Lectura del santo Evangelio según san Lc 16, 19-31
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama" Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros" «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento" Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan" El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán" Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite"»
Sermón
Son bien conocidas las tesis de los investigadores alemanes Werner Sombart, (1863-1941) en su monumental obra "El capitalismo moderno" de 1902 y la de su contemporáneo Max Weber (1864-1920), "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" de 1905. Ambos atribuyen el nacimiento de la economía moderna con su dinamismo -pero también con su insaciable tendencia a la acumulación de riquezas, con su aneja prepotencia y la subordinación de todo a si misma como fin- a la difusión de las tesis protestantes, sobre todo la calvinista de la predestinación. El cruel y rigorista Calvino, amo de Ginebra, entendía la predestinación de un modo casi fatalista, que espantosamente anulaba, al menos teóricamente, la libertad humana. Según el protestantismo nadie puede hacer absolutamente nada por su salvación. Y, en la tesis de Calvino, Dios predestinaba arbitrariamente a unos a la felicidad y a otros a la condenación. 'Gemina predestinatio' , la llamaba: la predestinación 'gemela' o 'melliza'. Para peor no había manera de saber si uno estaba predestinado al cielo o al infierno, si gozaba de la bendición o la maldición de Dios. Los sacramentos de la Iglesia católica y las obras buenas no significaban nada. Uno podía recibir todos los sacramentos del mundo, pero si Dios lo había predestinado a la reprobación no le servían para nada.
Esa misma había sido la preocupación de Lutero, que no estaba conforme con la predicación de la Iglesia que afirmaba que la libertad humana era capaz de decidir hasta último momento si aceptaba o no la gracia divina. También Lutero quería 'sentirse' salvado y por eso 'predestinado', sin tener que contar con esa libertad defendida por los católicos que en si misma Lutero juzgaba tan débil, tan inclinada al mal que era mejor no tenerla. Pero para Lutero bastaba 'sentir' que uno tenía fe, asimilada a la confianza en Dios no a nada intelectual, para estar seguro de que se estaba predestinado a la salvación. La llamada 'fe fiducial'. Y eso no era suficiente para los más racionalistas calvinistas ginebrinos. ¿Cómo podemos estar seguros de nuestros sentimientos y, mucho menos, cómo fiarse de que durarán siempre? Había, pues, que encontrar, para estar seguros, una señal más clara de esa predestinación, de la bendición divina.
Esa señal la descubrieron leyendo el Antiguo Testamento que, gracias a las traducciones iniciadas por Lutero, había caído en manos de todo el mundo.
En ese Antiguo Testamento, entre otras cosas, los calvinistas leyeron que el gran signo de bendición de Dios a sus elegidos, era el de la prosperidad en el orden económico, la multiplicación de tierras, ganados y riquezas, el crecimiento de los bienes, negocios y cuentas bancarias... Y esto lo leían sobre todo en el Pentateuco y especialmente en las leyendas sobre los ricos patriarcas -fíjense Vds. como, entre los protestantes, se multiplicaron bautismos con nombres patriarcales, especialmente el de Abraham y su mujer, Sara ...-.
Esto, al parecer de Sombart y Weber, fue el gran motor para que los países que cayeron bajo el influjo de los errores protestantes avanzaran hacia realizaciones materiales y económicas cada vez más exitosas. En cambio, las naciones católicas, con otros criterios teológicos, se fueron sumergiendo en el atraso.
Tesis en verdad algo simplista que algunos aún siguen sosteniendo, pero que no resiste a un análisis más cercano e histórico de los hechos que, por supuesto, no emprenderemos acá.
Lo cierto es que, en principio, es verdad que el Antiguo Testamento, sobre todo en el Pentateuco, sostiene esta fórmula: "Te portás bien, Dios te ayuda aquí en esta tierra, en una ayuda que se plasma en salud, en larga vida, en abundantes hijos y, ciertamente, en desahogada vida. En cambio, te portás mal, y caerás en la pobreza, la enfermedad, morirás joven, no tendrás hijos..." Ser pobre, enfermo, estéril, se transformaba así en signo evidente de que te habías portado mal.
