1974. Ciclo c
2º Domingo durante el año
(GEP 20-1-74)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino» Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete» Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento» Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
SERMÓN
Todos Vds. alguna vez habrán leído Mafalda, la historieta cómica de Quino. En una de las tirillas correspondientes al año 69 se relata un incidente que protagonizan dos de los amiguitos de Mafalda: Felipe y Manolito. Como Vds. saben Felipe representa al temperamento poético, perpetuamente soñador, que vive ensimismado en sus fantasías y a quien dolorosamente el mundo de la realidad suele despertar. Manolito, en cambio, el hijo del almacenero, juega el papel de la mente obtusa, cerrada en la prosa materialista de la vida económica y para quien todas las cosas se miden con el signo pesos. Pues bien, resulta que jugando ambos con un arco y flechas perteneciente a Felipe, Manolito, con su torpeza habitual, lo estira demasiado y lo quiebra. “No te preocupes, Felipe, yo te rompí el arco, pero voy a comprarte otro igual” le dice. “No, Manolito –replica Felipe- nunca podrías comprarme otro igual” “¡Te digo que igual!” insiste Manolito con su mentalidad de pesos-“¿Tan caro es acaso?” Y Felipe contesta “No. No es caro, Pero éste me lo compró mi papá y si vos vas y comprás otro…. No sé, ya no sería lo mismo ¿entendés?” Y Manolo no entiende, prisionero en su chatura de caja registradora y replica “No entiendo ni jota ¿es que a él le hacen un descuento o algo así?”
El cuento me hizo acordar a esos increíbles turistas yanquis en San Pedro frente a la admirable Pietà de Miguel Ángel que preguntaban al guía “How much?” ¿Cuánto cuesta? ¡Como si una obra de arte pudiera valorarse con miserables dólares! ¡Cómo si ‘costar’ fuera lo mismo que ‘valer’!
Los dos arcos y flechas iguales, la misma forma, idéntica consistencia, igual precio, pero el ‘valor’ distinto: uno comprado por obligación, mecánicamente, en la juguetería; el otro cargado del gesto de cariño del padre, denso de amor paterno, símbolo de invisible sentimiento, de afecto. Y ¡qué importantes para vida humana estas realidades que no se ven, que no pueden comprarse!
Cuando pienso en María, madre de Jesús, y me la imagino en Nazaret, en Caná, en Cafarnaúm, en Éfeso, no puedo representármela sino haciendo exactamente las mismas cosas que hacían todas las mujeres de su época.
Si pudiéramos mandar un periodista a Palestina durante la vida de María estoy seguro de que lo último que se le ocurriría sería ir a hacerle un reportaje. ¿Qué hubiera podido fotografiar en ella sino las mismas intrascendentes acciones que cumplían sus connacionales? Ir a la fuente a buscar el agua a la mañana, mantener su casa aseada, hilar, cocinar, visitar parientes, hablar con sus vecinas, cuidar a su hijo, atender a su marido. No: más bien el periodista encaminaría sus pasos al palacio de Herodes a hacerle una entrevista a Salomé o a la mujer de Pilatos, incluso quizá a María Magdalena, pero no a María.
Fuente de la Virgen María, Nazaret.
Ningún hecho extraordinario se nos cuenta de la vida de María, nada digno de salir en los diarios. Y, sin embargo, no por lo visible sino por lo invisible que vivía dentro de su alma y de su corazón, la Iglesia desde la era apostólica la proclama la más perfecta, estupenda y maravillosa criatura que haya salido nunca de las manos de Dios.
Pero el mundo moderno, como Manolito, no nos ayuda a entender estas coas. Nos vuelca en la existencia exterior de los pesos y de las excitaciones epidérmicas y tiende a convencer a la gente que una vida no puede ser plena si no se llena de actividades externas, cosas extraordinarias, acontecimientos insólitos, cuentas en los bancos.
Vamos al cine y en noventa minutos vemos el protagonista agotar, como una flecha, experiencias que a nosotros no nos suceden ni una vez en años, quizá nunca. Lo mismo en la televisión, las revistas o las novelas: los personajes viven continuamente situaciones inusuales, aventuras, amores fulminantes, ambientes suntuosos. Cuando se encienden las luces de la sala o se apaga la televisión y nos reencontramos con nosotros mismos en nuestra realidad cotidiana sin aventuras, sin balazos, sin rubias complacientes, sin fortunas, yates, ni aviones supersónicos, nos parece que somos unos pobres desgraciados y que estamos condenados a una vida mediocre de la cual escaparemos nuevamente solo cuando volvamos al cine o SEGBA nos permita encender nuevamente, de ocho a once, nuestro aparato de televisión o nos saquemos el PRODE.
María no necesitó ni de aventuras personales ni de aventuras prestadas en la huida de la platea ni de dinero para ser una persona fuera de lo común, porque su vida interior, aquello invisible que ningún periodista hubiera podido fotografiar, hizo extraordinarios todos sus actos ordinarios.
