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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1998. Ciclo C

25º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, Jesús decía a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: "¿Que es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto." El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!" Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" "Veinte barriles de aceite", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez." Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos" Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero»

Sermón

         La situación económica y social durante la época de Jesús, en Palestina ha sido bastante bien estudiada, sobre todo por investigadores norteamericanos. El discutido biblista John Dominic Crossan la describe extensamente en en su polémico libro sobre Jesús subtitulado "La vida de un campesino judío del mediterráneo".

Ya desde la época helenista, pero agudamente bajo el dominio romano, la economía había tendido a globalizarse. El campesinado hebreo que antiguamente subsistía vendiendo sus escasos productos a los pequeños pueblos y ciudades de su vecindad ya había desaparecido. El comercio de granos, de aceite, de vino y de tejidos ya no cabía en la pequeña unidad familiar, se necesitaban caminos, pesados carruajes, barcos de gran tonelaje para transportar productos que debían abastecer desde muy largas distancias las ciudades importantes del imperio. Piénsese que el trigo que llegaba a Roma provenía, en su mayor parte, no de Italia sino de Egipto, del norte de África y de Sicilia, tierras en aquel tiempo feraces y con mano de obra barata. Los campesinos locales no podían competir con las importaciones y, poco a poco, endeudados para poder vivir, fueron despojados de sus tierras y se sumaron a la masa de pequeños artesanos, de esclavos o de marginados.

Jerusalén ya no dependía para su abastecimiento de las chacras de su territorio aledaño, sino de los productos que se importaban de toda palestina y aún del exterior. Así habían desaparecido por antieconómicos los minifundios, sus dueños se habían visto devorados por las deudas y grandes propietarios -probablemente los mismos acreedores- comenzaron a controlar enormes extensiones de terreno que así resultaban económicos.

Lo cierto es que estos propietarios difícilmente habitaban en sus estancias: no tenían tradición campesina y concebían sus posesiones como bienes de renta no como tierras solariegas. Vivían en las grandes ciudades y allí gastaban lo que recibían de sus fincas sin poner demasiado sus ojos en ellas. Vivían en París de lo que les mandaban sus administradores de las pampas.

Los administradores en el imperio Romano, aunque también en Palestina, solían ser esclavos de gran confianza, criados en la familia, a veces libertos. En esas épocas sin radioteléfonos y de difícil movilidad lejos de sus dueños, estos administradores o mayordomos gozaban de una independencia enorme. Decidían los cultivos, su comercialización, los préstamos, la compra de ganado y de esclavos, y rendían lejanas y tardías cuentas a sus patrones. Era lógico que en todas estas transacciones algún vuelto, algún retorno, algún rédito privado, algunas cabezas de ganado quedaran en sus manos. Cicerón , en una de sus cartas, observa que esa era una praxis, a la vez que totalmente generalizada, admitida, cerrando los ojos, por los patrones que, mientras les mandaran una renta razonable, no tenían ganas de ajustar las tuercas, lo cual les demandaría trabajo, viajes frecuentes a sus lejanos dominios, gestión directa y, probablemente, cambiar para peor.

Nuestro mayordomo del evangelio evidentemente se ha pasado de las generales de la ley, ha entrado en el foco de atención de su patrón debido -dice el texto- a excesos que han perturbado a la clientela del dominio, quien ha hecho llegar sus quejas a la ciudad, o por una gestión verdaderamente desastrosa que se habrá hecho notable por la reducción cuantiosa de los réditos.

Sabiéndose en falta y descubierto este criado -probablemente un liberto no esclavo ya que no se habla de castigarlo sino solamente de despedirlo- sabe que, a pesar de la estima que le tiene, el patrón no podrá sino echarlo.

Su astucia consistirá en hacerse amigos de aquellos vecinos o clientes -seguramente también pudientes; quizá otros administradores de fincas cercanas- a quienes ha prestado trigo para sembrar o para cumplir con alguna entrega prometida a comerciantes; también aceite. Se habla, en efecto, de cantidades muy grandes, evidentemente no para uso de un particular.

Era costumbre en la época el que el recibo se firmara no por la cifra que se prestaba, sino por la suma que había de devolverse sumados los intereses, más una generosa comisión para el administrador.

En este caso el pícaro liberto, mirando a su futuro, tiene la habilidad no de embolsarse los intereses y la comisión -a lo mejor, en su situación, difícilmente cobrables- sino ganarse definitivamente la amistad de sus vecinos renunciando a sus ganancias.

Esta es la astucia que el amo le alaba.

El significado aislado de la parábola en labios de Jesús ha sido objeto de muchas discusiones, ya que no se sabe cuándo ni en que circunstancias la dijo, pero, como el evangelista Lucas la ha ubicado en medio de afirmaciones respecto del dinero, la interpretación más tradicional la ha visto como una enseñanza acerca de los bienes pecuniarios de este mundo.

Es obvio que Lucas no le tiene demasiada simpatía al dinero: "dinero de la injusticia" o "dinero injusto" le llama sin tapujos. Sin embargo piensa que, quien lo tiene, -sea como fuere que lo haya tenido- bien puede utilizarlo haciendo buen uso de él en orden de ganarse "las moradas eternas".

En la sociedad actual, en que el poseer dinero no siempre -ni mucho menos- es sinónimo de despilfarro o de injusticia, y donde sabemos que sin él difícilmente el hombre pueda llevar, al menos en familia y teniendo que educar hijos, una vida verdaderamente humana, ni acceder fácilmente a los bienes de la civilización y la cultura, esta desconfianza evangélica puede no aparecer del todo justificada. Tanto más que, aún a nivel macroeconómico, lo que necesitan las sociedades -y sobre todo los pobres- son inversiones, es decir ricos que vengan, no ricos que se vayan o que se hagan pobres.

