Lectura del santo Evangelio según san Lc 16, 19-31
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama" Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros" «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento" Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan" El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán" Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite"»
Sermón
En el año 331 antes de Cristo, Alejandro Magno, en el extremo noroeste del delta del Nilo funda la ciudad de Alejandría que, rápidamente, encontrará gran prosperidad. Prosperidad no interrumpida hasta el siglo VII con la conquista islámica, que entre otras cosas por orden del conquistador Omar (Amr ibn al-As) incendiará su célebre biblioteca, la más grande de la antigüedad.
Casí en seguida luego de su fundación Alejandría se transforma en un importantísimo puerto comercial, centro también de fertilísima actividad intelectual. Gracias entre otras cosas a su célebre biblioteca que fungía a modo de universidad y que fue incendiada por él.
Es allí donde prácticamente nace la teología católica con la llamada ‘escuela alejandrina’ en el marco catalizador de importantísimas escuelas filosóficas neoplatónica y judeo alejandrinas.
Porque, claro, siguiendo su inveterada costumbre, en cuanto Alejandría empezó a crecer como ciudad comercial, de inmediato surgió en ella una abundante colonia judía, que, con el tiempo, llegará allí a tener más habitantes que la propia Jerusalén.
Estos judíos empero mantuvieron siempre su vinculación con la madre patria y hacían frecuentes viajes a Jerusalén. Es precisamente a través de ellos cómo maneras de pensar helenísticas van introduciéndose en la mentalidad hebrea. Aunque en Egipto existieron desde siempre colonias judías –pensemos que cuando la persecución de Herodes José y su familia fueron a refugiarse allí- es probable que recién por medio de Alejandría, amén de la mentalidad helénica, se introdujeran también muchos elementos propiamente egipcios. Bastaría pensar en el relato de José.
Justamente se ha hallado, a principios de siglo, un manuscrito papiráceo con un relato semejante al del evangelio de hoy que parece remontarse al siglo IV antes de Cristo y que, narrando el viaje de Si-Osiris y de su padre Seton Chaemvese al imperio de los muertos, presenta dos personajes, uno rico y egoísta, el otro humilde y bueno, condenados respectivamente a castigo y a premio. Y el primero pidiendo por favor pasar del lado del bueno. Y la fábula termina con estas textuales palabras” Quien es bueno en la tierra, para él se es bueno también en el imperio de los muertos; pero quien es malo en la tierra, para él se es malo también allí.”
Judíos de Alejandría habían traído esta narración a Palestina y allí fue muy apreciada bajo el nombre de la historia del honesto escriba y del rico publicano Bar Ma’jan que hoy se encuentra en el Talmud palestinense en arameo. El rico publicano Bar Ma’jan –se nos dice- murió y tuvo un entierro magnífico. Se dejó de trabajar en toda la ciudad porque todo el mundo quería acompañarlo a su última morada. Al mismo tiempo murió el piadoso escriba y nadie supo de su entierro. ¿Cómo puede ser Dios tan injusto que permita esto? La respuesta la da un colega del pobre escriba que, en sueños, pudo ver cómo era el destino de ambos hombres en el más allá -y leo textualmente-: “Unos días más tarde vio aquel escriba a su colega en jardines de belleza paradisíaca, atravesados por aguas vivas. Y vio también a Bar Ma’jan, el publicano, que estaba a la orilla de un rio y sacando la lengua queriendo alcanzar el agua pero sin poder llegar a ella”
Es evidente pues que Jesús no hace sino utilizar este conocido relato. Es uno de sus recursos. No se trata de ninguna enseñanza sobre el más allá, Para interpretar el mensaje del Señor, más que fijarse en los elementos comunes al cuento egipcio y talmúdico, habrá que fijarse en aquellos detalles de los cuales se aparta o que modifica. Sería simplista en efecto interpretar el cuento como si Cristo quisiera solo pintar en vivo la ecuación: riqueza-felicidad terrena, igual suplicios en el más allá; Pobreza terrena, igual a refrigerio del otro lado.
¿Y entonces? ¿Cuál es el mensaje?