Pero es claro que el Antiguo Testamento no es solo el Pentateuco. Hay, en otros libros bíblicos, cuestionamientos a esta visión. El libro de Job plantea dolorosamente cómo la desgracia, la enfermedad, la muerte de los hijos, la pobreza puede también alcanzar al justo. Y hay libros proféticos, sobre todos provenientes del ambiente tiránico y poco igualitario del Reino del Norte que son tremendos en la pintura que hacen de la maldad de ciertos ricos explotando a los pobres. Baste mencionar el pasaje de nuestra primera lectura de hoy.
En fin, aparte el que el protestantismo no fue en la edad moderna sino la cara externa del poder financiero judío tratando de destruir a la Iglesia y respaldando a Lutero, a Calvino y a su propaganda -como luego respaldará a la Revolución Francesa, al marxismo y a cuanto ataque cultural a la Iglesia se promueva-, lo cierto es que en la época de Cristo, la ideología oficial y más extendida era precisamente la del Pentateuco, llamado simplemente la Ley, la Torah, atribuida a Moisés. Los demás libros se admitieron plenamente recién, y por influjo fariseo, en el siglo II después de Cristo. (Aún así, no todos los que admitimos nosotros del AT.)
En época de Jesús, a pesar de estos disidentes fariseos y otros grupos que coleccionaban otros escritos, especialmente de los 'profetas', los que supuestamente mejor representaban la ortodoxia judía eran los saduceos -descendientes de Sadoc, en la leyenda sumo sacerdote de David y de Salomón-, todos ellos de familia sacerdotal y solidarios entre si, orgullosos de su casta y dueños de los ingresos del templo y de casi todas las tierras y negocios de Israel. Ellos admitían solo la Torah. De tal manera que rechazaban coherentemente todo lo que allí no estaba contenido como la idea de inmortalidad, de resurrección, la existencia de ángeles, la monogamia. Solo se quedaban con la ley escrita -muchas veces, por antigua, ya casi sin aplicación y por eso sin importancia-, con las reglas de pureza ritual y, por supuesto, con la famosa tesis de que la riqueza era signo de bendición divina y, por lo tanto, de honorabilidad, de honestidad, de superioridad sobre el resto del pueblo...
Y, dado su gran influjo, habían instaurado en la mentalidad general lo que arriba hemos afirmado: "sos rico en tierras, en cosechas, en graneros, en ganado, en casas lujosas en Jerusalén, en posibilidad de cumplir ociosamente todos los reglamentos del templo, en cantidad de hijos, en vinculaciones familiares, en salud, en prosperidad, en banquetes -¡el gran signo del Reino, incluso para Cristo, el banquete escatológico!-... entonces sos honesto, sos 'bien', sos un hombre de pro...
Es a esta mentalidad a la que constantemente se opondrá Jesús. ¿Recuerdan el famoso pasaje del ciego de nacimiento cuando, señalándolo, los judíos le preguntan "¿quién pecó , para estar así ciego como está, él o sus padres? ¿Y cómo Jesús los saca vendiendo almanaques..? O la perplejidad de Pedro cuando Jesús, adrede, dice, contra todo lo que se venía enseñando en Israel: " difícilmente un rico entrará en el banquete del Reino de los cielos ". El bueno de Simón exclamará sorprendido " pero ¡cómo!, si ni los ricos, ¿quién, pues, podrá salvarse ?"
Contra esta concepción la predicación de Jesús irá en el sentido de afirmar que todo eso no vale, que el único signo de salvación y bendición de Dios será no la riqueza, ni la prosperidad, ni la salud, ni la belleza física, ni que las cosas vayan bien, sino la libre y personal adhesión a Jesús y a la voluntad del Padre que, incluso, puede llegar a conducirnos hacia el Verdadero Banquete a través de la suprema pobreza y fracaso de la Cruz...
