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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2005. Ciclo A

26º Domingo durante el año
(GEP 25-09-05)

Lectura del santo Evangelio según san Mt 21,28-32
«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña" Y él respondió: "No quiero", pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.

Sermón

         Alfred Edward Woodley Mason (1865-1948) fue un actor inglés frustrado que se transformó en exitoso novelista. Su más conocido relato, publicado en 1902, "The Four Feathers" "Las cuatro plumas", fue llevado al cine en 1939 -año en el cual yo nacía- por el director Zoltan Korda.  



Año importante para el cine ese 39 porque, también, se estrenaron Gunga Din, de temática parecida, Lo que el viento se llevó, Cumbres borrascosas, La Diligencia , El mago de Oz. "Las cuatro plumas" fue tan exitosa que tuvo seis versiones cinematográficas. La última de ellas, aunque no la mejor, espectacular -según dicen-, en el 2002, dirigida por el pakistaní Shekhar Kapur. Aunque a la novela falta contenido religioso, al menos exalta valores hoy olvidados como el del heroísmo, la amistad, la lealtad, la fidelidad, el patriotismo.  


 


Está ambientada en 1884. A un grupo de jóvenes militares británicos les llega la hora de probar su valentía y lealtad a la patria en el desértico -y exótico- terreno de Sudán, cuando un ejército rebelde sudanés ataca Khartoum. Entre ellos destacan los personajes de Harry Feversham y Jack. El primero, de novio; el segundo, su mejor amigo, secretamente enamorado de la misma chica. A la hora de la partida, Harry anuncia que dejará el ejército y se niega a acudir al llamado a las armas. Se pregunta qué intereses puede tener el imperio británico en Sudán; alega su inminente enlace; confiesa que sólo había ingresado al Ejército por un par de meses para conformar a su padre; admite, en fin, no tener ninguna gana de dar la vida por nada.


 

           Conmocionado por la decisión de su hijo, el padre lo repudia. Asumiendo que está asustado, tres de los mejores amigos de Harry -e incluso su prometida, que así rompe el noviazgo- le envían en sendas cajas, junto con sus tarjetas, una pluma blanca, símbolo de cobardía. Las cuatro plumas llevarán al protagonista a un nuevo arrepentimiento: cuando su regimiento cae en manos enemigas, hace a un lado sus dudas en torno a la guerra para partir a rescatar a sus amigos, emprendiendo él solo el peligroso viaje hacia el Sudán. Se disfraza de árabe y, con enormes sacrificios y valentía, atraviesa las líneas enemigas para rescatar a Jack y al resto de su regimiento. Así, una a una, podrá ir devolviendo las cuatro plumas a los que se las habían enviado.  

           Nadie dudará de que el hermano que se niega a obedecer a su padre diciéndole desfachatadamente que no irá a la viña, está, según las convenciones de la época agraviando severamente la autoridad paterna, en aquella época, absoluta, inapelable. Solo la actitud posterior, el que de hecho haya ido, nos permite pensar que no había sido un enfrentamiento directo sino una salida extemporánea y fuera de lugar. Esos 'Ufa, justo en este momento' que, a veces, nuestros chicos nos endilgan, llevados por sus perezas o estar en otra cosa, pero, también, por excesos de confianza, a los cuales los padres de hoy, al menos, están acostumbrados.

         Del otro lado, en cambio, nos encontramos con el hermano ceremonioso, ladino, que ya nos empieza a gustar poco en cuanto dice que sí a su padre. Porque no solo no irá a la viña, sino que, en vez de un cordial "Voy papá", al cariñoso "Hijo, quiero que vayas a trabajar a la viña", le contesta con un poco afable, "Voy, Señor". Ya hay allí algo que no funciona. Algo freudiano, digamos: el subconsciente que considera al padre un amo castrador, un superego tiránico, al que hay que obedecer, pero del cual uno quisiera liberarse. El 'deseo de matar al padre', del cual habla el psicoanálisis, pero que, reprimido por razones de seguridad, se vuelve masoquismo en forma de humillación, de falta de autoestima y, en cuanto puede, se rebela contra el padre en desobediencia, en venganza. Algún autor ha afirmado que esta tendencia inconsciente a considerar al padre dueño, tirano, dictador es lo que deforma las relaciones naturales del hombre con su Creador, proyectado como padre, impidiendo verle de otra manera que como juez y déspota castigador y, de allí, su gana de liberarse de él y de su heteronomía, y plantarse en rebeldía, en pecado, en repulsa, negándole de cualquier manera.

