1995. Ciclo c
3º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»
SERMÓN
En este domingo comienza la lectura semicontinua del evangelio de San Lucas, que nos acompañará durante todos los domingos del ciclo de lecturas de este año, exceptuado el gran paréntesis del tiempo entre Cuaresma y Corpus Christi.
Como Vds. saben el evangelio más antiguo que ha llegado a nuestras manos es el de Marcos, terminado probablemente hacia el año 50 de nuestra era. Escritos anteriores a Marcos, con apuntes tomados de los discursos de Jesús y relatos de sus hechos y milagros, seguramente han existido, pero ninguno de ellos ha llegado a nuestras manos. Pero todos esos escritos, más el evangelio de Marcos y, luego, el evangelio de Mateo, estaban escritos por judíos y dirigidos a judíos.
Lucas, en cambio, es un griego que quiere decir las mismas cosas, pero de modo que las entiendan los no judíos. Es así que, veinte años después de Marcos, escribe un nuevo evangelio en que evita los rasgos demasiado judíos de la vida de Cristo y lo prologa, como hemos escuchado recién, con una introducción al estilo de la literatura clásica. Es por eso que, aún hoy, Lucas sea el evangelista que más se acerca a nuestra mentalidad occidental.
La escena de la sinagoga de Nazaret que leímos a continuación del prólogo, es, en el evangelio de Lucas, la primera presentación publica que Jesús hace de si mismo y por lo tanto la que define en líneas generales el significado de su acción y de su vida.
Lucas usa para ello un texto clave del profeta Isaías compendio de las esperanzas que albergaba el corazón del pueblo judío -pero también el de todos los hombres- de remedio a sus carencias fundamentales: opresión, ceguera, pobreza, falta de libertad, pecado... Es una enumeración simbólica, a modo de ejemplo, de todas aquellas cosas que hacen la vida humana menos humana y al hombre menos hombre...
Pero la definitiva solución no está en manos de los hombres, ni de su ciencia, ni de su técnica... Por más que la humanidad progrese, siempre quedarán -tanto en cada uno como en la sociedad- porciones de hambres insatisfechas, de tristezas, no consoladas, de injusticias y hambres no saciadas, de ganas de vivir a la cual la muerte siempre hace la última mueca...
Jesús es la única plena y verdadera respuesta para todos los hombres y para todas las épocas. Así lo presenta Lucas en su evangelio de hoy, y así nos lo hará ver actuar y hablar, durante este año, en nuestras lecturas dominicales.