1984. Ciclo A
3º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Mt 4, 12-23
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca»
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.
SERMÓN
“Galilea”. No es originariamente un nombre propio. En hebreo quiere decir simplemente “territorio” y era el comienzo de una expresión con la cual se designaba a la parte más septentrional de Palestina. Los antiguos asentamientos de dos de las doce tribus de Israel: Zabulón y Neftalí. Ambas tribus dejaron pocos recuerdos en la historia judía: se habían confederado tardíamente al resto del pueblo y allí en la frontera de Israel no solo vivieron en continua contaminación con los pueblos limítrofes sobre todo cananeos sino que rápidamente habían desaparecido tragados por las invasiones. Sobre todo la Asiria que limpió el territorio de sus habitantes originales y lo repobló con colonos traídos de la Mesopotamia.
Recién unos cien años antes de Cristo, Aristóbulo I (104-103 AC) obligó a la mezcla de razas que allí habitaban a convertirse al judaísmo y, nuevamente, muchos judíos se asentaron en su territorio.
Eran regiones pues miradas con desprecio por los judíos del sur. Territorio perteneciente históricamente a Israel, sí, pero poblado de gentiles y de judíos poco observantes viviendo promiscuamente con ellos. Por eso lo llaman “Territorio de los gentiles”, “Galilea ha goím”, la “zona de los goims, de los paganos”. Como Galilea ha goim era muy largo, le quedó simplemente “Galilea”.
Pero, precisamente allí, anuncia 700 años antes de Cristo el profeta Isaías, surgirá la luz. No en la orgullosa ortodoxia sureña.
Y allí comienza Jesús su predicación, su anuncio del Reino.
No en el purismo fariseo, ni en la erudición rabínica, ni de la aristocracia saducea, ni en la guerrilla zelote, porque ninguno de ellos piensa que necesita conversión. Cristo inicia su proclama en medio de esa gente que se sabe poca cosa frente a Dios y de la cual muchos, por eso mismo, aceptarán la palabra salvadora del Señor, su llamado a la conversión. De allí sacará, nuestro Señor, a la mayoría de sus colaboradores más cercanos.
También nosotros vivimos en tierras de Zabulón y Neftalí, en ‘galilea ha goim’. Hace mucho que nuestro país, nuestra ciudad, han dejado de ser cristianos. Hemos sido invadidos, arrasados, por los asirios. Hemos sido desterrados y alienados de nuestra nacionalidad y nuestra fe.
Al principio y fundacionalmente herencia hispana, cría cristiana, nos rehornearon en el liberalismo y nos conducen ahora desde Freud a Marx. A golpes de revolución o de elecciones, de escuela laica y universidad bolchevique, en el hipnotismo idiota de la TV y el cine, del diario y la revista, del dólar y la libra, en los apetitos masivos de consumo. Corruptores primero de las clases altas; generadores de envidas y frustraciones en los pobres no tan pobres, pero cada vez más pobres. En el barato pluralismo que coloca en el mismo estante o programa a la verdad con cualquier disparate y que ha reprogramado los puntos de vista y los modos de comportamiento de nuestro pueblo en la estupidez y la inmoralidad más pavota.
Masa inconsistente, falta de luz y de virtud, polvo estadístico, destinado a la frustración personal y juguete de los vientos ideológicos de los que manejen el oro y los ‘mass media’.
Pero ¡lejos de despreciar a estos galileos! Porque casi todos ellos, aún los coimeros, holgazanes, vivos y logreros, aún los rockeros y patoteros, aún los de los pantalones ajustados y las polleritas minúsculas y los del ‘amor’ cosa natural, no son sino en su enorme mayoría lamentables víctimas. Porque ¿quién les predicó la verdad? ¿Qué ejemplo o qué figura tuvieron para admirar? ¿Qué recibieron de sus padres? ¿Qué de la escuela? ¿Qué de la televisión? ¿Por qué los vamos a mirar ahora con indignación o con desprecio y no con la mirada de lástima y amor profundo con la cual Cristo mira a sus galileos?
Están, sí, los asesinos del alma, los calculadores negociantes de la mentira, los siniestro guías de la destrucción, los corruptores de arriba. Pero no siempre tan fácil identificarlos: algunos, quizá, actuando de buena fe. Lo peor el prepotente influjo extranjero, patente y oculto, de la revolución mundial anticristiana.
Y, además ¿quién tira la primera piedra? Nosotros mismos ¿no somos ya acaso todos galileos? ¿Cuántas de nuestras ideas y actitudes son verdaderamente católicas y no las que dicta el ambiente, el periodista, Gente, Claudia, Emecé, la moda, lo que hace todo el mundo?
Si nos examinamos bien a nosotros mismos –no digo en nuestras conductas, porque todos somos pecadores‑ en nuestros puntos de vista y espontáneos juicios sobre conductas y acontecimientos, quizá nos sorprenderíamos al ver cómo se han deteriorado nuestras ideas cristianas y cómo, poco a poco, hemos ido asimilando las ideas pestíferas del ambiente. Tanto que ni siquiera nos parecen pestíferas: “es lo que piensa y hace todo el mundo”.
En nuestra manera de vestir, de hacer negocios, de trabajar, de hablar, en nuestro decaído sentido de la palabra y del honor, en nuestros silencios, en nuestra sonrisas cómplices, en la facilidad con la cual dejamos de lado los principios cuando pueden perjudicarnos de cualquier manera. ¡Tantos síntomas de vida galilea!
Por eso también a nosotros Cristo hoy nos dirige la palabra: “¡Conviértanse!” “¡Metanóiete!”, en griego, que quiere decir sobre todo ‘cambien su cabeza, sus ideas, sus puntos de vista; miren las cosas desde Dios’.
En una ‘metanoia’ que no puede sino ser constante y cotidiana, porque diariamente estamos sometidos a la presión de un ambiente malsano y galileo que se nos mete por todos los poros, con solo salir a la calle, escuchar una conversación, ver el comportamiento de la gente, prender la radio.
Este es el principio de la salvación: saberse galileo y no creerse justo e infalible como los fariseos, saduceos, rabino y zelotes, a los cuales por eso mismo no puede llegar la salud.
Ya hemos tenido muchas reacciones desde allí y todas han terminado mal. Hay que empezar de nuevo y desde nosotros mismos. Encontrándonos realmente con Cristo en la oración larga, silenciosa y personal, a la escucha de las enseñanzas del Señor, en la lectura cotidiana del evangelio, en el estudio profundo y serio de la doctrina católica tradicional, en la catarsis de los exámenes de conciencia que al final de la jornada nos sacudan el polvo del influjo irresistible del ambiente, en la lucha contra nuestros egoísmos y cobardías, en la gracia de los sacramentos, en el amor viril a Dios y a los demás.
Solo así, aunque seamos pocos, ‑cada vez menos, un millón, cien mil, mil, ¡doce!‑ podremos hacer volver a brillar la luz en estas asoladas tierras de Zabulón y Neftalí.