1985. Ciclo B
11º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Mc. 4, 26-34
También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.
SERMÓN
Día del Padre
Es bien sabido cómo, para Freud , la idea de Dios que tiene cada uno no es sino la de su padre 'agrandado', lo cual -dice, entre otras cosas- se prueba por el hecho de que tantos jóvenes suelen perder su fe en el momento en que la imagen paterna comienza a deteriorarse.
No abundaré en datos, porque creo que hoy, en todas partes, se habla más de Freud que del Catecismo, pero recordemos que, para el psicoanálisis, el niño que nace deviene hombre sobre la base de primordiales experiencias relacionales con la madre y con el padre. Experiencias que se interiorizan en la psique para constituir el inconsciente individual y colectivo.
En estas experiencias primordiales 'lo paterno' se presenta como la fuente de la renuncia a los placeres inmediatos, como autoridad censora y reguladora, con lo cual produce el famoso complejo de Edipo.
El padre se muestra, también, como figura a la cual el hijo quiere identificarse, sustituirlo. A la vez se constituye en fuente de protección.
Estas actividades a la vez protectoras, paradigmáticas y represoras de lo paterno, es lo que tiende a constituirse como conciencia moral, como 'super-yo' del individuo y es este 'super-yo' paterno, con toda su conflictividad, el que, ilusoriamente proyectado a lo celeste, conforma la imagen de Dios.
La mayoría de los hombre -dice Freud-, condenado a un estado de infantilismo perpetuo, recibe de este Super-yo Paterno Divinizado la sensación de seguridad, de tutela y de normas que, para ser verdaderamente adulto, debería procurarse por sí mismo.
Y, más aún, el deseo, la libido, de las satisfacciones inmediatas que provocan constantemente la búsqueda inconsciente de la muerte del padre, en el cristianismo son equilibradas, compensadas, por la muerte propiciatoria del hijo, representado por Cristo en la cruz.
Pero, en realidad, a pesar de pensamientos cambiantes y sinuosos, Freud no es un contestador absoluto de la figura paterna. Al contrario, el hombre -dice- alcanza su madurez cuando, frente al padre y a la autoridad social en general -que es o son figuras parentales- asume, en el mutuo reconocimiento, su posición de hijo. El complejo de Edipo es capaz de trascenderse cuando se alcanza la designación recíproca 'padre-hijo' en la aceptación de la diferencia y la semejanza.
Otrosí, en el psicoanálisis ortodoxo la función paterna cumple un papel inhibitorio necesario para pasar del plano de la 'naturaleza' al de la 'cultura', del mundo de lo 'inmediato y concreto' al mundo de lo 'mediato y abstracto' y, por lo tanto, 'racional', del mundo de la 'sensualidad' al mundo del 'pensamiento'.
Un papel semejante al que Levi-Strauss , el padre del estructuralismo, confiere al 'tabú del incesto' que marca universalmente -afirma- el paso de lo animal a lo humano, de lo natural a lo cultural.
Pero donde lo paterno se transforma en algo totalmente negativo y de signo peyorativo, es en el marxismo y, de rebote, en el 'psicoanálisis sociológico', fundamentalmente el de la escuela de Frankfurt - Horkheimer , Fromm , Adorno , Marcuse -. Porque, ahora, en Marx , la figura paterna burguesa no es sino una consecuencia maligna de la economía, de las formas de producción, de la propiedad privada.
Siendo que esta -la propiedad privada- es un despojo de los opresores a los oprimidos, esta opresión debe justificarse éticamente y protegerse políticamente por medio de 'superestructuras', la 'autoridad' sustentada en 'leyes' y fundada en una 'ideología' justificatoria. La figura más plástica de esa ideología es la de Dios concebido como el "pater familias" romano y medieval. Pero aquí, para Marx, la figura del padre no es primordial, como en Freud, sino derivada, porque es el padre quien se hace mediador de la autoridad social represora y no al revés. No es el modelo -'Vorbild'- dice Horckheimer sino el reflejo -'Abbild'-.
Max Hockheimer
Y como el marxismo teórico pierde hasta el más mínimo sentido de la realidad que conservaba Freud y su objetivo es la abolición de la propiedad privada y, por lo tanto, de toda autoridad alienante, la figura tradicional de la familia y el padre no tienen ningún justificativo. Tienen simplemente que desaparecer. De allí que el psicoanálisis reinterpretado por el marxismo sea un arma fantástica no de redimensionamiento de la imagen paterna, sino simplemente de su abolición.
Y esta es la mentalidad en la cual estamos hoy sumergidos. Todo paternalismo es malo. Toda autoridad es represora, castradora. El hombre alcanza su adultez, supera su estado infantil, en la medida en que se desliga de toda constricción interna y externa. En Europa al menos la batalla ya está en parte ganada -dice Marcuse- porque en realidad se ha logrado destruir el concepto de familia y de autoridad paterna. Aliados inapreciables en esta verdadera revolución han sido -afirmaba en "Eros y civilización"- la televisión y el cine cuidadosamente programados a este efecto.
