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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1997. Ciclo B

11º Domingo durante el año  

Lectura del santo Evangelio según san Mc. 4, 26-34
También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

SERMÓN

Que vivimos y viviremos en el mundo de la informática, es ya una constatación evidente. Pero hablar del mundo informático no es lo mismo que hablar del mundo de la información y menos del de la formación. La información y formación son cosas que el hombre puede procesar consciente, libremente. En cambio la informática son planificaciones automáticas que se introducen en los ordenadores en forma de 'hard' o de 'soft' y que son capaces de procesar, dirigir y automatizar diversos procesos y acciones de índole más bien mecánico, aún cuando se trate de guiar a las blancas o negras de un tablero de ajedrez. El ordenador informatizado puede desplazar las fichas mejor que Karpoff, pero le es imposible hacerse consciente de lo que está haciendo.

            Y aún en este precario triunfo de la máquina, la programación y los datos que utiliza han sido introducidos en ella por el hombre. Hacerse problemas porque un ordenador pueda ganar a un campeón humano de ajedrez es tan tonto como preocuparse por que un automóvil pueda ir más velozmente que el recordman de los cien metros llanos.

            La verdad es que vivimos en un mundo en donde la ciencia y la técnica humanas utilizando inteligentemente las leyes de la naturaleza han potenciado sus posibilidades de modo admirable.

            ¿Y quien no se da cuenta de que todo esto se debe a la superioridad que da al hombre el poseer una razón, una inteligencia, capaz de ordenar inteligentemente los elementos naturales y -en el juego de la física, la química y la ingeniería- plasmar mediante su intelecto la realidad y recrear su mundo?

            Eso es precisamente lo que el ser humano hace con la materia: la concerta y planifica mediante su inteligencia para que funcione de esta o aquella manera. Y el objeto que produce /mediante el ingenio con el cual ha sido pensado, diseñado y fabricado/ tiene, más allá de su peso material, una plusvalía, un valor agregado, que le viene del plan inteligente con el cual se han ensamblado sus piezas. En cambio un aparato viejo y que no funciona aunque siga teniendo los mismos materiales que tenía cuando andaba bien y pese lo mismo, solo puede venderse como chatarra, porque lo que lo hacía valioso no eran sus componentes materiales, sino el plan, la información, el diseño, el ensamble inteligentemente diseñado por el ingeniero que lo hacía funcionar.

            Es decir que es el pensamiento del ingeniero, del fabricante el que, tomando la materia bruta que le proporciona la naturaleza y plasmándola, ordenándola inteligentemente, revaloriza esa materia y le da un 'plus' que no tiene por sus componentes materiales sino por el programa inteligente mediante el cual las partes han sido combinadas. No es pues solo lo material lo que da valor al objeto sino la información que ha quedado calcada, integrada al conjunto, embebiéndolo y haciéndolo funcionar de una manera que las partes desordenadas, sueltas, no podrían hacer.

            Si lo que concibe la inteligencia es ideas, información, pensamientos, son estas ideas, información, pensamiento metidos en la materia los que la hacen funcionar más allá de su realidad material en bruto.

            Pero todo es así. El hombre antiguo contraponía demasiado groseramente la información inteligente, la forma de las cosas -decía- y su materia. Pensaban que la materia era algo totalmente informe, desorganizado, caótico, y tenía que venir el demiurgo o el hombre a ponerle orden, información.

            La física moderna, que ha podido sumergirse en las profundidades de la realidad, ha descubierto que la materia en bruto no existe: todo esta organizado, pensado. De la más mínima partícula de la realidad podemos sacar leyes físicas, químicas. Al microscopio, aún un grano de arena, un fragmento minúsculo cualquiera de basura, presenta aspectos de extraordinaria complejidad. Hasta el más elemental de los átomos, el Hidrógeno, es una maravilla de ingeniería en el delicado equilibrio de fuerzas que supone el único electrón girando alrededor de su protón. Aún lo más infinitesimal los quarks y los leptones están organizados inteligentemente. A esos niveles ya no hay materia, hay pura energía o, mejor, en la concepción einsteniana espacio-tiempo organizado, pensado. De tal manera que la física moderna ha dejado de lado el viejo concepto de materia bruta: lo que existe es pensamiento entretejiendo sutiles formas de energía. La materia no es, pues, sino energía o espacio-tiempo organizados, pensados por Alguien.

