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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2004. Ciclo c

6º Domingo durante el año  
(GEP 15/02/04)

Lectura del santo Evangelio según san Lc. 6,12-13,17.20-26
En aquel tiempo, al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas! Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

SERMÓN

Suele afirmarse que el deseo de Dios es algo tan natural al hombre que, en toda conciencia, existe una apertura a Él que haría casi imposible, antinatural, el no ser religioso. La tan repetida frase de Agustín " nos has hecho para Ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en Ti " es utilizada como si todo hombre, normalmente, estuviera conscientemente hambriento de Dios y nada en este mundo pudiera satisfacerlo.

Pero si miramos a nuestro alrededor, de esa insatisfacción, digamos 'metafísica', de ese deseo general de Dios, poco o casi nada observamos. Siendo verdad que vemos muchas personas insatisfechas, por un lado no son todas, y por otro, el objetivo de sus deseos apunta casi siempre, en su inmensa mayoría, a bienes puramente naturales. Aún cuando transparenten una cierta vida religiosa, la religión suele estar en orden, casi supersticioso, a los beneficios que lo supuestamente divino podría brindar al ser humano en este mundo. Y no se trata de ser buenos o malos. ¡Cuántas personas honestas no están -sin prestar mayor atención a los pujos de envidia y de consumo y de posesión a los cuales les insta constantemente la cultura moderna y los medios- contentos con su suerte, con su, a lo mejor, buena familia, su casa, su auto, sus vacaciones, sus ingresos...! "Siempre se puede estar mejor", dirán todos: aumentar ganancias, poseer más cosas, pero no es que no tenerlas, en estos casos, cree ningún tipo de desdicha o de carencia existencial ... Este maravilloso mundo de lo humano en que vivimos tiene abundantes bienes -sumados a los que en él ha logrado la ciencia, la técnica, en parte la política y la industria contemporáneas- como para saciar los deseos de la mayoría. Y, cuando no los sacia, para hacérselos ambicionar, sin tener que pensar en nada trascendente, a veces con legítima competencia y empeño; a veces, es verdad, con resentimientos, odios e insumisiones.

Es verdad que una cosa es la satisfacción , el estar contento y, otra, el intento de alcanzar la perfección . 'Estar contento', ya sabemos, es sinónimo, al menos etimológicamente, no en el uso actual, de 'estar contenido', es decir ubicado dentro de los propios límites y sin querer sobrepasarlos. Parecido a la palabra 'satis-fecho', que deriva del latín: 'estar suficientemente -'satis'- hecho'; 'fecho', en castellano antiguo. Distinto es, en cambio, ser 'per-fecto', que a la misma etimología latina del verbo 'facere', 'hacer', añade, en lugar de la preposición 'satis' [satis factum] la preposición 'per' [per factum] que indica plenitud, totalidad, ilimitación. La perfección es siempre inalcanzable, de por sí. En su sentido pleno, solo propia de Dios. El satisfecho, pues, es el que está contento en su límite. De todos modos, el buscar la perfección, a cualquier nivel, es estar detrás de una meta siempre superable que, de por si, nos hace mover perennemente hacia adelante.

Pero justamente, para poder apuntar a la perfección, es absolutamente necesario no estar satisfechos. En realidad para cualquier progreso en el orden aún humano, es necesario no estar 'contentos'. No creceré en saber, no haré el esfuerzo de estudiar, si me siento satisfecho con lo que sé. Esa especie de estupidez de la juventud a la cual difícilmente se la hace estudiar en serio y, lo mismo, se siente como si supiera de todo, sin interés por nada que lo haga crecer en el saber y el pensar -y menos aún en el ser y el amar-. Gran parte de los fracasos de estudiantes con los cuales nos ha distraído el periodismo en estos días, viene de esa falta de ganas de estudiar de los que sienten que lo que les enseñan son cosas inútiles y de poca monta -y a lo mejor lo sean-, y que les es suficiente lo que creen saber para manejarse en la vida... y para juzgar a sus mayores y a cualquier cosa, aún las más sagradas.

