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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2002. Ciclo A

26º Domingo durante el año
(GEP 29-09-02)

Lectura del santo Evangelio según san Mt 21,28-32
«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña" Y él respondió: "No quiero", pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.

Sermón

Frente a fábulas o parábolas provenientes del mundo judío en donde la figura del protagonista simboliza de alguna manera a Dios, es destacable notar la cantidad de veces que Jesús, para hacerlo, utiliza la imagen de un padre . El judaísmo en cambio gustaba utilizar casi exclusivamente la figura de un rey . Dios era mirado más bajo el aspecto de un monarca, de un soberano legislador y vengador, que bajo la figura de padre a la cual nos ha acostumbrado el evangelio. Los judíos serían sus súbditos, sus siervos, sus vasallos, no sus hijos, elevados a la filiación divina por el Espíritu. Eso marca fuertemente la diferencia entre judaísmo y cristianismo. Distinto considerar al Creador a la manera imperial, dominador del universo, dictador de leyes y castigos, en la vertiginosa distancia entre su infinitud y nuestra poquedad creada y otra verlo -aún sin descontar lo anterior-, como el padre que utiliza todos sus bienes y todo su poder para ayudar a sus hijos. Algo de esto quiere significar Jesús en la parábola de hoy al comparar al segundo de los hijos con los dirigentes judíos.

¿Quién no dudará de que -en nuestra parábola-, el primero de ellos se ha portado como un maleducado? Sin embargo, de alguna manera, en su mismísimo capricho y respuesta, ha mostrado una especie de confianza -si bien es cierto desubicada y excesiva- al padre, que sabe que lo perdonará, y, por eso, justamente, luego, se arrepiente y va. ¿Qué padre bueno no ha experimentado alguna vez la desobediencia primera de sus hijos y, luego, su, finalmente, levantarse e ir a hacer lo que se les solicita? ¿No se extrañaría un padre o una madre a quienes siempre sus hijos, sin refunfuñar un poco y como autómatas, pegaran un salto cuando los mandaran ir a bañarse, hacer el mandado o cumplir la orden impartida? Ante el temor y la severidad cualquiera obedece al punto. Por cierto que con ganas de que, en cuanto se de vuelta el que me impone, hacer lo contrario, sacarle por detrás la lengua, mandarlo de paseo. Un padre así obedecido tendría que sospechar no estar educando bien a sus hijos.

De tal manera que el cachafaz primero que luego hace lo que le dice el padre nos resulta no solo más natural y simpático que el segundo, sino mucho más hijo, incluso en el exceso de confianza insolente de su negativa primera. Porque finalmente ha ido, no por temor, ya que no temió enfrentarlo, a trabajar a la viña, sino arrepentido, por amor y respeto substancial a su padre.

El segundo es un hombre formal, conserva las maneras, parece actuar con dignidad, de frente tiene los modales correspondientes. Se inclina respetuoso y dice que si. Sin embargo no le dice cariñosamente "Sí, papá"; sino -apunta la parábola adrede- "Sí, Señor", como al capataz, como al amo. Pero lo mismo ya sabe que no irá o, quizá, después habrá encontrado alguna excusa para no ir. Ha agachado la cabeza como el que para ante el semáforo en rojo o disminuye la velocidad porque ve al patrullero vigilando, pero, en cuanto el peligro desaparece, encuentra razones o sinrazones para excusar su velocidad y sus infracciones. Actúa por temor, por el reglamento exterior, no por convencimiento alguno.

Pero no hay que confundirse y pensar que la parábola de Jesús se queda en si misma. Así sería totalmente pueril, obvia. ¿Quién no va a responder que es preferible el que primero dijo "no" y luego fue, que el que dijo "si" y luego se quedó?

