Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros» Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga»
Sermón
El evangelio de hoy comienza con esa extraña escena en la cual Juan , el hijo de Zebedeo se enoja contra uno que, sin formar parte de los discípulos, 'expulsa' -dice el evangelio-, 'demonios' en nombre de Jesús. Es sabido que, desde la más remota antigüedad, el hombre -sin los recursos de la ciencia contemporánea y sin saber nada de bacterias y de virus, de desequilibrios hormonales y de traumas-, ha atribuido muchas enfermedades y, sobre todo, las enfermedades psíquicas, a la intervención perversa de espíritus malignos, de demonios. Ellos serían los causantes de estos desarreglos en el ser humano; y también en los animales y aún en la naturaleza. El viejo ritual romano, en su apéndice toletano, conservaba, hasta no hace muchos años, un exorcismo contra los demonios causantes de las tormentas y el granizo que yo he tenido la ocasión de practicar dos veces en mis años jóvenes con absoluta nula eficacia.
De tal manera que, así como hoy curar enfermedades significa muchas veces, expulsar del cuerpo substancias tóxicas o aniquilar con antibióticos microbios y bacterias, en el mundo primitivo ello se traducía con la categoría de expulsar o exorcizar demonios. Oficio que ejercían en aquellas épocas curanderos privados u oficiales, que solían ser, al mismo tiempo, brujos o sacerdotes.
Esta costumbre está atestiguada ya en pinturas rupestres del paleolítico y aún pervive en muchas sociedades primitivas y todavía convive -con distintos nombres: parapsicólogos, brujas, sanadores, 'culandreras', mentalistas-, con la medicina científica y oficial.
Se sabe que, en la época de Jesús, muchos fariseos ejercían el oficio de exorcistas. Como nadie en realidad confiaba en sus propias fuerzas, las curaciones se hacían invocando el poder de algún ser o personaje poderoso. La manera de invocarlo era nombrarlo. Para la mente primitiva el nombre de las personas era más que un apelativo evocador: era una especie de doble, de concreción de la esencia de la persona nombrada. De tal manera que el nombre mismo tenía poder: por ejemplo, algunos fariseos realizaban sus exorcismos invocando el nombre de Salomón. "En nombre de Salomón, te mando, ¡sal de ese hombre!"
Jesús no desdeña curar a los enfermos usando este patrón de ideas y costumbres. El no viene a enseñar medicina ni ciencia sino a entregar a los hombre el mensaje definitivo de salvación, de imperecedera salud. Para eso no solo predica sino que realiza multitud de 'signos', entre ellos los llamados 'milagros': devolver la vista a un ciego; saciar el hambre de una multitud, volver a la vida a un muerto, hacer caminar a un paralítico... y que apuntan a hacer elevar la mirada del hombre a una salud, saciedad, luz y vida plenas que están mucho más allá de lo que se pueda sanar en este mundo. Estos milagros se hacen símbolo y, a la vez, prueba de su poder de llevarnos a esa vida. Son milagros, curaciones, exorcismos extraordinarios, casi sin precedentes en su abundancia en el mundo antiguo. Su reputación de taumaturgo, es decir, de hacedor de milagros, es reconocida aún por sus enemigos en la literatura extrabíblica. De tal modo que la historicidad de éstos está ampliamente comprobada. Pero El cura, 'expulsa demonios', de un modo totalmente original. Nunca usa el nombre de otro: lo hace en nombre propio. " Yo te lo mando, ¡sal de este hombre!." Mostrándose así fuente de todo poder; origen de vida y resurrección; definitivo triunfador sobre las enfermedades y la muerte.
Así, pues, aunque este aspecto de hacedor de milagros a veces oculte el centro de su mensaje, es evidente que impresionó muchísimo a sus contemporáneos. Impresión corroborada por el episodio evangélico de hoy. Exorcistas que parecen no tener mucho que ver con la comunidad, ni tener noticia de la doctrina de Jesús, ni de su mesianismo, ni menos de su filiación divina, conocen su fama de sanador poderoso y por eso usan su nombre para curar: "Expulsa demonios en tu nombre". "Sin ser de los nuestros", se quejan los discípulos.
Y es obvio que estos exorcistas que tanto fastidian hoy a Juan no saben plenamente quien es Jesús, pero eso poco que saben -que era un hombre poderoso y que su objetivo era hacer el bien, aunque ese bien lo redujeran a objetivos mundanos-, era algo bueno, una primera aproximación a Jesús que de ninguna manera había que desdeñar y menos combatir.
