Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos» Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado»
Sermón
"¡Qué angustia extrema!", exclama David cuando el profeta Gad le da a elegir entre tres años de peste y hambre o tres años de persecución por parte de sus enemigos. Pero, finalmente, exclama "¡Prefiero caer en manos de Dios, que es grande su misericordia, que caer en manos de los hombres!" Y elige la peste.
En este texto 'los hombres' traduce el singular colectivo hebreo Adán, es decir el Hombre con mayúsculas. Pero ¿quién es este Adán, 'el hombre', 'los hombres', de quienes David teme tanto caer en las manos? Ese mismo hombre, también, en cuyas manos anuncia hoy Jesús a sus discípulos que será entregado.
Animal singular entre todos los bichos de la tierra el hombre. Capaz de inimaginables empresas, a las cuales ningún ser viviente conocido podría jamás arribar, pero también de inenarrables bajezas y vesanias con las cuales ha salpicado de horror y de sangre su relativamente corta historia en el prolongado acontecer del cosmos.
Hacia los años 1990 el neurólogo Paul Mac Lean , investigador del Instituto Nacional de Salud Pública de Estados Unidos sostuvo que el cerebro humano equivalía a tres computadoras biológicas interconectadas, sobrepuestas una sobre otra; cada una de las cuales poseyendo su peculiar y específica inteligencia y modo de actuar. Lo que es más importante, sostiene, cada una de estas tres capas, de la más interior a la más externa, corresponde a una distinta etapa evolutiva. La más antigua y central, formada básicamente por la prolongación de la médula espinal en el cerebro posterior y medio, se desarrolló hace varios centenares de millones de años en el reinado de los reptiles y los dinosaurios. Alberga los mecanismos neurales básicos de la reproducción y la autoconservación. Allí se montan los impulsos de agresividad, de territorialidad, de sexualidad y hambre, los actos rituales y los de las jerarquías sociales que hacen a la supremacía de los más fuertes o hábiles sobre los inferiores, garantizando así la supervivencia no solo del individuo sino de la semilla más apta, ya que posisionarse en la cúspide de la jerarquía de las familias reptílicas supone mejor alimentación, defensa y acceso a las hembras. A este cerebro básico lo denomina Mc Lean, 'complejo reptílico' o 'complejo R'. Forma la parte más profunda y todavía actuante del cerebro humano.
Pero hace unos ciento sesenta millones de años, se origina, dice el mismo investigador, rodeando al complejo reptílico, el sistema límbico, así llamado porque linda, en el hombre, con el cerebro propiamente dicho. Se desarrolla fuertemente en los mamíferos y está profundamente ligado a la actividad de las hormonas, compuesto, como está, por el tálamo, el hipotálamo, la pituitaria, el hipocampo.... Preside el mundo de las emociones intensas, el terror, el pánico, el acercamiento, la hilaridad, la ansiedad y, en los casos de vida social y gregaria, el altruismo, la capacidad de la madre de dar la vida por sus hijos o de los machos jóvenes de darla por el grupo -conste que aún no estamos en campo específicamente humano-, pero también el sistema límbico dispone el odio al extranjero, al animal ajeno al rebaño, a lo extraño, a la diferencia étnica. Todos los que tienen alguna experiencia con perros o con caballos saben de las similitudes que a este nivel de sentimientos estos mamíferos tienen con nosotros.
Sin embargo es el desarrollo de la tercera capa cerebral, sobre la límbica y la reptílica, el cerebro anterior, el llamado neocortex, la materia gris, el que hace a lo que es propio del hombre: en el orden del conocimiento, con su capacidad de autoconciencia, de anticipación, de iniciativa, de hiato entre estímulo y respuesta, de lenguaje, de cálculo, de pensamiento y, en el orden del apetito, con el poder de fijarse propósitos libremente y a su abertura a deseos ilimitados, a bienes estéticos y aún abstractos...
