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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2001. Ciclo c

4º Domingo durante el año  
(GEP, 28-01-01) 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 21-30
Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

SERMÓN

Conocida es la fábula de Esopo , reescrita en versos castizos por Samaniego , de las madres cangrejas que, obligadas por un decreto del senado de los cangrejos, intentaron enseñar a sus hijos a caminar no para atrás, de costado, sino hacia delante. " Y sin dejar ninguno, ordenan a sus hijos uno a uno / que muevan sus patitas blandamente / hacia delante sucesivamente. / Pasito a paso, al modo que podían, /ellos obedecían; / pero al ver a sus madres que marchaban / al revés de lo que ellas enseñaban / olvidando los nuevos documentos / imitaban sus pasos, más contentos. / Repetían sus madres sus lecciones /más no bastaban teóricas razones; / porque obraba en los jóvenes cangrejos / solo un ejemplo más que mil consejos ". De tal modo que el senado finalmente deja sin efecto la ley: " Los magistrados saben el suceso, / y en su pleno congreso / la nueva ley al punto derogaron, / porque se aseguraron / de que en vano intentaban la reforma, / cuando ellos no sabían ser la norma ".

Con lo cual vemos que, aunque respecto a su persona Jesús no acepta la aplicación del principio, reconoce la sabiduría del dicho popular " Médico, cúrate a ti mismo ". Los que no sabemos rectificar nuestros propios tuertos difícilmente seamos idóneos para ayudar a mejorar los de los demás. Mirando los ejemplos de la mayoría de los dirigentes y de los grandes que tenemos alrededor no es sorprendente que por más leyes y leyes que se dicten de higiene, ya que no de moral -fuera de moda-, de respeto a los demás, de normas de tráfico, de ecología, de honestidad, la juventud carezca de ganas e ímpetus para ponerlas en práctica. Una juventud que en si no es mala y que si tuviera quien le propusiera metas verdaderamente grandes y nobles respondería con entusiasmo. Lo prueban en abundancia la convocatoria que tiene entre ella nuestro anciano Papa , sin demagogias y sin propuestas fáciles, llamando a remar a las alturas. Lo prueban las congregaciones exigentes que, por eso mismo, están llenas de vocaciones, al revés de los vacíos seminarios diocesanos. Los movimientos serios, las propuestas magnánimas y heroicas, las gestas viriles siempre encuentran eco. A veces uno piensa, ante determinadas generosidades juveniles y respuestas quizá aisladas pero notables de muchachos y muchachas tratando de vivir grandes ideales, si acaso no sean ellos mejores que aquellos por los cuales han sido engendrados y educados. Como si la naturaleza humana, antes de ser deformada definitivamente por el ambiente, conservara todavía los arrestos nobles de esa imagen y semejanza divina con la cual, a pesar del pecado, ha sido creada por Dios. ¡Qué lástima de juventud! ¡Si tuviera buenos padres, buenos maestros, buenos sacerdotes! Se siente la tentación de exclamar frente al temple natural del argentino medio -que, en general, no es mala gente- la exclamación de los ciudadanos de Burgos al ver pasar al Cid camino al destierro " Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor !" Crisis letal de dirigentes, de familia, de sociedad, de Iglesia; clase política y mediática no solo depredadora de la economía argentina sino sobre todo de su moral.

Reproche que por supuesto también toca a los hombres de Iglesia, con el agravante de que el dirigente común puede excusarse detrás de ideologías discutibles o equivocarse con buena intención queriendo llevar a la práctica falsas ideas. El hombre de Iglesia en eso no tiene excusa porque no puede ni debe predicar sino una sola doctrina, la doctrina de Jesús. Y si no lo hace es porque adrede la deforma, con lo cual se hace doblemente culpable. O peor, porque lo que predica con los labios no lo vive con su vida. Y ¿qué será mejor o peor: un sacerdote mediocre que, porque no es capaz de cumplir con el evangelio degrada el mensaje y lo rebaja a sus propias posibilidades y a la de sus oyentes, ganando quizá en sinceridad y popularidad, pero falsificando la palabra de Dios, o el que, aún consciente de su mediocridad y de sus pecados, sigue predicando, aunque no la cumpla, la palabra exigente de Jesús? Quizá sería mejor que humildemente se callara, por supuesto. Pero, si tiene que hablar, aún cuando lo traicione con su vida, no puede traicionar el mensaje de Cristo con sus palabras. Dios restañe en las almas las heridas del escándalo que esto pueda causar en los fieles y, a pesar de nuestras faltas, nos juzgue a todos con misericordia. Y que su gracia nos haga santos y haga coincidir Sus palabras con nuestras obras.

Pero es claro que hacia aquí no va el núcleo de las enseñanzas de nuestro evangelio de hoy, que más bien mira a quienes son 'escuchas' de la palabra.

Es probable que, en el origen de la perícopa de hoy, se esconda el recuerdo de una visita no demasiado fructuosa de Jesús a su propia patria. En general la parentela de Jesús no es demasiado bien tratada por los evangelios. Aunque es verdad que esas historias puedan estar algo deformadas por polémicas posteriores, varios años después de la muerte de Jesús, cuando sus parientes de prosapia davídica, siguiendo las costumbres hereditarias de la época, quisieron erigirse en autoridades de la Iglesia, cosa que solo lograron -y apenas por siglo y medio-, en algunas iglesias palestinas.

