1981. Ciclo a
3º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Mt 4, 12-23
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca»
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.
SERMÓN
Entre las noticias que, hacia fin del año pasado, los diarios no consideraron importante desarrollar, hubo una –cuatro renglones en una cuarta página- que se refería a un comunicado de la Iglesia de Nicaragua respecto de sus relaciones con el régimen sandinista. Hace unos días, en una separata, AICA, la Agencia de Informaciones Católicas Argentina , publicó el comunicado completo.
Es el dramático lamento del episcopado de Nicaragua frente al ahogo que el gobierno sandinista está provocando a la Iglesia y la persecución que, sistemáticamente, –como en todos los regímenes marxistas- se ha desatado contra ella.
Este llamamiento es tanto más trágico y penoso cuanto que ese mismo episcopado –que, ahora, se encuentra junto con el pueblo de Nicaragua preso en la trampa comunista- contribuyó en su momento a apoyar la revolución y voltear a Somoza. Tardíos son, pues, los lamentos.
Aunque quizá fuera tiempo, todavía, para desasnar a los obispos y clérigos de El Salvador , ingenuamente, también, tendiendo sus manos a las izquierdas, y oponiéndose a los que intentan restaurar el orden.
Pero lo de Nicaragua ya tenía sus precedentes de donde sacar enseñanzas. No solo de otras partes del mundo. De aquí, en América, en Cuba, cuando, plenos de promesas y frases cristianas, los forajidos de Sierra Maestra, se llenaban de escapularios, medallas y crucifijos para convencer a las poblaciones a quienes decían ‘liberar', de su índole no marxista y autoritaria.
Y ya entonces muchos católicos y sacerdotes cayeron en la celada de ponerse junto a ellos, para, luego, apostatar o ser liquidados no bien el marxismo tomaba patentemente el poder. Ya sucede eso en Nicaragua. Los católicos que permanecen en el gobierno -incluso algún sacerdote- han dejado de serlo. Los demás han sido eliminados y la Iglesia perseguida.
Hasta han intervenido -los sandinistas- en las tradicionales fiestas patronales de Nicaragua, de la Purísima y de Navidad, para sustituir sus contenidos religiosos por mensajes y actividades marxistas.
La instrumentalización de católicos, religiosos y sacerdotes por parte del marxismo internacional es cosa, por otra parte, bien conocida entre nosotros, los argentinos. Porque es evidente que, vaciado de dogma y estructura filosófica y política propia, el precepto cristiano de amar al prójimo, aislado de su dimensión sobrenatural del amor divino, puede confundirse con el propósito utópico del comunismo de lograr la justicia perfecta, la sociedad sin fallas del mañana. ¡Qué tentación!
Camilo Torres, cura guerrillero
Prescindiendo de que, desde el punto de vista teórico y práctico, este maridaje cristiano-colectivista no funciona y de que, además, el comunismo contemporáneo lleva aneja, de hecho, la ideología marxista atea, este deseo de una sociedad perfecta aquí en la tierra es lo más anticristiano que se pueda concebir.
No porque el cristianismo no enseñe y pugne por mayor paz y justicia en este mundo. Al contrario, si se respetara la Ley de Dios, las enseñanzas evangélicas, la doctrina político-social de la Iglesia, mucho se podría lograr. Pero la Iglesia también sabe que nunca se podrá desterrar del todo la maldad en este mundo. La situación de pecado, tanto ‘original' como promovido por hombres y estructuras, nunca podrá ser, en esta tierra, completamente sanada, ni aun suponiendo la gracia. Siempre la soberbia y su sed de dominio y rebeldía, el egoísmo, la envidia, el deseo de tener y de placer, aún a costa de los demás, anidarán en el corazón humano, sean cuales fueren los gobiernos y sistemas que se implanten. Por otra parte, siempre quedarán, para los individuos, el dolor, las enfermedades y la muerte.
Todos hemos tenido nuestras experiencias al respecto. Ilusos constantemente decepcionados.
