Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, Jesús decía a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Que es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto." El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!" Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez." Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos" Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero»
Sermón
Tal como Vds. saben, el evangelio de San Lucas muchos calculan fue escrito hacia el año 80 de nuestra era. Quince años después del de San Marcos, cuarenta y pico de años después de la muerte del Señor y, probablemente, cuando mediaba Lucas su sexto decenio de vida. El recuerdo del Señor permanecía aún vivísimo entre sus discípulos.
La mayoría de los apóstoles todavía vivía y los que le habían visto y sabían de Jesús eran incontables. Más aún: multitud de dichos de Jesús, anécdotas, relatos, ya circulaban por escrito como ayuda de los predicadores y catequistas.
San Lucas, El Greco, 1541-1614
Pero es indudable que, aunque cuarenta años no son tantos, sobre todo cuando se trata de recordar a una persona a la cual se ha amado y que ha sido para uno importantísima en la vida. -Aunque hayan pasado cuarenta años quién no recuerda a su padre, a su primer amor, a las cosas importantes que le acaecieron cuando joven. ¿Y, acaso no dicen que los grandes recuerdan más vívidamente los sucesos de la infancia y juventud que los cercanos?- Pero, digo, a pesar de ello ¿quién no se da cuenta de que cosas menos importantes, detalles secundarios, pueden haber quedado esfuminados por el tiempo? ¿Cuántas personas había en aquella ocasión, quiénes estaban, dónde la cosa sucedió exactamente, si hablábamos parados o sentados y así siguiendo? ¿No vemos que aún sobre un mismo hecho contemporáneo cada periodista o testigo da una versión leve o no diferente? ¿Y acaso comparando los evangelios no vemos cómo el mismo episodio es relatado con detalles diversos por Mateo, por Marcos y por Lucas, no digamos nada de Juan? Tanto más sabiendo que los evangelios están escritos en griego que no era la lengua con la cual hablaba habitualmente el Señor ni los que lo rodeaban. Y las traducciones son siempre variadas entre sí.
Por otro lado ese relato o prédicas que corren de mano en mano han de ser utilizadas por la Iglesia naciente en auditorios distintos, con diferentes problemas e intereses muchas veces, a aquellos a los cuales predicó Cristo. Por eso se rebana este detalle que no interesa en este momento o no viene demasiado al caso. O aquella parábola que primitivamente Cristo dirigía contra los fariseos los predicadores la aplican directamente a los malos cristianos. O dichos que Cristo fue diciendo en diferentes momentos y circunstancias se juntan en un solo discurso. En fin. No voy a hacer una historia de la composición de los evangelios, pero indudablemente no siempre es fácil determinar en ellos cuándo, más allá de la veracidad propia del género, uno u otro detalle de las palabras o hechos de Jesús son fotográficamente históricos.
Pero, si no siempre es fácil determinar exactamente cuáles fueron las palabras arameas de Jesús, en el caso de las parábolas, la literalidad se hace relativamente verosímil ya que, por el género propio de éstas, vivas, golpeando fuertemente la imaginación y la curiosidad, fácilmente se grababan en la mente y –como los chistes de gallegos- se iban transmitiendo de boca en boca con apenas deformaciones. Es por eso que, en las parábolas, casi siempre es fácil determinar el núcleo original del relato, atribuible literalmente a Jesús y los añadidos o interpretaciones ‑extraídas a lo mejor de otros discursos y contextos- que han hecho, en el primitivo relato, los predicadores o el mismo evangelista. Sin mencionar que el mismo Cristo haya podido repetir las parábolas modificándolas según su inspiración y variadas audiencias.
Y esta introducción se hace necesaria para entender mejor el trozo de evangelio de Lucas que hoy hemos leído y en donde claramente podemos hallar un relato original y añadidos circunstanciales.
Nos encontramos primero con el estrato primitivo, que es el cuento mismo del administrador deshonesto. Como en la parábola del ladrón nocturno, Cristo que no es un santulón ni mojigato, no desdeña en servirse de un relato de rufianes para sacar una buena enseñanza. Probablemente no hace sino referirse a un caso concreto y reciente que se le ha contado seguramente algunos con enfado o quizá pícara sonrisa.
Lo ha elegido como ejemplo, intencionadamente, pues puede así estar seguro de la atención redoblada de los oyentes. ¡Qué le vamos a hacer, a la gente le gustan más los cuentos y películas de sinvergüenzas que de santos! Y, seguramente, los oyentes esperan que Jesús concluya el relato con unas palabras de severa desaprobación. Pero inesperadamente - ¡este Jesús es un caso, yo no sé como un personaje tan genial ha podido tener discípulos tan aburridos como los curas, las monjas y ciertos catolicones!- inesperadamente, digo, en vez de la desaprobación que esperan los piadosos oyentes, en lugar de esto, Jesús alaba al cachafaz “Y el Señor alabó a este administrador deshonesto”. En el relato tal cual está ahora pareciera que este señor es el patrón, el hombre rico. Pero ¡cómo va el patrón a alabar al que le roba! No. Es que el suceso había ya terminado. El que alaba al administrador es el mismo Jesús.