Marcuse
De todos modos -como escribe Adorno- el padre, en una sociedad en donde la capacitación técnica y la habilidad profesional cuentan más que la propiedad burguesa, cuyo contenido ha sido destruido por el número creciente de familias, ya casi ha perdido el valor, inclusive, de ser objeto apropiado para la agresividad del hijo. Ya ni vale la pena pelearlo, tan poca cosa es. La autoridad del padre como transmisor de riqueza, capacidad y experiencia -agrega Marcuse- es reducidísima: tiene poco que ofrecer y por lo tanto nada que prohibir.
El padre progresista, campechano, muchachista, ya es un enemigo poco indicado e ideal inadecuado para la revolución. La figura paterna es prontamente superada por la juventud actual -sigo exponiendo el pensamiento de Marcuse- ahora hay que dedicarse a destruir los restos de ideologías y figuras paternas que restan autoritarias en la sociedad como rémoras de otras épocas: las represiones morales, legales, económicas policiales, militares, religiosas, ideológicas, nacionales, que aún permanecen.
Como Vds saben Marcuse fue uno de los grande inspiradores del mayo francés.
Pero, prescindiendo de este o aquel nombre, todos nos damos cuenta cómo estas ideas, más o menos disfrazadas, flotan en el ambiente, en nuestras familias, en la sociedad, en la misma Iglesia, con su carga anárquica de destrucción y, finalmente, por supuesto, de tiranía.
Porque se da el caso de que, aún cuando con todas las correcciones necesarias, Dios ha querido revelarse definitivamente en el NT por medio de la figura del Padre y, por uno u otro camino, desde el de modificaciones de la ley de la patria potestad, pasando por la abolición de la familia, llegando a las doctrinas marxistas, freudianas y liberadoras, el último objetivo de la destrucción de la figura del padre es la destrucción prometeica de la figura de Dios y la suplantación de Dios por el hombre. En última instancia, de Dios por el Estado despótico.
Porque es verdad que muchas religiones del Padre no han hecho sino proyectar las figuras paternas puramente represivas y tiránicas de ciertas sociedades piramidales y autocráticas de la antigüedad, entre ellas, aunque no de las peores, la romana, con la figura absolutista del pater-familias, pero justamente esta concepción es absolutamente rechazada por la Revelación. Contrariamente a las religiones de su entorno: el sol implacable, los astros inalcanzables, el cielo tonante, y el rey 'hijo de Dios', soberano absoluto.
Ya en el Antiguo Testamento Dios aparece como el justo y buen protector, el redentor, el liberador, el aliado, el pedagogo, el misericordioso, el que es padre porque enseña -catorce veces se nombra a Dios como padre-. Y es padre no solo porque lo es de cada uno sino porque crea, engendra una sociedad, una patria.
Y de allí viene nuestro término patria, de padre, porque hecha precisamente por padres que configuran una cultura, un ambiente propicio para que el hijo crezca y se haga adulto, en la sumisión lógica que lo coloca su situación infantil, limitada, creada, pero en dirección a la libertad, a la adultez, en la madura asunción de lo que viene de los padres, de la patria, de las leyes. También es paterna la figura del maestro, del pedagogo, del que transmite, no del que domina, si del que ejerce autoridad, en mando e incluso castigo, pero al servicio no de la dominación sino del bien de los hijos.
Eso es lo que hace finalmente lo que en el NT Jesús universalice, pero corregida, la figura del Padre como manifestación del ser de Dios. No a la manera del pater-familias con derecho de vida sobre sus hijos y de las religiones antiguas, ni del represor de las pulsiones inconscientes de nuestro Edipo, sino en la aceptación de una enseñanza que asumimos por la fe y que es revelación al hombre de los secretos y la sabiduría de Dios, en la asunción de la fuerza liberadora paterna con la cual nos conectamos por la esperanza y en la filiación asumida gozosamente en amistad y alianza que vivimos en la caridad .
Es esa la imagen de Padre que lega Cristo a nuestra religiosidad, pero también a nuestras cristianas familias. La patria potestad no es solo un derecho, hace a la dignidad de los progenitores; no se trata del señor y dueño absoluto de mujer e hijos, aquí se trata, sencillamente, del primer responsable, junto con la mujer pero en papeles distintos, de la manutención y educación de sus hijos y, para ello, con las necesarios facultades y autoridad al servicio de sus responsabilidades.
El ataque revolucionario presenta como objetivo de batalla la autoridad paterna, que muestra deformada siempre como autoritarismo castrante y represor. Pero, en el fondo, lo que quiere es terminar con el papel formador y educador del padre y, por lo tanto, con la única posibilidad que tiene el hombre de alcanzar la verdadera libertad, para sustituirlo con las imposiciones despóticas del Estado, para lo cual necesita un adulto perpetuamente infantil, natural, instintivo, puro sujeto de pasiones, sin 'superego', sin cultura, sin padre, ni patria, plastilina maleable en los engranajes del Estado divino y de la casta finalmente dominante.
Defender a Dios y por lo tanto al hombre y su libertad es hoy también defender a la familia y a la figura del padre. No, por supuesto, solo con palabras o manifiestos o festejos sentimentales, sino, sobre todo, con el ejercicio responsable, paciente y maravilloso de la auténtica paternidad, a imagen del Padre de Jesús y Padre nuestro.