Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, Jesús decía a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Que es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto." El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!" Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez." Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos" Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero»
Sermón
Sabido es que, por cada cien pesos que produce un argentino, el Estado le saca, entre uno y otro impuesto, aproximadamente cuarenta o cincuenta. Con lo cual resulta que el cuarenta por ciento o más del producto nacional es luego administrado por funcionarios a sueldo que manejan dinero que no es propio, sino nuestro. Según Cachanosky seis meses del año trabajamos para el Estado y seis para lo que decidimos nosotros. Por eso cualquier rebaja de impuestos, en este país de gabelas casi confiscatorias y violadoras de la propiedad privada, es un pequeño alivio. Y no solo para aquel a quien se le rebaja el impuesto sino para toda la sociedad, ya que es dinero que deja de ser manejado ineptamente por un burócrata y pasa a ser manejado por el propio dueño que, por interés propio, lo hará con mucho mayor eficacia. De todas maneras, de los gobiernos populistas, esas rebajas nunca llegan.
Es verdad que en este país cada vez hay menos gente que maneje su propio peculio. Como la pequeña empresa está desapareciendo, o solo queda el Estado, o la gran empresa con dueños casi anónimos distribuidos en el paquete accionario. Aún así el administrador o gerente o directivo de empresas privadas está controlado por su eficacia y por su interés en conservar su puesto o de ascender por sus talentos. Eso no existe, prácticamente, en el Estado, donde la eficiencia no interesa a nadie, y donde el recurso para suplir la ineptitud es el bolsillo de los contribuyentes; para ascender, el patronazgo de algún ladero político; y para enriquecerse -más allá de la jubilación de privilegio de los grandes peces, garantizada cualquiera sea la gestión desastrosa o buena que hayan realizado-, los retornos, las diversas comisiones más o menos legales y las solidaridades que crean la función pública y los partidos. Mas la eterna rotación de los mismos fracasados por los puestos y funciones más dispares...
Aunque la economía de la época de Jesús no era tan complicada como en nuestros tiempos, algún símil todavía podemos encontrar. Precisamente, en nuestra aparentemente difícil parábola, se trata de un gran empresario que, entre otras cosas tiene un campo, quizá un latifundio, que ha confiado a un administrador que, hoy, probablemente, sería un ingeniero agrónomo. Pero resulta que el ingeniero o no era demasiado eficaz o se ha dejado estar. Le llegan al dueño quejas de que el hombre está llevando mal las cosas.
El texto griego en ningún momento habla de que el ingeniero sea deshonesto, sino simplemente que está manejando las cosas mal y malgastando el dinero. A lo mejor se ha comprado un tractor o una camioneta nueva innecesarios, ha plantado mala semilla, o elegido mal los potreros, no hace suficientes relaciones públicas con la autoridad, está haciendo gastos excesivos y no sacándole toda la rentabilidad posible a las hectáreas encomendadas. Así pues, el dueño decide examinar las cosas con más atención y, si es necesario, proceder a la remoción expeditiva del 'ecónomo' -como le llama el texto griego original-.
Pero que este ingeniero no era deshonesto lo vemos en que ha llevado todos los papeles en orden, de modo que el dueño puede pedírselos para estudiarlos: " dame cuentas de tu administración ". Y lo echa con preaviso. " Ya no ocuparás más ese puesto ". Si bien en aquel tiempo no existía la indemnización por despido -sin tope como acaba de sentenciar, otra vez manejando plata ajena, nuestra inefable Corte Suprema-, tampoco se andaban con chiquitas, así que, si el administrador hubiera sido deshonesto, hubiese terminado en el calabozo.
Pero, con abundantes documentos de la época, se ha demostrado que los intereses que solían percibirse por ciertos préstamos eran generalmente usurarios. E iban expresamente contra la legislación, que si bien nadie cumplía, intentaba imponer Roma y estaba en vigencia al menos en Israel, y aún hoy podemos leer en el cuerpo legislativo de la Biblia.
Los ejemplos a los cuales alude el Señor son típicos: veinte barriles de aceite era una barbaridad: tres mil trescientos litros. Evidentemente el deudor o era un comerciante que, luego lo fraccionaba, o un industrial, probablemente de una Pyme de aquel tiempo, de industria de conservas de pescado, que usaría el aceite para ello, metiendo -como se hacía- al pescado bañado en óleo en pequeñas ánforas de arcilla. También el deudor del trigo o sería un pequeño estanciero que necesitaba semilla para la siembra, o un molinero.