También nosotros conocemos de muchísima gente que siente admiración por Jesús, que algo ha escuchado de sus enseñanzas, de su ejemplo de vida... o que meramente le busca como un poder sanador, benéfico... Multitudes que veneran, también, personajes que giran alrededor de la figura de Cristo: los santos, el Papa, no digamos nada ¡la Virgen María! Muchedumbres que se dirigen caminando a Luján, o hacen largas esperas para entrar en San Cayetano o se dirigen esperanzadas a San Nicolás o Medjugore... Santuarios que, de pronto, se hacen famosos, populares... Muchas de esas personas no saben, quizá, qué sean los sacramentos, qué la Trinidad, quién es verdaderamente Jesucristo... Si les tomáramos un examen de catecismo, a lo mejor, les iría mal... Más: esa ignorancia muchas veces está acompañada de miserias morales, situaciones irregulares. Los cientos de miles que son capaces de hacer una vez al año el titánico esfuerzo de una larga jornada de caminata, luego parecen desaparecer de la sociedad durante el año: llenamos la avenida nueve de julio, invadimos multitudinariamente a Luján, rodeamos tumultuosamente el monumento de los Españoles, cuadras y cuadras de cola para la Virgen Desatanudos y, después... no pasa nada: la sociedad parece seguir como siempre, la asistencia a Misa, a los sacramentos no se acrece, no parece cambiar la moralidad pública... Y, si uno quisiera seguir hilando fino: aún de los que instruidos cumplen con los mandamientos y los preceptos ¿cuántos lo hacen realmente convertidos a Cristo; en pura entrega y no en búsqueda de seguridades personales, de sanaciones de cualquier tipo?
Y la tentación es despreciar el cristianismo de toda esa gente. Decir: 'superstición', 'búsqueda de milagros', 'ignorancia' o, a los que tratan de cumplir: 'pura rutina', 'mucho ir a Misa y, después, son peores que los demás'... y cosas semejantes...
Hoy Jesús nos enseña a ser cautelosos en nuestras apreciaciones: cualquier gesto de aproximación a Cristo debe ser valorado, aunque sea imperfecto, trunco, endeble. La respuesta de Jesús a Juan: "el que no está contra nosotros está con nosotros", "el que os dé de beber aunque más no sea un vaso de agua por el hecho de que pertenecéis a Cristo, no quedará sin recompensa". Dios tiene sus tiempos, sus maneras de conquistar al hombre, de abrirse paso en su corazón... A nadie conocemos perfectamente bien el primer día en que lo vimos, u oímos hablar de él. Mucho menos a Dios, que siempre supera infinitamente todo lo que nuestra inteligencia pueda saber de El. La santidad es un trabajo de toda la vida; no nos hacemos santos de golpe, a menos que Dios nos empuje con su gracia fulminante y nos voltee del caballo y, aún así, después, tenemos que, día a día, permanecer fieles... Si Dios nos tiene paciencia ¿no hemos de tenernos paciencia y comprensión unos a otros?
La Iglesia no desdeña de ninguna manera a estos pequeños; y quien los despreciara merecería el castigo de la piedra de moler al cuello. Tampoco, por supuesto, quiere establecerlos en su imperfección o su ignorancia. Cualquiera sabe el intenso trabajo que se hace con esas multitudes que llegan a los santuarios, encauzando sus súplicas y oraciones, predicándoles, tratando de llevarlos a una mayor instrucción y a los sacramentos... ¡Y la angustia de no poder llegar a todos!
Distinto del que conoce imperfectamente a Cristo o del que lo sigue rengo -como nosotros-, es quien pertinazmente se aferra a su condición imperfecta, o conscientemente se opone a la verdad y se hace enemigo de Cristo. A éste se le aplica aquella otra frase de Jesús: "El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama".