Antes que nada, el cambio de personaje: ya no se trata de un piadoso escriba, sino de un mendigo enfermo. Inesperado cambio para los oyentes. No solo porque se aparta del relato original sino porque, para los judíos, la pobreza, la enfermedad no puede tocar al justo, al bueno. Son siempre síntoma de pecado e indignidad.
Esta visión simplificada de la providencia: a los buenos les va bien aquí en la tierra, a los malos les va mal, que ya había hecho crisis en el libro de Job es aquí aventada totalmente por Cristo. En este caso, al revés de lo que piensan los judíos, el rico es malo, el pobre y enfermo bueno. En otro lugar dirá. “Dios hace llover el agua sobre justos e injustos”.
Que la concepción judía tenía su arraigo lo prueba la historia del calvinismo que, reeditando la creencia judaizante de que a los buenos les va bien en los negocios y a los malos le va mal, son los directos antecesores, según lo prueba Max Weber en su obra “La ética protestante y el espíritu del Capitalismo”, de este último.
Pero tampoco hay que irse al otro extremo ahora y decir: los ricos por ser ricos son malos y los pobres buenos, como afirman marxistas y tercermundistas. Tanto la pobreza como la riqueza como tales son indiferentes, mejor, en todo caso, la riqueza, aunque ambos al mismo tiempo ocasión de mérito o de pecado. Si bien es cierto que, en nuestra situación postlapsaria, la segunda –poseída o ambicionada- suele ser más peligrosa que la primera.
El cambio de destino en el más allá obedece no a que uno haya sido pobre y el otro rico sino a que uno fue piadoso y resignado y el otro impío e insensible. Aún así ésta no es la enseñanza importante del relato. El punto culminante más bien hay que hallarlo en la segunda parte, precisamente porque esta segunda parte es un añadido propio de Jesús que no está en el relato original. Y es lo del rechazo de la petición del rico de que le aliviara Lázaro y de enviarlo a sus cinco hermanos. Es decir: Jesús no quiere tomar posición frente al problema de ricos y pobres, tampoco quiere dar una enseñanza sobre la vida después de la muerte, sino que narra la parábola para advertir –como en la del domingo pasado- de la catástrofe inminente a hombres que se parecen al rico y a sus hermanos. Lázaro es una figura secundaria, una figura de contraste. Los importantes son los seis hermanos. Los hermanos supervivientes, iguales que los hombres de la generación del diluvio y que –dice la Biblia- gozaban de la vida, despreocupados, sin oír el rugido del diluvio que se acercaba. Son hombre de este mundo como su hermano difunto. Y, como aquel viven en un egoísmo sin corazón, sordos a la palabra de Dios, porque piensan que con la muerte todo se acaba.
Jesús ha sido objetado por estos escépticos hombres mundanos, que, si han de tomar en serio su amenaza, les tiene que presentar pruebas tangibles de una vida tras la muerte. Pero aunque Jesús quisiera abrirles los ojos, accediendo a su petición no sería un buen camino. Quien no se inclina ante la palabra de Dios, tampoco será llamado a la conversión por un milagro.
Los signos son suficientes, la voluntad de Dios es clara, cualquiera que tenga recta intención y disposición de ánimo, tiene mil veces razones para creer en Dios, si es que no está apegado a sus vicios, a sus comodidades, a sus pecados, a sus tozudas convicciones. Y, si lo está, inútiles serán las apariciones y los milagros. También tendría razones contra ellos, amén de que a Dios no le gusta estar jugando al prestidigitador o al mago.
La petición de señales es una escapatoria y expresión de impenitencia. “¡A esta generación perversa no le será dado otro signo que el de Jonás!”
También para ti cristiano, que juegas con tu fe y que pospones cada día la fecha de tu entrega definitiva, del corte viril y neto de todas aquellas cosas que te apartan de Cristo, de la decisión sensata de hacerte santo, tampoco a ti te mandará Dios un ángel, ni nadie se te aparecerá, ni lo esperes, que también tú tienes ya a Moisés y a los profetas y a Jesús de Nazaret. Escúchalos.