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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1985. Ciclo b

2º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo: Estaba Juan con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Éste es el Cordero de Dios".Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían les preguntó: "¿Qué queréis?" Ellos le respondieron: "Rabí -que traducido significa Maestro-, ¿dónde vives?" "Venid y lo veréis", les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús. Al amanecer, vio a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" -que traducido significa Cristo-. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas" -que traducido significa Pedro-.

 

SERMÓN

 

         Con este domingo, pasado ya el tiempo de Navidad y Epifanía, retornamos en la liturgia al tiempo ordinario, durante el año, el de los ornamentos verdes. El Señor ya está con nosotros -como dice el saludo ritual del sacerdote-. Dios habita en el mundo. Cristo es presencia y epifanía en su Iglesia, en la Sagrada Escritura, en los sacramentos, en la enseñanza del magisterio, en la experiencia de los santos. Allí está a nuestro alcance, en el misterio de la Encarnación, que prolonga la Santa Iglesia a través de los siglos: palabra resonante, presencia candente del Señor en medio de nosotros. Nadie puede decir que Dios no haya venido a buscarlo, que Dios no le habla, que Dios no lo llama. Navidad ha hecho posible el encuentro con Él hasta el fin de los siglos.

Pero para que esa presencia objetiva del Señor se haga presencia viva para cada uno, es cada uno el que tiene ahora que moverse para prestar atención a la voz de Cristo, para atender su llamado, para responder a su ofrecimiento de amistad. Y para esto está el tiempo durante el año, reflejo de la substancia rutinaria de nuestros días, los que forman el grueso de nuestro existir humano, allí donde se van plasmando poco a poco nuestros proyectos, donde se confirman o no nuestras promesas, donde se construyen en perseverancia las obras duraderas, donde se prueba o no la verdadera fortaleza, donde se conoce realmente a las personas.

Y en realidad de eso se trata en el tiempo litúrgico durante el año, de intentar conocer cada vez más, responder cada vez mejor, amar cada vez más intensamente a Aquel que, desde navidad, vive entre nosotros.

Y la liturgia nos ayudará con la lectura cotidiana o dominical de la palabra de Dios en las Misas; quizá uno que otro sermón del sacerdote. Algunos se ayudarán, también, con su meditación diaria, lectura espiritual, estudios de teología a nivel de cada cual, cursos, conferencias, retiros. Y, sin este esfuerzo personal y perseverantemente habitual -digámoslo de paso- hoy no se puede ser cristiano.

Pero todo esto no bastará, si más allá de lo que podamos aprender o entender o escuchar no tratamos de encontrarnos de 'vos' a 'vos' con el mismo Cristo Nuestro Señor.

Quizá sea por eso que, para este tiempo ordinario, a pesar de que en el ciclo que nos toca este año hemos de leer el evangelio de Marcos, la Iglesia nos proponga hoy, para empezar, el pasaje que hemos escuchado del evangelio de Juan, y en el cual el evangelista nos ha querido narrar un caso típico, ejemplar, paradigmático, de llamado y encuentro de Jesús con sus discípulos. De ese encuentro que todos debemos intentar realizar como lo más importante y a la vez normal de nuestra vida cristiana.

Porque vean, la Iglesia, los curas, lo libros, la misma Escritura y hasta los sacramentos, no pueden hacer mucho más que desempeñar el papel de Juan Bautista: señalar, mostrar, interesar, presentar a Jesús -ese Jesús que pasa en medio de nuestros problemas cotidianos, de nuestro trabajo, de nuestros estudios, de nuestra televisión, de nuestras urgencias políticas o económicas o sentimentales, de nuestro cine o de nuestra pileta o nuestra playa.

Sí, ¡pobre Jesús! se la pasa 'pasando'. Y digamos que la Iglesia no puede hacer más que tratar de llamar la atención de los hombres y señalarlo. " Mirando a Jesús que pasaba, Juan gritó: ese es el cordero de Dios ".


Dieric Bouts el viejo (1415-1475)

Pero ya no podemos hacer mucho más, porque ahora les toca a cada uno el levantarse y correr detrás de Jesús y preguntarle:" Señor, ¿en dónde vives? "

Y dice nuestro evangelio " Y fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él. "

Y el evangelista se acuerda hasta de la hora del encuentro ¡tan imborrable fue! Y, sin embargo, del encuentro mismo, no dice nada, de lo que allá vieron y escucharon, nada nos cuenta.

