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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

25º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 20, 1-16a
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros des­ocupados en la plaza, les dijo: "Id vosotros también a mi viña y os pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo os habéis quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Id también vosotros a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, pro­testaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora , y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada" El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no había­mos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»

Sermón

         No hay duda de que que nos encontramos con uno de los relatos, fábulas o parábolas menos aplicables terrenalmente de todo el evangelio. El propietario de la viña, en estas épocas de competencia feroz, de cálculos de costos precisos, de exigencias de desregulación laboral, podría darse como ejemplo de creador de puestos de trabajo para paliar la desocupación en aumento, cándido benefactor de cesantes y desempleados, pero ciertamente pésimo administrador de su viña y destinado tarde o temprano a la quiebra.

Algo de eso ha sucedido con el derroche demagógico y voluntarista del estado benefactor que durante tantos años dilapidó los bienes del país endeudándolo hasta extremos ahora casi impagables, mientras promovió el ocio, la cultura del acomodo, de las pensiones graciables, de las coimas y de los ñoquis.

Evidentemente la parábola de hoy no pretende ser -y si lo fuera sería un desastre- una lección de economía ni de justicia humana. ¿Quién se va a poner mañana a trabajar desde temprano si sabe que con media horita a la tarde recibirá la misma paga? Así estamos.

Pero precisamente con esta parábola chocante, casi absurda, literalmente injusta, Cristo quiere mostrarnos que nuestras relaciones con él, no se mueven en el plano de la justicia, como si tratáramos con Él contractualmente -de igual a igual, al modo de una paritaria- las condiciones de trabajo.

Es verdad que algo de eso podía pensarse en el antiguo testamento o, mejor traducido, la antigua 'alianza' o 'contrato'. Ese pacto de Dios con su pueblo, calcado de los antiguos tratados de vasallaje de los hititas, en el cual un soberano poderoso dictaba a un rey vasallo sus condiciones de protección, y fijaba los premios y castigos que su cumplimiento o incumplimiento aparejaba.

Para el pueblo de Israel la doctrina era así de sencilla. Si uno cumplía los mandamientos y la ley de Dios, éste lo protegía y hacía que todo le fuera bien; si uno violaba la ley, tenía que atenerse a las consecuencias: las cosas le andarían mal. La noción era tan clara que, puesta al revés, también resultaba cierta: el que a alguien las cosas les fueran mal era indicio seguro de que era un pecador; los prósperos y sanos, en cambio, seguramente eran buena gente. Todavía eso se pensaba en época de Jesús, como relata Juan, frente al ciego de nacimiento: "¿ quién habrá pecado" -le preguntan los discípulos a Jesús- " él o sus padres" ? Y toda la historia de la monarquía se contaba e interpretaba -en Reyes y Crónicas- desde esa óptica: cuando un rey era bueno y piadoso, el país andaba bien y él mismo vivía larga y pacíficamente; cuando era injusto e impío, rebelde a la ley de Dios, era castigado con calamidades, pestes, invasiones, corta vida...

Claro que, tal cual, este esquema no pudo defenderse mucho tiempo. Cada vez resultó más claro, a medida que se alcanzaba un sentido más profundo de la moral, que las cosas no eran tan sencilla. Era escandalosamente evidente que muchísimas veces los malos prosperaban y los buenos sufrían y les iba mal. El libro de Job , plantea la cuestión en toda su crudeza: aquejado por nubes de calamidades, unos amigos que van a verlo no dudan en acusarlo de pecador. Job se defiende airadamente, pero no convence a los amigos: si está tan mal es porque habrá pecado. Y en ese libro no hay respuesta, solo un remitirse a los insondables designios de Dios, Job agacha la cabeza -la paciencia de Job- pero no entiende nada. Al final el autor de la obra vuelve a la teoría de siempre y agrega un happy end al relato: Job, a la postre. es recompensado por Dios en esta vida con muchos más bienes de los que había sido antes desposeído. Pero la solución no convence.

En las últimas etapas del antiguo testamento algunos teólogos, visto que acá en esta vida la tesis de que Dios recompensa a los buenos y castiga a los malos no funciona -en Macabeos y Sabiduría- introducen la noción de un más allá en donde últimamente Dios equilibrará la balanza, y premios y castigos serán cuidadosamente medidos de acuerdo a estricta justicia. El toma y daca se pospone algo arbitrariamente a la otra vida. Aún asi la cosa tiene algo que no cierra.

Pero digamos que la mentalidad general y especialmente la de los fariseos tendía a seguir pensando como los amigos de Job. Y las desdichas que de vez en cuando asaltaban aún a los justos se atribuían a que nadie podía eximirse de equivocarse de vez en cuando.

Pero había otra cosa: todavía : la moral, la ética, estaba pensada como un cuidadoso cumplimiento de leyes y preceptos. No se trataba de la calidad interior de la intención y menos de ser buena persona. Es verdad que muchas leyes tendían a normar actos buenos, pero en general la justicia consistía, no en ser buenos, sino en cumplir meticulosamente preceptos morales y normas rituales sin atender a ninguna jerarquía de valores en especial. Todos los preceptos valían lo mismo. Conociendo bien las regulaciones de la ley y observándolas a la manera de un evasor de impuestos que bien asesorado no deja resquicios para ninguna acción legal en su contra, uno podía vivir inmisericordemente, ser una mala persona, aprovecharse del prójimo y al mismo tiempo ser "justo" ; farisaicamente se entiende. Al modo de esos justos que Jesús mira con indignación.

