1991. Ciclo B
10º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Mc 3, 20.22-30
SERMÓN
Al mismo tiempo que oímos negar, aún en círculos católicos, la existencia del demonio, nuestra sociedad descristianizada ve aflorar multitud de grupos y sectas y supersticiones que invocan constantemente la presencia del diablo, o para acusarlo de todas las desgracias -esto aún entre católicos- o, si no, para pedirle intervenciones malignas en contra de otras personas, o aún para adorarlo. El ocultismo, las llamadas ciencias esotéricas, la brujería, el tarot, el satanismo, los ritos umbandas, el espiritismo, ¿quién no sabe que conforman un conglomerado de actitudes más o menos enfermizas que especulan con la presencia de Lucifer?
En el portal de una secta demoníaca actual
Todo éste fenómeno morboso y su magnitud desmienten, al menos, la inactualidad del tema. Pero, entre el que, por motivos puramente racionalistas, niega la existencia del demonio y quienes enfermizamente lo ven por todos lados ¿habrá un camino intermedio? Mejor todavía: ¿se puede saber con exactitud que es lo que la Iglesia -la Iglesia digo, no este o aquel teólogo u obispo o santo o lo que fuere- qué es lo que 'la Iglesia' precisamente enseña?
Y de entrada hemos de decir que el Magisterio, a nivel dogmático, jamás se ha referido al tema directamente -'in recto', como se dice en la jerga de los teólogos-. Desde ya -y expresémoslo con toda claridad-: ' no hay absolutamente ningún dogma que afirme explícitamente la existencia del demonio como un ser personal' . Es decir -quede claro-: nadie puede tachar 'técnicamente' de 'hereje' a quien quisiera negar esta enseñanza tradicional. Podrá ser 'temerario', 'imprudente', pero no hereje.
Ahora bien, ¿esto nos permite a nosotros negar, sin más trámite, la existencia de Satán? Por supuesto que no. Y aquí, entonces, se impone la más grande cautela. Porque, si bien es cierto que el criterio o 'norma próxima de la fe' es el magisterio eclesial -que, vuelvo a repetir, en esto no se ha pronunciado nunca 'definitivamente'-, hay verdades de fe que simplemente son tales por figurar explícitamente enseñadas por la Sagrada Escritura , o aún en la Tradición, o en el magisterio 'ordinario', por más que nunca sobre ellas se haya definido autoritativamente la Iglesia. Habría que decir, en ese caso: son ' de fide' , aunque no ' de fide definita' .
En este caso es evidente que la sagrada Escritura habla de los demonios y del diablo. Los diversos autores de ésta, con el término 'satán' o 'demonios' parecen pretender designar realidades bien concretas, objetivas, existentes. Y también es verdad que, aún cuando no enseñado a nivel de magisterio infalible, en su vida bimilenaria, tanto en la liturgia, como en la predicación común, como en la catequesis, la Iglesia se ha referido durante siglos a la figura del demonio.
Empero un cierto malestar siente cualquiera que se aproxime a las figuraciones tradicionales -si se las puede llamar así- de este personaje. Porque, a decir verdad, estas representaciones más tienen que ver con tradiciones populares, con revestimientos literarios, con influjos paganos, con supersticiones, con películas de terror, que con lo que parece enseñar la Escritura , que en realidad jamás hace la más mínima descripción al respecto.
Gustave Doré , en ' El paraíso perdido' de Milton
Digamos, pues, algo de lo que afirma la Biblia , y saltemos, por ahora, el Antiguo Testamento, en donde, salvo en algunos libros tardíos y de índole literaria, y muy parcamente, estos seres malignos apenas aparecen.
En el Nuevo Testamento, en cambio, que se mueve en el ambiente cultural del judaísmo más bien fariseo, son nombrados con relativa frecuencia.
Pero, sin abundar en detalles, porque no tenemos tiempo, digamos que, respecto del demonio, aún en el Nuevo Testamento, hay diversas concepciones que indican distintas maneras de entenderlo; y algunas que ni siquiera lo toman en cuenta. Hay que recordar que los saduceos -que por otra parte eran perfectamente ortodoxos para el judaísmo de la época de Cristo- no creían ni siquiera en la existencia de los ángeles, porque afirmaban -con toda razón- que en el Pentateuco -los únicos libros del AT que ellos admitían: la Torah- no había ningún pasaje que les obligara a creer en ellos.
Señalemos algunas cosas fundamentales. Por ejemplo: este uso que hasta ahora estoy haciendo, indiscriminado, de los nombres de 'demonio' y 'satanás', en los evangelios está claramente discriminado. Una cosa es Satanás -traducido " diábolos " al griego-, y otra los demonios .