Pero el centro de la polémica tal cual se vive en la época en la cual Lucas redacta este pasaje, no es un problema de familia, es el desconcierto que causa el traspaso de la Iglesia desde el judaísmo al ámbito pagano. Porque son precisamente los judíos -es decir los compatriotas, los parientes, a quienes se dirigía en primer lugar el mensaje de Cristo en su lenguaje y dentro de sus tradiciones-, quienes no saben reconocer en él al profeta de Dios, ni darse cuenta de los brillos de su Resurrección y del Espíritu derramado en la Iglesia. Se da en cambio el fenómeno extraordinario de que son los paganos -los griegos, los romanos, los sirios, los fenicios, los egipcios...- que nada tenían que ver con la revelación, quienes se convierten en masa a la fe.

De allí la sorpresa que refleja todo el nuevo testamento por este increíble hecho del rechazo de Israel. En la escena del evangelio de hoy más que de la anécdota puntual de la visita de Jesús a Nazaret, Lucas está haciendo referencia al comienzo mismo de la vida pública de Jesús, a este sino que marcará toda su vida: el rechazo de los suyos, la negativa de su pueblo a reconocerlo como el gran y definitivo profeta de Dios, como el mismo Hijo de Dios.

Y eso que es inexplicable Lucas lo trata de explicar con referencias del mismo antiguo testamento, para mostrar cómo la acción de Dios, que tantas veces por falta de fe y coherencia no produce efectos en sus mismos elegidos, lo hace en personajes alejados de él, como el sirio Naamán, leproso, que dejando los ídolos de su pueblo atraído por la fama del Dios de Israel se dirige al profeta Eliseo y es curado, o la viuda fenicia de Sarepta, también extranjera, a quien Elías sacia el hambre con inagotables harina y aceite.

Esa curación, ese alimento que rechazado por sus connacionales se derramará abundante y sabroso por un mundo ajeno al pueblo de Israel.

Pero también las palabras de Jesús nos llaman a nosotros mismos a la reflexión. Cristianos viejos a quienes ya la palabra de Dios apenas es capaz de transformarnos. 'Cristianos viejos' no en el sentido que se utilizaba en la España católica de los siglos de oro cuando la evangelización de América. Cristianos en los cuales generaciones de fe y de conducta habían modelado un tipo de hombre cabal y manejado casi espontáneamente por los códigos de honor y de nobleza del evangelio. Ese cristianismo que casi se consubstanciaba con la estirpe y que había conseguido crear a su alrededor una sociedad modelada por los preceptos de Cristo. En aquel entonces el pensar y el vivir cristiano surgían naturalmente de todo hombre de pro -hidalgo, labriego, menestral que fuera-, porque la palabra de Jesús había calado hondo en las estructuras de la sociedad y la conducta de los hombres que, cuando pecaban, por lo menos sabían que pecaban. De allí que los Reyes católicos y las Leyes de Indias, aunque no siempre lo lograron, pedían que a estas playas se enviaran 'cristianos viejos', no recientemente conversos.

Distintos de los cristianos envejecidos que somos nosotros, aunque seamos jóvenes. Cristianismo que ya no muerde en nuestras costumbres ni formas de pensar: apenas un barniz de religiosidad que a gatas obliga a nada y que tan pronto se enfrenta con la exigencia o con la prueba caduca o se pliega. Cristianismo a lo mejor que se bebió en catecismo ñoño, en mandamientos recitados no enseñados con ejemplo, en doctrinas endebles insidiadas constantemente por ideologías anticristianas, en piedades flojas, sentimentales y guitarrescas. Cristianismo reducido a sonrisa boba, a tolerancia universal, a quiero a todo el mundo, y al mismo tiempo, sin verdaderos compromisos ni lealtades, sin sentido del deber ni orgullo del bautismo. Todo se justifica, todo se comprende, todo se tolera, todo está bien con tal que se sienta: diálogo y abrazo universal, prohibido llamar mal al mal y bien al bien, más prohibido denunciar el error o la falsa religión y señalar la inmoralidad o la degeneración. Todo ha de ser comprendido, sonreído, recibido en casa, no discriminado...

Y entonces, como más o menos todo da igual, escuchamos las palabras maravillosas del evangelio, una y mil veces, y ellas pasan -inocuas, incoloras, insípidas e inodoras-, del oído izquierdo al derecho y allí se deshacen en aire. Lo mismo los sacramentos, de la boca a Berazategui, como decía mi tío abuelo Alfredo. Cristianos envejecidos, parientes y connacionales de Jesús, ya las palabras candentes de Cristo no nos conmueven. Interesantes, sublimes, fáciles o difíciles, bien explicadas por el cura o no, lo mismo da... Y si alguien pretende hacerlas realmente valer, lo expulsamos de entre nosotros, por intolerante, poco adaptado, de derecha... Lo empujamos "fuera de la ciudad con intención de despeñarlo" -dice Lucas-.

Y para nuestra desdicha, " Jesús, pasando en medio de nosotros , -comunión y evangelio-, continúa su camino ". Y todo sigue igual...

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