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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2012. Ciclo B

4º Domingo durante el año
(29-1-2012)  

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 21-28
Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús lo increpó: -Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: -¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

SERMÓN

El primer significado del término autoridad que trae el Diccionario de la Real Academia es: Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho. Buena aclaración, la última, ya que la mayoría de las autoridades de las supuestas republicas de hoy en día la ejercen fuera de derecho, al menos del derecho que emana de la verdadera justicia y de la Ley de Dios.

Pero ‘autoridad', de acuerdo a sus orígenes etimológicos latinos, tiene significados más profundos, alguno de los cuales también recoge el mencionado diccionario.

Forma parte de una familia de palabras entre las que se encuentran: ‘autor', ‘auge', ‘aumento', ‘augurio', ‘augusto', ‘in-augurar'. Todas ellas provenientes del verbo latino ‘ augére' que quiere decir ‘aumentar', ‘agrandar', ‘mejorar'. De este verbo, inmediatamente, proviene el sustantivo auctor –‘autor', en castellano- que señala al que hace crecer, al que promueve, perfecciona, instiga, mejora

Y, como la fuente de todo lo bello y bueno tiene que ver, para el hombre clásico, con lo divino, los mediadores de lo divino con lo humano, los sacerdotes, entre los latinos, eran llamados ‘augures', también del verbo ‘augére', capaces de pronunciar buenos augurios sobre las cosas y los hombres. De allí que cuando se da principio a alguna obra que traerá crecimiento a cualquier tipo de sociedad se la ‘in-augura' mediante la presencia, la bendición o el augurio de algún augur o representante de lo sacro.

En italiano aún se exclama “ ¡Auguri! ¡Tanti auguri! ” para, en algún aniversario o cumpleaños, desear felicidad a alguien.

De hecho el hombre al cual un augur hubiera augurado una especial protección y asistencia de los dioses era llamado, de la misma raíz de augére , el ‘augusto'. Así se lo llamó por excelencia a Cayo Octaviano , el sucesor de Julio César y primer emperador de Roma.

Haciendo una digresión, como es sabido de él proviene el nombre de nuestro octavo mes: ‘Agosto'. En realidad, en el antiguo calendario romano, el año comenzaba en marzo y al sexto mes se llamaba ‘Sextilis' pero, en el año 24 antes de nuestra era, el emperador Octavio Augusto decidió darle su nombre. Desde entonces ese mes se llamó Augustus, Agosto. Octavio imitaba así a Julio César quien, veintiún años antes, había hecho lo mismo con el quinto mes, el Quinctilis al cual hizo denominar Julio.

Pero Agosto, le pareció poco a Octavio, ya que Julio tenía 31 días y Augustus, en aquel entonces, sólo 29. Por esa razón alteró la duración de algunos meses, quitando y añadiendo días, hasta lograr que ‘su' mes tuviera también 31, como el de Julio Cesar. Es por eso que aún hoy, dos mil años después, julio y agosto tienen 31 días cada uno y el febrero que estamos por comenzar, pobrecito, despojado por la vanagloria de Octavio, solo 28.

Cierro digresión.

El asunto es que autoridad, del verbo ‘augére', etimológicamente, señala una cualidad augusta, creadora de ser, de progreso, transmisora de valores, de sabiduría y de belleza. Por eso va acompañada de prestigio moral, capacidad o superioridad de algún tipo. Lo cual, en todo hombre bien nacido, suscita natural acatamiento, audición u obediencia.

En el pasaje de Marcos que acabamos de leer, que narra la primera aparición pública de Jesús y marcará todo su enseñar y actuar posterior, el evangelista hace notar que precisamente eso es lo que, los que veían a Jesús, percibían en él. Escribe Marcos: “actuaba y hablaba como quien tenía autoridad y no como sus escribas”. Los escribas eran los abogados y autoridades políticas de su época. No, pues, como los que espuriamente detentaban los títulos de una autoridad que en el fondo no tenían ni tienen. Ni como los que inauguran cientos de veces, sin bendición ni augurio alguno, obras que nunca se hacen porque desconectadas de Dios y de la auténtica autoridad.

De los falsos ‘augustos' vienen los ‘malos augurios' y los pronósticos ‘agoreros' que, como antónimos, también surgen de nuestra raíz ‘augére'.

En realidad el término griego que en el texto original está detrás de la palabra ‘auctoritas' quiere decir, aunque de otra manera, lo mismo, pero quizá, distinguiendo mejor la verdadera autoridad de la prepotencia y el abuso. O del autoritarismo inmoral.