Los demonios -también llamados 'espíritus impuros'- nada tienen que ver, al menos directamente, con lo ético, con lo moral: siempre aparecen detrás de ciertas enfermedades u otras calamidades naturales, nunca detrás del pecado , como 'tentadores'. De hecho era una de las formas, digamos, "científicas" o "precientíficas" -que tenían, no solo los hebreos sino en general todos los pueblos de la antigüedad- para explicar los fenómenos adversos de la naturaleza, del cuerpo o de la mente. Las tormentas, el granizo, las tempestades, se atribuían a 'espíritus' airados. Las enfermedades, también: a genios malignos que venían a quitar la fuerza vital de los individuos. Todavía, en culturas primitivas, brujos y chamanes tienen diversos ritos para expulsar, en los enfermos, al 'espíritu' causante de la dolencia. Con mayor razón las enfermedades de la mente, los extravíos de la razón -ya fueran causados por psicopatías, como por drogas, alcohol o histeria colectiva, en orgías o saturnales o aquelarres-. La figura de los genios de la enfermedad, o de los espíritus impuros o del mal, -trasgos, harpías, basiliscos, vampiros, demonios-, formaron siempre parte del intento de búsqueda de la explicación de los males que acaecían al hombre. El nuevo Testamento, en muchos pasajes, refleja muy moderadamente estas ideas, junto con otras más depuradas que empezaban a abrirse paso, en parte por la desconfianza de la revelación judía respecto a todo ese mundo de espíritus con los cuales supersticiosamente convivía el paganismo, y, en parte, por el influjo de la incipiente ciencia griega que, lentamente, se iba abriendo camino entre la gente más preparada.
De todos modos nadie tenía la más mínima idea de la verdadera etiología de las enfermedades corporales o mentales tal cual hoy las enseña la moderna medicina y psiquiatría. (Aunque es verdad que los judíos, con mucha agudeza, se daban perfecta cuenta de que muchas enfermedades algo tenían que ver también con los desórdenes morales; cosa de lo cual parece no darse cuenta para nada el Dr. Avelino Porto).
Bien, la cuestión es que, por ejemplo, en pasajes paralelos de nuestros evangelios sinópticos, cuando uno de los evangelistas afirma que un enfermo que cura Jesús está poseído por un 'espíritu impuro' o un 'demonio', el otro dice que era epiléptico (1). Lo cual nos muestra sin lugar a dudas que la figura de los demonios es un vehículo cultural secundario, una explicación del saber de la época en la cual se mueven los autores neotestamentarios y que nos obliga tanto como su concepción de que la tierra era plana.
Pues bien, ciertamente el nuevo Testamento no viene a enseñar medicina, ni biología, ni ninguna otra ciencia de la naturaleza. Sus redactores se expresan con el vocabulario y los conocimientos de su propia cultura. Más aún: en esos temas, el cerebro humano de Cristo, antes de la Resurrección, muy probablemente, no sabía más que lo que había recogido en su educación, teológicamente excelente e inspirada, pero científicamente a la altura del ambiente. Nada supo de los bacilos de Koch, ni de la osteoporosis, ni de neurosis, ni de electroencefalogramas. Ciertamente fue un gran taumaturgo y curó muchas enfermedades, pero, para hacerlo, su saber humano utilizaba las concepciones comunes de su ambiente, que, por otra parte, eran las únicas que la gente entendía.
Otra cosa distinta es Satanás -que significa, en hebreo, el 'adversario'-, traducido al griego como " Diabolos " -el calumniador- y que en algunos otros escritos neotestamentario -aunque no se sabe si se trata del mismo personaje- es denominado 'beelzebul', 'beliar', 'el maligno', 'el príncipe de este mundo', 'el dios de este tiempo', 'la antigua serpiente', 'el dragón'. Otros nombres que aparecerán luego en la tradición, como 'Lucifer' o 'Mefistófeles' o 'Luzbel' o cualquiera de los muchos que podrían ustedes recoger por allí, no son nombres neotestamentarios: son inventos de la tradición rabínica o cabalística o gnóstica, asumidos incautamente por algunos cristianos.
Satanás, en su origen un personaje literario del Antiguo Testamento -en el libro de Job apareciendo como una especie de fiscal en la corte de Dios- se transforma, en los tiempos del Nuevo, en una fuerza opuesta al llamado de Dios, que induce al hombre al pecado, que lo inclina a dejarse estar, a ir en contra de la Ley, a obedecer a sus instintos de comodidad, de egoísmo, de autosatisfacción y autonomía, a su sed de dominio de placer y de tener.