Y es que no se puede contar.

Yo y Vds. podemos hablar a los demás de Jesús, gritar inclusive a los demás, alborozados, como Andrés "¡ Hemos encontrado al Mesías !" Pero la experiencia inefable y profunda y extasiante de haber estado y de estar con Jesús ¿quién la podrá narrar?

Santa Teresa probó hacerlo, pero ella misma advierte: " estas cosas no las entenderá sino quien las hayas experimentado ".

Como hablar de la música a quien nunca la ha escuchado o no oye; del perfume a quien no huele; del poema a quien no lee. Como hablar del amor a quien no ha amado.

Pero vean, esto es gravísimo, porque mientras pensemos que somos cristianos porque tratamos de cumplir algunos mandamientos o preceptos o porque sepamos algo de Teología o filosofía o porque tengamos más o menos clara nuestra ideología cristiana y hasta vengamos a Misa y aún todavía seamos amigos de algún cura, si nada más, todavía no somos cristianos.

Porque ser cristiano es precisamente conocer y amar a Cristo o, quizá mejor, saberse y sentirse conocido y amado por Cristo y hacer el esfuerzo de corresponderle. Pero no teóricamente: porque ahora yo lo estoy diciendo o lo hemos leído en alguna parte, sino porque yo me he encerrado a solas con el Señor y he hundido mi cara en mis manos y he serenado mi ánima y puesto silencio a mis nervios de los días y me he quedado con El y he experimentado su amor.

Sí, ¡qué pobre y frágil cristiano quien no sabe orar y quedarse con Jesús! ¡Cuánta palabra, cuanto acto forzado, cuanto cumplir o no cumplir para nada! Nos quedamos con la cáscara mecánica o teoría del cristianismo, con la estructura, con el rito, con el Papa o con el cura ¡y no nos encontramos con Jesús! ¡Permanecemos aferrados a Juan el Bautista y no nos precipitamos a Jesús!

Y por eso nos conmueve tanto que los sacerdotes sean buenos o malos, celebren así o asá la Misa, o que los obispos o el Papa hagan o no hagan o digan tales o cuales cosas, que los católicos esto o aquello. ¡pobre Juan Bautista!, ¡si lo único que interesa de él es la mano con la que señala a Jesús! ¡No nos distraigamos con él; él debe menguar para que Jesucristo crezca!

Sí, ¡que crezca en cada uno! Crecer que dependerá de nuestro encuentro personal con él, de nuestra amistad con él, de nuestro estar con él. Presencia viva que debe hacerse largamente cotidiana en nuestras vidas por los momentos que rescatemos del barrullo enrevesado de nuestro existir porteño en algún prolongado momento de nuestro día. "El Señor está con nosotros", no lo dejemos pasar.

Vayamos a él y permanezcamos con él.

Él te hablará con palabras que yo no te puedo decir. Él te hablará sin palabras quizá. Y no te desalientes, quizá tengas que caminar detrás de él un tiempo, corto o largo, pero él, al final, ciertamente, se dará vuelta y te mirará. Y vos podrás preguntarle " Maestro ¿dónde estás ?"

"Vení y lo verás"

Sí, te aseguro que lo verás.

Y entonces él te mirará a los ojos, como a Simón, y entonces vos que no eras nada, que no sos nada, perdido en Buenos Aires, un número más, un Juan Pérez cualquiera, que a lo mejor ni siquiera sabés que hacer con tu vida, mediocre y adocenado, producto de la época, vos, sí, yo, te mirará, me mirará y, de pronto, me dirá, te dirá, ese doble 'tu' sonoro que resuena en el evangelio " Tú Simón, hijo de Juan, tu Juan Pérez, Juan nadie, Juan de los Palotes, tú te llamarás. " Y escucharemos resonar en nuestro corazón el nombre, la misión, la empresa para la cual nos había pensado desde siempre cuando nos creó y sabremos nuestro puesto en el mundo, nuestro lugar en la batalla, nuestro papel en la vida y el por qué y el para qué. Y tendremos la fuerza y todo será luminoso y alegre y entusiasmante. Y ser cristiano, estar con el capitán, con el amigo, con mi Dios y enfrentarme con todo el mundo y con cualquiera y no parecerme nada difícil, nada obstáculo para lo que debo hacer por él.

Y gritar a los cuatro vientos, en alegría y coraje "¡ hemos encontrado al Mesías !" "¡me he encontrado con Jesús!"

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