Para peor -recompensas y castigos en el más allá o no- esta mentalidad llevaba a pensar que la ley, la Torah, era algo que valía por si mismo, casi una hipóstasis, en la cual la relación con Dios era de alguna manera secundaria. El objetivo de la ley no era una amorosa demostración de amor a Dios ni al prójimo. Dios se transformaba, como mucho, en garante de que el cumplimiento de la ley tuviera su recompensa.

En realidad las cosas se trastocaban de tal manera que el fariseo pensaba que cumpliendo la ley Dios estaba obligado a pagarle lo que le debía. Los bienes tanto terrenos como finales eran algo que el fariseo obtenía con sus propias fuerzas y méritos al cumplir la ley. Era el cumplimiento de la ley realizado esforzadamente por el hombre el que tenía estricto derecho a la recompensa, al premio.

Es a esta simplificación absurda a la cual responde Jesús, probablemente refiriéndose al escándalo de los fariseos que ven como ofrece el Reino no a ellos los justos, los cumplidores, sino a toda esa caterva de pequeños, pecadores, ignorantes y hombres poco religiosos según las normas que constituían la mayoría de los seguidores del Señor. Recién llegados, obreros de la última hora.

Es posible que, en la época cuando escribe Mateo, ya la parábola se aplica a la sorpresa de los judíos, que ven como el reino se ofrece a los paganos, y éstos recién llegados van, poco a poco, constituyéndose en el grueso de los cristianos. Ese es el significado del añadido en este lugar de la frase: " Los últimos serán los primeros ."

Sin embargo la parábola apunta a algo más profundo: a destruir la concepción de paritaria, de contrato, de nuestras relaciones con Dios.

Desde nuestra existencia misma, fundada y creada por Él no a partir de algo previo que pudiera exigir alguna cosa como derecho, sino sencillamente sobre la nada. Nuestro propio vivir es innecesario, contingente, no se hubiera herido el derecho de nadie si cualquiera de nosotros no hubiera surgido a la existencia y hubiéramos permanecido siempre en proyecto irrealizado, en posibilidad no llevada a cabo. Vivir, respirar, levantarse todas las mañanas y cepillarse los dientes eso ya es totalmente gratuito, regalado, inmerecido, don...

Es verdad que, una vez creados varones y mujeres de deseos, todos tendríamos derecho quizá, pero cuanto mucho, a exigir aquellas cosas que son necesarias para vivir como hombres. Como no pedimos ser creados, podría ser que fuera equitativo protestar si no se nos dieran los elementos necesarios para funcionar tal cual fuimos fabricados. De hecho ya sabemos que hay mucha gente que se dedica a redactar listas de derechos de toda laya ; y, para eso, algunos hasta cobran dietas. Pero, prescindiendo de que la naturaleza humana ha sido creada precisamente con el magnífico derecho de cumplir con su misión en el mundo consiguiendo sus objetivos con su propio esfuerzo; sus acciones, buenas o malas, rectas o incorrectas, sabias o necias, como máximo deberían en justicia proporcionarle éxitos o fracasos en este mundo. En ese plano ciertamente puede y debe reclamar si los jueces no le hacen justicia, o protestar si habiendo educado bien a sus hijos éstos le salen una calamidad, o si no habiendo mentido nunca aún así la gente no le cree, o ,si habiendo trabajado con esfuerzo e inteligencia, una ley arbitraria lo funde o lo despoja de sus bienes, o si es asaltado por la calle. De todo eso el ser humano puede protestar y exigir a los hombres justicia. Podría incluso rebelarse contra Dios, si caminando por la vereda un gato empuja una maceta que termina por caer sobre su cabeza; o recriminar al Creador el que tuviera que morir joven y no llegar a los setenta u ochenta años, puede ser... al fin y al cabo el instinto de vivir nos lo ha colocado el mismo Dios en nuestros corazones...

Pero si hay algo que de ninguna manera podemos exigir, ni a lo que tenemos derecho, ni tiene nada que ver con la justicia, es la iniciativa admirable de Dios de allegarse a nosotros y ofrecernos -más allá del vivir humanamente al cual hipotéticamente tenemos derecho- el vivir divino, la amistad de Dios que nos introduce en ese vivir, la elevación de nuestro mero ser de hombres al existir trinitario, la entrega a nosotros del Hijo de Dios, la efusión en nuestros corazones del Espíritu... El cielo. Eso no lo puede conseguir ni la biología, ni la técnica, ni la ciencia, ni la psicología, ni la economía, ni la política, ni la ética, ni nuestros portarnos bien o mal, ni la justicia, eso solo se puede obtener como regalo de Dios...

Los obreros de la primera hora no se dan cuenta de que aún el haber sido llamados a trabajar en la viña ya es un regalo de Dios, un premio en si mismo, y que mal la han pasado desocupados los que al transcurrir de las horas no conseguían encontrar sentido a sus jornadas, extraviados o desempleados de la vida... Y tampoco se dan cuenta de que el cumplir los mandamientos del cristiano no puede ser mercenaria exigencia de salario, ni temor al castigo, sino intento humilde y siempre balbuciente de agradecer en obras de amor lo que sin merecimiento alguno continuamente se nos regala, más allá incluso de nuestros pecados, que siempre Dios está ansioso por perdonar...

Obreros de la primera o de la última hora, cristianos viejos o de postrera generación, la parábola de hoy nos habla de un Dios misericordioso que está allende todas nuestras mezquindades y al cual debemos llegar no en escrúpulos de fariseos, ni necios reclamos de justicia, sino en entregada confianza en su misericordia y en permanente deuda de amor.

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