2000. Ciclo B
3º Domingo durante el año
(GEP; 23-01-00)
Lectura del santo Evangelio según san Mc 1, 14-20
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
SERMÓN
Aunque Dios es bien capaz de hacer milagros no ha planeado las leyes de la naturaleza para transgredirlas constantemente. A través de las leyes naturales, de las que norman la física, la biología, la psique humana y, junto con ellas, las que rigen la economía y la política, el mundo, a pesar de su complejidad, se hace relativamente previsible. Puestas las causas surgen los correspondientes efectos. Si a pesar de las recomendaciones del médico vulneramos nuestro organismo con actividades o comidas o bebidas o costumbres insalubres, ninguna apelación al control mental o a San Pantaleón aliviará nuestros males. Si se trabaja en el orden político en contra de las normativas del psiquismo humano, de la armonía familiar o comunitaria, de los auténticos valores y del bien común, ningún voluntarismo, ninguna reunión de oración ecuménica ni tedéums, hará que mejore el tono de la población, su convivencia, sus objetivos vitales, su educación, su seguridad. Si se persiste en el desconocimiento del derecho de propiedad, del séptimo mandamiento o en promulgar o mantener reglamentaciones y leyes antieconómicas, aunque parezcan humanitarias, por más voluntarismo que se interponga ni apelación a las ideologías o a la justicia social, ni plegarias elevadas al Altísimo, se evitará que cada vez haya menos puestos de trabajo y menos riqueza a distribuir.
Las leyes de la naturaleza son como grandes reglas de juego que Dios ha puesto al ser y decurso de las cosas y de los hombres para que, ajustándonos a ellas, combinándolas, manejándolas -nunca contra ellas- vivamos lo mejor posible en este mundo y aún lo mejoremos y, prudentemente, lo usemos también en vistas a la vida eterna.
Y es sabido que una de las dimensiones fundamentales de toda ley natural es el tiempo. Los efectos suelen ser posteriores a las causas, de tal manera que la misma historia del universo, en su decurso desde hace 15000 millones de años, es un entretejido de causas y efectos que se van sucediendo en el tiempo . Nada aparece de golpe, como por ensalmo, todo exige su preparación, su prehistoria. La vida, por ejemplo, no hubiera podido surgir en cualquier tiempo y lugar: necesitó de la lenta preparación en el horno de las primeras estrellas de elementos como el carbono, el hierro, el potasio, que no existían en los primeros tramos de la historia de la materia, puro hidrógeno y helio... Tampoco el ADN y las proteínas hubieran podido surgir antes de hace 4000 millones, cuando en nuestro planeta ya formado, en el experimento del caldo de los mares se fueron preparando moléculas complejas, prebióticas, capaces finalmente de transformarse en proteínas, en ácidos nucleicos. No surgieron por milagro. Los animales tampoco podían aparecer en cualquier momento. Se necesitó la antecedente existencia de las plantas y de la clorofila capaz de transformar la atmósfera inerte en rica en oxígeno, respirable. ¿Y hubiera podido surgir el cerebro de los primates, sin el largo experimento anterior de el sistema neuronal de los dinosaurios, de las posteriores cadenas de mamíferos? Dios no hace aparecer al hombre hace 50.000 años de golpe con una varita mágica, sino manejando las causas que prepararon su aparición y las condiciones necesarias para mantenerlo en vida. El podría, por supuesto, crear saltando esos pasos paleontológicos -como decía Juan el Bautista, Dios podría generar a partir de las piedras hijos de Abrahán- pero prefiere hacerlo evolutivamente, en el ritmo armónico del acontecer natural. Dios va, así, en la naturaleza, manejando cada realidad en la observancia a su específica manera de ser y actuar, y, aunque, absolutamente, pudiera saltar sus tiempos o prescindir de las causas intermedias, desde su eternidad que todo lo ve simultáneamente, acata los ritmos y los lapsos con los cuales, a través de las causas y los efectos, se van desarrollando los hechos y los seres en el tiempo.
