1972. Ciclo A
11º Domingo durante el año
(GEP 18-VI-05) Día del padre
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 36-10, 8
En aquel tiempo: Jesús, al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha". Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: "No vayáis a regiones paganas ni entréis en ninguna ciudad de samaritanos. Id, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Vosotros habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente".
SERMÓN
Según el evangelio que acabamos de leer, deberíamos hoy hablar de los apóstoles y de sus continuadores, los obispos. Habría que hablar de Pedro, de Pablo, de Santiago; de sus sucesores, el Papa y los obispos fieles a la verdad. Pero habría que hablar también de Judas y de sus sucesores, los obispos promotores directos -o cómplices con su silencio- de la subversión de la fe.
Pero hoy la liturgia sacra debe dar lugar a la liturgia profana y hablaremos, entonces, según el ritual laico, del ‘Día del padre'.
‘Día del padre'. Fiesta grande, si la hay, en el calendario familiar. Fiesta grande, también, para los comerciantes de regalos que la promovieron; y casi tan fecunda en comentarios cursis radiales y televisivos como la del Día de la madre. Y es inevitable ¿quién no conoce el corazón sensiblero y tanguero de los porteños?
Pero todo este montaje propagandístico y comercial suena a algo falso, de artificial, de superfluo. Porque ¿quién no reconoce la misión sublime de un padre auténtico en la sociedad de los hombres? ¡Den mil veces gracias a Dios lo que han podido recoger en el amor de sus padres el reflejo cálido de la paternidad divina!
Pero, que yo sepa, ningún agradecimiento profundo y verdadero necesitó nunca sostenerse con la bambolla de la publicidad.
Cuanto peor canta un cantante, más necesita de la claque para suscitar los aplausos del público. Cuanto peor es un candidato, más necesita de la propaganda para obtener votos. Cuanto menos expresiva una actriz, más de escándalos ruidosos para hacerse conocer.
Como cuando nos quieren convencer, con costosas propagandas en los diarios, de que los teléfonos andan bien, o los ferrocarriles del Estado son una maravilla, o que el Ministerio de Bienestar Social hace milagros, o que YPF funciona como la mejor de las empresas.
‘Cola de paja' o ‘curarse en salud', hubiera dicho mi ti abuela.
No necesitaría de ninguna propaganda para aplaudir o aprobar si la cantante fuera buena, me instalaran el teléfono en cuanto lo pido, los trenes llegaran puntuales en vagones cómodos y limpios, y la nafta no aumentara de precio pero si de octanaje.
Pero es que siempre ha sido el mejor recurso para tapar el vacío de los hechos recurrir al ruido de las palabras.
No se cuándo se inventó el ‘Día del padre'. No hace demasiado. Quizá, sospecho, cuando, justamente, comenzó a declinar insensiblemente su figura y el respeto debido a su papel. Sin tanta bambolla, el cuarto mandamiento -“honrar padre y madre”- tiene ya más de tres mil doscientos años. El ‘Día del padre' se festeja hoy con gran regocijo, regalos y champaña un día por año. El cristianismo trató de enseñarnos a guardar calladamente el cuarto mandamiento todos los días de la vida.
Hoy: “que la brecha generacional”; “que mi padre no me comprende”; “que con él no se puede hablar”; “que es de otra época”. Pero, al fin y al cabo, “papá es el que larga los mangos”; “papá es el que soluciona todos los problemas”; “papá es lo más útil de las cosas que están cerca de mí”. Hasta: que “el viejo, pobre, molesta”; que “tiene arterioesclerosis”; que “hay que mandarlo a un geriátrico” o arrinconarlo en un pensionado para ancianos –“ allí vas a estar fenómeno, papá ”-; que “dejemos la visita para el próximo domingo”.
No hace falta leer libros de psicología y artículos en los rotograbados para darnos cuenta de la profunda decadencia de la función paterna en la sociedad actual.
¿Quién de los mayores no advierte la profunda diferencia de las relaciones que ellos tenían con sus padres y la que hoy sus hijos tienen con ellos? Y quizá no tanto en nuestro medio de cristianos que aún venimos a Misa; pero mírese a nuestro alrededor. Porque nadie quiere volver a la época en que a los padres se los trataba de “Vd.” y para hablarles había que pedir audiencia y eran los amos absolutos del gobierno de la familia –si es que tal época existió-, pero del “Vd.” al “ché, viejo” y a la falta de respeto y a la desobediencia sistemática y a la rebelión por principio, nos hemos pasado al otro extremo.
Y no echemos las culpas solamente a un ambiente ideológico subversor de toda jerarquía y contrario a todo principio de autoridad como el que estamos viviendo; que desprecia toda tradición y que cree firmemente en la bondad absoluta de toda novedad descalificando automáticamente lo antiguo y utilizando el término ‘paternalismo' peyorativamente.
Porque ¿no es verdad, también, que tantos hay que han declinado en este siglo su responsabilidad de padres?
Se habla mucho de ‘paternidad responsable' -etiqueta a veces de la comodidad y del egoísmo-, pero poco de la ‘responsabilidad de los padres'.
La responsabilidad paterna no se agota con lanzar controladamente uno o dos hijos al mundo y pagarles ropa, alimentos compensados y colegios caros.
¿Dónde están los padres maestros del espíritu de su hijo, forjadores de su carácter, guías serenos en medio de la confusión contemporánea? ¿Dónde están los que sacrifican su tiempo, su descanso, su televisión, para escucharlos, para aconsejarlos, para reprenderlos justamente y no en el fugaz arrebato de la ira? ¿No son hoy los conejeros de nuestros hijos el amiguito un poco mayor sin experiencia o desviado, la pantalla falaz de la televisión, el ídolo de moda, la opinión del día?
Pero “nadie da lo que no tiene”, decían los antiguos. Porque yo podré predicar grandes cosas desde el púlpito sin ser un buen sacerdote; total no muchos de Vds. saben lo que soy el resto del día. Pero ese lujo no se lo pude permitir ningún padre: los hijos le conocen y es inútil que diga grandes palabras sino vive él mismo lo que aconseja.
Padre cristianos; no van a Vds. ni estas críticas ni estas exhortaciones. Todo esto ustedes ya lo saben y lo dirían mejor y con más experiencia que yo como sacerdote.
Pero, para terminar, quiero recordarles esto: ustedes no son padres porque hayan echado al mundo uno o varios hijos; ni siquiera porque los han educado bien y quizá ya tengan nietos. Serán plena y definitivamente padres recién el día en que sus hijos nazcan definitivamente para la eternidad. Es inútil que engendremos hijos para la vida terrena si no sabemos engendrarlos para el cielo.
Padres, aún a medias, mientras no tengan ya a sus hijos seguros en el cielo. Allí sí que serán padres en serio, papás para siempre y ¡con qué alegría festejaremos entonces, allí, seguros, el Día del Padre!