1994. Ciclo b
2º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo: Estaba Juan con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Éste es el Cordero de Dios".Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían les preguntó: "¿Qué queréis?" Ellos le respondieron: "Rabí -que traducido significa Maestro-, ¿dónde vives?" "Venid y lo veréis", les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús. Al amanecer, vio a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" -que traducido significa Cristo-. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas" -que traducido significa Pedro-.
SERMÓN
La escena que acabamos de leer registra, conmovedoramente, en la narración de Juan, las primeras palabras que Jesús dirige a la humanidad: "¿Qué buscáis?"
A esta humanidad que, en continuo peregrinar, intentar ir adelante, construyendo historia, avanzando o retrocediendo inquieta, desasosegada, oteando horizontes, conquistando tierras, continentes, asomándose a las estrellas, llenándose de inventos y de artefactos, de conocimientos y dominios, Jesús le obliga a preguntarse "¿Qué buscáis?"
Y ¿qué buscas tú?, hombre común, en tus temores, en tus amores, en tu despertar a la vida, a la adolescencia, en tu adentrarte en la adultez, en tus estudios, en tus trabajos, en tu crecer económico, en tus ambiciones colmadas o defraudadas... ¿qué buscas? ¿Qué buscas de la vida, del minuto que se escurre, del día que desaparece, del mañana que llega rápido y se va, digerido en irretornable pasado? ¿Qué buscas de tu mujer, de tus hijos, de tus amigos?
¿Qué sueño consciente o inconsciente da alas a tus anhelos, tristeza a tus realizaciones que no te llenan, nostalgia a tus ilusiones juveniles no acabadas, inquietud a los momentos plenos que sabes que terminan y se tornan en luces apagadas, en amaneceres yertos y en somnolencias fatigadas?
¿Qué extraña inquietud cobija permanentemente tu espíritu que no te da reposo y, tarde o temprano, despierta en vacíos indefinibles, en oquedades del alma, en decepciones que te causan tus mismos seres queridos, tus tareas cotidianas, tu misma casa y, aún en locuras de cambio, que nacen en tus fantasías desbocadas, cuando el tiempo se detiene en el insomnio de la noche o en una súbita distracción de la jornada?
¿Qué buscas?
Pero aún a vos, cristiano, que ya sabes teóricamente que Jesús es la respuesta; qué Él es, en el fondo, lo que todo hombre rastrea, también a vos, Jesús te pregunta " ¿Qué buscas? " "¿Que quieres de mi?". ¿El consuelo de la devoción?, ¿el fervor que de tranquilidad a tu alma?, ¿la salud del cuerpo?, ¿ mi protección para que te vayan bien las casas en este mundo; que te de salud; que encuentres o te conserve el trabajo; que tengas suerte en los exámenes; que consigas novio...? ¿ Qué buscas ? ¿Todo eso que ofrecen los predicadores de la radio, los 'show men' de los espectáculos religiosos, los hacedores de revelaciones y falsos milagros, los que te prometen adscribirte al número de las salvados y se complacen condenando a todos las demás?
¿Qué buscas ?
¡Ah! ¡Si encontraras a alguien como Juan que te señalara al verdadero Jesús -el católico- y pudieras ir detrás de Él; y Él se diera vuelta, y te lo preguntara, y vos pudieras decirle " Maestro, ¿dónde vives? "! No: " Maestro ¿qué puedes darme? "
"¿Dónde vives?"
En realidad el original griego dice "¿dónde moras?" En el mismo sentido en que, después, dirá Jesús, " en la casa de mi padre hay muchas moradas ".
Morar con Jesús, vivir con Jesús. Encontrar en Él el sentido de la vida, el significado de la existencia, la amistad que ennoblece, el compromiso que nos pone en marcha, la fuerza que nos convierte en imbatibles aún en medio de la desdicha, el horizonte que, en esta vida, siempre permanece abierto a la luz que no se apaga, por más que truene la tempestad sobre nosotros.