Pues bien, el pasaje de evangelio que hemos leído hoy es uno de los poquísimos relatos o parábolas o cuentos, en los cuales se ve a Jesús -humorística pero profundamente serio- enfrentándose con las teorías saduceas. Sabemos que, más bien, los escritos apostólicos recogen los enfrentamientos de Cristo con los fariseos, porque cuando se escriben los evangelios los saduceos ya prácticamente han desaparecido y el judaísmo ha caído en manos de aquellos, que son los que se oponen con todas sus fuerzas a la joven Iglesia y seguirán oponiéndose hasta el fin de la historia.
Y nos damos cuenta de que se trata de un pasaje polémico contra los saduceos por los temas que trata y porque 'el lino y la púrpura' de nuestra fábula evidentemente señalan a un rico sacerdote saduceo: ese era su ropaje oficial. Su actitud frente a Lázaro, por otra parte, es la misma del sacerdote que, camino a Jericó, llevado por sus leyes de pureza ritual, no se rebaja a ayudar al samaritano: tanto éste como el pobre Lázaro, ciertamente, para él, viles pecadores y, por tanto, contaminantes. Solo se preocupa de sus hermanos carnales, los de su casta -así de los cinco hijos de su padre-. También son claras las alusiones llenas de humor de Jesús a Abrahám, -a quien el rico llama ¡padre!-, al más allá, a los ángeles, -que son los que se llevan a Lázaro-, y a que no solo hay que escuchar a la Ley a Moisés, sino también a los 'profetas'.
Pero ya desde el vamos Jesús va, en humor 'in crescendo', estableciendo las diferencias de su propia doctrina. Aquí es el rico el que no tiene nombre -en la realidad al contrario: los nombres de los 'ricos y famosos' saduceos eran los que estaban en labios de todo el mundo-; en cambio el pobre tipo que está a su puerta, considerado un nada anónimo para los supuestamente justos, es uno de los pocos que en las parábolas de Jesús lo tiene: Eleazar o Lázaro.
Pero el pobre no solamente es pobre: además es enfermo, con una repulsiva enfermedad de llagas en la piel. También era una figura conocida. Los rabinos de la época -en una tradición recogida en el siglo II y traída por el Talmud- decían que había tres situaciones en las cuales se podía decir que uno no vivía: "Una, la de aquel que para comer dependía de la mesa de otro; la segunda, la de aquel cuya piel estaba repleta de llagas y la tercera -que aquí no cabe, pero Jesús la supone como un chiste conocido que uno no acaba - la del que vivía - decían los rabinos - dominado por su mujer". Los juegos de palabra con los que se mueve el sentido de humor de Jesús son obvios. Sus oyentes fariseos ya han comprendido risueñamente que éste está hablando de los saduceos, que aunque respetados a la fuerza, eran sus tradicionales enemigos y no eran precisamente populares. Todo este relato hay que escucharlo o leerlo pues con una sonrisas en los labios y no tomarlo como ninguna descripción literal del más allá ni nada que se le parezca. Apunta otras enseñanzas.
Pues bien, para peor, y cargando las tintas, Lázaro sufre la intolerable afrenta de que animales impuros se le acercan y lo ensucian más, si fuera posible, con su saliva inmunda. 'Perro' era una mala palabra entre los judíos, bichos, excepto las mascotas, acostumbrados a vagar entre los basurales y la carroña. Su contacto traía horrenda impureza, pecaminosidad ritual.
Así pues, lo que está en juego no es la existencia o no del más allá -en la cual de todas maneras los saduceos como decíamos no creen y por eso mismo Jesús la menciona algo caricaturescamente, es verdad- sino la valoración que hace Dios de los hombres, en donde la riqueza no cuenta un ardite. Tampoco, de por si, la pobreza material. Todo se focaliza en la sorprendente constatación de que el rico no será ni juzgado ni salvado por sus riquezas o falta de ellas, sino simplemente por la carencia de misericordia que ha tenido para Lázaro, a quien durante su vida ni siquiera ha considerado persona, a pesar de que la dinámica del relato demuestra que lo ha conocido bien, pues, luego, lo menciona por su nombre.