Ese es el gran milagro, la armonía de la realidad, la holística de la tierra con la vida, la materia entretejida de leyes físicas y químicas que va haciendo brotar la variedad de la existencia y, últimamente, al ser humano... El que la gente necesite para sorprenderse y admirar la obra del Creador que, de vez en cuando, esas leyes parezcan interrumpirse en el milagro, es solo fruto de nuestra pobreza intelectual incapaz de llenarse de admiración por la fascinante complejidad y armonía de la creatura creciendo en el tiempo.
El mismo individuo humano necesita que se le respeten los tiempos. No podemos enseñar física atómica en el jardín de infantes, en el nivel inicial, el cerebro debe hacerse a los números, al cálculo diferencial, a las altas matemáticas. La ciencia no puede infundirse por hipnosis, instantánea, con transfusiones, con pastillas. El cerebro tiene que ir educándose, programándose, adquiriendo vocabulario y conceptos para poder entender la realidad y, mucho más, para elevarse a conocimientos sofisticados. Al igual que los hábitos virtuosos, que las habilidades, que la buena educación y el respeto por los demás. Se necesita tiempo para formar a un hombre o una mujer buenos.
En la misma historia, no solo del individuo, sino de la humanidad, desde la aparición de los primeros hombres, Neandertal, Cromagnon -ya básicamente iguales a nosotros en cuanto a sus genes y su constitución cerebral- ¡cuántos esfuerzos y conocimientos e inventiva debieron desarrollarse lentamente en el tiempo para llegar a las civilizaciones históricas: a la cultura griega con su modo de pensar e interpretar la realidad que aún hoy es la base de nuestra propia manera de pensar; ¡a la cultura judía con su descubrimiento portentoso del concepto de creación, y por lo tanto de la naturaleza de Dios, de la moral como relación del hombre con Dios y de una esperanza inconmovible fundada en una alianza personal del Dios creador omnipotente con los suyos!
Fuera de esa cultura judía -desarrollada en el tiempo- Jesús no hubiera tenido cómo expresarse, cómo comprenderse a si mismo. En ninguna otra civilización se tenían las palabras y los conceptos necesarios para saber quién era Jesús, ni siquiera el concepto de Dios. Este lo tuvo bien claro el judaísmo recién en la época en que nació Jesús. Los conceptos de Dios trascendente, de Mesías, de Hijo de Hombre, de salvador, de hijo de Dios; el de Cordero de Dios, el de los mandamientos... Fíjense, cuando Juan el Bautista señala al Señor y dice a sus discípulos, "Este es el Cordero de Dios" , éstos inmediatamente lo siguen... ¿Qué hubiera significado semejante cosa entre los tehuelches o los chinos?
Por eso dice Jesús en el evangelio de hoy. "El tiempo se ha cumplido", haciéndose eco de la expresión de San Pablo a los Gálatas: "En la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo". Ya la palabra de Dios puede dirigirse al hombre para iniciar la última etapa de la creación: la aparición del hombre nuevo, del hombre elevado a Dios, la última razón de toda esta creación que ha ido desarrollándose en etapas: del quark a la materia, de la materia a la vida, de la vida al pensamiento, y ahora, finalmente de un pensamiento con un modo de pensar capaz de ponerse en contacto con Dios, de introducirse en su Reino, por medio de la buena noticia entendida que trae su enviado Jesús. "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio, en la buena noticia"
Pero, todavía, para creer en la buena noticia y entrar en amistad con Dios, introducirse en su reino, es necesario, dice Jesús, antes, convertirse. " Convertíos ". El término griego correspondiente es más expresivo. " metanoeite ", que significa algo así como 'cambiad de ideas', 'de puntos de vista', 'de manera de ver', 'adquirid los conceptos ideas que os permitirán entender al Señor'. Hay que entrar en el vocabulario de Dios que ya, en la plenitud de los tiempos, está a nuestro alcance entender. Con los puntos de vista del bolsillo, del sexo, de los diarios, de la televisión, no se puede creer en la buena noticia... La predicación de Cristo sería tan entendida en Puerto Madero de noche, o en la calle Florida, o en una discoteca o en Can-cun o en la Bolsa de comercio, como entre los tehuelches o los chinos. La buena noticia de Jesús y el advenimiento de su Reino necesitan un cambio de actitud interior, una disposición de escucha que el hombre ha de suscitar, en su mente y en su corazón, con silencio y meditación, asomándose a valoraciones diferentes a las que nos absorben todos los días, buscando espacios de comprensión, buceando adentro para percibir nuestros impulsos más nobles, rescatando de nuestra memoria y poniendo a procesar en nuestra mente los grandes problemas de la vida, las grandes preguntas, las verdaderas incógnitas, y no los problemas innúmeros que nos solicitan y golpean en su minúscula pero urgente insolencia todos los días..., en un mundo de palabras y de instancias de las cuales se han expulsado los conceptos y querencias capaces de entender y de aspirar a Dios y que lo ocultan a la mayoría de la gente.
