1982. Ciclo b
2º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo: Estaba Juan con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Éste es el Cordero de Dios".Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían les preguntó: "¿Qué queréis?" Ellos le respondieron: "Rabí -que traducido significa Maestro-, ¿dónde vives?" "Venid y lo veréis", les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús. Al amanecer, vio a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" -que traducido significa Cristo-. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas" -que traducido significa Pedro-.
SERMÓN
Una de las más antiguas calificaciones por medio de las cuales se mentaba a los cristianos fue –y lo encontramos en las epístolas de San Pablo- la de ‘ llamados' , ‘ convocados' . “ Tu que eres un llamado ”, escribe Pablo a Timoteo. Y es la denominación que ha quedado clásica para designar al conjunto de los cristianos. “ Ekklesiazo ” quiere decir en griego: ‘convocar', ‘llamar' y “ eklesia ” -‘iglesia'-, que de ese verbo deriva, significa, justamente, ‘los convocados' ‘los llamados'.
Porque ser cristiano significa, antes que nada, que, de entre los millones y millones de ser humanos que pueblan los tiempos y espacios de la historia, Dios se dirige a algunos y, eligiéndolos, los llama.
Ser llamado, pues, tener ‘vocación (1)', es lo propio del cristiano. Y de ese llamado, de esa vocación, tratan la primera y última de las lecturas que hoy hemos escuchado.
Hombres comunes, sumergidos en sus tareas cotidianas, no especialmente destacados por ningún talento o especial virtud, son, de pronto, elegidos por Dios, apartados del común de la masa y llamados a compartir una vida y una misión.
Y eso son' todos' los cristianos. No solamente aquellos de los cuales hoy se dice que tienen ‘vocación' religiosa o sacerdotal, las cuales no son sino vocaciones específicas y particularizadas dentro de la gran Iglesia. Todos y cada uno de los bautizados han sido ‘nombrados' y ‘llamados'.
Porque la vocación primordial y magna es la que, apartándonos de la categoría puramente humana, nos introduce en la familia de ‘los íntimos' de Dios. Nos separa del resto y nos constituye en los privilegiados que Dios adopta como sus hijos y caballeros, compañeros de batalla de Cristo.
Vocación que no es un llamado por medio de propagandas masivas de megáfonos, de carteles pegados en los muros o avisos de televisión, sino que siempre constituye un llamado personal, íntimo, exclusivo, en el cual Dios se dirige a cada uno de nosotros por el nombre: “ Samuel, Samuel ”.
Llamado, ‘nombramiento', que al mismo tiempo que quiere sacarnos de la inconsistencia y falsificación de la vida mundana, quiere también cambiarnos por adentro: “ No te llamarás mas Abran, sino Abraham ”.
Vocación que transforma y que cambia y que pone en marcha en nuestras almas el dinamismo de una conversión capaz de llegar a la santidad. Llamamiento personal dirigido a la conciencia más profunda del individuo y que modifica radicalmente su existencia, no solo en sus condiciones y conducta exteriores, sino hasta en el corazón, haciendo de él –o al menos capacitándolo para hacer de él- otro hombre: ‘hombre divinizado'.
Difícil respuesta a dicho llamado, porque nos extraña del mundo. Pero nos saca de lo impersonal numérico, sin nombre al encuentro con Alguien. No con una doctrina, ni ideología, ni teoría. Con Alguien. Encuentro mediado y hacia la comunión con ‘alguienes'.
“¡Hemos descubierto al Mesías!” “¡Eurékeman (¿recuerdan el ‘eureka' de Arquímedes?) ton mesías!” dice Andrés. Y él, a su vez, encuentra a su hermano Simón y lo lleva al encuentro con Jesús. Y éste lo mira y lo llama, lo nombra –le cambia el nombre; “ te llamarás Cefas, Pedro ”-.
Así llama Dios, no por medio de voces ocultas ni inspiraciones anónimas, sino por medio de testigos: Juan a sus discípulos, Andrés a Pedro, Felipe a Natanael.
1901-1990
Nicola Abbagnano , el conocido filósofo existencialista italiano, caracterizaba al hombre masa contemporáneo como un ‘homúnculo disperso, extraviado, insignificante'. Le atribuía, sobre todo, el vivir en lo que él llamaba un estado de ‘ dispersión vulgarizante '. Privado de altos objetivos, de grandes amores, de sanas pasiones, oscilante en el flujo de un existir sin norte, sin verdades inconmutables, sin amores comprometidos, sin misión y sin cruzadas, sin sentido de familia y sin fervor por la patria. El hombre masa bailotea en la mezquindad de cualquier impulso instintivo del momento, en las poco heroicas rebeldías de la sensualidad, en la reivindicación de la falsa libertad de los caprichos y de la falta de urbanidad, confundiendo ignorancia con amplitud de miras y pluralismo. Porque no sabe nada es capaz de aceptar, con falsa magnanimidad de patán, cualquier disparate.