Cuando yo era muchacho y recién comenzaba a interesarme la política, estaba Perón en el poder. Todavía me acuerdo de la euforia de la revolución del 55. Todo el mundo a la calle, lleno de ilusiones y esperanzas. Los antiperonistas, se entiende, que en el microclima de mis relaciones, pensaba eran la gran mayoría.
Qué de desilusiones políticas fueron haciendo, luego, de mojones negros en mi no tan larga vida. ¡Cuántos gobiernos desfilaron desde entonces! Todos con su carga de promesas y sueños que nunca se cumplieron. Y, ahora, ¡a esperar otra vez lo que sucederá en marzo! Y, luego, …
No, “ Esto no puede ser ”, decía yo cuando joven. Y me puse a leer y entusiasmarme con Marx y relacionarme con quienes se inspiraban en él. Cuando Rusia invadió Hungría, dando sangriento mentís a mis crédulas convicciones, dejé todos esos libros de lado y, comprendí que el camino del rescate de lo humano no podía darse ni se había dado nunca en la historia en lo puramente político. Tenía que haber otra forma más alta y, a la larga, más definitiva y perfecta, de ayudar a los demás. Pensé fríamente que ese camino no podía ser sino el de Cristo y, para mí, el sacerdocio.
Entré en el Seminario.
Invasión Soviética a Hungría del 56
Pero ¡no vayan a creer! Asimismo allí me desilusioné –humanamente, digo- porque me di cuenta de que la Iglesia también estaba formada por hombres. Y que la maravillosa enseñanza de Cristo se deformaba y aguaba en nuestras miserias y pecados.
Siempre digo a los muchachos que, viendo las injusticias y males que aquejan al mundo, se ponen a soñar en sociedades perfectas: “No sean cándidos. Fíjense: hasta en los conventos -con sus reglas de vida casi comunistas, sus constituciones y reglas casi perfectas, contacto cotidiano con la Palabra de Jesús, con la ayuda de los sacramentos y la gracia, en la voluntad sincera de todos de ser buenos- ¡hasta allí hay problemas y roces e injusticias!” ¡Cuánto más en una sociedad puramente política de hombres sin ayuda trascendente!
No. Ya mayores, uno está tentado de aconsejar que, si el gobierno o el sistema político no es demasiado, intolerablemente malo, conformémonos con él. Mientras nos dejen un resquicio de libertad y de posibilidad de desarrollo humano y espiritual, de posibilidad de practicar -tanto nosotros como los nuestros- el cristianismo, vayamos adelante. La sociedad perfecta aquí no existirá jamás. O, al menos, no la van a lograr los hombres, quizá Dios. Y santo, se puede ser en cualquier situación. ¡Para Dios nada es imposible!
Más o menos a esa conclusión habían llegado los judíos, después de casi dos mil años de historia, hacia la época de Jesús. También ellos habían pasado de ilusión en ilusión, de esperanza en esperanza.
Que ‘cuando huyeran de Egipto'; que ‘cuando llegaran a la tierra prometida'; que ‘cuando expulsaran a los filisteos'; que ‘cuando tuvieran un rey'
Y, salieron de Egipto; llegaron a la tierra prometida; expulsaron a los filisteos; y tuvieron un Rey.
Primero fue Saúl. No los conformó. Después David. También tuvo sus bemoles -aunque, después, con el tiempo, lo idealizaron-. Luego fue Salomón. El legendariamente sabio y prudente Rey. Empero, provocó la división del Reino. Y, durante dos siglos saltaron de un rey a otro. Salvo excepciones, cada vez peores. Siempre esperando un rey verdaderamente bueno que nunca llegó.
Los tragaron los asirios. Poco más tarde, los babilonios. Allá, en el destierro, pensaban: “ El día que regresemos, entonces sí vamos a fundar un reino perfecto, Mucho, a golpes, hemos aprendido. Nos vamos a portar bien; habrá justicia para todos. Israel volverá a ser una gran nación” .