De acuerdo a los estudios de un tal Derret , publicados hacia el 1970, el cien por ciento y el veinte por ciento eran los intereses que, más allá de la ley, se solían pagar respectivamente por el aceite y el trigo en el ámbito de la civilización mediterránea durante el siglo I. En parte por la usura de los prestamistas, en parte por los impuestos que había que devengar al Estado y a las jurisdicciones regionales. Claro, eso no perjudicaba tanto al comerciante o al productor como al consumidor final. La carestía a que daban lugar estos manejos llevó a aumentar terriblemente los índices de pobreza, la delincuencia, las revueltas, y provocó las reformas que intentaron emprender, enfrentándose con los poderes locales, aunque lamentablemente sin eficacia, los emperadores romanos desde Augusto a Diocleciano. Pero precisamente Diocleciano terminó de arruinar la economía del imperio con sus precios máximos y sus inspectores. Ya desde entonces quedó demostrado que los abusos de los funcionarios no se resuelven con más funcionarios y más leyes y trabas, sino al revés.
La cuestión es que este agrónomo que, con más de cuarenta años, se da cuenta de que si lo echaban no iba a conseguir trabajo ni por casualidad, por una vez se pone a actuar con total trasparencia y honestidad y corrige estos intereses distorsivos bajándolos a los límites legales del Éxodo, el Levítico y el Deuteronomio. (A la manera del buen contador público que ayuda al empresario a no fundirse pagando todo lo que absurdamente le exigen normas impositivas arbitrarias.) Y se lo agradecerán no solo los comerciantes y los productores, sino todos aquellos a quienes por fin llegarían los bienes a su precio de mercado. Y seguramente, alguno de estos buenos comerciantes o empresarios, reconocidos, aprovecharán su experiencia y buen criterio, y lo emplearán.
Lo que confunde todo es la traducción del versículo octavo: " Y el Señor alabó a este administrador 'deshonesto' ", leemos. Sea quien fuere este Señor -o Jesús mismo o el Señor de la parábola-, alaba, dice textualmente el original griego, no al administrador 'injusto' o 'deshonesto' -lo cual sería un verdadero disparate-, sino, al administrador 'de la injusticia' -' ton oikonómon tes adikías' [1] , en genitivo, para los que saben griego y declinaciones-. A la manera de la otra frase: "si no sois fieles en el uso del dinero ' de ' la injusticia". No 'dinero injusto', como traduce nuestra versión.
Ecónomo 'de la injusticia', dinero 'de la injusticia', eran expresiones proverbiales que corrían en los ambientes religiosos, para hacer notar que el dinero conllevaba, muchísimas veces, o en su obtención o en su uso, falta de piedad. Piénsese que 'justo', en el lenguaje bíblico, no se refiere a la justicia legal o moral como tal, sino a la santidad, a la piedad, a la adopción, en la vida de uno, del querer de Dios.
Cierto que nadie podrá decir que la administración del dinero sea de por sí pecaminosa. Estaríamos fritos: hasta yo tengo que manejar la plata de la parroquia. " Aún en los conventos dedicados a la oración " -decía el gran franciscano San Buenaventura- " es necesario que haya un hermano que se dedique a la administración, para que el resto pueda orar. Y su no poder orar como los demás, le valdrá lo mismo de mérito, si lo hace, como lo ha de hacer, por amor a Dios, por caridad ." ¿Cómo subsistiría una sociedad si no hubiera personas que se dedicaran a la producción y administración de las riquezas ofreciendo la inquietud y trabajo que ello supone en aras del bien común? Claro que, para que esto sea así, hay que hacerlo como cristianos y manteniendo el tiempo y lugar suficiente en su vida para poder orar, estar con los suyos, acrecer su cultura, desarrollarse humanamente. Y el mismo San Buenaventura enumeraba una larga lista de ricos que, en su riqueza al servicio de Dios y los demás, se habían hecho santos.
Pero convengamos que el dinero, al menos en la situación mundial y nacional actual, puede seguir llamándose a grandes rasgos 'dinero de la injusticia', y a sus administradores, sean honestos o deshonestos, 'ecónomos de la injusticia', como el evangelio llama al bueno del agrónomo. Pensemos en el dinero internacional unido al poder, no siempre bien encaminado; pensemos en el que mueve, colosal, el mundo del vicio, de la droga, de la prostitución y que, finalmente, lavado, entra en circulación entre nosotros; pensemos en el dinero de la industria bélica que, si bien necesaria, necesita para prosperar de guerras a veces evitables; pensemos en el dinero de los sobornos, en el que mueve bajo el secante a funcionarios corruptos y la política partitocrática; el de la delincuencia común; el que a veces gastamos nosotros mismos para promover industrias, espectáculos y actividades inmorales. Recordemos que -como dice Jesús- no solo el que es injusto en lo grande, sino también en lo chico, cae en deshonestidad e injusticia. Se empieza sobornando con unos pesos al policía o al inspector para que no nos haga la multa y dándole una propina al empleado para que agilice el expediente ... y no se sabe donde uno termina.
