2004. Ciclo c
2º Domingo durante el año
(GEP 18/01/04)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino» Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete» Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento» Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
SERMÓN
Si fuera por el evangelio de Juan no hubiéramos conocido nunca el nombre de 'María'. Jamás se atreve a escribirlo. Con enorme respeto, el evangelista que la conoció tan de cerca y, después de la Resurrección, la llevó a su casa, la nombra solo con los títulos de 'Madre de Jesús' y de 'Mujer'. Y aunque los viejos manuscritos griegos donde nos vienen escritos los evangelios no distinguen minúsculas de mayúsculas, ciertamente estos títulos hay que leerlos en mayúsculas. Nada menos que ¡la Madre del Señor!, y por lo tanto la nueva y verdadera Mujer. Juan, el discípulo amado, escribiría emocionado, conmovido, después de la muerte o dormición de María, bajo el brillo de su gloriosa Asunción, los dos únicos pasajes donde la nueva Mujer aparece: uno, el de las Bodas de Caná; el otro, de pie, junto a la Cruz ("Mujer, he aquí a tu hijo"), haciéndola, por esa misma frase, partícipe de Su gloria, en esa 'hora' que se inicia hoy en el gran signo de la transformación del agua en vino y que María promueve. El discípulo amado, en su evangelio, no necesitará hablar más que dos veces de la Mujer para hacernos saber de la densidad de su papel, par a su Hijo, en la metamorfosis ofrecida al hombre de la filiación divina.
Como en todos los evangelios, pero especialmente en el evangelio de Juan, los relatos han de ser leídos a dos niveles: el de los hechos que se recuerdan, y el del significado que en ellos intuye y quiere transmitir el evangelista. Si todo accionar y hablar humano exige una interpretación que va más allá del sonido de la voz y de las actitudes externas, tanto más los actos y palabras de Jesús, mediante los cuales Dios quiso descubrir la infinidad de Su propio Ser.
Una cosa fue, pues, el 'prodigio', tan sobriamente narrado, de la superación del problema de abastecimiento de vino a la humilde pareja que se desposaba y que nos introduce en el mundo sencillo de las necesidades primarias y de las alegrías y tristezas humanas y, otro, el 'signo', el significado teológico subyacente al texto, y que Juan ha meditado largamente en los años posteriores a la Pascua.
Ese salto de significado es, justamente, el está expresado en la frase que nos cae tan mal, en español, por lo imposible de traducir y que, pésimamente, vierte nuestro leccionario: "Mujer ¿qué tenemos que ver nosotros?" Suena a pura mala educación. En nuestras viejas traducciones se leía: "Mujer ¿qué hay entre tú y yo?". Todavía suena mal, pero está más próximo al sentido original que, precisamente, quiere hacer notar el salto de significado entre el pedido aún meramente humano de María, y la respuesta, más allá de toda expectativa, que le dará Jesús, iniciando su misión de llevar al mundo y al hombre a la divina plenitud.
Recordemos que no se trata solo cronológicamente del 'primer' signo de Jesús. Decir que éste fue 'el primero de los signos' de Jesús, en griego 'arjén ton seméion', habla de signo prototípico, modelo, resumen de todos los signos que vendrán después. Signos, todos, que pretenden indicar que, detrás de la solución humana que da Jesús con su poder a los problemas del hambre, de la ceguera, de la enfermedad, de la muerte ..., se manifiesta su señorío y potestad de transformación, de ofrecer una curación, una luz, una vitalidad que supera infinitamente cualquier aspiración de lo natural.
Y que, en el evangelio de hoy, se trata de vitalidad, de vida, no de cualquier sabiduría o moral o filosofía o enseñanza religiosa, lo impone la imagen de la fiesta de Bodas. Ya en el AT -tal cual lo hemos visto ejemplificado en la primera lectura de Isaías-, la gran figuración de las relaciones de Dios con su pueblo, había sido, no la del juez o del legislador, ni siquiera la del creador o del pastor, sino, antes que nada, la del esposo. El maravilloso poema de amor del 'Cantar de los Cantares', metido en la Biblia casi como la clave de comprensión de todos sus libros. Ese amor entre esposo y esposa que el mismo Cantar de los Cantares se ocupa de representar con el símbolo del vino y el gozo de su embriaguez.
Pero que el hombre es incapaz de llenar todas sus aspiraciones en lo amores humanos -aunque no siempre lo sepa-, ni siquiera en las relaciones más o menos formales de la moral y de la ley divina representadas en el AT, lo describe precisamente esta fiesta en la cual la alegría queda trunca: sobra agua y falta el vino. El bautismo de agua de Juan que debe ser transformado por 'el que es más poderoso' que él, en bautismo de espíritu y de fuego, del cual hablábamos el domingo pasado.
"No tienen vino". "No tienen fuego". "No tienen espíritu". María, en esta frase, expresa el confín al cual es capaz de llegar lo humano, aún rectificado por la ética, las leyes naturales y todo lo bueno que pueda lograr el hombre por sus propias fuerzas, su ciencia y su técnica.
