

            No hay frase más racional y humano que "el que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por mi y por el Evangelio la salvará". Porque la vida vivida por si misma, cerrada a lo puramente biológico, al puro disfrute del hoy, a la satisfacción del ego, ésa, por más medicina y AFJPes que se paguen, ésa finalmente se perderá. Solo la que regalemos a Dios, la que demos en amor y entrega a nuestro prójimo, a nuestros seres queridos, solo esa se salvará...

            Sí: lo natural al hombre es estar 'hecho para Dios', ser un 'capax Dei' -un ser capaz de Dios como dice San Agustín- y lo innatural, lo 'contra natura', es lo humano que se cierra en la falsa omnipotencia de lo puramente humano...

            Por eso, aunque puedan coincidir en muchas cosas, finalmente, el camino de Dios, que es el camino de lo verdaderamente humano, se enfrentará con el camino de lo puramente humano que, justamente por ello, es inhumano.

            Los pensamientos de los hombres de los cuales habla Jesucristo no son sino esos pensamientos del hombre cerrado en lo humano. Allí no solo no hay posibilidad de cumplimiento pleno, sino que se verá al Hijo del hombre como el Gran Adversario; y al camino de aquel que no vino a hacer su voluntad, ni afirmar su yo, sino a entregar su vida a Dios y a su prójimo, como la gran contradicción. Ese modelo cristiano no puede sino ser aborrecido por el modelo del hombre o de humanidad que hace su antojo, que vota lo que quiere, que toma a su conciencia no a los mandamientos, como rectora de su destino.

            Por eso la vida del cristiano, tarde o temprano, se vuelve confrontación, lucha, calvario. Confrontación con mis programaciones puramente animales, humanas, inscriptas hondamente en mis instintos ancestrales, en mi biograma. Combate con mis atavismos egoístas, placenteros, comodones, con mis desordenadas búsquedas del yo, de placer, de tener... Enfrentamiento con un mundo que legitima ideológicamente mis instintos desviados, mi sed de gozar, de poseer, de hacer lo que me place... Lucha con ese mismo espíritu instalado en los demás, y que en su egoísmo chocaría conmigo aun cuando yo no fuera cristiano, y mucho más siéndolo. Pugna finalmente con la miseria de mi fisiología destinada al catabolismo, a la vejez, a la enfermedad y a la muerte... pruebas palpables de que mi cerrarme en lo humano solo recoge como herencia la nada...

            Mientras el cristianismo sea solo milagros, milagritos, pedir a Dios favores, devoción, fervor y sentirse bien, hacer las cosas honestamente y encontrarse bueno... todo andará sobre rieles y todavía los pensamientos del hombre no se inquietarán por mi, pero cuando Dios, en vez de darme, parece que empieza a pedirme, a exigirme, cuando tengo que cambiar, y en lugar de usar a Dios, a Jesús, ponerme a su servicio, a seguirlo, a darme a él y a mi prójimo, allí entonces los pensamientos del hombre tonto que hay en mi comenzarán a protestar. Pedro reprenderá a Jesús.

            Marcos, inicia hoy la segunda parte de su evangelio. La concibe como una larga marcha, subida, a Jerusalén. Desde ese lugar extremo de Palestina, Cesarea, Cristo comienza ahora a avanzar con su desalentada tropa hacia su Capital.

            Todavía, senadores, sumos sacerdotes, funcionarios, periodistas, lo observan: mientras haga alguna que otra sanación, una que otra obra humanitaria, contribuya al orden, o por lo menos no lo subvierta demasiado y puedan asimilarlo al sistema, lo tolerarán, incluso, cuando diga algo semejante a lo que ellos sostienen o que les convenga, lo aplaudirán, ¡qué más quieren que su bendición a sus esquemas, a sus obras, a sus legalidades farisaicas, a sus sistemas bancarios, a sus recaudaciones publicanas...! Pero no le dejarán pasar una, en cuanto diga algo que no les guste, desde sus puestos, desde sus cátedras, desde sus estudios televisivos, moverán su cabeza con desaprobación, quizá le dejen hacer una rectificación, o pedir perdón, o sencillamente lo ignorarán, le harán el vacío, no lo entrevistarán ni publicarán... Y, si molesta demasiado y no pueden comprarlo, reunirán al sanedrín y lo crucificarán.

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