         Algo de eso vemos en la sumisa actitud exterior del hermano que agacha la cabeza y llama al padre, "señor" y, luego, le desobedece. En suma, que la pregunta de Jesús, el "¿Qué os parece?", tiene más miga de lo que la aparente evidencia de la respuesta podría hacer suponer.

         El cachafaz que dice que no nos recuerda, un poco, al tarambana de la parábola lucana del hijo pródigo criado en la familiaridad del padre bueno -que, seguramente, lo ha regaloneado demasiado-, pero quien, en todo caso, al irse a buscar diversión ha pecado más bien de curioso, de tentado y de débil, nunca de un oponerse altivo en contra de su padre. Tanto es así que, gastados todos sus bienes, aún en medio de su desdichada situación, el recuerdo de la figura paterna vence sus escrúpulos, y no duda en intentar volver a cobijarse bajo su cariño. A pesar de su fracaso, regresa. Y, lejos de suponer ello para él humillación y vergüenza, se transforma en afirmación de su dignidad de hijo, en fiesta, en regocijo. y en envidia del que obedecía sin amor, pura voluntad kantiana, orgullo reprimido.

Aunque no parezca del todo ejemplar, la diferencia que pasa entre los dos hermanos es que uno de ellos, en ambas parábolas, nunca duda del amor de su padre; el otro, en cambio, sí, y ha tratado de ganárselo, comprarlo, en cumplimiento fingido o forzado. También dice Freud que el amor paterno -y también según los autores arriba mencionados ello influye negativamente en nuestras relaciones con Dios-, a diferencia del amor materno, debe ganarse, no es gratuito, ya que el padre exige del hijo que responda a sus expectativas, y la madre no: lo quiere de cualquier manera. Eso: tratar de comprárselo -y el incidente de hoy es solo un síntoma- es lo que hace el hijo supuestamente cumplidor que dice que sí, con exterioridades formales, pero vacías de obras y de sentimientos filiales. y, por eso mismo, tampoco fraternales.

         Es sabido que la parábola tiene su inmediata aplicación a la vieja religiosidad judía, los sumos sacerdotes y senadores y fariseos, que entienden a Dios como una especie de Moisés tonante que es capaz de romperte las tablas de la ley en la cabeza si no lo obedecés. No el Padre bueno que te exhorta, en libertad -porque es la libertad la que te hace hombre y 'a Su imagen'-, a que sigas el camino iluminado por su sabiduría y por su amor.

         Y no es que Jesús minimice la insolencia del hijo que dice que no al padre. Al fin y al cabo es más comprensible la rebeldía frente al amo que la falta de respuesta maleducada al padre bueno. Padre bueno en el evangelio nunca quiere decir padre permisivo, ni que, aunque sepa perdonar si uno se arrepiente, no juzgue, con dolor y diagnóstico preciso, las locuras y maldades de sus hijos. Al fin y al cabo el Padre, sigue siendo Dios, sigue siendo el Creador, el Rey, el Señor. Torpe sería el hijo, sobre todo el hijo adoptivo, como somos nosotros, que lo olvidara.

         Y la aplicación o el paralelo que explica la parábola no se anda con chiquitas. Del hijo que dice que no y luego va, Jesús salta al paralelo de la despreciada condición de los publicanos y prostitutas. Téngase en cuenta que ambas profesiones -la de recaudador de impuestos y meretriz- despertaba mucho más rechazo que la reacción natural contra el que me viene a cobrar impuestos, o contra el desdichado y degradante oficio de alquilar el cuerpo para ajenos placeres. El publicano no era solo un empleado corruptible de la AFIP : en el caso de la nación judía era sobre todo el que recaudaba, haciendo de ello negocio propio, tributos para los ocupadores romanos. Colaboracionista, en el peor sentido de la palabra. Como los famosos 'Kapos' y 'Lagershutz' de los campos de concentración, judíos que, al servicio de las autoridades del campo, mandaban a los otros judíos y se destacaban por su brutalidad y sistemática explotación de los suyos.

Tampoco se habla en el evangelio de las prostitutas como tales. Al fin y al cabo la prostitución difícilmente fuera una profesión de libre elección: eran los mismos padres quienes a veces por razones de pobreza prostituían a sus hijas; o se trataba de esclavas que compraban, y luego alquilaban, rufianes, proxenetas y dueños de prostíbulos: mujeres que solo merecían lástima. No, las prostitutas a las cuales alude Jesús son las que ejercían ese comercio con los ocupantes romanos, mujeres de algo más de categoría, tipo gato, que lucraban con los mandamás e incluso se establecían en los cuarteles o en las gobernaciones y casas de gobierno y hasta se movían en el campo de la política.

