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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1972 y 1975. Ciclo A

2º Domingo durante el año
16-I-72

Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 29-34

Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel» Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo" Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios»

 

SERMÓN

Cuando leemos el evangelio nos encontramos con una serie de expresiones que, de tanto repetidas, ya no nos llaman la atención. Simplemente las aceptamos; pero poco significan para nosotros. Escuchamos decir, por ejemplo, atribuyendo el nombre al Señor, ‘ el Hijo del Hombre' y sabemos que a Él se refiere, pero pocos son los capaces de desentrañar el riquísimo significado teológico y bíblico de este apodo, no casual, ni puramente poético, sino preparado durante siglos por la predicación profética del antiguo testamento, para señalar a Cristo.

Algo semejante sucede con la expresión ‘ cordero de Dios' que escuchamos en la boca del Bautista y que, diariamente, los sacerdotes repiten al presentar la hostia consagrada antes de la comunión.

Pero ¿qué quiere decir esto de ‘cordero de Dios'? Porque ustedes ya están acostumbrados a escucharlo, pero piensen en la impresión que causaría en un profano que escuchara esta frase por primera vez: “ Dichosos los invitados a esta cena ”. Pensaría que lo estamos convidando a un asado, o lo tomaría como una manifestación de grosera idolatría.

Por eso preguntémonos a qué les habrá sonado, a los discípulos de Juan el Bautizador, las palabras “ ese es el Cordero de Dios ” dichas señalando con el dedo a Jesús. Algo muy importante, sin duda, porque el mismo evangelio, un poco más adelante, dice que Juan, viendo nuevamente a Jesús repite lo mismo: “ He ahí el Cordero de Dios ” y, entonces -relata la Escritura- “ los discípulos que le oyeron hablar así, siguieron a Jesús ”. Ese nombre les hace abandonar todo y seguir a Jesús.

Y esto demuestra, señores, lo necesario que es leer la Biblia, el Antiguo Testamento, para entender al Nuevo. Porque éste usa constantemente el vocabulario del Antiguo.

El Evangelio no es más que la plena respuesta a todas las esperanzas que Dios había suscitado en el pueblo judío a través de la revelación anterior a Cristo. Dios ha ido preparando escenario de la venida de Jesús modelando las aspiraciones de la humanidad a través del pueblo de Israel, mediante la Antigua Alianza, la Ley y los Profetas. La historia bíblica es una especie de preliminares pedagógicos la Encarnación. Dios tiene que disponer a la humanidad para que sepa qué es lo que tiene que esperar de El y no abrigue falsas esperanzas sobre cosas y bienes que el no intenta darles. Y, para ordenar esas esperanzas, elige al pueblo de Israel.

¡Y qué difícil fue educar la esperanza de ese pueblo rebelde y brutal que era el de los judíos, todo búsqueda de riquezas y de poder!

Esperanza, dirigida e inspirada por Dios en el caso especial de los judíos, pero que responden a las esperanzas íntimas de todo hombre de todo tiempo y de todo lugar. Por eso hay que leer el Viejo Testamento no pretendiendo buscar literalmente buenas enseñanzas, porque a veces encontramos barbaridades y hasta hechos que repugnan actualmente nuestra sensibilidad cristiana, sino o bien interpretándolo simbólicamente desde la perspectiva de Cristo o -y este es su principal objetivo- educando en él progresivamente, según esta revelación y pedagogías divinas, nuestras propias esperanzas y ambiciones. Esperanzas tantas veces desviadas hacia valores segundarios, efímeros y equivocados.

Y por eso Dios, a través de la Historia de la salvación debe, muy lentamente, ir enderezando sus esperanzas y ambiciones. Como frecuentemente debe hacerlo con las nuestras a través de los golpes de la vida.