Lo que es más notable, amén de estas características y muchas más, el neocortex, posee la de no estar programado de entrada para una determinada manera de pensar, actuar o aún hablar. El complejo repítilico y el sistema límbico vienen dispuestos por la evolución de modo instintivo; apenas necesitan aprendizaje, porque su 'soft' les es trasmitido genéticamente, mediante el ADN de sus progenitores. La materia gris, en cambio, es, de nacimiento, una especie de supercomputadora virgen que exige programación. Es necesario instalar en ella el DOS del lenguaje, el Office de la cultura, el Windows de un fácil manejo de si mismo. Sin esta programación que, en el ser humano toma forma de educación -tanto intelectual como moral y humana-, el hombre queda dominado por la prepotencia instintiva de su complejo reptílico y su sistema límbico que, incluso, son capaces de forzar las capacidades del neocortex a ponerse a su servicio.
Esta educación proviene en su mayor parte de la cultura, es decir de la forma de pensar, de valorar y de actuar propia de la sociedad en la cual se nace. Desdichadamente esas culturas o programaciones que habrán de informar al neocortex virgen del hombre, pueden ser buenas o malas. Piénsese, por ejemplo, en la cultura sanguinaria de los aztecas. Sociedad férrea, reptílicamente jerarquizada que pensaba que la misión histórica de las castas guerreras dominantes era garantizar la salida del sol en medio de la enrojecida aurora mediante la sangre de los sacrificios humanos manada del pecho de esclavos o de presas humanas que con ese propósito salían a cazar en sus correrías bélicas por América central. Con esas nociones se ilustraban los cerebros de los niños aztecas. Piénsese en la civilización asiria, cultura feroz construida sobre los instintos de agresividad y territorialidad y jerarquías bendecidos por pavorosos dioses. Piénsese en la saña y crueldad de las guerrillas, de los terroristas, de revoluciones pavorosas que han bañado en muerte y desolación a multitud de pueblos con la justificación ideológica, a nivel de neocortex, de engendros monstruosos del complejo reptílico y del sistema límbico. Cuando la apertura a lo infinito y el poder de cálculo de la parte superior de nuestra mente humana se ponen al servicio de las capas más arcaicas de nuestro sistema cerebral, se configuran y promueven atrocidades y desalmados desenfrenos que en el animal esas capas no suscitan. Una vida humana auténticamente humana debería poner sus sistemas reptílicos y límbicos al servicio de la mente rectificada por la gracia y no colocar a ésta a su bestial servicio, como es el caso en las civilizaciones que prescinden del verdadero Dios.
En épocas cristianas, aún los instintos bélicos se ponían legítimamente al servicio de bienes superiores y, en su actuación, eran regulados por leyes humanitarias, de caballeros, que atemperaban su ejercicio. Ser militar era, antes que nada, ser, precisamente, un caballero. Y un cierto código de honor han mantenido los guerreros en casi todas las grandes civilizaciones. Nadie hay como un soldado de profesión, para saber de los horrores imprevisibles de enfrentamientos sin nobleza y sin controles éticos.
Lo mismo los instintos sexuales, elevados al encuentro personal, en la monogamia y la entrega para siempre abierta a la vida.
Véase el espanto, en nuestros días, en África, de las guerras de tribus atomizadas, con sus mutilaciones y violaciones sistemáticas o, recientemente, la inaudita crueldad de los combates en la ex Yugoeslavia: instintos reptílicos y límbicos justificados a nivel neocortical incluso por motivos religiosos. O, en las últimas guerras, los bombardeos indiscriminados, aún con bombas atómicas, de ciudades abiertas y millones de víctimas civiles, mujeres y niños, bajo la fría astucia de un neocortex excogitando justificaciones de tipo racial, democrático o de derechos humanos...
No digamos nada en nuestras relaciones sociales, comerciales y aún familiares, ¡cuánto de reptílico, cuanto de límbico, moviendo desordenadamente nuestro vivir, nuestra economía y -no necesitamos decirlo-, nuestra política!
Pero precisamente eso es el hombre, estos son los hombres, ese es Adán: el ser humano sin la gracia, con su materia gris girando sobre si misma y al servicio del reptil y el animal que lleva adentro. A este hombre, a este Adán viene a rescatarlo, viene a superarlo y curarlo, el 'Hijo del Hombre', el hombre auténtico, el hombre unido a Dios, el nuevo Adán, aquel cuya programación viene de Dios: no de las palabras y culturas deformadas de los hombres, sino del decir divino, del Verbo.