Algunas tradiciones han identificado a esta fuerza o este personaje con el símbolo de la serpiente que aparece en el antiguo relato del Génesis que escuchamos hoy. La intervención de la serpiente, en este relato, es instrumento o fruto de la sabiduría del relator quien, reflexionando sobre el pecado del hombre en general, percibe que pocas veces el mal surge con total libertad de su conciencia, que hay algo que, o de adentro o de afuera, pero ajeno al yo que quisiera ser, me induce a pecar.
En realidad, todo hombre que peca se da cuenta del universo de pulsiones, debilidades, condicionamientos que lo llevan a equivocarse. La antigüedad pagana solía utilizar la figura o el símbolo de la mujer, de lo femenino, para designar a todo esto; a lo que en el ser humano hay de oscuro, de material, de irracional, de débil, de tentador, de pasional -como en el antiguo mito de Pandora-.
Pandora
Nuestro relato, probablemente, en su origen, prescindía de la figura de la serpiente y echaba la culpa a 'Eva', e. d. a la materia, a lo femenino en el hombre. Pero el redactor definitivo corrige esta acusación machista -que, sin embargo, ha dejado allí sus huellas: Adán acusa a Eva de haberle provocado a pecar- e introduce la figura de la serpiente, como para disculpar a Eva. Antiguo símbolo de las fuerzas telúricas de la pura naturaleza, de lo que surge de la tierra, de la vida biológica, de lo anterior a las decisiones libres del hombre, de todo ese mundo oscuro al cual nos hemos referido.
Lo satánico es lo natural que -como se ve en las tentaciones de Cristo- se opone a la entrega a Dios, al crecimiento hacia lo sobrenatural, a la confianza y aceptación de la gracia. Es la naturaleza detenida en si misma, intentando sacar de sus potencialidades físicas, químicas, biológicas, psíquicas, parapsicológicas, la vitalidad que persigue y que se niega a 'recibir' como ayuda de Dios, como 'gracia'. Es lo natural queriendo bastarse a si mismo, haciéndose como Dios. Es, también, la cultura de los hombres infestada de error, de ignorancia, de conductas extraviadas y que no quiere dejarse iluminar por la palabra de Dios sino por la pura razón y aún por la 'sin razón'; la sociedad influida por el pecado de los individuos y las estructuras colectivas de pecado.
Estas fuerzas la sagrada Escritura las ha descripto y denominado de diversas maneras: la carne , o el mundo , o el hombre viejo , o Adán como contrapuesto a Cristo, o la concupiscencia , o el impulso de pecado. Cada uno de estos términos designando la misma realidad, pero destacando especialmente una u otra característica de esta fuerza de gravedad o tendencia entrópica que se opone a Dios, a la gracia.
Satán quizá destaca los caracteres más aberrantes de dicha tendencia: las fuerzas inconscientes o subconscientes que, en ebullición, conspiran por arrastrar al hombre a la satisfacción de sus represiones éticas, de sus oscuras programaciones prehistóricas, animales, provenientes de los niveles reptílicos o límbicos de su cerebro y que el neocortex apenas puede dominar, cuando no se pone al servicio de ellos. Designa a sus pulsiones de agresión, de territorialidad, de odio, de sexo; a su 'principio de placer', a sus 'instintos de muerte'. Satán designa a todo eso que está allí, durmiente, latente, en este nuestro cerebro lleno de posibilidades, conocimientos y programaciones de los cuales nuestra conciencia apenas maneja un porcentaje ínfimo; sumado a la acumulación de estímulos y saberes subliminalmente recibidos y automáticamente procesados, pero nunca asumidos a la conciencia y que él, cuidadosamente, guarda en sus depósitos de memoria inconsciente. Ese cerebro, que es mucho más inteligente que la inteligencia consciente que habitualmente manejamos. Ese cerebro que, cuando enferma o lo dejamos o excitamos en sus posibilidades no racionales, es capaz de intentar independizarse de nuestra conciencia y actuar desbordadamente.