Se trata, literalmente, del sustantivo ‘ exousía ' que designa entre los griegos a lo que rebosa ser, existencia, abundancia, riqueza, plenitud. Esta ‘ exousia' o sobreabundancia, porque provoca natural respeto o admiración, trae anejo el poder –la ‘ dínamis' o ‘ kratos' , también en griego- pero en realidad se distingue de aquel. Porque puede haber un poder que sea solo ‘dínamis', dinamismo, pura fuerza, pero sin verdadero sustento que la respalde y la haga legítima. Es la falsa autoridad del que se impone fuera de la ley de Dios, manipulando a las masas, o por el temor o por el halago de sus más bajos instintos.

De la palabra 'kratos', fuerza, poder, surge el término demo-‘cracia': el poder del pueblo que, muy rápidamente fuera de cauces naturales, desemboca, explican Aristóteles y Platón, en populacho agitado por los demagogos, Es lo contrario a aristo-cracia, que, al menos etimológicamente, sería la fuerza legítima de los virtuosos. Que así tendría no solo fuerza –y fuerzas armadas- sino verdadera autoridad.

Sin embargo esa autoridad o ‘ exousia' legítima y virtuosa solo pueden tenerla algunos hombres sobre otros si proviene de la autoridad o ‘ exousía' suprema de Dios, de su riqueza, de su sabiduría, de la plenitud de su ser. Y tanto en cuanto se ejerce de acuerdo a Sus mandatos y consejos.

No es esta precisamente la que se arrogan quienes la fundamentan o sobre el poder del dinero -la plutocracia-, ni sobre su capacidad de fuego, ni sobre las organizaciones que se reparten el poder mediante partidos y disfrazan su ilegitimidad radical mediante votos anónimos, promiscuos, obligatorios, en el brete de connivencias con las poderosas fuerzas de propaganda de nuestros días que tanto más muerden en su presa, cuanto más la sumergen en la ignorancia, la depravación de las costumbres y la pobreza necesitada de dádivas.

De allí no puede surgir autoridad verdadera alguna sino la que, con el aparato tomado por asalto del Estado, puede ejercerse en la violencia del miedo, en la coerción de las exacciones, impuestos y leyes injustas imposibles de cumplir y en la prepotencia de la imposición de formas de pensar políticamente correctas, pero que vulneran todos y cada uno de los mandamientos de la Ley de Dios y de los inscriptos como ley natural en los corazones de todos los hombres.

Así, no solo pierde, el estado espurio y lleno de ocupas delincuentes, toda legítima autoridad, sino que intenta hacerla perder a las autoridades naturales y sobrenaturales, corrompiéndolas, suprimiéndolas o desarmándolas, como a la de los padres, la de los maestros, la de las fuerzas armadas y, aún, lamentablemente, hay que decirlo, la de la misma Iglesia.

Pero hemos de tener esperanza en que, así como espontáneamente sus oyentes percibían en Jesús verdadera autoridad y la distinguían de la de los escribas –‘amigos del dinero' los motejará más tarde el Señor-, así, algún día surja una generación de auténticos padres que sepan ser admirados y respetados por sus hijos, y augustos maestros que puedan ser verdaderos formadores de discípulos, y genuinos obispos y sacerdotes celosos de la santidad de sus fieles y no de quedar bien con el mundo y lo políticamente correcto.

Con un puñado de ellos quizá se pueda, algún día, entre las ruinas que habrán dejado los buitres de mal augurio que gobiernan la tierra, comenzar a reconstruir islotes en donde autoridades auténticas y preñadas de Dios y de su Ley, puedan reconstruir o resistir a los príncipes de este mundo, formando recintos de sociedades señeras, baluartes de varones y mujeres libres y amantes de Dios, de su patria y de sus familias.

Para eso necesitarán auténticos ‘augures', obispos y sacerdotes de Jesús Nazareno, del Santo de Dios, de Aquel “a quien fue dada toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18), quienes, llenos de su exousia , de su autoridad, de su fuerza, puedan increpar a los espíritus impuros de este mundo y hacerlos arredrar. ¡Que se vayan todos!

Para eso, que Él, con Su Soberana Autoridad, con Su ‘exousia', Su ‘dínamis', Su omnipotente ‘kratos' o fuerza, los expulse, antes que nada, de nuestro interior y, Creador Augusto, Autor de todo, nos haga crecer como soldados de Cristo, y llevarnos, mediando nuestra obediencia filial, a la santidad.

Que si nos niega reconquistar la patria de este suelo, nos haga alcanzar lo que finalmente vale realmente la pena, lo único necesario: la Patria celestial.

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