         Cuenta Flavio Josefo, historiador judío del siglo I, que a estos colaboracionistas, durante la rebelión tanto de los sesenta, como luego del cien, cuando los agarraban, los exponían a la vergüenza pública. Cosa que se ha hecho y hace en todas las guerras.

Una de las formas de hacerlo -que menciona Josefo- era bañarlos en pez, o en alquitrán, o en miel y, luego, cubrirlos de plumas. Tanto es así que, en nuestro diccionario de la RAE , 'emplumar' significa, entre otras cosas, 'castigar'. Costumbre que, según las crónicas, mandaba practicar frecuentemente Alfonso V, en el siglo XV y, como relata Mark Twain en Tom Sawyer, también los yankies. Y, al decir de Hilario Ascassubi, lo practicaban los mazorqueros, -que más de un unitario aliado del Brasil terminó emplumado-.

         Pero estos publicanos y prostitutas de los cuales habla Jesús no son los que permanecieron en su traición, o su vicio, o su vergüenza, sino los que, movidos por la predicación de Juan el Bautista, se habían convertido, cuando, en cambio, a los hermanos cumplidores, a los soberbios sumos sacerdotes, senadores y fariseos ni se les había movido un pelo. Quizá porque, sin que lo supieran, eran justamente ellos los que estaban cubiertos de plumas.

         No vamos a ser tan necios de compararnos con los grandes pecadores que menciona Jesús, que en estas diatribas gusta exagerar, precisamente para mostrar la magnitud del amor de Dios y de su capacidad de misericordia tan pronto nos convertimos a él. Ni al peor de los pecadores, ni de los ministros, ni de los presidentes, ni de las presidentas, ni de los diputados, Dios les negaría el perdón y la conversión, si algún prelado, en vez de montar mesas de diálogo político, y pronunciar en los 'Te Deum' 'discursos para la prensa según el viento político que sople, y si en lugar de hablar en nombre de la 'religión mayoritaria de los argentinos', les hablara en nombre de Dios y de Jesús y de la Verdad , y como a seres humanos necesitados de gracia, y les predicara el evangelio y les ofreciera, si se convierten, la piedad y la comprensión del Padre.

         No: al menos los que venimos a Misa, nos confesamos e intentamos, mal que bien, portarnos bien, no tenemos necesidad, aún sabiendo el abismo de nuestra pequeñez, pero confortados en nuestra condición de hijos, de golpearnos demasiado fuertemente el pecho. Nos sabemos amados y perdonados.

         Pero, pero, ¿no será que, como hijos demasiado seguros del amor paterno, hemos andado algo descuidados, hemos tolerado en nosotros debilidades y caprichos de por sí inadmisibles? ¿no nos habremos achanchado? En este ambiente dialoguista, pacifista, en donde nada es pecado y señalar una anomalía o degeneración es 'discriminar', y todo da igual, ¿no habremos sido negligentes en nuestro entrenamiento, enmohecido nuestras armas, aburguesado nuestro ser cristiano? ¿No habremos permanecido demasiado tiempo en retaguardia, diciendo que sí, pero sin ir a la viña, sin embarcarnos a la lucha, en el fondo, colaboracionistas?

         Ciertamente en algo, quizá a nuestro pesar, por poltronería o por falta de jefes, ¡vaya a saber!, hemos fallado, porque ¿quién no se da cuenta, ahora, de que el enemigo ha avanzado demasiado, ha ocupado sólidamente posiciones dentro y fuera de la Iglesia , ha robado patria y convicciones, se ha introducido en la mente de nuestros hijos, ha invadido nuestros hogares y nuestras retinas en el brillo electrónico de monitores y pantallas, confisca nuestros bienes, irrumpe en nuestras plazas y nuestras calles, atrofia nuestro olfato para el mal, edulcora el lenguaje de los eclesiásticos, profana nuestras liturgias?  


           Unas cuantas plumas -quizá más de cuatro- con tarjetas de cruzados, y de santos, y de cristeros, y de cristianos viejos, tendremos guardadas ya en nuestras gavetas y otras habrá pegoteadas en nuestras espaldas. Ya es hora de ponernos de pie y comenzar a devolverlas una por una, tomar nuestras armas y nuestras tijeras de podar, calzar nuestras botas e ir decididos a trabajar, como buenos hijos, a la viña del Padre.

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