En eso, el hombre sufre -en realidad en todas las edades-, de una curiosa soberbia. Salvo en cuestiones científicas, en las cuales es obvio que los profanos nos damos cuenta de que poco entendemos, en casi todas las demás áreas de la vida, sobre todo las humanistas, difícilmente se encuentre gente que esté insatisfecha de su saber o su ignorancia. Por ejemplo, de no saber disfrutar una poesía, o no poder escuchar una ópera o una sinfonía o un oratorio de Bach, o desconocer totalmente la historia, o no tener la más pálida idea de la filosofía... Son carencias objetivamente enormes y, sin embargo, que nadie parece sufrir... Contentos con su obtusidad.

No digamos nada de política, religión, moral o economía: todos, satisfechos con lo que les parece saben, creyéndose con derecho a opinar sobre cualquier tópico, sin estudiar, sin profundizar, sin hacer un esfuerzo de captación. En realidad sin tener ningún deseo de hacerlo, satisfechos como están...

Más: según índices confiables, pocos están satisfechos de sus físico, 'que mi nariz es demasiado grande', 'que me falta algún centímetro de altura', 'que no me gustan mis ojos', 'que mis tobillos son algo gruesos'... pero difícilmente se encuentre alguien que no esté satisfecho de su inteligencia.

Si la satisfacción, el estar contento, es una cualidad positiva en lo que respecta a los bienes disfrutables de la vida; si saber apreciar lo poco o mucho que uno tiene en el orden material, o de sus talentos, o en el ámbito de sus limitaciones físicas o de edad, sin pretender sobrepasar sus límites y ambicionar lo que está más allá de nuestras posibilidades es bueno; esta satisfacción se vuelve deletérea en las cuestiones del espíritu, de la estética y aún de la moral. Impide el verdadero progreso del hombre como hombre.

Puedo declararme satisfecho de mis ingresos, de mi casa, en términos generales, de mi familia... Si tengo defectos o carencias físicas o situaciones objetivas insalvables es bueno que me resigne -sobre todo si poseo otro tipo de valores-; pero jamás podré declararme, a costa de permanecer en la mediocridad, satisfecho de mi saber, de mi capacidad estética, de mi conocimiento de las cosas, del mundo, del pasado, de mi cultura ... Terminaré vegetando en pantuflas delante de un aparato de televisión. ¡Y muy contento! Lo sabemos por experiencia.

Sin duda que, desde las necesidades del estómago y otros órganos, hasta las del cerebro y el corazón, hay una gradación de apetitos en donde lo más vehemente es lo de abajo, lo más animalesco; pero el progreso del ser humano, aunque supone una cierta saciedad del estómago, no se encuentra a ese nivel, sino en el de sus actividades superiores: su inteligencia y su capacidad de amar. Tristemente es allí donde las pulsiones instintivas -aunque quizá sepa descubrirlas el análisis filosófico y aún el psicólogo- son menos vehementes. Hasta un cierto nivel todavía funcionan: búsqueda de amor, de amistad, del querer de la mujer y de los hijos, de los amigos; pergeñar un cierto sentido de la vida, alguna comprensión del mundo, alguna pertenencia comunitaria o nacional... Pero, más allá: hambre de cultura, de honestidad, de honor, de excelencia, de auténticos conocimientos, de heroísmo, de cada vez más depurados amores, de alta estima de patria, por triste experiencia -sabemos- no son necesidades de las mayorías.

Menos aún, instinto vehemente de Dios, de búsqueda de Su infinitud amante, de centrar mi vida no en lo que supuestamente Dios podría darme sino en mi entrega de amor a El... Ello podrá descubrirse como predisposición lejana en la naturaleza profunda del 'homo sapiens' -lo hacen los teólogos en eruditos tratados-, pero muy difícilmente, sin instrucción, sin anuncio evangélico, sin rectificación de las potencias y apetitos escuetamente humanos, pueda llevarse al campo reflexivo y, mucho menos, al campo del verdadero apetecer. De hecho, solo la fe, la esperanza y la caridad pueden tomar esta predisposición del hombre y elevarla hacia el deseo de la perfección a la cual Cristo nos llama: " sed perfectos como mi Padre es perfecto ".