Tablero Ouija
Así, pues, que todos esos conocimientos, sentimientos, represiones, impulsos, libido, tendencias sádicas, masoquistas, actos fallidos, puedan gozar de una cierta independencia en personalidades enfermizas, en hombres que buscan jugar con el aparente poder de esos datos y fuerzas, y que de una u otra manera nos hostiguen aún a quienes queremos portarnos bien, es algo bien conocido. Que este cerebro, en el fenómeno llamado 'prosopopesis (2)', pueda desdoblarse en dos o más aparentes centros personales, utilizando para cada uno una porción más o menos amplia o distinta de ese mundo inconsciente, es también harto registrado en la fenomenología psiquiátrica, en la esquizofrenia, en la histeria, en muchos casos de epilepsia. Que se imagine cosas, que proyecte fantasmas, que materialice sueños, que provoque alucinaciones, actos impulsivos, ideas delirantes, melancolías; que pueda manejar fenómenos de índole parapsicológico, paranormal, telepáticos, telequinéticos, xenoglósicos, pantomnésicos, telérgicos, ectoplásmicos, es posible. Que el mal de los hombres, como las piezas de un rompecabezas fatídico, se conjure espontáneamente contra el bien; que estas fuerzas y conocimientos no conscientes, provenientes de muchos cerebros, puedan concertarse sistémicamente en una especie de organismo funesto colectivo, a la manera de un hormiguero o un panal, que parecen funcionar con unidad propia, como si fueran un solo ser, -en ese fenómeno de emergencia, holístico, en donde el todo resulta mayor que la suma de las partes y que hoy descubren los científicos en todos los campos de sus investigaciones- podríamos aceptarlo; y aún muchísimas cosas más que estarían encerradas en esa maravilla peligrosa que llevamos todos encerrada en el cráneo y que apenas conocemos.
Telequinesis
Que todo ese poder, esas energías y esos conocimientos pudieran ser manejados por un ser personal, eso ya no nos atrevemos ni a afirmarlo con seguridad ni a desmentirlo. De hecho el magisterio eclesiástico no nos obliga a aceptar dogmáticamente ni una ni otra sentencia. Lo que no podemos de ninguna manera es decir alegremente: el fenómeno Satanás no existe, lo satánico no tiene consistencia alguna ni realidad, es pura imaginación, mito sin ningún significado.
Lo que es claro, empero, es que ni Cristo ni la Iglesia nos vienen a amenazar o aterrar u obsesionar respecto de Satán. Al contrario: a todas esas oscuras y rebeldes fuerzas demoníacas de la naturaleza, de la mente, de las sociedades extraviadas, de las histerias colectivas, Cristo Jesús ha decapitado definitivamente con el mandoble de su cruz. El mensaje del evangelio es un mensaje de liberación, no de amenaza ni temor. La actitud señorial, imperiosa, de Jesús frente a las fuerzas -o mejor dicho debilidades- del mal y del pecado, vienen a anunciar al hombre que, en Cristo, ha quedado liberado de todo falso poder que quiera esclavizarlo o atemorizarlo. El evangelio nos habla de la definitiva derrota del mal y de los demonios, y de Satán y del miedo a Satán, derrota prefigurada en las curaciones efectuadas por Jesús y sobre todo en su victoria sobre la muerte. "Satanás ha llegado a su fin", escuchamos hoy a Jesús.
Quien, pues, centrada su vida en Cristo, en gracia y en salud moral y mental, trate de llevar adelante su milicia cristiana, hallará sin duda adversarios, oposiciones, obstáculos y tentaciones, pero difícilmente se encuentre con lo demoníaco, al menos en su faceta onírica, amente, maníaca, maligna.
Y tampoco podrá temer, una cabeza sana y en gracia, los posibles influjos de hombres o mujeres que jueguen con lo satánico e inventen sortilegios y brujerías solo aptos para perturbar a débiles mentales. Ese es el mensaje de los exorcismos de Cristo: El es el definitivo triunfador sobre todo lo satánico, El ha vencido al mundo, El ha superado a la carne, El es el nuevo Adán, El es el Señor.
(1) Mt 17, 15. El original griego dice 'selenita' o 'lunático'. Aún allí, por cierto, la etiología de la enfermedad habla de un 'demonio'. Pero véase como la tendencia a personificar aparece incluso cuando se trata de una fiebre común, como la que tenía la suegra de Pedro: "ordenó a la Fiebre".
(2) De 'prosopon' en griego, que significa 'personalidad' o 'persona'. Prosopopesis sería asumir inconscientemente, paranormalmente, una personalidad falsa, casi actoral. En ciertos tipos de esquizofrenia se produce este desdoblamiento -trastorno bipolar- entre la persona verdadera y una personificación distinta, enfermiza. Mr. Hyde y Mr. Jekill -la famosa novela de Stevenson de 1886- o ciertos fenómenos que caracterizan algunas de las llamadas posesiones diabólicas.