Y Ciro los dejó volver. Vuelven y -¡nuevamente!- la mezquina realidad, las banderías, las prepotencias, la impiedad, la injusticia.
Los dominan los griegos y, luego, los romanos. Y, entonces, ¿qué esperar?
Y, como nosotros, después de años de experiencia, decían “Esto solo puede arreglarlo Dios”.
Un ‘Reino de Dios'. Eso es lo que esperaban.
Claro, lo que querían, aún ingenuamente, era un ‘reino' ‘reino'; con su rey, representante de Dios, rodeado de funcionarios probos y leyes justísimas. Rey que llevaría a Israel a la independencia y al imperio universal.
De allí que les brillaron los ojos cuando Juan el Bautista, primero, y, luego, el mismo Jesús anuncian: “ ¡Conviértanse!, ¡El reino de Dios está muy cerca! ”
Justamente el tema del ‘Reino de Dios' es el que desarrolla de manera especialísima el evangelio de San Mateo que leeremos los domingos ordinarios durante este año. Como Mateo es profundamente judío, no se atreve demasiado a pronunciar el nombre ‘Dios'. Lo suele reemplazar con la palabra ‘Cielo' que, en el judaísmo, era una manera de designarlo. Por eso hoy hemos leído, en lugar de ‘Reino de Dios', ‘Reino de los cielos'.
Para entender a Mateo es necesario entender que el del Reino es su tema central. Puede dividirse, su evangelio, en cinco grandes secciones centradas en este argumento. Una , en la que se promulgan las leyes de ese Reino. Es el famoso -y largo en Mateo- ‘Sermón de la montaña'. Segunda , una sección dedicada a la ‘instrucción de los apóstoles', propagandistas del Reino. Tercera , una ‘colección de parábolas' sobre la naturaleza peculiar de ese Reino, distinto de los de este mundo. Cuarta , fundación de la ‘Iglesia' -presencia del Reino aquí en la tierra- e instrucciones sobre ella. Quinta , enseñanza sobre el papel de Israel y sobre la fundación definitiva del Reino en el mundo futuro.
Alrededor de estas cinco secciones de discursos va tejiendo Mateo, a veces algo arbitrariamente, el relato de la vida y milagros de Jesús.
Pero su tesis central es ésta: “así como Moisés funda el pueblo de Israel y lo ilumina con los cinco libros del Pentateuco, así Jesús funda el definitivo Reino y lo ilumina con estos cinco discursos”.
En el desarrollo de la vida de Jesús Mateo va mostrando cómo, por el rechazo creciente del pueblo de Israel, el Reino de Dios se funda más allá de toda frontera nacionalista y, a él, todos están llamados. No solo los judíos.
Aún así, este Reino es el que, de un modo u otro, ha esperado, en el fondo de sus anhelos, el pueblo de Israel. De tal manera que es este Reino el lugar donde se realizan todas las utópicas esperanzas de los profetas. De tal modo que, entre las expresiones preferidas de Mateo, encontramos su repetitivo “ Así se cumplió lo que está escrito … ”
De qué modo este Reino no pertenece a las estructuras políticas que pergeñan las sociedades de los hombres; de qué manera anida desde ya en el corazón de todo hombre que acepta la palabra de Jesús; cómo trae Paz aún en medio del dolor y la injusticia; cómo es capaz de transformar lentamente al ser humano y al mundo; cómo, un día, a través de la cruz y de la muerte, reinará esplendente en la eternidad, más allá de toda expectativa utópica y política, satisfaciendo finalmente las ansias más profundas de nuestros corazones, todo eso nos va a ir enseñando Mateo durante este año.
Hoy, después de haber asistido a la formación de su primer gabinete, nos quedamos con eso: Jesús comienza su predicación anunciando la Buena Noticia del Reino.
“A partir de ese momento, Jesús comenzó a anunciar: ‘convertíos, porque el Reino de los Cielos está muy cerca'”.