En la época de Moisés, en Egipto –hace treinta y seis siglos-, encamina la espera hacia la asecución material y materialista de la Tierra Prometida –‘ la tierra que mana leche y miel' - plena de agua, cereales, frutos, animales y riquezas. Más tarde, en el tiempo de los jueces, ya en medio de lo que ellos creían la tierra prometida y que, en cambio, está llena de desiertos y filisteos, les hace esperar un guerrero, un rey que los libere, independice y lleve a la prosperidad.

Después del efímero esplendor de la dinastía davídica, en medio de reyes injustos, impíos y explotadores, ponen sus deseos en un monarca que instaure la justicia. Y así lo anuncian constantemente los profetas.

Pero este monarca no llega. En cambio llegan los asirios, que les dan unas palizas bárbaras, y llega la destrucción de Israel y el destierro a Babilonia.

Aún así, los judíos siguen esperando. Esperan al Ungido, al Mesías, al Rey y estratega que los librará y los llevará a la cumbre de la riqueza y del poder. Una especie de Moshe Dayan con su guerra relámpago de los seis días o de Rotshild con su poder financiero.

Pero ese Mesías sigue sin llegar; y la espera lleva siglos a pesar de las promesas de los profetas. Asirios, babilonios, persas, griegos y romanos, ponen sucesivamente su pie sobre la cabeza humillada del judío y, entonces, bajo la inspiración de Dios, a alguien se le ocurre que habrá que cambiar, quizá, de esperanza. Y, hacia el año 500 AC, junto a la espera del rey guerrero y triunfador a la Moshe Dayan que subsiste, los profetas comienzan a anunciar simultáneamente la llegada de un nuevo personaje: “ el siervo de Yahvé ” –lo llaman- o “ el Cordero de Dios ”. “ Dios descargó sobre él la culpa de todos nosotros –gritaba un discípulo del profeta Isaías hace 2600 años-. Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüella era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca ”. El ‘Cordero de Dios' degollado, a eso se va reduciendo, a golpes de la Providencia, el altivo y prepotente rey que ingenuamente –en nuestro nombre- esperaban los judíos.

Unido a la imagen del cordero cuya sangre, esparcida en los dinteles de la puerta de los hebreos en Egipto, el día de Pascua salvó a sus moradores del estrago vengador del Ángel exterminador. También a la del ‘cordero expiatorio' que, en el templo de Jerusalén, era muerto todos los caeres de la tarde por los pecados de Israel.

Y, por eso, los que oyen al Bautista, el último y más grande de los profetas, -y que ya ha entendido finalmente cuál debe ser la verdadera esperanza de los judíos y del mundo- decir “ ese es el Cordero de Dios ”, pueden comprender perfectamente lo que quiere significar señalando a Jesús.

Y algunos, de hecho, lo siguen; mientras la mayoría continúa esperando al rey guerrero, al Barrabás, caudillo de la plebe, al Moshe Dayan. No han comprendido que el rey prometido no será un liberador tercermundista, un revolucionario, un guerrero o guerrillero, sino un cordero manso que camina al degüello cargando los pecados del mundo y que se manifestará como Rey y Señor, solo después de la cruz, en la Resurrección.

Este es el cordero de Dios ” ¿acaso lo habremos comprendido nosotros los cristianos? ¿Cuántas veces nos acercamos a Dios solo porque es Rey, para pedirle ‘tierra prometida' con minúscula: riquezas, suerte, novio, puestos, consuelos, salud, éxito? ¿Quién en lugar de pedir ofrece? ¿Y quién, sobre todo, le ofrece cruz, dolor? ¿Quién le pide santidad, cielo?

Porque es fácil seguir al Cristo Rey. También Judas lo siguió; pero no quiso saber nada del Siervo de Yahvé, del Cordero de Dios llamado al degüello.

Pensémoslo cuando el sacerdote antes de la comunión nos diga con la hostia en la mano “ Este es el Cordero de Dios ”.

Y, si lo entendemos, entonces sí: “ Dichosos los que se acerquen a esa cena ”.

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