¿Y por qué lo alaba? ¿Cómo se entiende esto? Sería largo demostrarlo y explicarlo. Pero la cosa se comprende en el contexto de la predicación primitiva de Jesús. En todas sus palabras resuena la ‘urgencia’ de la conversión que pretende de los corazones a quienes habla. Cristo es la última y definitiva interpelación del Padre al pueblo de Israel y a todos los que le escuchan. La oportunidad postrera de salvación. La cosa es grave. No podemos dejar, así nomás, la decisión para mañana. Los acontecimientos se precipitan. Y por eso Jesús toma el ejemplo del hecho que quizá acaba de oír contar con reprobación: “¿Están indignados? Pues aprendan de eso. Están en la misma situación que este administrador que tiene la soga al cuello y a quien amenaza la ruina.” Solo que la crisis que les amenaza a Vds. ‑en medio de la cual ya están‑ es incomparablemente más terrible.
El autor es Marinus van Reymerswaele, Administrador deshonesto, ca.1540.
También para nosotros. Se trata de minutos que pasan y que ya no vuelven más en los cuales se juega nada menos que la eternidad. Hoy hacete santo, no mañana. Por eso este hombres es ‘fronimós’, sagaz, hábil, ha comprendido la situación crítica, no ha dicho burguesamente “qué interesante, lo que dice este padre” y luego ha continuado como siempre, no ha dejado correr las cosas, ha sabido obrar en el último minuto, antes de que la desgracia que le amenazaba se abatiera sobre él. Ciertamente sinvergüenza sin demasiados escrúpulos, administrador ‘tes adikias’, de la injusticia, deshonesto, se le dice. Jesús no lo aprueba en ese sentido, pero no se trata de esto aquí. Ha obrado audaz, decidida y sagazmente y ha podido crearse una vida nueva.
¡Ser sagaz! ¡Hábil! Ésta es la exigencia urgente de la hora también para nosotros. Todo está en juego. Así me decía una ancianita me acuerdo, en Flores, hace unos años: “Padre, hágase santo ahora que es joven, después cada vez es más difícil; y atardece”. ¡Ojalá le hubiera hecho caso!
Claro, fuera de contexto la parábola se hace algo difícil de entender y hasta escandalosa, Por eso ya, de entrada, se le agrega lo de que “los hijos de este mundo son más hábiles que los hijos de la luz”, que quiere aclarar que Jesús se limita a alabar la astucia de los hijos del mundo entre sí, pero no frente a Dios. Verdad de hecho, no de derecho, porque nada dice en el evangelio que los católicos tengan que ser zonzos ni que todo, por el hecho de ser católicos les tenga que salir mal. Si les salen mal es por falta de talento o mala suerte, no por cristianos. Como dice Castellani, es una vergüenza y una cosa que hade dudar hasta de San Martín, que no haya en la Argentina una gran editorial católica, un agudo diario católico, una filmadora católica. Es una vergüenza -sigue diciendo Castellani- que los judíos dominen el cine, el periodismo, la radio, la televisión, la enseñanza oficial y la edición de libros en un país que se dice católico. Jesucristo no amó a los estólidos ni a los pazguatos.
Pero el evangelio que hemos leído continúa e, inmediatamente, aparece una aplicación de la parábola totalmente distinta, hecha –quizá utilizando una frase del mismo Jesús pronunciadas en otra ocasión- por la predicación de la Iglesia primitiva: “Ganad amigos con el dinero de la maldad”. También en esa interpretación el administrador es un modelo, pero no por la decisión avisada de crearse una nueva vida en una situación difícil, sino por el empleo prudente de un dinero adquirido injustamente: lo utiliza para ayudar a otros. Lucas es el evangelista que más habla contra los peligros de la riqueza y el dinero. Pero aquí les abre las puertas de la salvación a los ricos. Si, a pesar de ser ricos, incluso en negocios no del todo claros, utilizan, administran sus bienes y talentos no con miras egoístas sino para bien de los otros y de la sociedad prepararán su camino hacia las moradas eternas.
Pero el relato sigue todavía con una tercera interpretación. “El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho […] y si no son fieles con lo ajeno ¿quién les confiará lo que les pertenece? Interpretación antitética porque, ahora, este hombre, el administrador, es un modelo al revés, un ejemplo espantoso de lo que justamente no hay que hacer: no ha sido fiel con lo ajeno, no ha sido fiel con lo poco, ha sido deshonesto. La parábola hay que entenderla en contra de este personaje.
Y finalmente por asociación de ideas, como si fueran las notas de un predicador o maestro de la Iglesia primitiva, aparecen algunos refranes aislados de Jesús: “no se puede servir a dos señores, no se puede servir a Dios y al dinero”
Y ¿quién no se da cuenta de que, unido o no todo esto al contexto mismo de la predicación de Jesús, la frase corona o resume todo lo demás? Porque esa decisión urgente que Jesús exige en su parábola, al fin y al cabo es la de elegir como objetivo de nuestra vida entre Dios y lo que no es Él. Mientras tratemos de jugar a los católicos, mientras ser cristianos sea “algo más” en nuestra vida y no lo que todo impregna y dirige, mientras Cristo no sea el norte final al cual se subordinan todos nuestros demás amores y trabajos y a lo cual todo lo demás sirve, estaremos sirviendo a dos señores. Y el dinero con el cual se compra cualquier cosa es el representante supremo justamente de todo lo que no es Dios.
Y así todo el pasaje termina por donde empezó:
“El tiempo urge, decídete cristiano, ahora, hoy: Dios o los ídolos de este mundo, Cristo o lo mundano, eunuco u hombre, mediocre o santo.”