Recientemente la Congregación para la doctrina de la Fe ha emitido la declaración 'Dominus Iesus' en que se reafirma la universalidad salvífica de Jesucristo y la unicidad de la Iglesia. Algunos lo han tomado como un acto de soberbia insoportable de la Iglesia, otros como un desprecio a las demás creencias. Pero no se trata de un acto de orgullo personal. Ninguno de los que vivimos en la fe la sentimos como algo propio o desde la cual deberíamos mirar con desdén a los demás, sino como algo fruto de un inmenso don de Dios y que con humildad debemos cuidar para poder transmitirlo a todos. Tampoco yo me burlo del que se equivoca en matemáticas, ni del pobre ignorante que no ha tenido oportunidad de ir a la escuela o de una educación superior... Cualquiera que sepa algo más que otro, o tenga un título o una competencia, si es una persona de bien, hará valer esas superioridades también para beneficio de los demás. A todos nos fastidia que el que sabe más que nosotros haga alarde de su saber o nos abrume con sus actitudes y palabras. El movimiento ecuménico o el diálogo con las religiones y creencias, nunca ha significado que la Iglesia, depositaria de la revelación de Jesucristo, de la sabiduría de Dios regalada a toda la humanidad, considere a las aproximaciones y errores de otras posiciones a un mismo nivel con la palabra plena de Dios. Ha querido ser solamente el gesto magnánimo de quien, sabiéndose depositario de un gran tesoro, no quiere que las actitudes de orgullo o de cerrazón impidan que éste también alcance a aquellos para los cuales Cristo lo ha acumulado.
Por otro lado, Dios actúa en el corazón de todos los hombres y no hay ningún error, ninguna falsedad que no tenga al menos una pequeña porción de verdad que lo sustenta. Presupuesta la buena voluntad de los que viven verdades parciales, siempre es posible encontrar en ellas un campo común en donde empezar a hacernos amigos, a lo que se llama 'dialogar'.
Pero una cosa es el respeto a las personas, aún a aquellas que yerran, aún aquellas que delinquen... una cosa son los fragmentos más o menos extensos de verdad que puedan sostenerse aún en el error, y otra equiparar la perfección del saber católico con concepciones globalmente erradas o mezcladas de ideas falsas, respecto a Dios, respecto al sentido de la vida y respecto al hombre. Poca caridad tendríamos con los demás si no tratáramos finalmente de acercarlos a la plenitud del conocimiento de Dios y de si mismos que nos trae Jesucristo, y de los medios de santificación que dejó a su Iglesia.
El documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe -el documento de Ratzinger , como le dicen-, no llamará demasiado la atención a quienes lo lean a la luz de nuestro viejo catecismo. Solo puede sorprender a quienes, ganados por el relativismo de la democracia, piensan que la verdad es una cuestión de opinión, de votos y el cristianismo una creencia más y que la inteligencia no es capaz de llegar al conocimiento de la realidad. Pero aquellos que respetan la inteligencia y su capacidad de alcanzar al ser y de investigar las cosas y no quedarse en conjeturas confusas sobre ellas; aquellos que son capaces de distinguir entre las opiniones vertidas en una encuesta y las conclusiones sólidas de los que verdaderamente saben; aquellos que, una vez determinado prudentemente el lugar donde resuena verdaderamente la voz de Dios y no las ensoñaciones supersticiosas de los hombres, se abren a la maravilla luminosa de la revelación y se encuentran realmente con el Cristo viviente, el Resucitado, el Señor del universo, de ninguna manera podrán poner en pie de igualdad este panorama real y lúcido de las realidades humanas y divina, el sentido último del universo, con las sombras de verdad o los jirones de ella mezcladas con extravíos de los hombres que se sustentan con sus más y sus menos fuera de la Iglesia.
Eso no nos quita una mayor responsabilidad, humildad, caridad para con los hermanos y exigencias personales de coherencia con esa verdad y ese Cristo con el cual nos ponemos en real contacto mediante la inteligencia y el amor potenciados por la gracia... Eso no quita que no nos sintamos pequeños y pecadores frente a Dios, deudores de que nos haya llevado de la mano a su encuentro... Eso no quita que, aún en el error no culpable, las buenas intenciones de los hombres puedan encontrarse a lo mejor con el abrazo y la comprensión de Cristo. Eso no quita que un día no se nos acuse de haber ocultado la verdad, héchola menos transparente por culpa de nuestra inconducta cristiana, por haberla vivido pobremente y sin haber sido lo suficientemente decididos para arrancar de nuestras vidas -como dice el evangelio de hoy-, esas ocasiones de pecado que nos han hecho vivir sin garra ni alegría nuestra condición cristiana, no haber sabido exorcizar nuestro propios demonios y, a lo mejor, por no estar totalmente con Cristo, por eso mismo, haber estado contra El.