Porque el secreto de lo que hay que hacer, señores, para forjar interesante la vida no es modificarla desde fuera, sino cambiarla desde adentro. El mismo arco y flechas, pero distinta la mirada de Felipe y Manolito. Es nuestra mirada interior la capaz de mutar el sentido de las cosas. ¡Qué distinta la montaña vista con mirada de minero o comerciante que con mirada de alpinista o de poeta!
Un alma rica enriquece todas las cosas que mira, que toca, que vive. En los seres más prosaicos, más banales, es capaz, un espíritu fértil, de encontrar bellezas ocultas, armonías invisibles.
Una mirada chata, tipo Manolito, empobrece todo lo que mira. Un poeta en cambio como por ejemplo Pablo Neruda –a pesar de su proterva ideología- es capaz de hacer versos con cosas a las cuales nosotros ni siquiera echaríamos una mirada distraída. ’Oda a la alcachofa’, ‘Oda a los calcetines’, ‘Oda al serrucho’, ‘Oda al hígado’, ‘Oda a un camión colorado cargado con toneles’, ‘Oda al edificio’, ‘Oda a la bicicleta’ son algunos de los títulos que he recogido en sus admirable Odas elementales. Sí, también de esas cosas puede sacarse poesía.
Y ¿qué me dicen del enamorado? Aquel que descubre de pronto que quiere a una mujer y es querido por ella, cómo todo le cambia, toda la gente le parece buena, es feliz, nada le importa, es capaz de cantar como un loco debajo de la lluvia, todo lo perdona.
Nada a su alrededor ha cambiado, pero todo es distinto, diferente. Algo le ha cambiado adentro.
Y, si un poeta o un enamorado es capaz de transformar las cosas desde su interior ¡cuánto más un cristiano! Nosotros, que sabemos que la vida es un regalo del amor de Dios, que las cosas no suceden al acaso, por casualidad, sino que son todas signos del amor del Padre.
¡Qué distinto levantarme a la mañana pensando que debo ir al trabajo, sufrir el calor, enfrentarme con un jefe iracundo, estudiar para los exámenes de Marzo, limpiar la casa, cocinar, planchar, que salir de la cama sintiendo que la vida es un don de Dios, la oportunidad para hacerme santo, para amarlo a Él, para amar a mis semejantes, para sonreír, para repartir felicidad, aún en medio el calor, del trabajo, de los exámenes, de las cruces.
¡Qué incomparable enfrentar el día sintiéndome solo en medio de este inmenso y horrendo Buenos Aires, preocupado por mis negocios, temeroso de mi salud, angustiado por mis problemas, que hacer exactamente lo mismo, pero sabiendo que Dios me ama, que Él está tiernamente vigilante de todas las cosas que hago y que me pasan y que todo sucederá no por suerte o mala suerte sino porque guiado por la mano de Su amorosa omnipotencia!
No, la vida del cristiano quizá no se distinga por afuera de la vida del que no lo es, pero cambia fundamental y trascendentalmente desde adentro. El agua de la existencia en el cristiano se transforma en vino.
Y vean que a eso apunta un poco, tal cual lo han entendido todos los santos que lo han comentado el milagro que Cristo realiza en el evangelio de hoy: seis tinajas de agua trasmutadas en estupendo borgoña. Es el agua, dicen, del Antiguo Testamento que se transforma en el vino del Nuevo. El agua transparente, insípida, incolora, inodora de la vida humana que se muta en la colorida, sabrosa, perfumada, chispeante vida del cristiano.
Por eso, hermanos, si por las venas de nuestra alma corre no el agua fría de la mediocridad y chatura contemporáneas sino el vino del cristianismo nada nos parecerá aburrido, nada intrascendente, nada mediocre ni prosaico. Porque es ese vino interior el que transforma la vida y la hace bella y digna de ser vivida. Y sin ese vino podremos correr todas las aventuras del mundo y llenarnos los bolsillos y los ojos y los sentidos y, con todo eso, lo mismo seguiremos sintiéndonos vacíos y aburridos.
Giusto De’ Menabuoi, c 1375-76, Fresco. Baptisterio, Padua.
Por ello, a este mundo que nos ofrece a manos llenas tantas cosas, tantas riquezas exteriores pero ha agostado las fuentes profundas de la existencia en el enano materialismo de la intrascendencia, María dice, en el evangelio de hoy “No tienen vino”.
Y por más que el mundo nos ofrezca autos, lavarropas, aire acondicionado, Coca Cola, justica social, María seguirá diciendo “No tienen vino”.
Y aún cuando nos embriague de música psicodélica, de comodidades, de sexo, de drogas, de revoluciones, María seguirá diciendo “No tienen vino”.
Y si nos da todo aquello que creemos ambicionar: salud, dinero, casa en el Barrio Norte y Mar del Plata, larga vida y todo lo que contienen las vidrieras de Florida y de Santa Fe, María todavía seguirá diciendo “No tienen vino”.
El vino que solamente Cristo, adentro nuestro, nos puede dar.