"¡Es que de otra manera, en esta sociedad no se puede hacer nada, no se puede trabajar, no se puede mantener una empresa!" Bueno, habrá que ver... En este orden de cosas hay países que, en los índices estadísticos de honestidad, ocupan un lugar bastante más arriba que nosotros... (y también más abajo, es verdad). En todo caso, si es así, ello confirma lo sabio de llamar al dinero, 'dinero de la injusticia' o 'de la maldad', el famoso ' mamona tes adikías' , ' mamona iniquitatis ', del texto original.
Pero en fin, como en todas las cosas, hay niveles aceptables de tolerancia en estas a veces poco límpidas pero admitidas reglas de juego a las cuales nos obligan las circunstancias, las malas leyes y los malos funcionarios. Y por otra parte, siempre es posible ir mejorando las cosas, intentar hacer negocios con la gente más honesta, con las empresas más serias, con los productos más confiables, con los profesionales más rectos, aunque eso a veces nos cueste un poco más o nos haga ganar menos dinero. O cosas más chicas: no comprar repuestos de auto en la calle Warnes, ni radios de auto usadas en la calle Libertad... no comprar este o aquel producto truchado o contrabandeado o copiado o fotocopiado... No fomentar la vagancia dando limosnas a evidentes falsarios, más bien gastando en comercios, en restaurantes que hacen bien las cosas y dan trabajo a la gente, en obras, conciertos y audiciones de verdadero arte... Pagar, dentro de lo que podemos -que es verdad que no siempre podemos, lo se por experiencia y que me lo digan los pobres empleados de la parroquia y las maestras de nuestro colegio, y peor con las imposibles reglas laborales - pagar, digo, con generosidad a los que trabajan para nosotros. En fin, no me voy a poner a dar ejemplos que cualquiera puede multiplicar con su experiencia propia. Pero siempre es posible administrar mejor y más cristianamente el 'dinero de la maldad'.
De todas maneras la parábola apunta un poco más alto que al recto uso de nuestros bienes materiales. Lo de la necesaria astucia de los 'hijos de las luz' y la última frase del pasaje dan la clave final a la enseñanza de Jesús: " no se puede servir a Dios y al dinero ".
La pregunta a la cual me induce responder el Señor es ésta: ¿pongo el mismo empeño, inventiva, preocupación, esfuerzo, tiempo, Lexotanil... en buscar los bienes espirituales, la santidad, la amistad con Dios, el negocio de lo definitivo, que los que pongo en la búsqueda de los bienes materiales? Si a veces esta preocupación me lleva a sacrificar los bienes del amor familiar y de la amistad y aún de la cultura o de la salud, lo cual ya es desordenado ¿no me llevará también a sacrificar mi tiempo de oración, de encuentro con Dios, la rectitud de mis intenciones, la limpidez de mi conducta y mi conciencia, la serenidad de mi alma? Es verdad que hay momentos y momentos en la vida. Períodos en que mi estudio y mi trabajo exigen la mayor parte de mi tiempo, cuando estoy empezando, cuando se presenta este o aquel problema, cuando pugno por sobrevivir.. al fin y al cabo estoy luchando no solo por mí sino por los míos, por su porvenir, por su educación, por su seguridad... No todos tenemos vocación de monjes ni de pobres franciscanos: hemos de estar en el mundo... Pero, si esto se convirtiera en una prioridad de valores puestos al revés que se hiciese permanente y determinante en mi vida, obvio que he de tratar de cambiar. ¿En algún momento no tendré que decir, "hasta aquí llego", "basta ya": debo vivir, amar, gozar de los míos, no conceder ni una uña más de mis principios, del respeto que debo a Dios y a mi mismo, hacerme santo...?
Hemos pues de agradecer tantísimo, a quienes honestamente sacrifican gran parte de su vida en el trabajo, en el manejo honesto de las riquezas, en la invención y producción de cada vez mejores y mayores bienes materiales. Sin ellos no podría subsistir no solo la sociedad sino ni siquiera la Iglesia, ni sus instituciones, y yo, particularmente, no podría ser sacerdote, ni llevar adelante la parroquia, ni estudiar para la Facultad y enseñar a mis alumnos. Que Dios premie, pues, sus desvelos. Pero que Dios les de la gracia de que, a través de sus bienes y su gestión, puedan servirle a El, único Señor, y a sus fieles, a sus prójimos, y que, también, en el manejo y uso del dinero 'de la injusticia', puedan alcanzar la santidad.
[1] Es verdad que, en hebreo, no existiendo el adjetivo lo adjetival se expresa con el genitivo. Pero en este caso particular no vemos porqué ha de imponerse, contra el verdadero contexto, la gramática hebrea y no la griega.