Y aquí callan las palabras. Es curioso, en todo este pasaje, como el "decir" cede su lugar al 'ver'. Este pasaje está lleno del verbo 'ver', 'mirar': Juan mira a Jesús; Jesús se da vuelta y ve a los discípulos; los discípulos vieron dónde vivía; Andrés ve a su hermano; Jesús, finalmente, mira a Simón.
Ya no se trata de 'oír ' frases, afirmaciones: se trata de 'ver'. Y Jesús no responde con palabras al " Maestro, ¿dónde vives? ": "Venid y lo veréis".
"Y fueron, y vieron donde vivía y ese día se quedaron, moraron, con Él "
Y más tarde ni el mismo evangelista que, con Andrés, era el otro que allí estuvo, intenta contar lo que pasó.
Experiencias que no pueden traducirse con palabras, que, aún en el vuelo de la pluma de los místicos -una Teresa de Ávila , un Juan de la Cruz - apenas pueden traducir balbucientes la brillantez encandilante del encuentro. Allí donde se combinan el pudor con el deslumbramiento del instante inefable, de lo que 'tenés que vivirlo porque yo no te lo puedo contar'.
Esos atisbos de cielo, arrebatos de amor, certezas del corazón, candencias de la carne, ebriedades del alma, que todo cristiano ha tenido alguna vez en su vida, como confirmación de que lo que en el fondo buscaba y busca, de alguna manera, ya lo ha encontrado, y lo proyecta al hallazgo definitivo, allá donde el horizonte avizorado y pregustado se abrirá en morada perfecta, en vida inconmutable, en compañía plena, en saciedad colmada.
"Hemos encontrado al Mesías" dice Andrés con su mirada nueva. Porqué, también aquí, dice el evangelista "vio a su hermano Simón".
Y Simón también habrá visto algo en él. Un nuevo brillo en sus ojos, una nueva prestancia en su porte erguido y en su voz firme y a la vez enamorada, ¡electricidad y ternura de un hermano transformado!
Que eso ha de encontrar la gente en nosotros. Que no bastan las palabras, que sobran las palabras, que abundan y rebotan como ruidos vacíos, ya, las palabras. En este mundo de mendaces voces, de falsas promesas, de propagandas embusteras, de fatuos slogans, de políticos farsantes, de periodistas patrañeros, de predicadores impostores.
Vida, brillo, contagio, actitud, testimonio, compromiso, sonrisa y mano, reverbero de la vida de Jesús en uno, alegría de su encuentro, fortaleza de su amparo, claridad en nosotros manante de su mirada; eso ha de ver la gente en nosotros "Hemos encontrado al Mesías" "¡Hemos encontrado!", y saber decirlo sin palabras.
Al final de su vida al santo cura de Ars, San Juan María Vianney , se le habían caído todos los dientes y, cuando predicaba, nadie le entendía nada. Y aún los más empedernidos señorones de su época, los más afilados adversarios de la Iglesia, que -como atraídos por un imán- recalaban vergonzantes en la pequeña aldea de Ars y, al fondo de la Iglesia, lo escuchaban sin entender nada, comprendían, veían. En un ver que quemaba a través de las lágrimas y que terminaba en el humilde confesionario del santo viejo.
"Entonces lo llevó adonde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: 'Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas'"
Ponte en oración, cristiano, tú que quizá sepas de liturgias y de doctrina, de encíclicas y catecismo, de estampitas e imágenes con alcancías, que sabes y dices muchas palabras y pides muchas cosas. Ahora, ponte de una vez en oración, sigue a Jesús, pregúntale ¿dónde vives?, ¿cómo vives?, y calla, contágiate de él. Haz que te mire -déjate mirar por Él-- y por fin sepas quién sos. No el que te crees o aparentas ser, sino el que verdaderamente sos, el pobre Simón, el hijo de Juan. Y, desde allí, finalmente, con su mirada, Él te transformará, de dará tu verdadero nombre, te hará persona, te armará caballero y, del blandengue y medroso Simón que eres, te tornará en firme, brillante piedra, dura roca.