Con este hijo Cristo quiere pintar a las clases dirigentes judías de su tiempo. El templo de Jerusalén y sus paniaguados explotando con sus exacciones y sus leyes, promulgadas en nombre del cielo, a todo el pueblo. El sanedrín, con las componendas y enjuagues de sus 'ancianos', e.d. sus senadores. El político que dice las grandes palabras, lo que la gente y el periodismo quieren oír, lo que en cada momento se considera política e ideológicamente correcto. Va a presentar sus plácemes a las 'abuelas de plaza de Mayo', aunque en su interior las abomine, por un guijarro en una ventanita, y ni se le ocurre aparecer por el velorio de un policía asesinado. Menea gravemente la cabeza ante los escándalos provocados por algún clérigo, y aumentados y voceados a todos los vientos por la prensa y, en su interior, se regocija de ello. Presenta proyecto tras proyecto utópico o permisivo en la cámara con tal de ganar mezquina popularidad. Es todo promesa; e incumplimiento. La formalidad exigida por el momento y el micrófono; y, adentro, la trenza y la corrupción. Se dice representante y servidor del pueblo; sin embargo, para proteger sus privilegios y perpetuarse en su sitial, no duda en mantener parado al país y ni piensa mover un dedo para cambiar nada. Un puñado de beneficiados parasitando a la nación y sostenidos por un sistema absurdo que nunca funcionó y que, sin embargo, nadie puede tocar porque corresponde, al menos exteriormente, a los grandes principios dogmáticos de nuestro tiempo.

No: Jesús no está simplemente proponiendo una adivinanza abstracta, ni puramente espiritual. Esta hablando directamente en contra de las clases dirigentes de su pueblo. Por ello pronto vendrá para él la persecución, los tribunales y la muerte.

Y lo dice claramente cuando habla de la prioridad de publicanos y prostitutas sobre ellos en el Reino de los cielos. Hablar de publicanos y prostitutas era referirse a lo peor de lo peor. Los primeros, ya lo sabemos, no solo porque eran, como todo recaudador de impuestos y miembros de "Degeíes", cordialmente odiados, sino porque, en el caso de los publicanos, se trataba de colaboracionistas mercenarios que esquilmaban a sus propios connacionales para beneficio de los romanos. Contrariamente a lo que se pueda pensar las prostitutas eran despreciadas por la misma razón. Porque lo que en ellas se miraba con indignación no era tanto la vileza y tristeza de la profesión, en la cual caían desesperadas las mujeres más pobres, a veces obligadas por sus mismos padres o, bárbaramente, cazadas o adquiridas como esclavas para ello. Éstas eran consideradas hasta con compasión. Las que eran juzgadas verdaderamente con desprecio eran los "gatos", las mujeres judías que lo hacían optando libremente y, para peor, cuyos mejores y más rendidores clientes eran sin duda los oficiales y soldados romanos. Esa era su lacra, junto con los publicanos, asegurar, soplonas, la prosperidad y placer del ocupante, ser cómplices del invasor. Impuras sí, pero no tanto por sus pecados amatorios, sino por relacionarse con el pagano, como también hacían los publicanos.

De todos modos, mencionar a ambos, ya se había convertido en un insulto genérico que se usaba indiscriminadamente para denostar a cualquier enemigo o abominación y que senadores, grandes sacerdotes y saduceos solían aplicar despectivamente al pueblo llano.

Pero, aún siendo un terrible insulto genérico que no había que tomar al pie de la letra (como el más popular de los nuestros), era verdad también que muchos de esos publicanos y pecadoras y otros a los cuales los dirigentes extendían el desdeñoso mote, se habían convertido al "camino de la justicia" que había predicado Juan, e incluso algunos seguían a Jesús.

Pero eso, lejos de alegrar a las autoridades, las había cerrado más en lo suyo. La predicación de Juan y de Jesús ponía en duda todos sus privilegios. Ellos descansaban en el 'statu quo' de su situación sostenida por los vericuetos de las leyes y la ideología oficial. La reducción que hacía Juan de todas esas leyes al sentido común de lo justo, de lo recto, o la más radical reducción o redimensionamiento de ellas de Jesús, ciñéndolas al precepto del amor, de la búsqueda sincera de la gloria de Dios y del bien del prójimo, hacía desaparecer de un golpe su poder. Poder que se basaba en los infinitos laberintos de la ley y de las interpretaciones rabínicas que -según las acusaciones del mismo Jesús- terminaban por deformar su propósito primevo. La moral, la ética, habían terminado por ser sustituidas por lo legal. El espíritu por la letra. Lo bueno es lo que dice la ley, aunque se de de cornadas con la justicia.