Pero las observaciones de Jesús van algo más allá del legítimo y necesario uso instrumental del dinero: van más bien a la actitud interior del hombre frente a él. La expresión 'dinero de iniquidad' en realidad traduce una curiosa expresión que en el griego original suena algo así como "mamona tes adikías", "mamona de iniquidad". 'Mamona' es un término de raíz hebrea que probablemente signifique "aquello en lo cual uno pone su seguridad". Así el dinero, con este término se referiría a una relación desviada que el ser humano tendría con él, transformándolo en una especie de ídolo, de entidad capaz de sacar al hombre de todos los apuros, en última instancia de asegurarle la vida. ¡Tan eficaz es para conseguirnos gran cantidad de los bienes de este mundo, que perfectamente se puede convertir -como de hecho lo hace- en el supremo bien por el cual la gente se mueva! Tal como la propia vida reducida a su disfrute en este mundo y no como camino para alcanzar la verdadera.

De allí que Jesús, aquí y en otros pasajes, advierte sobre la raigal precariedad de esta existencia, aún fundada sobre el dinero, y duda, por otra parte, de que con dinero pueda siempre adquirirse aquello que realmente la hace valiosa. Pero hay como una especie de aceptación del hecho: el hombre -salvo individuos muy especiales llamados a ser en ésto faros de atención para su prójimo, como San Francisco u otros que renunciaron a todos los bienes,- el hombre en general, normalmente, se ve obligado a sufrir en mayor o menor proporción la solicitud por el dinero. Y ya que no se puede pedir una renuncia total a él y está uno obligado a preocuparse, ajetrear, tomar lexotanil, y hacer muchas acciones no siempre de santo para conservarlo y adquirirlo, por lo menos, con sabio humor, Jesús nos insta a saber usarlo lo mejor posible -sin descuidar lo propio y aún en beneficio de lo propio, como el administrador infiel- en bien de los demás.

Pero hay algo más que apunta Jesús, para llamarnos la atención: no habla solo de dinero, lo califica, dinero 'de iniquidad', mamona 'de iniquidad'. Y eso no al dinero malhabido, a todo dinero. ¿Quizá porque, en el fondo, en el fondo, todos sabemos que la legitimidad de nuestras posesiones siempre tiene un margen de sospecha, de sabor a injusticia? No hablemos de las acciones deshonestas de quienes delinquen para obtenerlo, hablemos de nuestra plata bien adquirida: ¿acaso puedo siempre decir "ésto realmente me corresponde, se me debe en justicia"? ¿Tengo algún mérito en haber nacido en la Argentina y no en Sudán con un rédito per cápita anual de cuarenta dólares? ¿en haber aparecido en Buenos Aires y no en Humahuaca? ¿en el barrio norte y no en la Villa 31? ¿de una familia educada y de buen pasar y no de gente ignorante, mal constituida o miserable?

"¡Pero, Padre, hay gente que ha hecho su riqueza de la nada, a fuerza de empeño, de virtud, de esfuerzo...!" Es verdad; pero, aceptando el margen de libertad que hay en la vida de todo hombre, ¿acaso no hay talentos y cualidades, incluso de la voluntad, con los cuales algunos nacen -o han tenido la suerte de encontrar alguien que se los fomentase- y otros totalmente desprovistos de ellos? ¿Habrá alguna pobreza totalmente justa y culpable? ¿O alguna riqueza totalmente merecida y meritoria?

Es verdad que la economía debe fomentar que la posesión y el uso del dinero estén en manos de los más capaces; y, también, que las desigualdades son condición de la competencia, de la emulación y del progreso. Eso no puede regularse con leyes socialistas so pena de entrabar la eficiencia de una sociedad. Una cosa es lo que quisiéramos que las cosas fueran, otra lo que realmente pueden ser. La realidad juega con leyes tiránicas que no es posible modificar con meros voluntarismos.

Pero cada uno de nosotros debe ser consciente del número de lotería con que nos favoreció la vida respecto a la mayoría de nuestros semejantes de este mundo, por más que lo que tenemos lo tengamos honestamente y lo conservemos o aumentemos o hayamos adquirido por nuestro esfuerzo. Tenemos que sentirnos responsables de la gestión de esos bienes, de su buen cuidado: en buenos negocios, en inversiones provechosas, en gastos promotores de trabajo y de empresas buenas, en generosa ayuda a fundaciones de bien público, en apoyo a artistas cristianos, en respaldo a los de nuestra propia familia que menos tienen, en educación de los más chicos, en protección de los más pobres... No en fomento de emprendimientos dudosos, ni de industrias corruptoras, ni de diversiones chabacanas, ni de espectáculos indecorosos, ni, en el otro extremo, de mendicidades profesionales.

Ya que todos corremos el riesgo de apegarnos al dinero, de sufrir por él, y hasta -los padres de familia- la obligación de luchar por él, dinero injusto, dinero de iniquidad, dinero ambiguo, que nunca sabemos hasta cuánto realmente necesitamos, y nos fuerza, o desde abajo o desde arriba, a buscar siempre tener más; ya que vivimos empastados en su dinámica turbia; ya que no podemos dejar de soñar en su áurea abundancia; demostrémonos a nosotros mismos, mediante la generosidad, que no lo tenemos como otro Señor junto a Dios. Seamos como el administrador del evangelio, ganémonos amigos con él, para que, el día en que éste nos falte, en las moradas eternas nos reciban ellos.

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