            Ya los antiguos sostenían, frente a las armonías que descubrían en el macrocosmos, que existía un pensamiento, -un logos, un verbo, una palabra, le llamaban los filósofos estoicos- que impregnaba toda la realidad y la organizaba, a la vez que le deba su dinamismo y sus leyes. Cada uno de los seres no era sino una porción de materia con una idea, un pensamiento que le daba su forma y su modo de actuar.

            Más aún, estas ideas funcionaban a manera de pequeñas semillas que hacían germinar a su tiempo las distintas realidades de la naturaleza. Todo estaba contenido desde el principio en "ideas-semillas" -"razones germinales" las llamaban- que iban haciendo florecer a través del tiempo la multiplicidad de las cosas y sus aconteceres.

            De hecho algo de eso afirma la ciencia contemporánea: ya está escrito y pensado en las leyes de las partículas elementales el que ellas se puedan combinar de determinadas maneras y no de otras. Quarks y leptones, neutrones, electrones, positrones y mesones no pueden mezclarse de cualquier manera, solo según los dictados de sus leyes físicas que no permiten sino la aparición de los 109 elementos de la tabla periódica de Mendeleieff. Y ya sabemos que, a su vez, estos átomos no pueden combinarse sino de modos muy precisos para formar moléculas, y que no podemos amalgamar ni mezclar cualquier cosa sino respetando sus propiedades. De tal manera que, por su mismo dinamismo escrito en su información individual, los elementos están diseñados para germinar en hechuras muy puntuales de combinaciones. La realidad no es un cocktail azaroso de materia sino más bien un rompecabezas en donde las piezas están coaptadas o preadaptadas desde el comienzo. Ya está en las posibilidades de combinación del carbono el que un día puedan formarse con él las moléculas de la vida; de tal manera que uno podría decir -como lo dicen muchos científicos- que desde su origen el mundo en sus partículas elementales tenía en germen la posibilidad de engendrar las formas de existencia material y de la vida, incluso la del hombre, que hoy conocemos. Todo obedece a un diseño inteligente que plasma la materia y le da su forma de ser y de actuar. Todo pues es información o informática. Todo es siembra.

            Esto se ha hecho especialamente evidente en el mundo de la biología. Hoy todos sabemos que los seres vivientes existen como tales por un plan, una forma, que conjuga a los elementos que los componen y los hace funcionar como un todo viviente. Un animal, un hombre es muy distinto a los elementos materiales que lo componen. En el gabinete de biología del Colegio nacional de Buenos Aires había en una vitrina un gran recipiente de agua y luego en platillos de diversos tamaños, carbono, calcio, hierro, potasio y otros platitos con distintos oligoelementos. El profesor de biología nos decía: Ven, esto es el hombre. Lo cual es verdad en parte porque eso no era más que agua y tierra. El hombre es mucho más: es la combinación inteligente de esos elementos. A esa combinación inteligente, o forma, o idea plasmadora, es a lo que los antiguos llamaban alma.

            Hoy sabemos también que esa organización de la materia está escrita en los códigos genéticos de los seres vivientes. Una semilla, es decir un embrión latente, no es sino una especie de libro de instrucciones, de ideas, escrito en el lenguaje del ADN, que contiene la información inteligente suficiente para construir según su diseño a cada uno de los seres vivos.