Pero Dios respeta nuestros tiempos, nuestra psicología, no suele trabajar a golpes de milagros. No esperemos conversiones, encuentros con El, en los cuales Él fuerce su presencia sin que nosotros lo esperemos ni busquemos. Quiere amadores libres, buscadores de verdad, madurados en la reflexión y el compromiso; no curiosos ni atolondrados, no perseguidores de sensaciones o de favores o de prodigios... No fuerza las etapas, respeta las causas y los tiempos y, si nosotros no las ponemos, nada puede hacer normalmente en nosotros, ¡ni en los demás!
Y nos necesita no solo así maduramente abiertos, convertidos, con tiempo para El, sino también como transmisores de su palabra, de su buena noticia... Hombres capaces de dejar, al menos en parte, su trajinar cotidiano detrás de las cosas que valen menos, de abandonar barcas de pesca y jornaleros y jornales, y, junto con él, siguiéndolo, hacerse pescadores de hombres... Dejar, de vez en cuando, nuestra pesca de bienes materiales para dedicarnos a hacernos mediadores del encuentro de Dios con los demás.
Porque tampoco en la transmisión del evangelio Dios trabaja habitualmente con milagros. No predica telepáticamente, no envía Ángeles, no cambia de un día para otro las cabezas y los corazones con varitas mágicas, lo hace a través de hombres, de buenos ejemplos, de palabras sonoras, audibles, de madres y padres que transmiten su fe a sus hijos, de consagrados que lo hacen dedicadamente, de imprentas que lo hacen por escrito, de escuelas cristianas, de parroquias, de causas y efectos, de tiempo... ¡Pescadores de hombres!
El evangelio de hoy, con el cual este año comenzamos nuestra lectura de Marcos, es una instancia a una postura activa en la Iglesia y en nuestra vida espiritual; a un no esperar vanamente milagros que nos hagan de golpe cristianos, sacados de una galera buenos, sino trabajar como Dios suele hacerlo, respetando nuestros tiempos, concediéndonos espacios para pensar, para rezar, para leer, buscando mediadores capaces de brindarnos la noticia buena, animándonos a hacer un esfuerzo de reflexión, de plegaria, de tesón, de esfuerzo...
Y al hacernos pescadores, tomar ese oficio con la misma paciencia de Dios -paciente pescador- sin exigir de golpe cosas a los demás, a los nuestros, a nuestros hijos... Lo que no se rotura y se abona, lo que no se prepara, lo que ha sido mal encaminado desde el vamos, lo que ha sido pervertido y despojado de vocabulario idóneo por una mala educación, por el influjo prepotente de los medios, no lo vamos a cambiar de un día para otro...
Aún así sintamos la responsabilidad de esa actuación que Dios nos pide en su respeto de las causas segundas, en esa limitación que Dios se auto impone para dejarnos actuar a nosotros. Sepamos que el mandato al seguimiento y a ser pescadores de hombres -que es propio de todo cristiano- no es sino la plasmación de este no querer intervenir de Dios fuera del cauce de lo normal del actuar humano aún en la obra de la Redención, de tal modo que tantas veces habrá quienes, si no escuchan la buena noticia de Jesús mediante nuestra palabra, nuestro ejemplo, nuestro testimonio, nunca la escucharán.