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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1974. Ciclo C

26º Domingo durante el año
29-09-1974

Lectura del santo Evangelio según san Lc 16, 19-31
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama" Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros" «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento" Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan" El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán" Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite"»

Sermón

Quizá alguno de Vds. haya leído la novela de Bruce MarshallEl milagro del Padre Malaquías”. El P. Malaquías es un menudo sacerdote benedictino, ingenuo y lleno de fe que, en su celo apostólico, para probar a un pastor protestante la verdad del cristianismo católico, decide pedir a Dios un milagro. Y el milagro que solicita consiste en hacer mudar de lugar una boîte de dudosa reputación que han inaugurado recientemente frente a su iglesia. El buen padre piensa que dicho portento le servirá para convertir al pastor y, a la vez, salvar de la perdición a muchas almas que se pierden en ese local.


(1899-1997)

Y la fe –la fe como el grano de mostaza capaz de mover montañas- realiza el prodigio. La boîte es trasladada a un pequeño islote frente a la ciudad, lugar que Malaquías ha elegido para hacer más manifiesto el poder de Dios.
Pero, contrariamente a lo que esperaba, nadie se convierte. Los periodistas le llenan la Iglesia y lo asaltan a preguntas. El obispo es importunado por teléfono constantemente. Todo es barullo, confusión, protestas. La figura del P. Malaquías aparece en los periódicos. Se lo trata de brujo, de impostor, de farsante.
Pero la que más sale beneficiada es la boîte, ahora en el islote. Se piensa que es un magistral golpe publicitario. Se organizan servicios de lanchas y helicópteros. La boîte se llena y gana dinero a raudales. Y hasta el pastor protestante gana adeptos que abandonan escandalizados el catolicismo. Finalmente el obispo –harto de todo este lio fenomenal- ordena al P. Malaquías que emplace el edificio en su primitivo puesto. Así hace éste. Todo se calma. Todo continúa como antes.

La ficción, señores, no está muy alejada de la realidad. Porque el que no quiere creer no cree aunque le pongan las pruebas debajo de las narices. No hace mucho me encontré con un sujeto que con todo convencimiento me negaba que el hombre hubiera llegado aún a la luna. Todo era –según él- un engaño monstruoso realizado en complicidad con los medios de difusión por la propaganda yanqui.
Si yo viera un milagro creería”, me han dicho algunos. “Amigo” –les contesto yo- “si Vd. no está dispuesto no creería aunque viera mil milagros”. Como dice Cristo en el evangelio de hoy: “Aunque resucite alguno de los muertos tampoco se convertirán” He conocido en Italia gente que, habiendo visto con sus propios ojos la licuación de la sangre de San Genaro y las pruebas espectroscópicas que es verdaderamente sangre, se mataban de risa de ello. No es que nadie haya de creer por este fenómeno periódico, pero si tenerlo en cuenta en sus razonamientos. Las historias clínicas de los milagros que se repiten todos los años en Lourdes están al alcance de cualquier médico; e incluso en Lourdes Vds. encontrarán médicos ateos. El padre Pio, muerto recientemente, ha sido un taumaturgo, un milagrero, tan portentoso en pleno 1970 como los innumerables santos cuyas vidas rechazan como legendarias los incrédulos racionalistas. Siempre se encontrará alguna vuelta para quedar impasible frente al milagro. El mismo badulaque que cree a pies juntillas en los marcianos podrá recurrir, si quiere, para explicar ‘científicamente’ los milagros, a la parapsicología y al toribismo, la telekínesis, el factor psi-gamma, la prosopopesis y a González Quevedo.


Óscar González-Quevedo Bruzón
1930-2019

Es que no es sobre milagros donde se construye la verdadera fe y. menos, la santidad y la recompensa eterna. Apenas son pequeños toques para despertar cierta atención a las realidades que nos descubre la fe.
Y, además, ¿a quién le impresionan hoy las resurrecciones? Hombres del siglo XX, acostumbrados a los prodigios cotidianos de la ciencia, cohetes a la luna y a Mercurio, manotazos a las estrellas, corazones artificiales, reanimaciones de muertos aparentes, imágenes y sonidos que vuelan por los aires y llegan a nuestras casas, energía atómica. Estamos demasiado saturados de prodigios y milagros diarios, a la vista de todos, como para asombrarnos y convencernos con un milagro más o menos. Y Dios no tiene ningún interés en hacer la competencia a las prestidigitaciones de la técnica o de la superchería o de la parapsicología.

Por otra parte ¿qué mayor milagro que nuestra existencia, la grandiosa armonía del cosmos, el hecho de que un pedazo de materia llore y ría, el corazón misterioso de una semilla, la complejidad admirable de un ojo o de un  cerebro, el aletear gallardo de un halcón o el graciosos zumbar de un picaflor?
Decía San Agustín, comentando las bodas de Caná; “¿Acaso hay mayor milagro en esta transformación instantánea del agua en vino que en el milagro cotidiano de la lluvia que cae, apaga la sed de las raíces, revienta en las uvas y se hace vino en los toneles? Y los dos son hechos estupendos: uno parece más, porque no se repite todos los días y nos golpea con su novedad. Pero ¿por qué asombrarnos más del uno que del otro?”
Decía Joseph Pieper, filósofo alemán: “Quien necesita de lo desusado para caer en el asombro denota, precisamente por ello, que ha perdido la capacidad de responder a lo admirable de la mera existencia. Ha perdido la verdadera capacidad de asombro

¿Qué más milagro que la creación que nos rodea, que el despertarnos todos las mañanas y estar vivos, el espectáculo de la vida de los hombre, el amor de una madre por su hijo, la escarcha y el rocío, el colorido de la primavera, la oración del monje, la muerte del soldado, el sufrir de un santo? ¿Para qué queremos otros milagros para caer de rodillas frente a Dios?
Es que –lo dijo Cristo- tenemos ojos para ver y no vemos; oídos para escuchar y no escuchamos.
Es en el milagro permanente de nuestra existencia que Dios nos llama a gritos a Su lado. Y a eso, por si acaso, añade el milagro -más que milagro- del Verbo que se encarna, los apóstoles que predican, los santos como espejos. Somos sordos que no escuchamos. Ricos que vestimos púrpura y lino fino y despreciamos al Lázaro pobre que golpea a nuestras puertas. Ricos de preocupaciones y tonterías, de televisión y de Buenos Aires, de ruido y de calle, de ambiciones y de sexo.
Deja que los perros laman las heridas de tu Lázaro vecino, de tu amigo necesitado, de tu mujer incomprendida, de tus hijos envenenados por un ambiente contra el cual no luchas, de una sociedad que hiede a mil leguas porque no le hacés caso. No: no te asuste el infierno del cual hoy nadie quiere hablar y predicar, pero que existe y nos amenaza en el futuro con su posibilidad aterradora de ese abismo que nadie podrá franquear para refrescarte la punta de la lengua.


El pobre Lázaro y el rico epulón, miniatura perteneciente al Codex Áureus de Echternach. Entre 1030-1050. Museo Nacional Germano de Núremberg.

 

¡Vamos, padre, el infierno! ¿Todavía con esas cosas? ¿A mí con eso? Si Dios quiere que haga algo, que me porte bien, que me confiese, que viva mi fe, que me haga santo, que me demuestre que vale más que los rusos o que los astronautas o los Barnard o mi sillón mullido y mi vaso whisky.
¡Ciego que no ves! Es inútil que te hagan milagros, porque si no escuchaste a Moisés y a los profetas, aunque resucite alguno de los muertos tampoco te convertirás.
Y eso no te servirá de excusa.

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