Aún así, poseyendo todo lo que pueda adquirir y construir, "No tienen vino". María, la nueva Mujer se da cuenta de la sed oculta que abriga todo hombre, por más pleno de lo humano que parezca. Lo puramente humano incapaz de satisfacer a lo humano. Y ¡sin embargo!: enormes masas de pobres ignorantes o engañados o tan urgidos por las necesidades materiales u obnubilados por las ofertas del supermercado del mundo, que son incapaces de darse cuenta dónde está su verdadera carencia: la falta de Dios, y continúan, empecinadamente, solo buscando lo humano. Aún muchos cristianos. Alentados a ello por tantos extraviados pastores -obispos y sacerdotes-, ofreciendo, en vez del vino de Cristo, lo que hace precariamente al hombre: ayuda material, sanaciones, eneagramas, pretendida justicia social, ética, derechos humanos ... A ellos, especialmente, -a nosotros-, nos sigue advirtiendo María: "¡No tienen vino!" El vino del don desbordante de la Vida verdadera, el regalo mesiánico por excelencia, el vino nuevo y a la vez añejo del Vivir de Dios.
Y María es la primera en transponer el nivel de su pedido primero, cuando, al empezar a entender, se hace líder de los que, siguiendo a Jesús, alcanzarán, a los invitados, el agua transformada en vino: "Haced todo lo que él os diga". Ahora sí que resuena, en su voz, el sonido bellísimo de la Madre de Jesús, de la Mujer con mayúsculas, de la nueva humanidad. Ya estamos, por obra de esa Mujer, en la 'hora' de Jesús que 'no había llegado todavía', en la economía de la Gracia. Por eso el texto griego no habla de 'sirvientes' que escancian el vino -douloi-, sino de 'ministros', -diákonoi-, 'diáconos'. Figura de los cristianos que han de administrar a la humanidad, a los invitados a la boda, el vino de la predicación evangélica, no el agua de las ambiciones y utopías humanas.
Seis tinajas, nada menos que de cien litros cada una, seiscientos litros y, sin embargo -vacías o llenas de agua-, insuficientes. En ese número seis -símbolo de lo imperfecto y lo incompleto; el siete era para los judíos el número perfecto: los siete días de la creación y el séptimo el del descanso de Dios, el de la bendición de todo lo creado-, en esas seis tinajas pletóricas de agua, se significaba la incapacidad de lo puramente mundano de obtener lo que Dios, por increíble amor, quiere para colmar y embriagar al hombre.
Y ahora, por Cristo y María, el Hombre y la Mujer nuevos, el Hijo y la Madre, corre a raudales el vino inacabable de la Vida divina, de la gracia, de lo sobrenatural, de lo que está tan más allá del hombre que éste a veces ni siquiera se da cuenta que le falta, ni percibe la maravilla de la oferta, ni tiene más aspiraciones que el corto mundo que se le presenta ante los ojos, contento con su vino aguado...
¡Qué difícil ofrecer el evangelio, la vida de Dios, la oferta de Cielo, a quien no le interesa, porque está tan estragado en su gusto que es incapaz de apetecerla, de saborearla, de anticiparla ...! ¡Que difícil ofrecer Cielo a quien se declara satisfecho con la tierra! ¡Qué torpeza los que dicen que, indiscriminadamente, todo el mundo va a tomar de un vino que jamás ha deseado, ni querido tomar, ni le importa nada...!
Como si la Vida eterna, el vino abundante de la mesa de Dios, fuera natural al hombre. Como si, meramente hombre, tuviera algún resorte que, necesariamente, le hiciera superar la finitud. Como si, para llegar al cielo, bastara simplemente morirse. Como si, más allá de la tumba y del cajón, Dios estuviera obligado a dar la Vida Eterna a quien nunca la deseó ni la quiso ni se jugó por ella. Como si, sin servicio ni diaconía, -obtuso encargado, maestresala- pudiera saberse de dónde viene el vino y obtenerlo cómo.
"No tienen vino". La Mujer se hace conciencia de los que finalmente perciben que la vida biológica, la existencia en el mundo, por más plena que parezca y que sea, siempre está abierta, en el corazón del hombre, a horizontes de infinito y, por eso, de algún modo, anhelante de algo inefable y maravilloso que Dios ha de poder y querer darnos.
Horror de los que nunca aspiraron a Dios y se quedaron tranquilos y conformes con las cosas de este mundo.
Terrible los que no sienten sed del vino de Jesús; porque nunca lo gustarán. Horrendo los que, llenos de todo, no tienen lugar para aspirar al verdadero Todo. Malhaya los que fijan su atención -o con sus predicaciones desviadas hacen fijar la atención de la gente y de sus hambres- en alimentos que no pueden saciarlos.
"Dichosos, en cambio, los que sienten la pobreza en su espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos."
"Dichosos los que tiene hambre y sed de justicia, de santidad, porque ellos serán saciados."
"Dichosos los que rectifican, purifican, su corazón, porque ellos verán a Dios..."
Maneras de decir, con la Mujer nueva, con la Madre de Jesús: "No tienen vino".