En tiempos de Mateo, el evangelista, seguramente no se podía prever lo que sucedería en nuestras épocas democráticas en donde lo legal, lejos de surgir de la realidad de las cosas y de la justicia fundada en la ley divina, surge del arbitrio no digo de la mayoría, sino de castas de legisladores guiados y pagados por oscuros intereses y que son capaces de legislar en contra de las más elementales reglas de lo humano. Piénsese -ya a nivel de lo indecente-, en el código de convivencia que rige los tristes destinos de los habitantes de esta ciudad. Piénsese en las leyes destructoras de la familia que se han votado y siguen votando. Piénsese en nuestros códigos procesales escritos a propósito para proteger a transgresores y delincuentes. Piénsese en los robos del Estado, banqueros mediante, a la gente, o en los impuestos confiscatorios que, bajo visos de legalidad, lesionan las leyes naturales. Piénsese en la legislación en contra de supuestas discriminaciones, o de la defensa de la democracia, o de la libertad de expresión, o de la libertad de cultos, que impiden el que uno pueda calibrar prudentemente a quien debo aceptar o no como compañero de banco, de trabajo, empleado, cliente... o sofocan la investigación objetiva de la verdad, de los hechos, del pasado, o la crítica inteligente a los sistemas, o el derecho a protegerse de las calumnias o del envenenamiento de la mentes de los forjadores de inmoralidad y de mentiras. Piénsese en las leyes arbitrarias y voluntaristas que, en contra del normal desarrollo de la propiedad e iniciativas privadas, han agobiado y ahogado la economía. No digamos nada de la frondosa legislación que tiende a proteger los pseudoderechos de la casta de los políticos, sus aliados y su clientela. Salvo algunas de las leyes constitucionales y unas que otras que han quedado de los viejos códigos que nos legaron los forjadores de la Patria grande, el resto de nuestra legislación, con su proliferación, sus correcciones e interpretaciones actuales, parecen ser, en su conjunto, un gran monumento a la insensatez. Y no digamos nada de su aplicación tendenciosa cuando cae en manos de jueces corruptos o ideologizados.

En este contexto, confundir la legalidad con la moralidad, lo legal con lo justo y con lo bueno, es pervertir las mentes y los corazones, además de conducir cada vez más al país a su disolución política, ética y económica.

Pero una sociedad que ha apostatado de Cristo, al menos en sus clases dirigentes, no puede sino derivar, primero, a un vano e inconsistente moralismo y, luego, a la arbitrariedad de una legislación sin ética, inventada por los hombres según el soplar de sus caprichos y de oscuros intereses nativos y foráneos.

El segundo de los hermanos se ajusta a la ley, formalmente, sin convencimiento interior. Hace grandes reverencias a la voluntad de su padre. Trata de que sus papeles estén más o menos en regla. Después, en cuanto no lo vean, porque no tiene ningún recurso interior, ningún apego a su honor, ni verdadero amor al padre, en quien solo ve una autoridad a la cual en lo posible eludir, hará lo que se le antoje. Es el judaísmo que enfrenta nuestro Señor. Es, también, el corrupto de guantes blancos.

El otro hijo, a lo mejor no sabe tanto de leyes y reglamentos, de formalidades y besamanos, pero ha crecido en el amor a su padre, y ha sido educado en su interior con el buen instinto de la obediencia a la sabiduría y cariño de sus mayores. Su reprochable negativa de entrada no es sino el pataleo del chico caprichoso, que aún no ha domado totalmente sus impulsos, a veces buenos a veces malos, pero buenazo de adentro, todavía no corrupto por lo legal, ni por la ideología, ni por la profunda desilusión inducida por la hipocresía de los dirigentes... Es capaz de reacción y, finalmente, su cariño al padre y sus buenos instintos, triunfan en su corazón. Se abre a la voz paterna, sin quedar atrapado en los formulismos y los eslóganes y frases hechas que dispensan a la mayoría del verdadero pensar. Se puede aún esperar su conversión.

Los dirigentes de Israel, en cambio, aún viendo como mutaban de conducta 'publicanos y prostitutas', la gente común, no se convirtieron, y quedaron encerrados en sus leyes artificiales y sus ideologías cuidando sus malhabidos privilegios y riquezas. Así llevaron a Israel y a Jerusalén a su destrucción.

Quiera Dios que nosotros, los que decimos querer cumplir, no corramos el riesgo de la exterioridad, la obediencia al Dios monarca, el puro temor al pecado, lo que está mandado, buenas maneras, pero olvido de nuestra actitud filial frente al Padre y del verdadero amor fraterno, de la auténtica caridad a nuestros hermanos, a los nuestros.

Y háganos Dios humildes, por si, despistados, alguna vez, protestando, hemos dicho no, sepamos retornar cuanto antes, hijos fieles, al trabajo en la viña del Padre, a fin de que gozosos, finalizando el día, recibamos nuestro denario.

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