Lectura del santo Evangelio según san Mt 21,28-32
«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña" Y él respondió: "No quiero", pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.
Sermón
Inicio mes Rosario
Conocí a una persona que contaba, ufana y satisfecha, que todos los días se leía tres diarios distintos, escuchaba todos los noticiosos radiales y televisivos y, siempre que podía, leía cuatro o cinco revistas de información semanal. Era, a no dudarlo, uno de los hombres mejor informados de la Argentina. Vds. conocerán unas cuantas personas parecidas, ávidos receptores de noticias. Y, sin llegar a estos extremos ¿no es verdad que todos, mal que bien, sufrimos de esta fiebre de querer estar al tanto de todo lo que pasa? ¿Quién no lee su diario o escucha o ve su informativo de cada día? ¿Quién no ha sentido la vaga sensación de inferioridad que nace cuando alguien le dice: ¡Cómo! ¿No sabés que
? ¿No te enteraste? O el gusto anticipado de conocer una ultimísima nueva que espetar como primicia a otro.
Yo, por mi parte, he de confesar que caigo lamentable y frecuentemente en la tentación de hojear mi diario cotidiano; pero añoro nostálgicamente mis épocas de seminario cuando los teníamos prohibidos, o las vacaciones en el campo cuando ningún diario llega a tentar mis apetitos noticiosos.
Recuerdo, en Italia, cierta vez que los gráficos realizaron una huelga a ultranza. Casi por un mes nos vimos privados en Roma de leer diarios. Y pienso que la huelga terminó porque temieron los huelguistas que la gente advirtiera cuánto más feliz era sin leer periódicos y se encontraran luego sin trabajo.
Siempre exactamente la misma porquería con distinta forma , decía un colega mío, refiriéndose a los periódicos.
No me hace falta leer diarios para saber que las cosas no van bien, decía otro- basta con conocer mi mezquina naturaleza y la de los que me rodean.
¡Y qué rezón tenía! Pero hoy es al revés: sabemos lo que dijo Lanusse en Entre Ríos, las andanzas de Kissinger por Asia y cómo anda el tendón torcido de Santoro, pero no nos conocemos a nosotros mismos, ni somos capaces de echar una mirada profunda a nuestra interioridad, plantearnos el problema de nuestra vida, saber nuestros defectos y virtudes y obrar después en consecuencia. Nos lleva la gran corriente de la vida, alienados en un mundo cambiante y bullicioso que nos extrovierte sin reposo, sin que hagamos nada por empuñar el timón de nosotros mismo o mirar la brújula; sin un instante de reflexión, de clarividencia, engañándonos con la creencia de que manejamos las cosas porque podemos hablar del último mensaje de Cámpora y escuchamos anoche a Neustad.
Nos llenamos la cabeza con noticias inútiles, de cosas que nos tocan de lejos o que, en todo caso, no está a nuestro alcance solucionar y perdemos en ellas nuestro tiempo; y desconocemos las cosas que, por deber de estado, deberíamos conocer. Porque no dejo un solo renglón del diario sin leer y sé perfectamente cómo Tanaka se abrazó Chou en Lai y que Chiang Kai Shek fue nuevamente traicionado y, quizá, también, el último amorío de la actricita promovida de turno y el crimen morboso de séptima página; pero no atiendo a lo que me dice mi mujer ni presto atención a sus problemas, ni sé con qué compañías andan mis hijos ni qué maquinaciones interiores les aquejan. Ni conozco a Dios, ni mi religión, ni mis amigos.
Pero ¡Es que uno tiene que estar enterado de lo que pasa en el mundo! Y yo digo ¿Por qué? ¿Para qué? Y, además, aún concediéndolo, amén de que los acontecimientos realmente importantes se saben sin necesidad de leer diarios ni escuchar informativos de detalles y chismes superfluos ¿cree Vd. que, aunque se lea todos las informaciones del mundo va a entender algo de lo que sucede? ¿Quién es capaz de comprender, a través de los filtros noticiosos, el fondo de los sucios enjuagues de la política internacional y nacional? Y, aún comprendiéndolos, ¿quién de los aquí presentes será capaz de modificarlos?
Decía un poeta chileno: Cuando quiero conocer las últimas noticias leo el Evangelio .
¡Y qué razón tenía! Sí: la misma porquería de siempre con distinta forma. Porque, detrás de los aparentemente cambiantes acontecimientos humanos laten siempre las mismas realidades profundas, malas y buenas. Par entender lo que pasa sirve más leer historia o filosofía que la Quinta o la Sexta. Y muchísimo más leer el evangelio, o rezar, conocer a Dios, conocerse a uno mismo, conocer al prójimo. Ni el padre Pío, ni el Cura de Ars, ni Don Orione, ni Vicente de Paúl, necesitaban leer un solo periódico en sus vidas para ser los consultores privilegiados de reyes, presidentes, ministros y hombres de negocio.
Rezar, señores, orar, conocer las cosas desde la perspicacia y luminosidad del mismo Dios. Desde la perspectiva del silencio, en la visión panorámica de la distancia, en la atención profunda del reposo y la quietud. Eso nos falta.
Pero ¿cómo rezar en este enloquecido Buenos Aires? No hay tiempo, no hay ganas, no hay momento psicológico. Y hay vergüenza y hay respeto humano.
Sí que es difícil rezar. Pero no es imposible. Y podría enseñarles métodos simples y complicados. Pero les recuero solo uno, tan sencillo y tan bello, tan antiguo y tan nuevo, tan de pobres y tan de ricos, tan de doctos y tan de simples, tan de mujeres y tan de hombres. El Rosario. Esa capilla privada que podemos llevar en el bolsillo y en donde podemos meternos estando en cualquier parte. En el colectivo, por la calle Florida, en las clases aburridas, en las colas y salas de espera, en el trabajo, en el campo, en el supermercado.
Porque tomar el Rosario con la mano es como entrar en una iglesia. Nombrar a María es abrir nuestro corazón a la ternura de Dios. El ritmo cadencioso de las mismas palabras repetidas es calma y silencio aún en medio del barullo más horrísono. La meditación de los misterios es conocer las únicas noticias de último memento que vale la pena conocer.
Comienza el mes de Octubre, dedicado justamente al Rosario. Y, durante este mes yo les prometo rezarlo todos los días por los que hoy están aquí. Y me atrevo a sugerirles una cosa: ¿Por qué no lo prometen también Vds.? Por sí mismos, por sus familias, por su Patria, por sus sueños, por su hacerse hombres, por su hacerse cristianos y cristianas de verdad.