1982. Ciclo B
4º Domingo durante el año
(31-1-82)
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 21-28
Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús lo increpó: -Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: -¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
SERMÓN
Cuando Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaúm hace ya más de cuatrocientos años que no hay profetas en Israel.
Aunque restablecido -después del destierro en Babilonia- el culto en el reconstruido templo de Jerusalén, allí los judíos solo pueden encontrar ‘sacerdotes funcionarios' que cumplen más o menos bien los ritos, cantan con voces más o menos sonoras, más o menos afinadas, y cumplen el oficio- Por otra parte, ganando un buen sueldo, que pagan los impuestos del pueblo. Los judíos piadosos que quieren escuchar la palabra de Dios no se dirigen al Templo, sino que se reúnen, los sábados, entre ellos -“ sin-ago ”, en griego, ‘reunirse'; de allí “sinagoga”-.
Lo hacen, en los pueblos pudientes, en un edificio ‘ad hoc'. Allí, en un seguro armario, guardan sus viejos manuscritos, pergaminos amarillos por el tiempo, donde junto con la Tora -el Pentateuco- se encuentran las antiguas palabras de los profetas 1, ya hace tanto tiempo desaparecidos.
Jeremías, de Rembrandt
Esos profetas que, antes, llevaban directamente, en la vibración de sus voces potentes, el mensaje de Dios, movidos por el Espíritu, eran instrumento de una autoridad que venía del cielo y que el pueblo reconocía en el vibrar emocionado de su fibras, en el ímpetu de su convencimiento, en la valentía de sus apóstrofes, en el llamear de sus miradas, en el ejemplo de sus vidas.
Pero eso había sido ya hace mucho tiempo. Ya no había reyes ni profetas. Ahora solo tienen ‘sacerdotes funcionarios'.
Y, por eso, se juntan con sus viejos manuscritos y, a algunos que los leen mucho y los aprenden de memoria y saben encontrar los lugares e interpretarlos, a esos los llaman ‘escribas'. Pero, cuando los judíos se reunían los sábados en sus sinagogas, cualquiera que supiera las viejas letras podía leer a los presentes. Cualquiera podía hablar y opinar –como en las democracias modernas-, nadie tenía especial autoridad. Ni siquiera el jefe de la sinagoga cuyo papel no era docente sino, más bien, el de velar por el edificio y los sagrados libros.
Y el polvo de cuatro siglos cae sobre los pergaminos y amustia las almas y esclerotiza las palabras y las ideas.
Pero el judío espera, porque en los viejos manuscrito han leído o han escuchado leer: “Yo, Jahvé, suscitaré un profeta”.
No. No hay, hace tiempo, profetas en Israel.
Pero, en los resquebrajados pergaminos aún brilla la esperanza. Un día Dios volverá a suscitar un profeta, tornará a hablar a Su pueblo y esta vez no será como en los viejos tiempos, en que sus palabras tuvieron que escribirse en pieles y piedras, sino que serán escritas en los corazones de los hombres, en fuego y espíritu, en poder y obras.
Y he aquí que, cuando, como todos los sábados, llegan hoy los judíos de Cafarnaúm y sus aledaños a la sinagoga, a escuchar repetir las viejas palabras y suscitar, a lo mejor, las antiguas cansadas esperanzas, la voz que lee y comenta parece sacudir, de pronto, el letargo de sus ánimas. El monótono recitar de los escribas se hace estereofonía. Caen las telarañas. Una luz nueva despierta a la asamblea, enerva los bíceps, enhiesta los dorsos, limpia con ácido y fuego, restalla como un látigo, expulsa los espíritus inmundos.
Sí. Dios ha vuelto a hablar. Desde Cafarnaúm su voz potente se irá extendiendo por el mundo. Este momento marca el inicio de una hoguera que incendiará al mundo y caldeará el corazón de todos los hombres.
Este reencuentro gozoso de los hombres con la palabra candente del Señor es utilizado por Marcos para prologar su evangelio; que es el que nos toca leer este año, del ciclo llamado B.
Que él durante, la palabra de Jesús hable realmente a nuestros corazones. Porque también el evangelio puede transformarse en viejo manuscrito y empolvarse sus palabras. También nuestra prácticas religiosas pueden ser espejo de los ‘sacerdotes funcionarios' y de la rutina. También nuestras vidas pueden vagar en el extravío, sin guía, ni profeta ni rey.
No. Cristo quiere hablar en serio a tu alma, santificar tu hombría, reinar en tus músculos y en tu corazón.
Aunque hoy no encuentres muchos profetas en la Iglesia y pocos hablen con verdadera autoridad y exiguos son los que quieran ya pelear contra los espíritus inmundos, siempre podrás encontrar su palabra imperiosa de profeta si lo buscas con verdadera fe, en la sinagoga de tu corazón.
Él sacudirá el polvo de tus mediocridades y rutinas, el expulsará lo sórdido de tu interior, él te transformará en paladín de sus batallas y torneos. El podrá, también –si quieres- hacerte profeta de su voz.
1 Recordar que la palabra ‘profeta' no designa a quien pronostica el futuro, sino el que, en nombre de Dios, habla delante de nosotros para proponernos su palabra de conversión, de luz y de combate.