            El mismo pensamiento antiguo afirmaba que toda semilla, todo semen, no era sino pensamiento, palabras de los dioses, el diseño o idea que introducido en la tierra iba, a medida que crecía, tomando esa tierra y dándole la forma. Lo mismo, colegían, sucedía con los animales y el hombre. Pensaban la relación del varón y de la hembra como la del sembrador y el suelo de labranza. Confundidos pensaban que era el varón el que tenía la semilla y la plantaba en la mujer que era pura tierra. Por eso el famoso médico griego del siglo II, Galeno, afirmaba que el semen viril nacía en la parte más noble del varón, el cerebro, y de allí por la médula espinal descendía a la uretra y por allí a la materia de la mujer. La mujer apenas aportaba pura tierra, la materia de su vientre, nada más. Era el varón quien daba el mensaje, la información, contenido en la semilla. ¡Cuántas nefastas consecuencias desvalorizadoras de la mujer salieron de esta falsa e ignorante teoría, que hasta hace muy poco tiempo se sostenía! Hoy sabemos que no es: así tanto el varón como la mujer contribuyen cada uno con la mitad del mensaje genético -23 cromosomas-.

            Pero es desde esta figura del padre -el que da la forma inteligente a la materia- que Freud construye sus propias teorías de la formación de la personalidad humana. Porque obviamente para que el hombre funcione como tal no basta la información que le viene de sus gametos: el hombre a diferencia del resto de los animales para actuar humanamente debe ser además informado y formado por la cultura, por la enseñanza. El material genético es casi cuestión de informática, pero el crecimiento humano es cuestión de información y de formación. El ser humano para ser realmente humano, necesita de la plusvalía, del plus, de la instrucción, de la formación. Y es el padre según Freud el que da esta formación, este plus, haciendo de paradigma, dando las pautas de conducta, funcionando como superego del ello y del ego. Es por eso que Freud agrupa entre las figuras paternas no solo al padre en general sino también al maestro, a los que se encargan en la sociedad de la justicia, del orden, a la autoridad. Ellos serían lo que sembrarían en el corazón y el cerebro del niño lo auténticamente humano. La madre más bien funcionaría como ámbito de afecto y de cariño, de cobijo y de alimento. Pura materia, sentimiento.

            Sin duda que las cosas no son tan simples como las pinta el freudismo clásico. Hoy se sabe que esos llamados papeles paternos y maternos se mezclan de hecho en cada uno de los padres y madres concretos, así como se mezclan sus respectivos cromosomas. ¡Tantas madres que han de cumplir el papel de padres!

            En fin, sea cual fuera su papel, recordemos hoy con cariño y agradecimiento a los padres que en unión con sus mujeres han sabido llevar adelante como corresponde su misión progenitora. Pero en estos tiempos de familias destruidas rindamos asimismo homenaje a las madres que han debido cargar también con el papel de padres.

            Porque los padres, como decía, cumplen su papel no solo en la medida ciega que en el campo de la informática pura, a través de su biología han engendrado hijos por medio de su semilla, sino cuando luego han sembrado en ellos la plusvalía del amor y la verdad, semillas de fe y de esperanza, verdadera formación e información, ideas-semillas de hombres y mujeres santos, en tiempo dedicado, en atención, en compañía y juego, en instrucción y en límites. Porque ese 'plus' de información y formación que hace a la vida humana no se le implanta al hijo como un diskette o un CD Rom a una computadora: instalamos el programa y la computadora funciona automáticamente. No: programar en el amor, en el bien y en la verdad al hombre, se parece más a sembrar la semilla, que depende del agua, del tiempo, de la tierra y de la oportunidad para crecer, que a un soft que metemos en el ordenador.

            Hay que tener paciencia, como ha tenido paciencia Dios con su creación y que tiene con cada uno de sus hijos. Nuestra palabra, la educación que impartimos es solo semilla que tarda en germinar de acuerdo a muchas circunstancias. Nuestros hijos no son autómatas ni computadoras, como tampoco nosotros somos autómatas de Dios. No esperemos resultados inmediatos ni en ellos, ni en nosotros: ocupémonos de sembrar, con paciencia, con tolerancia, sabiendo esperar. Cada cual tiene su tiempo, su ritmo, su manera de andar. Solo cuidemos de que la semilla no se ahogue, no muera, que se planten lo menos posible semillas malas. Lo que sembramos en el corazón de nuestros hijos, en nuestro propio corazón y sobre todo si es la semilla de la palabra de Dios, siembra de Cristo, tarde o temprano fructificará en árbol frondoso, en arbusto gigante que tocará el cielo con sus ramas.

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