Jesús viene con una cultura -preparada, es verdad, durante muchos siglos en ese mundo aparte que fue el pueblo de Israel-, que viene del Padre. La programación que trae Cristo, la Palabra hecha hombre, es el mismo 'soft', la misma programación básica que preside el ser, el pensar y el querer de Dios. Y esa es la que viene a transmitir a los hombres, precisamente para elevarlos, más allá de lo humano, al vivir divino. El neocortex, en última instancia, está formado con sus circuitos abiertos al infinito, con sus deseos insondables y con su poder de aprehender el ser y la realidad, para poder ser programado por la palabra de Dios y así alcanzar la santidad y, mediante ella, la plena e inmarcesible felicidad de la resurrección.
Pero desde siempre el hombre viejo, la vetusta cultura surgida de los instintos reptílicos y límbicos, del neocortex puesto a su servicio, se niega a aceptar la programación divina, el soft del hombre nuevo, la cultura cristiana. "Así vuestros padres persiguieron siempre a los profetas". Desde siempre el Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres; Cristo en las de Adán, o, lo que es lo mismo, en las de su doble, Caín. Ese mundo tan bien descripto por Santiago en nuestra segunda lectura de hoy.
Esto no lo entienden los discípulos y, ante anuncio tan sorprendente de que sería entregado en manos de los hombres, muerto y resucitado, temen hacerle preguntas -dice el evangelio-: no quieren saber que no los llevará por caminos de gloria humana y de aplausos y dominios, y se ponen a discutir sobre quién era el más grande: les aparecen las colas de los dinosaurios y los colmillos de gorila que tenían debajo de sus caretas de hombres...
Y allí vuelve a instruirlos Jesús con su programación divina: "el que quiere ser el primero debe ser el último... el servidor de todos". El meollo del mensaje del Verbo, del que vino no a ser servido sino a servir, no a ser amado y aclamado y aplaudido y considerado, sino a amar...
Pero los viejos instintos, las caducas programaciones se resisten... Por eso siempre los verdaderos cristianos han sido perseguidos en medios no cristianos -el Hijo del Hombre entregado en manos de los hombres-. La vieja humanidad, aunque tome el nombre de nueva y de progresista y de moderna y de avanzada, más vieja y arcaica que nunca, como la caricatura de la anciana maquillada de adolescente, siempre se resistirá al advenimiento del hombre nuevo. El mundo reptílico y animal, al mundo del hombre abierto a Cristo... Mala señal es, si en estas épocas postcristianas -si no anticristianas-, todos te aplauden, están de acuerdo con vos, y vos, a tu vez, te sentís cómodo con ellos y con sus espectáculos y sus negocios y sus modas y sus reptílicos y límbicos modos de negociar, de hacer política, de emparejarse...
Pero no creas que solo de afuera te vendrá el embate: dentro tuyo baten alas de pterodáctilo, instintos de tiranosaurio, bramidos de búfalos en celo, pelos erizados en tu espinazo por tus territorios -tu ego- invadidos, irracionales temores, brutales cobardías... Dentro tuyo hay un neocortex alimentado por falsas ideas, por slogans adocenados, por frases hechas, por ideologías, por mensajes subliminales, por propagandas, por prejuicios culturales... Difícil construir en nosotros al hombre nuevo, y que no 'caiga en manos de los hombres'...
Por eso Jesús, ante sus discípulos, toma a un niño y lo pone en medio de ellos como ejemplo. El niño es el prototipo de quien todavía tiene su cerebro virgen, sus instintos de adulto aún apagados, es el que puede recibir sin prejuicios la programación nueva de Cristo, ser educado desde el vamos en ternura y evangelio, abierto en la confianza a la palabra del Padre.
Y aunque temamos como los discípulos preguntarle, acercarnos a Jesús, -de miedo a que nos diga con más claridad cuál es el camino; por temor a que nos lleve a dejar tantas cosas por senderos de heroísmo, de combate y de cruz-, tomemos fuerzas, hagámonos como niños, interroguemos su Palabra, y digamos como David "¡Prefiero caer mil veces en manos de Dios, en manos de Cristo, que es grande su misericordia y lleva a la Vida, que en manos de los hombres, en manos de Adán, Caín que, finalmente, nos precipita a la nada y a la muerte!"