Ahora Abraham, el rico patriarca, el supuesto padre de los ricos, de los saduceos, de los calvinistas, a quien recibe en su banquete no es al rico saduceo, sino al pobre Lázaro. Lázaro está reclinado sobre su codo izquierdo al lado de Abrahám, comiendo acostados en triclinios, como se hacía entonces en los banquetes, a la manera de la Última Cena. Lo del 'seno de Abraham' es una traducción realmente insólita de esta posición. En eso fueron confundidos los traductores desde muy antiguo porque en el mundo griego y romano el morir era, decían, regresar al seno de la Tierra o de la Madre Tierra. Nada que ver, lo del seno de Abraham -que suena tan feo-: hay que traducirlo 'acostado o sentado al lado de Abraham'. Se trata de estar participando del banquete escatológico que supuestamente preside ese patriarca.
Bueno, todo lo demás hay que leerlo en ese registro humorístico e irónico polémico con los saduceos y destructor de las falsas seguridades que les daba su riqueza, su posición, sus reglas de pureza, frente a las verdaderas exigencias del reino de Dios. Todo termina con una velada crítica que ya aparece en otros lugares del evangelio y es a los que piden como prueba algún tipo de signo, de milagro, de prodigio. De aquellos que no saben pensar, que no se guían por su razón, que no saben descubrir la verdad en la coherencia del mensaje evangélico, avalado por Moisés y los profetas legítimos -no cualquier vidente- y, por supuesto, en la única Resurrección de Jesús y el testimonio de la Iglesia. Siempre detrás no solo de lo exitoso, sino de lo extraordinario, de apariciones, de revelaciones, de sensaciones exultantes, carismáticas, pentecostales...
No nos alarguemos. Si hay algo que de este evangelio no se puede extraer es la idea calvinista y saducea de que la prosperidad en este mundo sea signo infalible de la bendición divina. Menos todavía, el que la riqueza sea un mal en si mismo. Ya sabemos que, como hemos visto el domingo pasado, la riqueza puede ser y es mal usada. Pero también puede y debe ser utilizada bien. Al fin y al cabo el mismo Vaticano, aunque quizá no sea el mejor ejemplo, tiene sus riquezas, e incluso un Banco, y es el único estado del mundo que vive exclusivamente del capital, sin fábricas ni trabajo. Y, sin ello, la Santa Sede no podría hacer todo el bien que hace. ¡Ojalá hubiera muchos católicos ricos y santos que pudieran ayudar con sus riquezas al reinado de Cristo! Así como sus enemigos con sus riquezas contra Él combaten. Las riquezas son como las armas: el que puedan ser perversamente utilizadas por delincuentes, guerrilleros y enemigos de la Iglesia, no quiere decir que tengamos que desarmar a nuestros policías, a nuestros soldados, a nuestros honestos ciudadanos.
Tampoco puede aducirse este evangelio para afirmar -como hacen los marxistas- que la religión cristiana es 'el opio del pueblo', porque engaña a los pobres diciéndoles que no hagan nada por salir de su pobreza ya que, en el otro mundo, las cosas se darán vuelta. Como Vds. han visto, el sentido aún de esta parábola, no digamos de todo el evangelio, es esencialmente diverso.
En resumen, que los juicios de Dios superan toda apariencia, que la salvación no está asegurada para nadie, que lo único que cuenta es la libre aceptación del poder de la Resurrección de Cristo, y el ejercicio de la fe mediante la caridad, el amor a Dios y a nuestro prójimo, esa caridad en la cual se resumen toda la Ley y los profetas, en correcto uso de nuestros bienes y talentos, y en misericordia a todos los que sufren, sobre todo a los que sufren miseria de pecado, pobreza de Cristo, ansia insatisfecha de Bien, engañada por bienes que no pueden llenar.