Atrapado por la sociedad trivial en la cual vive, después de la variada y caótica información que le proporciona la pseudoeducación oficial, es estabulado en los diversos empleos estatales o privados, en los cuales casi nunca ingresa por vocación y gusto, sino por necesidad. Para recoger mensualmente el salario que le permitirá, amén de seguir viviendo, acceder a los múltiples objetos y diversiones que le propone en abundancia la sociedad moderna.
Precisamente ‘el dinero', este objetivo de unánime ambición, es el signo más claro de la falta de motivos existenciales. Aumentar el rédito o los ingresos -común denominador de las aspiraciones vulgares- es el síntoma más claro de esa dispersión vulgarizante de la cual habla Abbagnano. Ese dinero proteiforme, capaz de transformarse en cualquier cosa y que, si no es mediatizado hacia un fin claro, se convierte en neblinoso propósito numérico cada vez más exigente.
‘Tener', para poder comprar lo que se vende hoy, lo que se inventará y venderá mañana, en el distractivo e interminable recambio de modas y modelos que nos ofrece el mercado y la propaganda y en el acceso a las diversiones más fáciles y, por tanto, más epidérmicas y groseras.
Porque, aun en el arte de divertirse, lo que es pasible de ser comprado por dinero pervierte. Al verdadero gozo de una amistad, de una buena conversación, de una lectura profunda y sabrosa, de la apreciación de la poesía, de la música, de la belleza, no puedo acceder solo con el dinero. Se necesita esfuerzo personal, atención, educación del sentido estético, compromiso personal, constancia. Todas, cosas que salen de mi interioridad trabajada y que el dinero no puede adquirir.
Con la plata solamente podemos acceder a las diversiones que excitan desde fuera nuestra corteza y nuestros sentimientos y sentidos más toscos y, por lo tanto, más dispersos y despersonalizantes.
Pero, a lo que va Abbagnano es que, en su realizarse existencial, dado que el hombre es un ser finito y ubicado en un determinado espacio del mundo y un corto lapso del tiempo de la historia, solo adquiere consistencia vital si polariza sus esfuerzos no en multitud de fines cambiantes y superficiales, en la dispersión y vulgarización, sino mediante cauce que lo unifique y de vigor. El agua corre impetuosa en los límites de una cañería, de un canal. Desbordada, se transforma en charco, en ciénaga, en secano.
Por eso toda vida realmente valiosa, todo existir realmente humano y auténtico han de estar caracterizados –dice Abbagnano- por el esfuerzo (‘ l'impegno' ), la decisión (‘ la decisione' ), la elección (‘ la scelta' ) y la fidelidad (‘ la fedeltá ')
Pero Abbagnano se queda allí. Habla de convertirse, de unificarse, pero señala a qué. En su obra, sobre todo al final, hay una reivindicación de la razón y de la ciencia, despreciadas por el idealismo y el existencialismo transalpino. Hay también un llamado al amor (2). Pero eso no basta; porque, en el fondo, Abbagano no señala ninguna finalidad capaz de no frustrarse con la muerte. Ni ningún camino, cauce preciso, de realización del hombre.
El evangelio de hoy, en cambio, lo propone claramente, cuando el Señor muestra ese camino y esa meta al decirnos, en Felipe, ‘ Sígueme '.
El paso de la ‘diversión', la ‘dispersión' a la conversión, el ‘convertíos', ‘ metanoeite' , en Jesús suena distinto que en Abbagnano. No es solo un cambio de ideas, de mentalidad; sino un encuentro personal con Alguien que, al ‘llamarnos', también nos hace encontrar nuestro propio nombre.
El llamado o vocación no nos hace solo levantar la cabeza y atender un vozarrón que nos despierta Es un encaminarse decidido y comprometido, una ‘ scelta ', por El que nos llevará por Su camino, por Su cauce.
Camino existencial, ‘llamado', ‘vocación' que no termina en la muerte a la manera del existencialismo ateo, sino que lleva a todos los convocados a la ‘Iglesia'-, hacia el permanente encuentro con el Señor.
1- Del ‘vocari', ser llamado, latino. El activo ‘vocare' tiene el significado de ‘llamar para hacer venir'. Fácilmente se pasa del ‘llamar' al ‘nombrar' o ‘dar nombre'. Lo mismo con el ‘appellare', de donde viene ‘apelar', pero, también, ‘apellidar'.
2- “Chi ha avuto la fortuna di incontrare l'amore, faccia di tutto per mantenerlo vivo, perché l'amore non invecchia. E chi non l'ha incontrato, apra il cuore alla speranza, poiché la vita è sempre una speranza d'amore”