Pero claro, condición necesaria para abrirse a esta perfección plena que Dios quiere darnos, pero que a la mayoría de los hombres importa un pito, es no estar de ninguna manera satisfechos, saciados... estragados, confundidos y desviados nuestros gustos detrás de los bienes finitos de nuestra humana biología. El satisfecho con lo natural, difícilmente pueda elevar su esperanza a los bienes de lo sobre-natural. El contento con sus amores humanos, dificultosamente podrá levantar sus deseos al Amor divino, al querer del Padre, a la búsqueda de los Bienes y Bellezas eternas.

En realidad ése es el sentido de estas 'bienaventuranzas' que nuestro Señor ubica como pórtico de su predicación y su mensaje, y que acabamos de leer en la versión de Lucas . No se trata de un mensaje sociológico, ni la implantación en la historia de una especie de dialéctica marxista entre ricos y pobres. Se trata de un problema metafísico, antropológico, y, antes que nada, de dialéctica entre lo natural que se cierra en si mismo y lo sobrenatural que solo puede ofrecerse a quien, en lo natural mismo, se siente insatisfecho, hambriento, buscador de otros horizontes... Es un problema de mercado: no hay posibilidad de oferta cuando no existe la demanda. Y no hay demanda de lo sobrenatural, de la gracia, de cielo, cuando se está satisfecho en las cosas de la tierra. ¿Cómo salir a la noble aventura de buscar a Dios, Sus panoramas de belleza, Sus ofertas de luz y de verdad, Su patrimonio de riquezas, Su invitación a la santidad, si estoy contento con lo que poseo, con mis riquezas, si creo no necesitar nada aparte de lo que me ofrece el mundo?

"¡Desdichado, maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! " hemos escuchado en la primera lectura del profeta Jeremías . "¡ Ay de los ricos, de los satisfechos !" nos apunta Lucas, 'porque no tendrán lugar, en su corazón, para desear a Dios, para buscar la perfección, para responder al llamado de la gracia, para hacernos santos...'

Que, de hecho, puedan ser las carencias materiales, las aflicciones, la amenaza de la muerte, la constatación de que lo humano, el mundo, lo económico es injusto con nosotros y nos hace penar en males y sufrires, no quiere decir que estas carencias sean siempre camino hacia Dios. La pobreza, el dolor, exacerbado con malas doctrinas, con deseos de revancha, de venganza, de rebeldía, de robo, puede ser y suele serlo, fuera del llamado evangélico, ocasión de perversión, de bajeza, de sumergirse aún más en lo mundano y en la carne...

Pobres "en el espíritu " tendrá que aclarar, en su propia versión de las bienaventuranzas, Mateo, para que no se interprete mal este sublime llamado de Cristo a la santidad, a buscar las cosas de arriba, de Dios, su Reino.

Ese Reino que, porque niega los falsos y, a la larga, mortíferos valores de los que se adhieren torpemente a las cosas de este mundo -como lo hacen casi todas las filosofías de la modernidad y que guían la iniquidad de la política anticristiana de nuestra época- no podrá sino encontrar incomprensión, burla, rechazo. Solo un cristianismo deformado, al servicio del mundo, de la democracia, del resentimiento social, de la soberbia libertaria de los falsos derechos humanos será o es capaz de recoger el elogio de este mundo. Por eso el que, insatisfecho de los antivalores de este mundo, tenga hambre de perfección, de santidad, nunca podrá ser aplaudido por él. Y con eso termina la última bien aventuranza: "¡Bienaventurados si los hombres" -sobre todo los periodistas y los políticos- "os odian, os excluyen, os insultan y os proscriben, considerándoos infames a causa del Hijo del hombre!"

Y la última mal aventuranza: "¡ Ay de vosotros cuando los medios os elogien!" (Y los votos...)

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